Oliver frunció el ceño. La acción de Rosemane de dejarlo solo cuando casi muere debido al perfume de feromonas le había privado de toda la confianza y cortesía que tenía hacia ella. Ahora, lo único que deseaba era no tener nada que ver con ella. ¿Qué estaría tramando ahora? No podía evitar sospecharlo. Sin embargo, el Padre Emperador estaba aquí y Oliver sabía que tenía que mostrarle cortesía básica. Así que asintió brevemente.
—He estado bien. ¿Y tú?
—Oh, estoy muy bien —respondió Rosemane inspeccionando sus recién manicuradas uñas y respondió pausadamente—. Nunca he estado mejor.
El Emperador se volvió hacia ella, inquiriendo.
—¿No dijiste que no te sentías bien ayer?
Rosemane sonrió dulcemente y su tono se volvió coqueto. Balanceó el brazo del Emperador como la niña mimada que era y de hecho, entre todos los hijos del Emperador, sólo Rosemane podía —o para ser exactos, se atrevía a— hacer eso. Siempre había sido audaz e intrépida.
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