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Capítulo 79.- Las heridas de un amigo III

—Buenas noches, Darcy. ¿Cenamos en Grenier's el domingo?

—Que sea el lunes, después de que me enfrente a Lawrence en su caverna, y allí estaré.

—¡Lawrence!

—Sí, estoy tratando de que haga un retrato de Georgiana cuando la traiga conmigo después de Navidad. A la mañana siguiente, espero partir para Pemberley.

—Entonces, será el lunes. Buenas noches otra vez, Darcy. Señor Witcher.

Darcy esperó hasta que Bingley se subiera al coche que le habían pedido y el cochero arreara al caballo, antes de cerrar la puerta.

—¿Eso será todo por hoy, señor Darcy? —preguntó Witcher, sacándolo de sus reflexiones.

—Sí, Witcher. Mande a los criados a descansar y tenga el desayuno listo a las diez, supongo.

—Muy bien, señor. ¿Llamo a Fletcher?

—Sí, por favor. Y Witcher —detuvo al mayordomo cuando estaba tomando la cuerda de la campana—, tengo que enviar una nota mañana temprano. No se necesita contestación.

—Sí, señor. —Witcher tiró de la cuerda y Darcy volvió a subir las escaleras para ultimar dos cosas. La primera era una nota para la señorita Bingley; la segunda sería una confrontación con su ahora famoso ayuda de cámara. Cuando Darcy llegó finalmente a su habitación, encontró su ropa de dormir cuidadosamente puesta sobre la cama, una jarra con agua caliente y otra con agua fría listas y sus artículos de tocador organizados sobre el lavabo. Ya habían desaparecido todas las prendas de ropa que había visto desplegadas para su inspección aquella noche. Incómodo por la meticulosa estrategia de Fletcher, Darcy cerró la puerta de la habitación con fuerza y se dirigió rápidamente hasta el centro de la estancia, con las manos en la espalda y tratando de adoptar una mirada severa. La puerta del vestidor se abrió casi antes de que él estuviera listo.

—Señor D…

—¡Fletcher, quiero hablar un momento con usted!

Al oír el tono de Darcy, Fletcher primero abrió los ojos y luego bajó la mirada.

—Sí, señor Darcy.

—Recuerdo con claridad haberle advertido que no quería competir con el señor Brummell ni llamar excesivamente la atención de nadie. —La indignación de Darcy volvió a encenderse y se entusiasmó con el tema—. Creo que esas fueron mis instrucciones precisas, ¿no es así?

—Sí, señor.

—Pues, señor Fletcher, usted me ha fallado en los dos aspectos.

Fletcher levantó la cabeza, y por su rostro cruzaron sucesivamente expresiones de culpa, incertidumbre y prudencia.

—¿De verdad, señor?

—¡Dolorosamente cierto, Fletcher! Usted me ha convertido en «el espejo de la moda y el ejemplo de la elegancia», y ¡ciertamente no se lo agradezco! Sucede que me habría gustado pasar inadvertido en Melbourne House esta noche; pero gracias a esta maldita corbata, no tuve oportunidad de hacerlo. Y ahora me encuentro en la posición más desagradable. —Comenzó a pasearse por la habitación—. «Medida por medida» dijo usted. ¡Pero yo no me imaginé que se refiriera a Brummell! ¿Sabía usted que él conoce su nombre con exactitud?

—Había oído rumores… —Fletcher se puso pálido como el papel, pero Darcy no supo si debido a la culpa o a la sorpresa.

—¡Rumores! ¡Me sorprende que no tengan comunicación directa! ¡Había apuestas, Fletcher, apuestas! —Darcy se detuvo sólo a un paso de su ayuda de cámara, cuyos ojos estaban nuevamente fijos en el suelo—. ¡No lo voy a tolerar, Fletcher, en absoluto! Si usted desea ser el ayuda de cámara de un dandi, tiene mi permiso para buscar a alguien que disfrute arreglándose para la sociedad. Pero si va a continuar a mi servicio, se contentará con mis sencillos requerimientos. —Dio media vuelta, se sentó frente al tocador y gruñó—: Ahora, deshaga este infernal nudo.

—Sí, señor Darcy. —Fletcher se acercó con cuidado y comenzó a deshacer el intricado nudo con dedos expertos—. ¿Señor Darcy? —preguntó después de aflojar la corbata.

—¿Sí, Fletcher?

—Si me permite, señor… ¿Exactamente hasta qué punto fue grave mi falta esta noche, señor?

Darcy le lanzó una mirada cautelosa. La angustia y el orgullo libraban una batalla abierta en una actitud que solía ser impenetrable para él. El excelente control de Fletcher estaba a punto de desaparecer, y dada la relación tan íntima que tenía con aquel hombre, Darcy tuvo que pensar cuál sería la razón. Daba por descontado el hecho de que había tenido éxito al intimidar a Fletcher. Así que no, la respuesta no estaba en la angustia por la amonestación; entonces había que considerar el orgullo. Darcy se aclaró la garganta.

—La esfinge se ha retirado.

Las manos de Fletcher temblaron.

—¡Así de grave, señor! —Fletcher también carraspeó—. Por favor permítame ofrecerle mis más sinceras excusas y rogarle que «no reflexione con excesivo detalle» sobre el asunto. —La afrentosa corbata yacía ahora amontonada sobre el tocador.

—Mmm —resopló Darcy y miró al ayuda de cámara con el rabillo del ojo. Tenía razón, Fletcher había sucumbido al canto de sirena de su arte, y al humillar al celebrado árbitro de la moda había alcanzado de manera incuestionable la cima de su profesión. Darcy sintió una oleada de comprensión y simpatía por el orgullo que sentía Fletcher por el éxito de su arte, pero ésta fue rápidamente temperada al recordar que ese éxito se había obtenido a su costa, sin contar con su aprobación y sin que él ni siquiera lo supiera. Fletcher parecía estar realmente arrepentido y la inconveniencia de conseguir un nuevo ayuda de cámara… Darcy negó con la cabeza. El hombre estaba con él desde que había vuelto de la universidad y no se podía imaginar enseñándole a un nuevo ayuda de cámara todas esas preferencias que Fletcher comprendía tan bien. Lo apropiado en ese momento parecía ser mantener la mano firme y, tal vez, ofrecerle una zanahoria.

—Supongo que «debe entregarse al olvido lo que no tiene remedio. Lo hecho, hecho está». Pero, Fletcher, no me vuelva a hacer esta clase de truco nunca más. «Más sustancia y menos retórica». ¿Entiende usted?

—Sí, señor. —El alivio en la voz y la actitud de Fletcher fue palpable.

—No crea que el asunto está totalmente terminado —continuó diciendo Darcy, levantándose para que Fletcher lo ayudara a quitarse la levita—. Hasta que algún personaje supere su roquet, estaré obligado a aguantar a innumerables idiotas que querrán saber cómo se hace. ¡Gracias a Dios me marcharé pronto a Pemberley!

—«La naturaleza de la clemencia es que no sea for…». —El ayuda de cámara comenzó a citar otra vez a Shakespeare con sinceridad.

—Sí, bueno, le ruego que no permita que este triunfo suyo y la notoriedad que conlleva interfieran en sus deberes o los del resto de la servidumbre.

—No, señor —contestó el ayuda de cámara. El chaleco con hilos color zafiro se deslizó por los hombros de Darcy, y cuando éste se volvió a mirar a Fletcher mientras doblaba cuidadosamente su ropa, preparándose para abandonar la habitación, vio con claridad que la ecuanimidad del hombre había sufrido un desequilibrio esta noche. Todo el mes había sido demasiado perturbador para los dos.

—Fletcher —dijo Darcy, cuando su ayuda de cámara avanzaba hacia la puerta—, lord Brougham me pidió que le transmitiera sus felicitaciones.

—¿En serio, señor? Lord Brougham es muy amable.

—Quería que usted supiera que recordará durante varios días la expresión de la cara de Brummell mientras contemplaba su derrota a manos suyas. Y, Fletcher —concluyó—, reciba también mis felicitaciones.

—¡Gracias, señor Darcy! —Fletcher hizo una pronunciada reverencia.

Se desearon buenas noches mutuamente y Darcy dio media vuelta para prepararse para dormir, mientras rogaba con devoción para que su tarea de disuadir a Bingley estuviese a punto de finalizar y nada se interpusiera en el camino de una pronta partida hacia Pemberley. Tanto él como Fletcher podrían recuperar el equilibrio allí. Todo volvería a la normalidad.

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