8 El Verdadero Terror

CAPITULO VIII

Se levantan en bullicio, lanzando alaridos de alabanza y emoción, estaban todos los dioses festivos y emocionados por la victoria. La batalla los hizo sudar como nunca lo hubiesen pensado, de verdad estaban emocionados como nunca en milenios.

—Fu, fu, esto es mejor de lo que había pensado. Ya están arrojándose a un abismo, la humanidad va a caer…– Recalca Anu con una sonrisa, sosteniéndose de su silla para no brincar de la emoción que lo agita por dentro.

Krimilda estaba entre brazos de Gunter, rompiendo en llanto y luego sutiles sollozos, inconsolable por la partida de su amado Sigurd. Una mujer de cabellos rubios, con una vestimenta elegante de alta alcurnia y una belleza envidiable, aún notable con su maquillaje empapado en lágrimas.

Krimilda, la esposa de Sigurd, no presencio la batalla por el dolor que sería verle luchar hasta y salir herido… Pero no pensó que llegaría a morir, siempre lo creyó invensible.

—¿Qué ocurrió? ¿Por qué Sigurd y Sigrdrífa se desvanecieron? ¡¿Dónde están?!– Le pregunta Geir a Brunhild tras seguirla, sobresaltada y ansiosa.

—"¿Dónde están?" Qué pregunta más estúpida… Ya te lo expliqué antes. No hay nada después de esto, están peleando con sus almas. Tanto su fuerza de voluntad y espíritu luchan al máximo, luego de morir solo se vuelven polvo de estrella que se pierde en el vacío…– Su mirada se entorna y ensombrese, se muestra tranquila para las cosas que dice. —No hay ningún lugar después de eso…

—¿Eh? ¿Cómo dices? ¡No puede ser!– De una mirada inquieta pasa a verse llena de inquietud. —¡¿Cómo estás tan tranquila?! ¡No podremos volver a ver a la hermana Sigr!

—Geir…– Tiembla y se voltea a verle llena de rabia y frustración. —¿Crees que podemos vencer a esos malditos sin tomar riesgos?

—N-No puede…– Guarda silencio Geir con lágrimas en los ojos.

—Es la única forma de ganar esta guerra. La única forma de vencer a los dioses y salvar a la humanidad… Su destino depende de nosotras.– Dice Brunhild que entra a una sala entre pantallas con cientos de imágenes de humanos.

Accediendo a los Registros Akáshicos que muestran todos los registros y experiencias de las almas en vida, de su pasado, presente y posibles futuro.

—Sigurd no pudo ganarles… No hay nadie que pueda hacerlo.– Dice Geir abrazando sus rodillas entre sollozos.

—Sigurd se superó, destripó a un Dios, hizo que usará todas sus fuerzas hasta agotarse y emociono a los dioses… Ahora hay que aterrarlos. Ya tienen confianza, hay que mostrarles que lo que ven extraordinario es ordinario… ¡Haremos temblar a los cielos!– Aclama Brunhild

—¡Luego del devastador encuentro anterior! Gracias a la mano de los dioses tenemos de nuevo el lugar en perfecto estado, listos para iniciar el siguiente enfrentamiento.– Continúa diciendo Heimdal para elevar la emoción. —¡¿Listos para lo que se avecina?!

Se levantan en las gradas dioses y humanos por igual gritando de emoción, causando un sonido aturdidor.

—Presentando al segundo combatiente del lado de los dioses…– Dice Heimdal respirando hondo y tratando de no titubear. —¡Un Dios del que no pueden esconderse! ¡No importa cuánto corran! ¡Siempre serán presas de su presencia!

—¿No habrá ningún espectáculo está vez?– Se preguntó Eris, expectante del lugar. Cuando siente un escalofrió que causa un temblor en su mirada ante la presencia de un hilillo de bruma salir del pasillo.

Todo el mundo podía sentir el pavor inexplicable.

Los ánimos se redujeron al instante. Brunhild entraba con Geir de nuevo a la arena del Valhalla, mirando la plataforma donde se dará la segunda ronda. Para la sorpresa de las hermanas Valkirias que no podían ni mover un dedo, sintiendo la presión en cada uno de sus átomos.

—¡El Señor del Sufrimiento! En donde se encuentra el amor, los anhelos y la esperanza… Siempre estará presente el dolor y la pena.– Apenas sostenía el cuerno, temblando su mano al asomarse a ver el pasillo. —¡El insufrible! ¡El terrible e incomparable! ¡EL AMO DEL TERROR! ¡¡¡EL ESCALOFRIANTE E IMPONENTE!!!

Ningún humano discutió su presencia, no necesitaban saber quién era el Dios. No necesitaron hacer presentación, desde el inicio pudieron sentirlo y decir que él, él es El Terror.

Entrando al estadio, con sus pies descalzos, uñas largas y gruesas como de una bestia. Su piel era pálida como un muerto, pero llena de cicatrices todavía rojas y latentes; una entidad monstruosamente grande, aunque tendría no mucha diferencia a la de Quetzalcoatl, se veía más imponente, engrandecida su presencia desde que su llegada.

—Q-Qué… Nunca lo había visto…– Dice Geir espantada… Antes asustada, ahora no sabía explicar este terror, una emoción totalmente diferente a la perdida y muerte.

—Malditos… Suele mantener su distancia…– Dice Brunhild apretando los dientes.

Sus cabellos blancos con una melena de león que estaba cubierta por su casco agrietado, apenas visible su rojizo ojo y su sonrisa… Con ocho dedos en su mano diestra y unos siete en la zurda, ocupadas con distintas armas, sosteniendo una espada de gran tamaño y desde el otro extremo de la mano un xifos (espada corta de doble filo) y en la otra una jabalina.

—¡¡¡DEIMOS!!!

A sus espaldas se veía un escudo con la imagen de un león gravada, también palos y lanzas cruzadas bajo este. Varias cuchillas y armas sobresalían de la piel de la deidad entre cicatrices. Todas sus armas… Rotas o en un deteriorable estado.

En cuanto levantó la mirada, todo el público titubeante trago saliva de grueso y aunque nadie lo dijera; todos se estaban pensando correr despavoridos.

Heimdal se queda helado ante la presencia, aunque con antelación supiese quienes tendrían lugar en el combate, sus fuerzas se encontraban frenadas; apenas con su diligencia pudo presentar al siguiente combatiente.

—¡En el lado de los humanos! ¡El Príncipe de las tinieblas! Aquél que baña el pan con la sangre de su gente…– Tomo un respiro y luego prosiguió. —La justicia indiscutible, que afecta a sus allegados, hombres, mujeres, viejos y niños por igual; nada se escapa de su cruel castigo.

Resuenan pasos en el ingreso del lugar, extrañamente más agudos… ¿Pensaban que no podía ser peor? Pensar que la presencia de Deimos era una tortura inefable. Todavía no saben nada, ni los hombres, ni los dioses.

Los oídos se fueron centrando a los pasos cada vez más alarmantes… ¿Pasos? No, no eran pasos. Era un sonido más angustiante proveniente de su trayecto, como si los suelos fueran golpeados por manos inquietas; cientos de manos inquietas que al unísono se sincronizan.

Los golpeteos al mismo tempo suenan a un tamboreo rimbombante, que da llamado a su presencia.

—¡La barbaridad hecha persona! ¡REY LEGÍTIMO DE TRANSILVANEA! ¡¡¡EL MAESTRO DE LAS TORTURAS!!!– Exclamó Heimdal con su voz cada vez más ahogada.

—N-No puedo creer… que aceptaste que alguien como él participara de nuestro lado…– Murmuró Geir titubeante.

—Si hablamos de ganar por medio del miedo… No hay mejor que él. No hay ser, ni Dios que pueda quedar impune ante él…– Dice Brunhild que comienza a sudar frio.

Caminando un hombre vestido de rojo, un atuendo elegante con un abrigo con pelajes negruzcos. Un sombrero ornamentado con una estrella dorada y un rubí.

Mientras caminaba, movía con los dedos índices alzados, movimientos sus manos como si guiara una macabra sinfonía. Los suelos se abrían en grietas asomando manos y lanzas, como estacas de pura madera de tres metros y medio que se levantaron de los suelos. En cada lanza se observan desde hombre, mujeres, viejos a niños… Perforados desde el recto hasta la boca.

—¡¡¡VLAD EL EMPALADOR!!!– Anunció Heimdal. —¡Pueden iniciar la confrontación!

La muerte le siguió con su entrada, parándose en la plataforma con cadáveres empalados y en estado de putrefacción.

—Así que el acto dará inicio acá, habrá que decorar un poco el lugar. ¿No lo crees? Mi Dios.– Dice Vlad sonriendo de oreja a oreja, con su poblado bigote arqueándose.

No importaba quien fuese, de donde sea, sus costumbres o pasiones… Desde los torturadores más grandes de la historia, los asesinos más despiadados, nadie podía comparársele.

—No puedo creer que terminará así…– Dice Vlad Segundo, padre del representante de la humanidad, cosa que no cabía duda con tremenda semejanza. —No puedo creer que aquel suceso lo trastornara tanto… Malditos salvas, húngaros asquerosos.

—¿Qué dices? Infeliz, te crees un rey cuando no eres más que un altanero. Merecías peor muerte.

—¡¿Osas llamarme parlatán?! ¡Malditos Blasfemos!– Dice Vlad segundo hirviendo de rabia.

Repentinamente todos se quedaron quietos cuando Segismundo levanta su espada.

—Callaos o les cortaré el cuello. No es momento para habladuría.– Tenía una apariencia barbuda y hasta anciana, pero su vestimenta tan magnifica se tornaba hasta respetable.

Pero todos se callaron fue por aquellos en la arena, causando su miedo por los allí presentes. Se hizo el silencio.

Deimos se queda de pie, era tan inmenso y con todas esas ornamentas, su armadura y armas viejas, parecía más un monumento que una personas… Un temible monumento.

—Vi el combate anterior… Espero no seas una decepción. Aunque ya está decidida tú muerte.– La voz era tan gruesa y pesada que formaba incomprensibles ecos, como susurros entre sus palabras.

—Oh, vaya voz más espeluznante. Pareces un hombre interesante… Ahora queda una duda. Si los dioses son el pilar de la moral y la integridad que debe corroborar los hombres en toda su magnificencia, ¿significa que todo lo hacen bien?– Continua brotándose sus bigotes mientras se pregunta. —Significa que hay fallas… No mienten, no engañan, siempre son honestos y ante todo… nunca traicionan.

Deimos aprieta los dientes con un ligero enfado. Levanta su jabalina y en un tronido angustiante, como si el chirrido de una mujer sollozante fuera manifestado, arroja el arma hacía Vland. Todos los que escucharon ese ruido, hasta algunos dioses perdieron la estabilidad de sus asientos y se abrumaron con el terror del chirrido.

Vlad parece sereno, no le angustio para nada el sonido y desenfundo su espada; portando una espada ceremonial de la orden del dragón, una espada larga de doble filo con magnifica decoración. Corta la punta de la jabalina y la empuja lejos de sí, quedando Vlad intacto.

—Si el malestar te trae, significa que te intoxicaste en los pecados que tú mismo escribiste son ley. Ju, ju…– Sonríe como si hubiese descubierto algo importante.

Deimos toma con una mano la gran espada y con la otra la xifos, respirando hondo y haciendo una especie de sonido denso como un groul con la voz; toma un respiro del miedo en el aire y corre hacía Vlad. Deimos corre de una forma demasiado particular, encorvando su espalda y tensionando su cuerpo, casi agachándose entre largos pasos. Parece una bestia en arremetida.

Vlad hace un tajo en el aire con su espada y una grieta se abre dando paso a un muro de cadáveres empalados uno sobre otros. La gente del publico siente nauseas, muchos se aterran y desvían la mirada, no saben ni como apreciar algo así… es inhumano.

—¡Vemos una batalla indescriptible! Abundante de angustiantes y abrumadoras escenas. Pero parece que la humanidad está sacando sus trucos ante el Dios de buenas a primeras.– Exclamó Heimdal con su escasa emoción.

Deimos divide el muro con dos cortes, pateando y abriéndose paso a través hacía Vlad. Al estar cerca el filo de sus armas chocan, el Príncipe de las Tinieblas parece pequeño al estar contra el Dios que es más del doble de alto, haciendo que retroceda fácilmente. Unas lanzas salen hacía Deimos que con una mano despedaza desde su salida a los cadáveres y lanzas que brotaban, mientras con su otra arma contenía a Vlad.

—Es imposible… Deimos no puede ser sorprendido, asustado… ¿Cómo enfrentas al miedo?– Preguntó Geir asustada. —Vamos a perder otra vez… No puede ser.

—No es el único que no siente miedo…– Murmuró Brunhild. Entre el terror que todo el público siente, aunque sea un escalofrió de inquietud sin importar quien fuese… Había alguien que sin duda, no tambaleo en ningún momento.

Los ataques que intentan ser sorpresivos no sirven contra el Señor del Terror, no hay nada que sea sorpresivo para alguien que no conoce al miedo. Es capaz de sentir cualquier amenaza a través del miedo y sorpresa o emoción ajena. Deimos estaba ciego, siendo el miedo sus ojos. Solo existe un problema…

Deimos es incapaz de ver a Vlad. Como si se tratara de una mancha totalmente vacía entre un aura de terror, sólo así pudo distinguirlo.

Su nariz se arruga en frustración y patea en el estómago a Vlad, apartado al mismo que cae de espaldas… Aprovechando la oportunidad, el Dios intenta cortarlo en dos. Repentinamente una caja de bronce cubre el cuerpo de Vlad y un tapón de madera se hace visible. Su espada queda clavada en dichosa caja agujereada…

—¡¿Qué acaba de ocurrir?! ¿Vapor?– Dijo sorprendido Heimdal.

De la caja sale vapor como si fuera agua hirviendo, cabezas por los agujeros comienzan a salir con la piel al rojo vivo y con los cabellos en caída. Gritaban y lloraban abrumados. Deimos no sintió más que molestia y con un ligero forcejeo terminó de cortar la caja.

Para la sorpresa de todos y el aburrimiento del Dios, Vlad no se encontraba allí. En cambio, agua hirviendo y cuerpos moribundos caen a los pies de Deimos; el agua ardía en sus pies causando ligeras quemaduras que ignoraba con facilidad.

—¡¿Qué es esto?! ¡Vlad ha desaparecido! ¿Estará utilizando sus mejores trucos como aperitivo?– Dijo Heimdal mientras todos guardaban silencio atentos a la escena.

Deimos empezó a caminar por los cadáveres que dejo su adverso, para aumentar la frustración… Vlad ya no estaba a la vista.

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