1 El Comienzo

Año 9987, Día 45 del Mes de las Flores.

Un joven corría mientras era perseguido por un Perro Salvaje, un Monstruo que habitaba en los exteriores del Condado de Vermont con mucha libertad, después de todo, la seguridad en los exteriores en el condado era pésima, aunque eso se le podía atribuir a su lejanía de la capital y al tener de vecino al Gran Bosque Oscuro.

El joven era más lento y muchísimo más débil que el monstruo, pero era debido a las heridas del Perro Salvaje que había recibido en un combate no hace mucho que no podía alcanzar al joven que solo por poco lograba salvarse, aun así, cada vez más el muchacho empezaba a perder velocidad y a cansarse aún más.

Hasta que finalmente el monstruo logró azotar su cuerpo sobre la espalda del joven haciendo que el chico de apenas doce años cayera al suelo adolorido.

"¡Ah!" – el gritó de dolor resonó por la zona, mientras que el monstruo se erguía con un ladrido que anunciaba su victoria al poder finalmente atrapar a su cena del día de hoy, el joven veía con ojos temerosos a la criatura que se acercaba cada vez más.

"No…" – le temblaba todo el cuerpo, no solo por miedo, sino también por el dolor que recorría sobre su espalda. – "¡Aléjate!" – exclamo el chico mientras le lanzaba una pequeña piedra que encontró en el suelo cerca de él, aun así, la bestia se acercaba más y más.

"Grrr." – el monstruo sabía que no había posibilidades de que el chico fuera una amenaza, por lo que se acercó con lentitud mientras veía con más calma a su futura cena que empezaba a temblar más y más.

Y así, de un salto el Perro Salvaje se lanzó sobre el chico.

"¡¡AH!!" – el joven realizó un grito de dolor al recibir la mordida sobre su hombro derecho, pero antes de que el monstruo terminara por arrancar la piel del muchacho, recibió un ataque de muerte.

"¡Luciel!" – un hombre viejo, alto y algo musculoso había llegado, portaba con él una espada carmesí, y había degollado al monstruo de un solo ataque. – "¡Luciel!" – rápidamente quito la cabeza degollada del joven chico, y trato de parar la sangre mientras se enfocaba en el estado del joven.

"Don… Don Armando." – dijo el chico débilmente.

"Tranquilo Luciel, estoy aquí." – dijo el hombre mientras cargaba con facilidad al chico y comenzaba a correr.

"¿Por… por qué?" – preguntó el chico.

"Deja de hablar, luego tendremos tiempo de hablar." – dijo el hombre.

"Yo…" – el chico miraba al cielo, un cielo adornado no solo por estrellas, sino por lunas, lunas de diferentes tamaños y colores, una imagen que hace unos días le hubiera resultado imposible de ver, una imagen que le recordaba una y otra vez que ya no estaba en la Tierra.

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