6 I

Vislumbro el paisaje a través de la ventana, el vidrio imposibilita que la brisa irrumpa en la habitación. Los coches transitan con normalidad, la contaminación acústica es colosal, el claxon suena sin parar, en circunstancias semejantes medito sobre la estúpida que es nuestra especie, la civilización los hundió en la ignorancia, una vergüenza total si se contrasta con la evolución.

El silencio es un privilegio majestuoso, siempre lo he anhelado, tranquilidad pura en su pleno esplendor. A pesar de mi postura, la multitud prefiere eternizar con el necio idealismo progresista, un engaño que pocos se atreven a enfrentar.

—¡Poel!

—¿Sí? —giro mi rostro en su dirección.

El pequeño de diez años permanece con la mirada en mí, supongo que es momento de proseguir, clases de refuerzo de lenguaje, admito que el dinero conseguido no es suficiente para vivir de manera independiente, sin embargo, será ventajoso mientras reúno el capital económico para ingresar a la universidad.

Integrar un linaje de bajos recursos suele acarrear millares de aprietos, la carencia de plata genera bretes.

—¿Continuamos?

—Claro, discúlpame —regreso a la silla de madera y tomo asiento.

Es increíble la rapidez con la que transcurre el tiempo, puedo asegurar que en un instante se inauguraba mi carrera educativa, el estreno en la primaria, mágicamente bastó de un parpadeo para transformarme en un estorbo… No topo sinónimos para describirme.

—¿Tienes un lápiz? —niega con un suave movimiento de cabeza—. Ok, usarás el mío.

Conduzco la extremidad derecha al bolsillo de mi pantalón, revelando el artefacto de escritura, se exhibe desgastado.

—Abre la boca.

—No.

—¿Te quieres mejorar?

Ben acata la orden, aguarda sentado en la litera, mueve las piernas adelante y atrás, deduzco que le falta adaptarse a las lecciones particulares, lo conocí la semana pasada, no es de extrañar.

—Muerde con fuerza cuando te avise, ¿De acuerdo? —acomodo el elemento entre sus dientes, es grandioso que no padezca de caries, me apiado de los odontólogos—. Ahora.

El muchacho de cabello anaranjado rojizo desempeña mi petición, otorgándome la oportunidad de precisar en su apariencia. Flaco, tez trigueña, pelo corto y rizado, sobresalen las pecas alrededor de la nariz.

Nadie hubiera predicho mi tarea.

La inocente criatura soporta un horripilante destino, convivir con papás tacaños, el par de irresponsables opta que su servidor emplee el tratamiento del fenómeno de lambdaización a cambio de ahorrarse varios miles de euros, coste estimado para asistencia profesional, ojalá prospere, de lo contrario acabaré con una mala referencia laboral.

—Anoté una lista con treinta frases para iniciar la practica —omito las arrugas ocasionadas por el período que estuvo en el saquillo.

Atisbo al joven adolescente, mi pertenencia fue empapada con saliva, una imagen en verdad asquerosa.

—Di rana —indico.

—Lana.

—No, pronuncia la r, utiliza el paladar.

—Lana.

Cubro mi faz con las dos palmas, me sumergí en un inmenso lío, requiero de un milagro para salvarme, no hay modo en que logre salir a salvo.

—Modifiquemos la expresión, prueba… —reviso la enumeración—. Arma.

—Alma.

—Maldita sea —murmuro a la vez que desvío la vista.

Sé que el impedimento vocal no es su culpa, se ha tornado en un inagotable sufrimiento, es notorio el esfuerzo que realiza. La lateralización dialectal es bastante común, en diversos países americanos se presenta con frecuencia, incluso sin que se considere enfermedad, la confusión de fonemas no conserva cura, lo que complica su procedimiento.

Lo primordial es mantener la calma, si exploto podría terminar hiriendo la autoestima del chico, conozco tal sensación y no aspiro causarle daños irreversibles.

Tomo una bocanada de oxígeno, de inmediato vacío los pulmones.

—¿Soy un inútil?

—¿Qué?

—No consigo ningún avance —asevera.

—El problema es el medio, no te alarmes, lo solucionaré.

La confianza se minimiza al recibir criticas ajenas, un halago te marca perpetuamente, un insulto derriba la seguridad forjada en décadas, es descifrable que los psicólogos acojan tantas sesiones en la actualidad, nos acostumbramos a reprochar al prójimo sin recapacitar en los males inducidos.

—¿Ya no lo necesito?

—Alteraré la técnica.

—Ten —intenta devolverme el objeto con baba.

—Es tuyo, un obsequio.

—Glacias.

—Imita lo que haga, ¿Entendido?

—Sí.

Inflo las mejillas con aire, reteniéndolo escasos segundos, cumplido el lapso lo suelto, repito la fórmula tres ocasiones.

—Bien hecho —certifico.

—¿En qué me ayuda?

—Son ejercicios faciales, funcionará —espero—. Hincha el cachete izquierdo y luego el otro, ¿No tendrás agua? Sería de mayor eficacia.

Si se contabilizan los cinco billetes que obtengo como salario, es equilibrado el tipo de instrucción.

Diviso la hora en mi reloj, señala las cuatro en punto.

—¿Traes goma de mascar?

—No, ¿Pala qué? —interroga.

—Es útil para aumentar la agitación de tu lengua.

—Ilé a la cocina, quizá halle.

El chiquillo abandona la recamara vertiginosamente. Tan pronto como parte, escucho el timbre de mi celular, que raro, no habitúo acoger llamadas, el número es distinguido.

—¿Aló, mamá? —atiendo.

—¿Dónde estás?

—Marchant.

—¿Qué haces en ese barrio?

—¿Olvidas mi labor?

—No importa, te contacté por asuntos que te conciernen.

—¿What?

—Berry vino a la casa —comunica.

—¿Mi prima?

—Saldré y no quiero que se sienta sola.

—Comprendo.

—Apresúrate.

Cuelgo y guardo el teléfono en mi mochila.

La puerta se despliega de improviso, la pieza de abeto impacta de forma estrepitosa con el muro, se libera un fuerte escándalo que alcanza a asustarme, pone mi piel de gallina.

—Perdón —comenta.

—¿Listo?

—Sí.

Se me dificulta disimular ciertas emociones, raz��n por la que el infante percibe mi inquietud.

—¿Ocurrió un inconveniente?

—…

—Cuéntame.

—¿Te incómoda si parto?

—Mmm.

—Repondré lo restante.

—Bueno.

—Te lo agradezco —guío el morral hacia mi espalda y lo cargo con firmeza—. Adiós.

Desciendo por la escalera a máxima velocidad, evito tropezar y convertirme en víctima de un grave accidente, es imposible que el día empeore. El clima reduce su temperatura a una celeridad asombrosa, quedo pasmado al ser testigo de la escena, me veré obligado a abordar un taxi. Las nubes no lucen opacas o sombrías, dudo que acontezcan precipitaciones, aun así, desearía haber traído un abrigo para soslayar escalofríos.

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