1 Me gustas

¿Alguna vez te ha gustado tanto una persona, que no puedes aguantar el impulso de seguirlo con la mirada, de ligarlo mientras se da la vuelta o devorarlo entero mentalmente?

Desde que mi abuelo contrató a Mauricio como el personal de mantenimiento de esta casa, las cosas han ido cambiando. Ese hombre robusto, rudo, maduro, fuerte, con unos brazos capaces de levantarme y aplastarme entre ellos, es el mismo pecado en persona. Moriría por estrujarme en su firme pecho y acariciar cada lonja de su voluptuoso cuerpo. Verlo cargando cosas, sudoroso y sediento, me hace desear convertirme en agua, para deslizarme por su apetecible cuerpo. Mauricio es el causante de mis insomnios y de mi descomunal revuelo hormonal. Para su edad luce como un divino postre en su punto. Dichosa la mujer que pueda devorar semejante semental. Conozco que tiene una hija de siete años y lleva aproximadamente dos años divorciado. Podría ser una buena madrastra si así él lo permite.

Me asomo por la ventana de la antesala hacia el área de la casita de herramientas del patio y ahí lo veo; con esa camiseta de manguillos cortos, mostrando esos gigantes y carnosos brazos. Esa monstruosa espalda, donde cruzaría mis piernas sin pensarlo dos veces y esos cómodos hombros donde marcaría mis uñas. Este hombre va a volverme loca. Incluso su trasero y piernas se ven firmes con ese pantalón. Esas piernas serían capaces de soportar mis rutinas de sentadillas sin problemas. Es la mejor vista del día.

—Es tan grande — dejo escapar ese pensamiento en voz alta.

—¿Qué es grande, mi amor? — escuchar la voz de mi madre hace que cierre la cortina a toda prisa, casi arrancando hasta el tubo.

—La iguana de palo que hay afuera.

—¿Hay otra más?

—Sí, eso parece.

—Ahora entiendo el porqué las plantas se están dañando. Deberé hablar con Mauricio para que se deshaga de esa cosa.

—Yo lo hago. Quiero decir, voy a salir a la casa de Nadia, así que puedo pararme a decirle.

—Está bien. No regreses tarde.

—Sí, mamá. Ya me voy — me despido de ella y busco las llaves de mi auto.

Salgo de la casa por el patio trasero y camino en dirección a Mauricio.

—Buenos días, Mau.

—Buenos días, Amanda. ¿Cómo estás? Es raro verte a estas horas por aquí.

—Estoy bien, ¿y tú? Sí, es que voy a encontrarme con una amiga.

—Me alegra mucho. Me encuentro bien, gracias por preguntar.

—Hay una tremendísima iguana que está — en tus pantalones, papasito—, en el patio haciendo de las suyas con las plantas de mi madre.

—¿Lo está? Fíjate que no la he visto.

—¿La busco por ti? — desvío la mirada por la incomodidad del doble sentido y sonrío para que no se dé cuenta.

—No te preocupes. Déjame eso a mí.

—Oye, ¿haces ejercicios? — trato de disimular la inquietud por saber su respuesta.

—Antes lo hacía, pero hace mucho no lo hago. El único ejercicio que sé hacer bien es comer — ríe, mientras observo su linda sonrisa.

—Mmm, ¿comer? — sonrío por todos los pensamientos que se cruzan por mi cabeza—. ¿Sueles comer de todo?

—Sí, como de todo. Creo que se me nota bastante — ¿Es que acaso me está siguiendo el juego o es producto de mi sucia mente?

—Siempre es bueno saberlo. Ahora que mis padres se irán mañana y no estarán durante el fin de semana, sé que lo que pueda preparar te lo comerás — me serviría yo, pero no estoy segura de que quiera picar.

—No tienes que hacer eso, Amanda.

—Has trabajado por mucho tiempo con nosotros y eres un excelente empleado y amigo. Lo menos que puedo hacer es eso.

—Está bien. Si eso te hace sentir bien, entonces no tengo problema.

Solo teniéndolo tan cerca me pone las piernas a temblar. Es tan lindo y ese olor a hombre es fascinante en todos los aspectos. Quisiera poder verlo sin camisa algún día. Es una lastima que siempre que se la quita, es dentro de la casita. Sus manos son tan grandes comparadas a las mías. Una mano así pegada en mi trasero o alrededor de mi cuello a de ser asombroso.

—¿Te encuentras bien?

—Lo siento. Es difícil mantener una conversación con tanto calor.

—Comparado a otros días, a mi parecer, la tarde está un poco fresca.

—Dicen que el calor es mental. Puedo asegurar que es cierto — mi calor es mental e interior—. Nos veremos mañana. Cuídate mucho— me despido antes de irme. Si me quedaba, iba a decir más incoherencias.

Me reúno con mi amiga Nadia en su casa, en busca de consejos para llamar su atención, ya que mis intentos han sido en vano. Incluso le cuento sobre lo que sucedió hoy.

—¿Y por qué no le confiesas que te gusta?

—Nunca me he confesado y me pongo muy nerviosa cuando lo tengo en frente, tanto que siempre meto la pata hasta el fondo y digo cosas extrañas. Además, no sé si a esa panadero le guste amasar a un pancito caliente como yo. Tal vez le gusten las mujeres de su edad. Un abrazo de oso entre esos brazos tan carnosos, puede romperme en trocitos, pero para mí sería un privilegio.

—Tu caso es serio. El pobre Kamilo detrás de ti y tu comiéndote a un cuarentón.

—Me gustan con experiencia, altos y maduros. Eso de cambiar pañales y me dejen a mitad no es lo mío. Además, no tiene cuarenta, tiene 35. Está en la edad perfecta para mí.

—Pero tiene una hija y es divorciado. ¿Cómo te puede atraer eso? Te lleva como doce años.

—Bueno, todos tenemos un pasado, si quieres a alguien sin eso, entonces deberás casarte con un bebé. Te digo que, aparte de lo delicioso que se ve, es un hombre dulce, amable, protector y risueño que, no puedo evitar caer rendida a sus pies. Daría todo para que me note, pero soy un fracaso en eso. La última vez por estar viéndolo, me caí y me pelé la rodilla. Fue sumamente vergonzoso.

—Tampoco puedes evitar las babas que se te salen. Eres una cochina. Ahora que estarán casi solos, puedes tratar de hacer una movida.

—¿Y si me rechaza? Sería muy vergonzoso. Además, no estaremos solos, ya sabes que mi abuela se está quedando en la casa.

—Sí, pero esa siempre está metida en el cuarto viendo novelas. Esta oportunidad no la tendrás dos veces.

—¿Y qué podría hacer?

—Un hombre no se resistiría a tener cerca a una mujer bonita como tú. No lo sé, háblale de lo que sea, en especial sobre un tema que sea de su interés, acércate, míralo fijamente, coqueteale, toca tu pecho, muestrále tus encantos.

—¿Mi pecho o mi espalda? — arqueo una ceja—. Solo tengo dos huevos fritos. ¿Qué se supone que le diga? ¿Échamelos al sartén?

—Excelente observación— se queda en silencio y pensativa por unos instantes—. Bueno, él dijo que come de todo. Tendrá que conformarse con eso. Las cosas pequeñas también tienen su encanto.

—Vaya, ahora me siento mejor — digo con evidente sarcasmo—. Claro, lo dice una maldita que tiene dos bolas de baloncesto gigantes, que incluso te protegen de caídas, de ahogarte y atrae al hombre que quieras.

—¿Y yo qué culpa tengo de lo que Dios y mis padres me dieron?

—Yo estoy fastidiada. Solo heredé los dos panqueques de mi madre.

—Veamos el lado positivo; él tiene el jarabe para complementarte.

—Púdrete, estúpida.

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