99 Capítulo 99.- La naturaleza de la clemencia I

Darcy dio otro golpe a las riendas, haciendo que los dos caballos que tiraban del trineo empezaran a correr. Como resultado, una lluvia de copos de nieve diminutos cayó sobre ellos, mientras surcaban los campos. Miró de reojo a su hermana, pero ella todavía miraba fijamente hacia delante, y su delicada barbilla seguía recordando la de una estatua de mármol. Volvió a concentrarse en los caballos, adoptando la misma expresión que Georgiana.

¡Habían discutido! ¡Darcy apenas podía creerlo! A pesar de lo mucho que lo intentaba, no podía recordar ni una sola vez en el pasado en que hubiesen llegado a ese punto. Su hermana siempre había recurrido a él en busca de consejo y se había dejado guiar por sus deseos, pero hoy… El hecho de que hubiesen discutido era un poco menos molesto que el motivo de la discusión, y el hecho de que estuvieran en el trineo en ese preciso momento mostraba cuál de las dos voluntades había prevalecido. Volvió a mirar a Georgiana. No parecía estar disfrutando de su victoria. A decir verdad, esa humedad que se veía en sus ojos se debía probablemente a la decepción que Darcy le había causado y no al golpe de aire frío, como ella había dicho.

¡Era culpa de esa mujer, la señora Annesley! Darcy torció la boca con rabia mientras le echaba la culpa a la dama ausente. ¿Quién más podía haber influenciado a Georgiana para que adoptara ese comportamiento tan extraño, y la había animado a caer en ese exceso de sentimentalismo? No había sido precisamente el vicario de St. Lawrence, pensó Darcy. Él conocía al reverendo Goodman desde hacía por lo menos diez años y nunca lo había oído decir una palabra sobre aquella cuestión desde el pulpito. Soltó una bocanada de aire contenido. Estar fuera, en medio de ese frío, haciendo «visitas de caridad», cuando en casa los esperaba una chimenea que chisporroteaba con alegría no era lo que él había pensado cuando se propuso corregir su comportamiento. Los problemas que Fletcher le había comunicado por la mañana habían debido ponerlo sobre aviso de lo que le esperaba aquel día.

Georgiana se había reunido con él en el desayuno muy sonriente, y tras rechazar la silla que la esperaba al otro extremo de la mesa, se había sentado a su derecha, para tomarse su taza de chocolate con una tostada. Luego le había preguntado si había dormido bien.

—Muy bien, gracias —le había asegurado Darcy con una mirada que pretendía disuadirla de hacerle más preguntas, pero ella se había limitado a sonreír, antes de darle un sorbo a su chocolate.

Después de decidir que no encontraría mejor momento que aquél, Darcy dejó su taza sobre la mesa.

—Georgiana, he sido muy negligente contigo desde que llegué a casa. —Negó con la cabeza cuando ella trató de protestar—. No, es cierto, preciosa. Al no estar aquí durante la cosecha, tenía retrasados terriblemente todos los asuntos de negocios, pero eso ya se acabó. Estoy decidido a corregir mi conducta y por eso me pongo a tu disposición. ¿Qué te gustaría hacer? —Darcy se rió al ver la cara de sorpresa de su hermana, pero se puso serio cuando vio que sus rasgos adoptaban una expresión suspicaz—. Te aseguro que voy a mantener mi palabra. Lo que quieras hacer. Puedes elegir lo que quieras. —Se recostó contra el respaldo de la silla con una sonrisa que pretendía animar a su hermana, mientras esperaba su respuesta.

—No es que no te crea, hermano —se apresuró a decir Georgiana—. Es sólo que… bueno, hoy es domingo.

—Sí —contestó Darcy, mientras volvía a agarrar su taza—, pero la nieve hace que el viaje hasta Lambton sea difícil. Creo que hoy tendremos que dejar de asistir a los servicios.

—Estoy segura de que tienes razón, Fitzwilliam. —Fijó la mirada en su plato unos instantes, antes de añadir—: Hay algo que me gustaría hacer… algo que he estado haciendo y me preguntaba cómo iba a continuar con esta nieve. Pero ya que tú estás aquí, puedes conducir el trineo.

—¡Conducir el trineo! —Darcy la miró con incredulidad—. ¿Quieres salir a pasear con esta nieve?

—No precisamente a pasear. —Georgiana levantó el rostro y lo observó durante un segundo, antes de desviar la mirada—. ¿Recuerdas que te escribí que había comenzado a visitar a nuestros arrendatarios y a las familias de nuestros trabajadores, tal como hacía mamá?

—Sí, recuerdo que lo hiciste —replicó Darcy—. Pero, Georgiana, nuestra madre nunca los «visitó» realmente. Era un asunto más formal, que se realizaba cada tres meses en las casas de los arrendatarios más importantes. —Miró a su hermana con desaprobación—. No te estarás refiriendo a que realmente vas a su casa, ¿o sí?

Georgiana vaciló un poco al oír el tono de Darcy, pero respondió:

—Todos los domingos por la tarde. He dividido la propiedad, ¿sabes? Y los visito regularmente en el domingo que les corresponde. Bueno, no a todos, sino a los más pobres y en especial a los que tienen niños pequeños…

—¡Georgiana! —vociferó Darcy, aterrado—. ¡Por Dios! ¿En qué estás pensando? —Echó hacia atrás la silla y se levantó prácticamente de un salto, mientras su hermana se ponía pálida al ver su reacción. Darcy se pasó una mano por el pelo y la miró con incredulidad—. No se espera en absoluto que tú te expongas de ese modo o te portes con tanta familiaridad… ¡Un Darcy de Pemberley! ¡Suspenderás esas «visitas» de inmediato!

—Pero, Fitzwilliam…

—¿Y qué hay del riesgo de contraer una enfermedad? —la interrumpió Darcy, mientras comenzaba a pasearse delante de ella—. Aunque me enorgullezco del buen estado de salud de la gente que vive en Pemberley, las enfermedades contagiosas no son raras entre las clases más bajas… incluso aquí. —El hecho de pensar en esa posibilidad lo hizo estremecerse, pero luego una nueva idea de apoderó de él—. Tú no puedes haber concebido esto sola. ¿Quién te ayudó en esta locura? Quiero…

—¡Hermano! —El tono de Georgiana sonaba tranquilo pero firme—. Por favor, escúchame. —La intensidad de su súplica hizo que Darcy se detuviera—. Por favor —repitió ella, señalándole la silla—. Ya es bastante desagradable haberte causado este disgusto, y más aún si estás ahí de pie, recriminándome. —Las palabras de Georgiana le hicieron recordar la manera en que Bingley lo molestaba por su «gesto autoritario» y sirvieron para que contuviera su temperamento, pero no lo apaciguaron. Se inclinó con frialdad para indicar que accedía a su solicitud y volvió a tomar asiento.

—Fitzwilliam, no puedo seguir llevando una vida tan inútil y banal —comenzó a decir con voz suave—. Mi música, mis libros, todo eso a lo que me dedicaba eran cosas buenas y cumplían un propósito, pero son demasiado débiles para constituir una razón de vida.

Darcy se movió en el asiento con actitud defensiva.

—Has recibido la mejor educación que puede tener una mujer de tu posición social. ¿Cómo puedes decir que es demasiado débil? ¿Qué sabes tú de la vida, siendo tan joven, para decidir eso? —preguntó Darcy.

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