29 27

Capítulo Veintisiete

Aparición

Después del desayuno el capitán anuncio que haríamos una parada en la baronía de Damb para reabastecimiento. Esa era mi parada. De acuerdo al itinerario que me fue entregado, tenía que hacer nueve examinaciones en un periodo de seis meses. La misión en sí era muy sencilla, era el desplazamiento lo que la hacía tan problemática. El Archipiélago de Lonrok era uno de los continentes más pequeños en el mundo, pero aún así su tamaño era brutal. Uno de los mayores problemas para viajar en el continente era la forma de la isla central. La tierra estaba prácticamente dividida en dos, por lo que para viajar de una esquina a la otra se debía de cruzar toda la isla. Había varios puertos clandestinos que cruzaban el canal central, pero pocos eran confiables. Eso sin mencionar sus altísimos precios.

Otro de los problemas era la pobreza general del continente. Era una tierra muy desafiada debido al poco comercio que mantiene con el exterior. En total, solo había dos ciudades relativamente grandes. Una de ellas era la capital, Verdas. La única ciudad donde se mantenía un nivel de vida decente. La segunda localidad era un pueblo muy grande, casi una ciudad pequeña. Ahí se encontraban la mayoría de las minas del continente, por lo que tampoco era un mal lugar para vivir. El resto de poblados eran muy pequeños y decadentes. Aunque las baronías, condados y ducados tenían cierta reputación de prosperidad, esto era solo para las familias importantes. El resto de los habitantes solo podían trabajar para poder comer al final del día. Hasta Puertogrís, que era una de las localidades más importantes del territorio era un pueblo casi vacío donde lo único que daba una buena remuneración era el comercio.

Todo esto implicaba que había muy pocos medios de transporte para ir de un lugar a otro. También era muy peligroso viajar solo por los caminos. El hambre convierte hasta al más virtuoso de los hombres en un salvaje, más aún si tiene una familia que alimentar. Gracias a todos esos factores una misión que tomaría un máximo de dos meses en condiciones óptimas se había extendido a un estimado de seis meses.

Mi itinerario abarcaba tres baronías, dos condados, un archiducado y tres ducados. Afortunadamente todos estaban del mismo lado de la isla, por lo que el tiempo se había reducido considerablemente. Sentí las vibraciones del dirigible tocar tierra, por lo que con un poco de magia de ilusión oculté el escudo de la academia. No quería que muchas personas me reconocieran, después de todo. Tomé mis posesiones y bajé de la nave.

Al pisar tierra, no pude evitar respirar profundamente y sonreír. Estaba en mi hogar, después de todo. Mirando a mi alrededor pude ver a varios hombres cargando sacos desde y hacia la nave, reabasteciendo las provisiones del dirigible. Sonreí y empecé a caminar hacia la mansión de la baronía, dispuesto a iniciar mi misión con el pie derecho. Sentía como varias personas me miraban, aunque no me molesté en hacerles caso. Siendo un mago de acero había pocas cosas en el continente que me pudieran dañar. Pronto un hombre muy viejo usando ropas elegantes se paró frente a mí. Parecía un mayordomo a juzgar por su postura y tono de voz.

—Disculpe, ¿me podría decir qué asuntos tiene en la baronía Damb? —preguntó el anciano. Su rostro parecía exudar amabilidad, pero su mirada dejaba en claro su molestia.

—Vengo a ver al barón de parte de la Academia del Roble Partido. —respondí sin emoción en mi rostro. Sin embargo, el anciano se inclinó en reverencia con miedo en su rostro.

—Mis disculpas, maestro —respondió casi tartamudeando —. Mi nombre es Fet, mayordomo del barón Damb. Por favor, sígame. —dijo mientras empezaba a caminar frente a mí dirigiéndose a un carruaje. Él se montó en el asiento del conductor no sin antes abrirme la puerta de manera deferencial.

El trayecto no fue muy largo, pero pude entender un poco mejor la situación en la baronía mientras caminábamos. Usualmente los vasallos de un noble o algún miembro de la realeza se veían obligados a tratarlos con el mayor respeto posible. Sin embargo, no había ni una señal de respeto al carruaje. Principalmente había miradas hostiles, resultado del trato que evidentemente les daban a los granjeros y agricultores. La poca cantidad de edificaciones que pude ver estaban hechas casi en su mayoría de madera y arcilla.

Mientras más nos acercábamos a la mansión el panorama empezó a cambiar. Las casas pasaron de ser de madera a piedra. Las personas de usar ropa sucia y maltratada empezaban a aparecer con ropa de alta calidad. Poco después llegamos a la mansión del barón. El mayordomo me abrió la puerta del carruaje y me pidió esperarlo fuera de la mansión. Asentí y esperé. No pasaron más de cinco minutos cuando un hombre de mediana edad con el cabello castaño y una barba grisácea apareció en la puerta, a su espalda estaba en mayordomo que me había traído a la mansión, con una expresión de miedo y arrepentimiento.

—Señor, disculpe a mi sirviente, no entiende la gravedad del insulto por hacerlo esperar fuera de la casa —dijo mientras se inclinaba en reverencia —. Mi nombre es Lancet Damb, cabeza de la baronía, le agradezco mucho por su presencia en mis tierras. —dijo sin levantarse. Su actitud me extrañó bastante. Es un noble, después de todo. Aún cuando Syre me examinó mi padre me indicó actuar con el mayor respeto posible, y siempre he escuchado el gran estatus social que tenemos los magos. Sin embargo, la academia se había encargado de hacer que lo olvidara. Al parecer había subestimado mi poder.

—¿Lancet? —contesté de manera arrogante, tratando de actuar como se supone que debería —No te preocupes, errores ocurren a cada momento. Dime, ¿quién necesita la examinación?

—Señor, es mi primogénito, Kell. Es él a quién me gustaría que examinara, por favor. —dijo levantándose un poco, lo suficiente para mirarme a los ojos. En ese momento sentí un poco de confusión por su parte. Claro, había olvidado lo joven que soy en comparación a otros magos.

—No hay problema —contesté mientras le indicaba con una mano que se levantara —. Necesito un cuarto donde haya privacidad, de preferencia un lugar callado.

—Por supuesto, señor. Mi oficina será adecuada. Por favor, sígame. —aún podía notar un poco de desconfianza en su mirada, pero no me molestó en absoluto.

Llegamos a una habitación bastante grande. Había un escritorio de por lo menos dos metros de largo. Había varios libreros a los lados, aunque los libros que contenían no eran precisamente de buena calidad. Al decirle que el espacio era adecuado Lancet se retiró de la habitación, tentativamente a buscar a su hijo.

Esperé por más de quince minutos hasta que llegaron. Kell era un niño de muy baja estatura. Sin embargo, se podía notar el aire de nobleza que cargaba. Entró al cuarto con una expresión contraria a la humildad y al verme hasta sonrió un poco.

—Señor, este es mi hijo, Kell. Cumplió doce años el mes pasado. —dijo de manera respetuosa.

—Bien. Puedes irte, Lancet. Por favor cierra la puerta. —le dije mientras miraba al pequeño Kell. Lo miré por más de un minuto hasta que su molestia se tornó evidente.

—¿Señor? —dijo tratando de hacer que me concentrara. En sus ojos, me había distraído con algo.

—Kell —dije mientras lo miraba a los ojos —, siéntate —inmediatamente después me senté en el piso con las piernas cruzadas. El niño me miró con un poco de burla, pero me imitó —. Dime, ¿sabes por qué estoy aquí? —pregunté.

—Para examinar mi potencial en la magia. —respondió con una sonrisa orgullosa.

—Si, se podría decir —respondí mientras sacaba una esfera de cristal de mi cartera espacial —. Lo que voy a hacer es medir el tamaño de tu fuente de mana, analizar tus afinidades y examinar tu potencial. Necesitas tener un potencial de al menos tres para poder inscribirte en una academia decente. Hay varias que te tomarían con uno, pero son academias malas. El potencial varía entre cero y diez más. Coloca tus manos alrededor de la esfera y concéntrate. Voy a mover mana alrededor de tu cuerpo. Es posible que te duela un poco. —dije seriamente mientras ponía la esfera en el piso frente a nosotros y colocaba una mano en su frente.

La esfera es un artefacto utilitario. Se usa para analizar las aptitudes de aspirantes a magos de la misma manera que los cristales. La diferencia es su precio. La esfera de examinación cuesta un poco más de doscientas arcanas. Sin embargo, sus materiales solo cuestan cincuenta y es muy fácil de hacer. La razón por la que cuesta tanto es su rareza. Son muy pocos los magos que la usan, por lo que es muy raro ver una en venta. La decidí usar debido a su exactitud y que es reutilizable.

Cinco segundos después de iniciar la examinación la esfera tomó un color opaco. Súbitamente empezaron a aparecer palabras en Drah'khn dentro de la esfera junto con algunos números. El cambio al parecer impresionó a Kell que abrió los ojos de una manera exagerada y todo el color de su rostro desapareció. Tomé la esfera en mis manos y leí los resultados.

—Bien, tienes afinidad de sesenta con el atributo de agua y tus reservas de mana son de seis. Usualmente eso es una buena señal, pero tu aptitud… —dije mientras lo miraba a los ojos. Sabía por experiencia propia lo duro que es que te digan que no tienes potencial, pero no podía mentir —Tu aptitud es de uno. En pocas palabras no tienes futuro como mago. Lo único que podrías hacer es quedarte como un acólito toda tu vida, y ninguna academia querrá reclutarte por esa razón. —dije mientras suspiraba.

¿Uno? —dijo Kell mientras me miraba, sorprendido. Sin embargo, sus ojos rápidamente degeneraron al enojo —Eso es mentira, estás equivocado —dijo iracundo —. ¿Sabes quién soy? Soy el primogénito del barón Lancet. ¡BARÓN! —empezó a gritar —¿Qué carajo puede saber una escoria como tú? Seguramente ni siquiera eres un mago. Eres una total basura, ¡UNA BASURA! —dijo mientras me lanzaba un golpe. Desde un principio sabía que este niño iba a ser un problema, pero no esperaba que fuera tan idiota.

Tomé su brazo con una mano y arrojé hacia un costado. Aún estábamos sentados en el suelo, pero con mi fuerza no importaba mucho. Kell se estrelló con uno de los libreros, aunque no muy fuerte. Después de todo no quería lastimarlo de gravedad, eso se vería mal en mi reporte.

—Escúchame bien, insecto —dije mientras me levantaba y lo miraba con ojos indiferentes —. Tienes que aprender a tratar mejor a tus superiores, ¿me entendiste?

—Nadie es mi superior, idiota —respondió iracundo. Nadie nunca se había atrevido a tratarlo de esa manera. Para un niñato noble que ha sido mimado toda su vida que alguien le levantara la mano era inconcebible —. Mi padre te matará, ¡TE MATARÁ! —dijo mientras apretaba sus dientes.

—Al parecer tengo que enseñarte una lección, ¿no es cierto? —me acuclillé a su lado y saqué la sonrisa más sádica que tenía —¡Lancet! Sé que estás afuera, entra de una buena vez. —dije con una voz grave pero no elevé mi tono. Lancet inmediatamente entró a la habitación.

—Señor… —dijo el barón mientras miraba a su hijo, el color drenado de su rostro.

—¡Padre! Qué bueno que estás aquí. Mátalo, se atrevió a lastimarme. —la mirada de Kell pronto se tornó en una de burla mientras me veía a los ojos, esperando la respuesta de su padre. Sin embargo, esta nunca llegó.

—Lancet, tu hijo tuvo la osadía de intentar golpearme a mí, un mago de acero, ¿qué opinas al respecto? —dije todo sin borrar mi sonrisa y manteniendo el contacto visual con Kell, que parecía confundido.

—Señor, no, Maestro, por favor perdone a mi hijo. Es solo un niño que no entiende el mundo. —dijo mientras se inclinaba hacia mí. Kell empezó a cambiar de expresión nuevamente. Esta vez, con una de miedo.

—Lancet, arrodíllate ante mí y pídeme disculpas. —dije sin emoción mientras el barón obedecía mis órdenes.

—Maestro, en nombre de toda la familia, le pido perdón. Ninguna cantidad de palabras podrá compensar el insulto que le hemos hecho… —dijo mientras Kell comenzaba a llorar.

—Dime, Lancet. Yo opino que la muerte de Kell es un castigo adecuado por su insulto, ¿no lo crees? —dije mientras agrandaba mi sonrisa todavía más. —O tal vez deba castigar a toda la familia Damb. Después de todo, esta escoria es el heredero, ¿no es así? Dime, ¿Cuál prefieres? ¿Mato a Kell o mato a toda la familia?

—Maestro, por favor le ruego perdone a mi familia. Si es necesario tome la vida de Kell, pero por favor no lastime a mi familia, ellos no tienen nada que ver en el asunto. —dijo el barón con una voz temblorosa. Realmente estaba enfrentando un dilema moral, pero si las dos opciones eran la vida de su primogénito o la vida de toda su familia, evidentemente escogería la primera. Después de todo, su vida se perdía en las dos opciones, ¿por qué castigar al resto de la familia en vano?

—¿Lo ves? —susurré al oído de Kell. Sus ojos parecían despojados de vida, la mirada de una persona que sabe que su muerte se aproxima —Ante mí, hasta tu padre ha decidido que es mejor que mueras, ¿cómo exactamente esperas matarme a mí? —le dije mientras me reía un poco. Kell empezó a llorar como nunca antes había visto a nadie hacerlo. La tortura mental a la que lo había sometido lo dañaría por años. Me levanté y apunté con un dedo a Kall, su mirada completamente aterrorizada —Maldición de Potestad —dije en Drah'khn y una niebla negra que emanó de mi dedo rodeó al joven noble, entrando por sus siete orificios faciales.

—No… ¡NO! ¡AHHHHH! —Kell empezó a gritar en agonía. En este momento y por todo el siguiente mes sentiría como si los huesos de todo su cuerpo se rompieran con el menor estímulo. Si movía aunque fuera un milímetro su mano sentiría como si se la hubieran cortado y al respirar sentiría como si le hubieran dado un mazazo en el pecho. El dolor causado haría que se moviera más, desencadenando dolor intenso en una parte más de su cuerpo. Era un hechizo muy sencillo y no lo dañaría al largo plazo, pero era un método eficiente de castigo.

Por supuesto que no iba a matarlo, mucho menos a su familia. Sin embargo, realmente odiaba la actitud de los nobles. Actúan como si nada los pudiera dañar nunca, como si fueran los dueños de todos los que conocen. Es la misma razón por la que traté a Netsuo de la manera en la que lo hice.

—Lancet, salgamos de aquí. —dije mientras salía de la oficina y me alejaba del lugar. Me detuve hasta que dejé de escuchar los gritos. El barón me siguió todo el camino.

—Señor… —dijo al detenerse detrás de mí. Se inclinó en reverencia una vez más, lágrimas saliendo de sus ojos.

—Tienes que educar a tus hijos mejor —respondí mientras lo miraba con indiferencia —. En resumen, tu hijo tiene una afinidad pasable, unas reservas normales y una aptitud pésima. No es apto para ser un mago, aunque asumo que lo escuchaste cuando se lo dije. La cuota de la examinación son cinco oros y exijo que me proveas de transporte hacia la baronía Belverd. Es mi compensación por el insulto que me hizo tu hijo. Kell sufrirá por un mes, pero no tendrá daño permanente.

—Claro, señor. Inmediatamente me encargaré del carruaje. Muchas gracias por perdonar a mi hijo, su bondad no tiene fin. —dijo mientras me entregaba una bolsa. Al abrirla vi que había cinco arcanas dentro. Era mucho más de lo que había dicho, pero no la rechacé.

Treinta minutos después abordé un carruaje que era mucho más grande que en el que había llegado. Me sorprendí al notar que también había una escolta de cuatro caballeros y un paladín. Probablemente las tropas de élite del barón. Al parecer estaba realmente agradecido de que no maté a su hijo. Aunque la baronía de Damb era la más cercana a la baronía de mi padre la distancia aún así era demasiada. Tardamos un total de siete días en alcanzar nuestro destino. Decidí que me dejaran en las afueras del pueblo central de la baronía de mi padre. En ese lugar se encontraba el mayor número de casas y tiendas de todo el territorio. Lo mejor de todo era que se encontraba a dos horas caminando de la mansión donde había crecido.

Busqué la mejor posada del pueblo y entré sin preocuparme por nada más. Dentro de ella había mucha gente del pueblo llano. Campesinos, carpinteros, herreros, todo tipo de profesiones desfilando frente a mí. Sin embargo, el momento en que vieron mi ropa y porte todos me miraban con envidia y odio. Así era la vida en este mundo. Los de abajo envidian a los de arriba. Había poco que se pudiera hacer para cambiarlo. Me acerqué al contador de la posada. Ahí estaba un hombre muy fornido, mirándome. Aunque en sus ojos no había odio, sino felicidad.

—Hola, quiero la mejor comida que tenga y un cuarto por una noche. —dije mientras colocaba un oro en la barra.

—Por supuesto, señor. Me encargaré de que tenga el mejor filete de toda la baronía y el mejor cuarto de toda la posada. —dijo con respeto mientras tomaba la moneda.

—También busco información. Acabo de llegar a estas partes y no estoy enterado de las nuevas noticias, ¿tú sí? —pregunté con una sonrisa.

La información que obtuve se podía resumir en tres puntos. El primero y más importante era que el hijo del barón había desaparecido hace casi tres años, nadie lo había vuelto a ver. Había rumores que fue visto cerca de la costa del canal con un hombre anciano, pero no se pudo corroborar. Al parecer, el barón Belverd había contratado a los mejores rastreadores del continente, pero ninguno había logrado encontrar nada. También había noticias de un niño muy parecido a Zekke apareciendo en Puertogris, pero su color de cabello y ojos no coincidían. El segundo punto era que el barón se había vuelto a casar y ahora tenía una hija de seis meses llamada Erani. La tercera noticia era que se había desatado un conflicto entre la baronía Belverd y el ducado Hatshe. Nadie sabía las razones de esta última noticia, aunque parecía no ser serio. Solo había habido un par de escaramuzas entre miembros de sus armadas. Nadie le daba mucha importancia al conflicto, pero yo sabía lo problemático que podía llegar a ser.

Poco antes de subir a mi habitación para no salir por todo el día, hubo un poco de problemas en la calle, justo fuera de la posada. La curiosidad me venció y decidí ir a ver lo que pasaba. Al salir me encontré con una escena interesante. Un grupo de diez caballeros y un acólito de segundo grado estaban rodeando a una persona a la mitad de la calle. El acólito era un hombre de unos cuarenta años, probablemente sin esperanza para avanzar a un mago completo.

—¿Qué demonios es lo que quieren? Ya les dije que no tengo idea de que están hablando. —dijo la persona rodeada con una voz femenina. Algo me parecía familiar de aquella voz, pero no lograba entender qué.

—No mientas. Nuestra misión es presentarte al barón para ser interrogada. Tú misma te delataste. —respondió el acólito mientras liberaba su aura.

—¡Ya te lo dije! Solo vine para preguntar si estaba aquí, no tengo idea de que hablas con su desaparición. Yo lo vi en Puertogris hace años. —nuevamente respondió la mujer rodeada. No podía distinguir su rostro ya que estaba cubierta por una capa gris, pero me daba una sensación de familiaridad.

—Si no vienes por voluntad propia te tendremos que tomar por la fuerza. —dijo mientras preparaba un hechizo.

—¿Es así? —preguntó la mujer mientras ella también preparaba su aura. Aunque era muy débil por el agotamiento y sus heridas, pude notar que se trataba también de una acólita de grado dos. Ella también empezó a preparar un hechizo, pero se detuvo a la mitad ya que su mana se había agotado. El resultado fue un pequeño destello y una breve ráfaga de viento que descubrió su rostro, un rostro que me era muy familiar.

—Es suficiente —dije mientras el aura de un mago de acero invadió el lugar. La diferencia entre acólitos de rango uno y dos, aunque en términos de combate hace una gran diferencia, no es mucha. Sin embargo, el mana de un mago de acero es increíblemente superior. La mayoría de los civiles en la zona cayeron al suelo sintiéndose débiles, y ambos acólitos voltearon a verme —¿Se puede saber qué es lo que están haciendo? Preparando hechizos en un lugar como este, el resultado pudo haber sido la muerte de varios de los presentes. —dije mientras retiraba mi aura. Los civiles que estaban en el suelo rápidamente me abrieron paso y, al verme caminar hacia ellos, los dos acólitos se inclinaron en reverencia. No importa donde fuera, la diferencia de estatus entre un acólito y un mago incompleto es la misma que entre un mago completo y uno que no lo es.

—Señor, le pido que por favor no interfiera. Esta mujer debe ser arrestada e interrogada, son órdenes del barón —al ver mi rostro la mujer se relajó y cayó al piso, desmayada —Ya hemos completado el trabajo, ¿ve? No le causaremos problemas a usted o a los ciudadanos, solo nos la llevaremos. —dijo mientras le indicaba a uno de los caballeros que la recogiera, este inmediatamente obedeció. Sin embargo, de un instante a otro, me moví hasta aparecer entre el soldado y la mujer desmayada.

—No he dicho que se la pueden llevar —dije con una voz indiferente —. Además, ¿me pueden explicar por qué la quieren? —pregunté

—Señor, esta acólita apareció en la mansión del barón buscando a Zekke Belverd, el primogénito desaparecido del barón —respondió como si eso lo explicara todo —. Dijo que lo conoció en una fecha cercana a su desaparición en puertogris, lo que la convierte en la última persona en haberlo visto y, por lo tanto, debe ser interrogada. —dijo finalmente.

—Ya veo. ¿Es por eso que estás aquí, Hume? —pregunté mientras miraba al caballero frente a mí, evidentemente confundido, pero eso no evitó que me respondiera.

—Sí, estoy aquí por esa razón. Soy uno de los caballeros de confianza del barón, por lo que se me encomendó esta misión. —respondió sin preguntar como sabía su nombre.

—Una última cosa, ¿desde cuándo tiene el barón un acólito a su servicio? —pregunté con genuina curiosidad.

—Soy el líder del equipo de rastreo que contrató el barón para encontrar a su hijo. Vengo del gremio de la capital. —respondió, aún en reverencia.

—Bien —dije mientras me acercaba a Hume con una sonrisa en mi rostro y lo miraba a los ojos —. Hume, lamento haberte causado todo esto. Dile a mi padre que mañana iré a la mansión y que me encuentro bien, ¿sí? —dije mientras colocaba mi puño frente a el con tres dedos extendidos.

Hume, como el mismo lo había dicho, era uno de los caballeros en los que mi padre más confiaba. Por lo tanto, había sido él quien me enseñó a usar la espada y el arco. También me enseñó a montar. Supongo que en gran parte es la razón de mi habilidad física. El puño con tres dedos extendidos era un saludo que inventé cuando era muy pequeño y solo se lo enseñé a él. Extrañado, Hume vio mi rostro y se relajó, mientras se arrodillaba frente a mí.

—Maestro Zekke, es bueno ver que se encuentra bien. Nos tenía a todos muy preocupados. — dijo muy calmado.

—¿Qué sucede? ¿Quién eres? —preguntó el acólito evidentemente sorprendido por la actitud de Hume. Era uno de los soldados más determinados que había visto jamás, por lo que le sorprendía que se arrodillara frente a un joven que se interponía en su misión para encontrar a su querido maestro.

—Zekke Belverd, mago de acero de la Academia del Roble Partido, pupilo del mago de plata Devren, me encuentro en una misión de examinación. Dile a mi padre que lo iré a ver mañana sin falta, momento en el cuál seguramente dará por terminada tu misión. —dije mientras me acercaba a la mujer desmayada y la cargaba en mis brazos.

Que el hijo del barón que gobierna el territorio donde vives apareciera de un momento a otro y se hospedara en tu posada seguramente levantaría unas cuantas cejas, por lo que todo lo que le dije a Hume y al acólito rastreador estuvo bajo un hechizo de barrera. Nadie más que nosotros pudo escuchar una sola palabra de lo que dijimos, ni siquiera el resto de los soldados. Con la mujer desmayada entré a la posada de nuevo.

—Oye, voy a necesitar un cuarto doble en lugar del sencillo —dije mientras miraba al posadero —, una plata si me llevas ahí en este momento. —el hombre asintió y me llevó a un cuarto con dos camas. Las dos eran muy lujosas, pero decidí colocar a la mujer en la que se veía más limpia. Le quité los zapatos y la capa para después cubrirla con una manta.

Saqué de mi cartera espacial un par de pociones y, con mucho cuidado, se las di a beber a la mujer inconsciente. Solo al darme cuenta que su respiración se había regularizado pude relajarme un poco. Suspiré y miré el rostro de la mujer.

—No esperaba encontrarte aquí, Dannia. Lamento haberte causado problemas. —dije con una sonrisa antes de ir a mi cama. Medité y dormí por el resto de la noche.

avataravatar
Next chapter