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In the Kitchen

No logré soñar nada esa noche. Ese beso me había noqueado. No quiero imaginarme cómo hubiera reaccionado si él me hubiera acariciado el cuello u otras partes de mi cuerpo.

Eso no me dejó dormir en toda la noche.

Ni modo.

Me fui a dar una ducha rápida y me preparé para ir a mi otro trabajo. No quería quedarme cuando la señora se despertará.

Fui al restaurante familiar, gracias a Dios que sólo trabajaba en la cocina y no como camarera. Aunque Ofelia, quién es la dueña, le hubiera parecido algo gracioso, igual que a su esposo Hamlet.

Me recogí el pelo en una cola de caballo y empecé a trabajar en la masa del pan casero.

Había puesto a funcionar a toda máquina la cafetera y la mezcladora de bizcochos.

Hamlet me mira por la amplía ventanilla que comunicaba entre la cocina y el salón.

-- Becca, puedes traerme dos bollos de canela y uno de manzana?-- pregunta.

-- Espera un momento que ya lo preparo-- le respondí.

Me limpié las manos en el delantal y fui al horno a sacar los bollos recién hechos. El olor que emanaban era algo celestial para mí. Me llenaba las fosas nasales y me sentía en el paraíso.

Los coloque y le puse crema de queso y una frutilla de decoración.

-- Hamlet, el pedido ya está listo-- y lo había dejado en el borde para que lo recogiera.

Continúe haciendo el pan y luego empecé a hacer bollos. Descongele un poco de jamón y queso, para hacer un poco de strudel salado.

Prendí la radio y escuché algo de la vieja escuela.

Sin darme cuenta comencé a mover el pie al son de la música.

Empecé a hacer la masa para tartas.

Ofelia aparece en la cocina y tenía una mirada risueña, empecé a sospechar de sus oscuras intenciones.

La miraba de reojo al ver que estaba un poco inquieta. Estaba por preguntarle qué cominos le pasaba cuando Hamlet aparece.

-- Si van a empezar a discutir en mi cocina, la puerta de atrás servirá para que se vayan-- los amenace con la espátula.

Ellos se fueron y logré suspirar aliviada.

Di la media vuelta y puse más fuentes en el horno, cuando unos brazos me agarran desprevenida.

Sentí como él se apoyaba en el borde de la mesada y me llevaba con él, enroscándome con sus brazos y piernas; como si fuera una prisión y que no deseaba que su prisionera se escapará.

Me alejé y saque las fuentes.

Iba a preguntarle qué demonios le pasaba. Parecía un acosador, aunque fuera un acosador sexy.

Lo miré y ví que tenía una mirada divertida.

Por un descuido al quedarme mirándole, termine por quemarme un poco la piel.

Estaba por ir al fregadero y ponerme agua tibia, cuando él agarra mi brazo y pasa sus labios con delicadeza sobre la herida.

No sé por qué pero me iba a largar a llorar. Me comenzó a invadir una gran tristeza.

-- Tienes prohibido lastimarte-- y fueron sus únicas palabras que pronunció.

Su voz masculina era grave, perfecta para un buen programa de radio. Me había seducido y me parecía vagamente familiar.

De nuevo el dolor de cabeza apareció, me quejé y puse mi mano libre sobre las sienes.

Me agarró el brazo y con una leve fuerza tiró de mí. Caí en su pecho firme y emanaba un olor sensual y embriagador, mientras que me rodeaba con sus brazos y me apretaba más y más.

El dolor disminuyó un poco y cuando logré separarme para verlo.

-- Tuve un accidente y perdí la memoria-- ví como si rostro cambiaba a la sorpresa al regocijo.

Acaricia mi cara con la palma de sus manos. Vuelve a atraerme y me besa como si su vida dependiera de ello.

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