3 Especial: La Serpiente Emplumada

CAPITULO III

Nos situamos muchos años en el pasado… En el Palacio de Quetzalcoatl, en los cielos, reino de los Dioses.

Se encuentra la Serpiente Emplumada enroscado sobre su espejo, su forma era a la de una gigantesca serpiente que puede tomar un infinito tamaño, su color esmeralda y plumas de puro blanco eran majestuosas. Este observa por su espejo el reino humano, viendo los sacrificios que hacen y como viven su día a día.

—Los humanos son extraños, no termino de comprender sus actos, siento una ambición amarga en cada una de sus obras…– El Dios se comienza a cuestionar si en realidad está bien cómo viven. —La vida es curiosa, sería bueno saber más sobre esto…

Sin previo aviso, este decide descender a la tierra en la ciudad que sería conocida como Tollan. En forma de una pequeña serpiente, entra en la boca de una mujer embarazada mientras estaba somnolienta; hasta que llegó al feto, haciendo que este se volviera su nuevo contenedor. Una piel clara, una melena rubia, ojos azules como el cielo, fueron las características del niño al nacer, teniendo una extraordinaria belleza.

—Tiene una apariencia imposible, está bendecido por los Dioses… Como si las plumas blancas hubiesen nadado hasta mi vientre. Su nombre será Azcóatl.

Así fue como Quetzalcoatl en forma humana paso su vida, entre preguntas a lo largo de su vida se fue cuestionando.

¿Por qué le temen a morir y aun así sacrifican a los suyos?, ¿Por qué el hambre a veces llega y esperan por abundancia de rodillas?, ¿Por qué los hombres se engañan solos? Viven de la mano de otros hombres.

Así vivió su vida, se cuestionaba cada cosa mundana de los hombres y su madre, ingenua y corriente, no tenía respuesta a ninguna de sus inquietudes. Azcóatl vivía con su madre y padre, tuvo una hermana menor y al poco tiempo del nacimiento de ella, su padre falleció a consecuencia de una enfermedad, cosa que no impresiono al Dios ni intento remendar.

Su hermana, Itzmaltzin, de una belleza única, ojos azules como el cielo y rubios cabellos, con un don por su forma única de ver el mundo, solo superada por su Azcóatl. Tomándola como alguien santa, teniendo que dejarlos placeres mundanos y mantener su castidad.

Itzmaltzin se tuvo que alejar de su familia desde temprana edad, sin muchas palabras no hubo queja ante la honra de vivir en los templos de los sacerdotes como una mujer conectada con los dioses, cosa que no era muy lejana a la realida.

Azcóatl ya había llegado a la edad de 16 años, para él no fue más que un efímero momento que paso volando entre sus nuevas experiencias. Pero, no todo eran experiencias gratas, muchas amargas; este día en el que toma la mano de su madre, que colapso por una enfermedad y solo pudo susurrarle sus últimas palabras.

—Eres un gran muchacho… Lamento no ser lo suficiente para ti, nunca pude enseñarte apropiadamente, la ignorancia que tengo solo es una prisión para tú potencial, yo sé que podrás lograr grandes cosas…– Dice moribunda hasta que su mano se suelta de las manos del joven Azcóatl.

Un Dios ve caer la vida humana frente a sus ojos, no era de extrañar después de ver tanto, no lloró, pero sintió inquietud, algo que le dio paso a saber que debía hacer en verdad; un nuevo sentimiento nació de la deidad.

De la vida humana descubrió muchas cosas, aprendiendo de sus placeres y viendo el caos que estos mismos se forman. Los sacrificios humanos no le parecía forma de homenaje, desperdiciar vidas con excusa de halagos, le dio desagrado dichas prácticas.

—Toda esta vida que se ha cuidado y creado por los Dioses… Solo desecha, llamando eso honra. Ahora entiendo… Esto estaba equivocado.

En día de sacrificio, Quetzalcoatl decide acabar con esto, transmutando su forma; sus rasgos se volvieron más finos, de su cabeza y brazos como plumajes blancos brotaron, y su piel parecía escamosa. Caminando entre los tótem.

Subió las escaleras hasta aquella inmensa plataforma en la ciudad de Tollan donde el ritual se daría, en el último momento donde recostaban en la piedra del sol el sacrificio.

—¡Deténganse! Me niego a esto, soy Quetzalcoatl, espero que mi voz sea escuchada y asientan condecorados por aceptar mi orden, la orden de su Dios.

Sudando a chorros, traga grueso el sacerdote que parece realmente confundido, la gente más fervorosa parecía asustada.

—¿Cómo sabremos qué no nos estás mintiendo? ¡Estás molestando el ritual! Causaras el malestar a los verdaderos Dioses. ¡Necesitamos esto para la abundancia de nuestras tierras!

Intenta apuñalar al sacrificio, parece que lo hace en acto ya de impulso y no de ritual. Quetzalcoatl levanta su mano y un escudo circular que parece un espejo entre brillos escarchados, se manifiesta interceptando la daga ritual, rompiendo la misma en el acto. El escudo se desliza en el viento hasta la Deidad.

—¡Esto es prueba suficiente! El escudo de un Dios, nada en este mundo puede inmutarlo, la naturaleza, ni el espacio ni el tiempo pueden dañarlo, reflejara todo daño.

El Sacerdote ve en el reflejo del espejo a él arrodillado frente a Quetzalcoatl, quedando perplejo. Cada persona ve sus esperanzas, algunos veían prosperidad, otros temían a ser sometidos a su voluntad.

—Lo lamento, no era mi intención ofenderlo.– El sacerdote se arrodillo, esperando ser perdonado.

—Dejen cesar esa malicia, desde ahora los sacrificios serán de serpientes, aves y mariposas. No necesita correr sangre humana. La vida y razonamiento que se les fue otorgado es para desarrollarla, avanzar este mundo, no entorpecerlo.– En acto de misericordia este solo responde a sus inquietudes.

Así como sus palabras dictaron, la gente de Tollan comenzaron a sacrificar serpientes, aves y mariposas. Las tierras prosperaron, Quetzalcoatl como su guardián tomo el rol del Sacerdote Supremo, logrando estar de nuevo con su hermana.

Itzmaltzin, que no podía distinguir a su hermano, por su nueva forma y su despego desde niñez, pese a ello agarro un apego por el Dios. Todo en la Ciudad se hizo una maravilla, la humildad que Quetzalcoatl le enseño a la gente, como tratar a sus tierras y que la fertilidad se mantenga, los pobladores no tenían queja alguna.

Pero, solo una facha más, una reunión secreta se da en los alojamientos de uno de los sacerdotes, la agrupación de no más de 5 personas estaban reunidos.

—Ya todos sabemos la situación, Quetzalcoatl que se hace llamar un Dios ha tomado el control de la Ciudad. Nosotros seremos pronto desechados y todos vivirán en los ideales de Falso Dios.– Tomo la palabra el Sacerdote "Principal" de este pequeño consejo. Los demás rectificaban y asentían con la cabeza sin dudar de él, exceptuando uno que se levanta para imponer su pensamiento.

—Sí, puedes decir lo que quieras, pero Falso Dios o no, su ideología ha funcionado de manera magnifica. Además, ¿Qué tal si de verdad es un Dios?– Replicó.

—No es un Dios, es un Demonio. Pronto no habrá libertad, su descarada humildad y enseñanza solo nos harán dependiente a él. No podemos acep…

—¡¿Qué tiene de diferente de lo que hacíamos?!– Aunque lo exclama, no pierde su postura.– Declaró cortándole la palabra al sacerdote principal.

—¡Blasfemo! ¿Apoyas al que se hace llamar un Dios?– Frunce el ceño y su rostro enfurecido es notorio.

—No… Solo digo qué si vamos a hacer algo, hay que asegurarnos que sean por los ideales correctos.– Sonríe rebosante de confianza. —Aunque, podríamos arreglar eso… ¿Qué tan fuerte son sus ideales?, ¿qué sucedería si sacudimos su alma y le damos de comer carne humana? Podríamos hacer que se retire por voluntad.

Los demás quedan inquietos, su rostro tampoco parecía humano, se abulta y parece grotesco en señal de satisfacción. Los demás se quedaron en silencio y el sacerdote que apenas podía seguirle el paso a sus palabras, le cuestionaba.

—¿C-Cómo esperas hacer eso..?

—Oh, es sencillo. Solo confíen en mí.– Sus ojos se encendieron en un tono escarlata por un instante.

Nadie fue capaz de replicarle, solo aceptaron.

El plan se puso manos a la obra, organizando una celebración para Quetzalcoatl; a la mirada ciega del mismo buscaron a un hombre saludable para sacrificar. Tomando a un hombre con una fe como ninguna a los Dioses para usarlo. El sacrificio fue utilizado para preparar su carne como un manjar en la celebración que se le daría al Dios.

Al caer la noche, las luces se encienden, la música y su rimbombante sonido acapara toda la ciudad, la gente se reúne y las danzas tradicionales comienzan.

—Esto es tan maravilloso, ha superado mis expectativas.– La felicidad de la que rebosa Quetzalcoatl es indescriptible, pero, parece un padre orgulloso de sus hijos.

La festividad da inicio, como el principal celebrado en esta reunión, Quetzalcoatl se sienta y brindan por él.

—Tenga mi señor.– Le dan una copa con pulque.

Su sonrisa agradecida acepto con gusto la bebida, no había que temer, nada del mundo Mortal podría derrumbar a un Dios.

Bebía tranquilamente, se decía a sí mismo.

—¡Qué increíble bebida! Ja, ja, ja.

Empieza a marearse, sin este saberlo la bebida había sacudido su Tonalli (Su alma fue sacudida), sorprendiendo y dejando al Dios embobado; desconocida sensación que confundió a la deidad que continuando bebiendo insaciable.

—¡Acompáñenme todos! Brindemos este día, el gozo de la festividad que se mantenga al máximo hasta el amanecer. ¡Comamos hasta hartarnos! Les estoy agradecido con todo.

La gente bebió con él, su hermana lo acompañaba también, viendo algo extrañada al Dios. Pero, nadie le tomo relevancia a lo animado que estaba, no dijeron ni palabra y siguieron con el festejo.

A la hora de degustar la comida, que se servía a montón, desde Pozole que estaban con la cabeza de niños que nacían muertos, hasta fajitas con la carne del sacrificio. Quetzalcoatl comió de manera grata, pese a estar confundido noto algo raro, se sentía extrañado y asqueado.

—Me siento enfermo. ¿Qué carne es esta?

El sacerdote que puso manos a la obra el plan, le dijo de manera muy amable.

—No se preocupe, mi señor. Beba más, pronto se sentirá mejor. La carne esta exquisita.

Hizo caso, todavía confundido y bebió, comió y al final se nublo su pensamiento.

Los sacerdotes en silencio se reían al ver el comportamiento que estaba cada vez más torpe de Quetzalcoatl. El Dios pidió beber con su hermana, emborrachando a la misma que no sabía cómo negarse a su propuesta, la propuesta de un Dios.

Todo se torna negro, los sentidos le fallan y se pierde entre los placeres carnales.

Despertó, ya era el amanecer, se encontraba sobrio y sereno… Pero ya era tarde. Al lado de su hermana que ni ropa llevaba, sus pechos resaltaban sobre las sabanas, el sudor por su piel y el alboroto en la habitación desordenada. El Dios ya sabía sobre esto, le perturbo sus acciones y cometido tan degradante, pero más allá de eso dedujo.

—No es tan solo casualidad… Me han embriagado, me han hecho comer carne humana, se burlaron de mí en mi cara. Todo lo que intenté fue ayudarlos y así me agradecen. ¡Malditos humanos!

Quetzalcoatl se retira sin previo aviso de la ciudad, decepcionado de sí que comió carne humana y quebró todo lo que trato de integrar en su gente, pero no solo decepcionado de él, de todas las personas ingratas que lo llevaron hasta esos extremos.

Enfurecido no pensó con claridad lo sucedido, decidió irse al reino divino de una vez por todas. Arranco la piedra del Sol, cargándola en su hombro. Prendió una inmensa hoguera lejos de la Ciudad, con troncos que derrumbo a puñetazos.

El fuego lo genero con deslice de sus uñas, tirando dentro de las abrazadoras llamas la piedra del Sol, sus matices y colores tan extravagantes parecían volverse líquidos, el sonido de almas que fueron sacrificadas sobre el mismo se volvían audibles. Quetzalcoatl sabía de las almas todavía estaban en esa piedra, siendo libres por el fuego del Dios. Pero a este mismo tampoco se le hacía tan importante, solo pudo decir lleno de tristeza, desalentado y perdiendo toda esperanza.

—Nunca creí que esto pudo ser un error tan grande… Nunca debí juntarme con los humanos.

Se arrojó sobre la piedra del sol sin titubear, sacudiendo los vientos que se hacían un remolino a su alrededor, desintegrando su cuerpo "mortal" en un tornado de fuego que se lo llevaba, las almas se desprendían para quemarse con la suya. Los rasgos de la piedra del sol fueron llevados consigo. Manifestándose en la extravagante serpiente emplumada que asciende hasta los cielos regresando al reino de los Dioses, para nunca volver a tocar la tierra.

Al día siguiente de la partida de Quetzalcoatl, el sacerdote causante del plan fallece por causas desconocidas, pero el pueblo se alborota principalmente por la partida de Quetzalcoatl. Para tranquilizar a la gente, los sacerdotes decidieron profetizar en nombre del Dios.

—Nuestro Señor ha terminado sus deberes en la tierra, cultivemos sus enseñanzas del ascendido Dios, hoy nos haremos con él y celebraremos su partida. Algún día volverá con nosotros para seguir con su misión en la tierra, no hay que alarmarse; todo los que nos dio en este tiempo es algo que sin importar el pasar del tiempo, nunca se olvidará.

Aclamando al público, se esperanzaron, pensando que el Dios iba a volver algún día a su lado… Ahora su recuentro se hizo real, pero de una manera que nadie se hubiese imaginado.

El Dios enfurecido después de tantos años, pelea en nombre de la aniquilación que quiere imponer a la humanidad.

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