12 ¡Yo no soy nada!

¿Yo era un héroe del bestiario?

Me negué rotundamente a creer tal salvajada.

Yo no podía ser un héroe, eso no tenía sentido. Era todo menos alguien bueno, no podía ser verdad lo que Arthur me estaba insinuando. Negué una y otra vez, preso del pánico y la más absoluta de las negaciones.

– Carbón, sé que puede resultarte aterrador y es algo que no pediste, pero ambos sabemos que es lo único que podría explicar tu situación.

– ¡Qué no! ¡Yo no soy un héroe, yo no soy eso! – despotriqué. Arthur, no sé porque, intentó tocarme el hombro, pero yo no estaba para su estúpido sentido de la moral. Afecto de él era lo que menos me apetecía después de lo que me soltó, afecto de cualquier adulto era lo que menos quería. – ¡Yo no soy un héroe! ¡Yo no soy nada!

– Carbón, tienes que calmarte. – volvió a intentar tocarme. El imbécil de Arthur intentó tocar mi hombro con su asquerosa mano, cosa que yo no permití. Aparté su brazo de un golpe y lo empujé con la poca fuerza que un debilucho exesclavo como yo podía tener. – Carbón, basta.

– ¡No, no, no! – despotriqué en todas direcciones, ¿Por qué quería que fuera un héroe? ¿Qué no entendía? Yo no era nada, no era absolutamente nada. No valía lo que él quería hacerme creer. – ¡Yo no soy nadie, solo soy un estúpido esclavo! No sirvo para nada más que eso, no sirvo para nada. ¿¡Qué es lo que no puedes entender!?

Arthur me dio esa mirada, una mirada que nunca esperé ver en él sabiendo como se sentía estando en mi posición. Lástima, Arthur me estaba mirando con la más absoluta de las penas.

– Carbón...

Hizo el amago de tocar mi cara, pero, previendo que iba a retroceder, se detuvo a medio camino.

Instintivamente llevé mi mano a mi rostro, descubriendo que las lágrimas lo habían cubierto todo. Estaba llorando, estaba patéticamente llorando frente a un desconocido. Frente a un sujeto que me doblaba la edad y podía fácilmente apalearme hasta la muerte y, ni con todas mis fuerzas, podría llegar a defenderme.

Me estaba dejando ver vulnerable, ¿Qué tan patético podía llegar a ser?

La respuesta llegó pronto cuando rompí a llorar sin contención alguna. Cuando mis piernas cedieron y caí de rodillas mientras intentaba ahogar mis sollozos, cubriendo mi boca con las manos. Hipé descontroladamente cuando sentí a Arthur agacharse hasta mi altura.

Me veía incapaz de darle la cara, debía verme desagradable y él no querría tocarme ni mirarme después de verme así de descompuesto. Nadie debería ver algo tan asqueroso como mi rostro llorando, era repugnante.

Lance me lo repetía siempre que hacía de las suyas conmigo. Cada vez que me rompí en frente suya y él me escupía todo el odio y desprecio que me merecía por ser así de miserable, así de débil y patético.

Lance siempre tuvo razón.

– Mira, Carbón. Sé que te duele y es difícil, pero necesitas superarlo para seguir adelante. – susurró suavemente. No sé que se propuso, pero yo no quería intentarlo. Ya no podía, estaba harto y mi cabeza no daba para más. Apenas había procesado que me habían sacado de la mierda de Golden Timer, antes de que me aventaran a la cara que ahora parecía ser un héroe que salvaría a la raza humana del próximo ataque Kyoran. Yo no podía con eso, alguien que vivió lo que yo no podía con tal carga tras la espalda. Con tal decisión, yo no podía. – Piénsalo así, los anteriores predecesores de los libros no eran nada antes de poseerlos. Probablemente vivían de lo que robaban o fueron esclavos. ¿Lo entiendes, no es así? Si ellos pudieron llegar a tanto, ¿Por qué tú no podrías? Tú vales más de lo que crees, lo sé, solo es cuestión de que tú lo entiendas. Demuéstrame a mí y al mundo que lo entiendes, ¿Bien?

Pasé un largo rato repitiendo sus palabras, intentando convencerme de que lo que me decía era verdad. Que yo podía ser algo más que un esclavo roto, pero era difícil. Siempre fue difícil para mí entender cosas, pero ahora lo era aun más.

Sin embargo, ¿Tenía alguna otra opción?

La respuesta era obvia.

No podía negarme porque, tarde o temprano, la mierda me salpicaría a mí y, aunque no me gustara el modo en el que se regían las reglas de este mundo, no podía simplemente darle la espalda a la humanidad.

Supongo que, después de todo, aun seguía siendo humano.

Limpié torpemente mis lágrimas antes de apoyarme contra el tronco, aun sin darle la cara a Arthur, y asentí cortamente.

– Bien, iré a ver a Maddox. – su voz continuó con el mismo tono suave, antes de incorporarse nuevamente. – Mientras, puedes poner un poco más de madera a la fogata o buscar la carne seca de mi bolso. – sentí sus pisadas alejarse, pero aun después de unos minutos, seguí sin levantar la vista del suelo.

Era patético, un miserable malagradecido que no valía lo que Arthur me repetía, pero que no tenía de otra que hacerle caso por mera costumbre.

Suspiré largamente, incorporándome lentamente antes de quedarme mirando el fuego por lo que me parecieron horas.

Era inútil.

– Patético.

Alcé la vista y limpié bruscamente las pocas lágrimas que aún me quedaban.

Maddox me observaba con claro un desprecio marcado en sus oscuros ojos y una sonrisa ladina de todo menos feliz.

– Auto compadeciéndote de tus desgracias, ni siquiera lo intentas. Eres igual que la misma mierda que te esclavizó. – apreté los puños, sintiendo la ira hervir muy dentro mío, pero no atreviéndome a mirarlo a la cara por obvias razones. – Tan dependiente que no eres capaz de dar ni dos pasos sin pedirle permiso a tu maldito dueño. Dime, ¿Ahora Arthur es tu dueño? ¿Lo seguirás con el rabo entre las piernas y le llorarás cada vez que te suelte un no?

Apreté los dientes hasta que me dolieron, hundí las uñas en mis manos e hice todo lo posible por no mirarlo, porque sabía que no acabaría bien.

– ¿Por qué no vas y le pides un castigo? ¿Eh? – hice de todo por no reaccionar al sentir su mano tomando y tirando con brutalidad de mi cabello, buscando mis ojos con esa mirada asesina. – Después de todo, le faltaste el respeto al atacarlo y te mereces que te haga lo mismo que a tu noviecita.

– Suéltame... – susurré a duras penas, sintiendo que ya no podía aguantarlo más. No podía estar hablando en serio, no podía saberlo. Él no sabía nada.

– ¿Qué dijiste? Mírame a la cara cuando te hablo. – alzó mi barbilla con fuerza para que le diera la cara. La sonrisa enfermiza que me dedicó hizo que se me revolvieran las tripas y se me helara la sangre. – Eres igual de mierda que Emily, esa perra no conocía otra cosa que el cinturón de su dueño cuando se bajaba los pantalones frente a ella. O mejor aún, cuando la colgó con él mientras tú se la...

Le di un puñetazo tan fuerte que hasta creí que me había roto los dedos, pero en seguida descubrí que aquello sería la menor de mis preocupaciones. Especialmente cuando sentí el cabezazo que por poco me parte la nariz y el rodillazo que me arrebató el aire por tiempo suficiente para que Maddox me estampara contra un árbol e hiciera presión sobre mi cuello, buscando asfixiarme.

– Escúchame bien, pedazo de mierda. – apretó aun mas fuerte y pude sentir como mis pies dejaban de tocar el suelo con relativa facilidad mientras la sangre no paraba de manar de mi nariz. – Tú no eres nadie para atacarme, no eres más que el juguete nuevo de Arthur y ambos sabemos como terminará eso. ¿No es así, Carboncito?

Aun con el dolor y la falta de aire, no dudé en propinarle otro golpe en la cara. El resultado fue un puñetazo en mi estómago, pero no lo pensé dos segundos antes volver a golpear su jodido rostro. Incluso cuando lo sentí retorcer mi muñeca y presionar mi cuello con más ímpetu, me resistí lo mejor que pude y enterré mis uñas en su brazo hasta que lo sentí sangrar.

– ¡Vete a la mierda, enfermo! – le grazné en la cara al tiempo que le encajaba una patada baja, provocando que me soltara rápidamente para aferrarse a sus partes. – ¡Tú no sabes nada! – grité furioso mientras jadeaba buscando recuperar el aire perdido.

Intenté buscar a Arthur con la mirada por menos de un segundo, pero eso fue suficiente para sentir a Maddox sujetándome por el rostro y apretando hasta sentir mi mandíbula crujir. No había pasado un segundo antes de ser consciente de como todo su cuerpo se iluminaba con un aura puramente blanca y en su puño iba a acumulándose bastante antes de soltarme un contundente golpe en el estómago que me hizo volar varios metros por detrás, impactando mi cuerpo contra varias ramas antes de ser interceptado en medio de la caída por un par de manos que impidieron que mi cuerpo derrapara por todo el suelo del bosque.

«HP: 1/10»

«Se ha desbloqueado una nueva habilidad»

«Habilidad: Percepción»

Arthur había detenido mi precipitado vuelo, pero eso no me evitó toser una exagerada cantidad de sangre, regando el suelo con ella. Inconscientemente, volví a prestarle atención al sistema y con ello me llevé un horrible susto al tener a Maddox caminando abravecido en mi dirección. Claramente dirigiéndome una mirada de muerte mientras cargaba en sus brazos más de esa aura blanca que lo rodeaba.

– ¿¡Qué crees que estás haciendo!?

Maddox frenó su estampida al tiempo que Arthur me dejaba apoyado cobre las raíces sobresalientes de un tronco seco y se alzaba frente a su subordinado. – Te dije que no podías lastimarlo y aún así...

– ¿Aún así qué? Responde, Capitán. – la sonrisa torcida y el tono empleado hicieron ver a Maddox como un auténtico lunático, aunque yo ya lo supiera. – Me dijiste que le hablara, pero no que fuera suave con él, ¿O me equivoco? – habló una vez se dio cuenta de que Arthur no iba a contestarle.

Y yo no podía entenderlo, ¿Arthur le había pedido que me hablara? ¿A la bestia de Maddox?

Volví a escupir sangre al momento en que me puse de pie y caminé hacia ellos. Le temía a Maddox, aún más después de terrible paliza, pero eso no lograba que mi enfado hacia él mermase. Al contrario, con Arthur cerca, sentía que su sola presencia lo acrecentaba aun más.

No tenía que defenderme, yo podía solo. O ese tendía a ser mi estúpido razonamiento cuando me daban una paliza y alguien intentaba ayudarme. No quería su ayuda, yo podía con todo. Siempre había podido con todo.

– Te pedí que lo aconsejaras, no que lo golpearas. – gruñó casi en su cara. – Veté ahora. ¡Ahora! – bramó perdiendo toda la compostura que creí era inagotable. A regañadientes, Maddox se retiró, no sin antes lanzarme una mirada de advertencia mientras se alejaba.

Inmediatamente le contesté con otra igual de furiosa.

– Ven, vamos a curarte.

Ni siquiera me digné a mirarlo, simplemente continué mi camino de regreso al campamento y me eché a un lado del tronco, esperando a un agotado Arthur.

No estaba de humor para nadie.

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