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Blue carpet

Hércules se quedó conmigo hasta que me tranquilice y me quedé dormida.

Dejó la puerta semiabierta por las dudas.

En el sueño ví muchas puertas y todas estaban cerradas con llave. Traté inútilmente abrir todas hasta que me quedé sin fuerzas y me resigne.

Caminé por el largo pasillo que debía tener la forma de laberinto. Genial. Eso justamente no era mi fuerte.

Resople, pero seguí caminando hasta llegar al corazón del laberinto. Y ahí estaba, una puerta que estaba abierta, invitándome a entrar.

Caminé de forma cautelosa por el pequeño camino que me quedaba para atravesarla.

Estaba parada al frente del umbral y entre. Detrás de mí, la puerta se cerró y no me volví a ver si podía volver a abrirla de nuevo. Era mi decisión, y debía seguirla.

No se vió nada raro ni nada que me hiciera ver lo que estaba pasándome.

Seguí una luz que apareció cerca de mí, como mostrando el camino que debía seguir. Al hacerlo, estaba ingresando a un nivel de inconsciencia más profundo.

Era una jaula. Va una especie de jaula, donde estaba una camilla y había una persona acostada en su interior. Me acerqué y ví con ojos horrorizados que era yo.

Me llevé una mano a la boca para no gritar.

Papá aperece detrás de mí, seguido por el tío Baquo, el tío Jekill y otro hombre que no sabía quién era.

Ellos me rodearon y empezaron a aplicarme muchas agujas que iban perforando toda mi piel.

Me sorprendió que no estuviera ahuyando de dolor, era como si ya no quisiera darles el mismisero placer de aquello. Recordé que quería volver a casa.

Ellos hicieron más cosas y luego....

Desperté asustada. Me preguntaba qué era eso realmente.

Sabía que no iba a volver a dormirme, así que salí de la habitación acompañada de una almohada.

Golpeé la puerta del estudio de Hércules, no obtuve una respuesta, así que entre.

Él estaba escuchando una grabación que había encontrado de un viejo caso de los Stokers. No se había dado cuenta de mi presencia aún.

Me senté en el sillón y coloque la almohada, antes de volver a apoyar mi cabeza en ella.

Al sentirme a salvo con su cercanía, volví a cerrar los ojos y a sumergirme en un sueño menos profundo.

Hércules no me había quitado la mirada, vió que algo más me había pasado para que eligiera quedarme dormida en su despacho.

Cuando decidió que ya era suficiente, paró el escucha y se acercó hacia a mí. Acarició la mejilla quemada, y juró que me había vuelto más hermosa que antes.

Agarré su mano antes de que la retirará:

-- No me dejes-- pronuncié y estaban saliendo lágrimas de mis ojos.

-- No te dejaré-- y limpió las gotas de lluvia--. Te lo prometo.

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