74 Capítulo 74.- No todo lo que reluce ... VII

Lady Melbourne miró a Darcy y entornó los ojos a modo de disculpa, pero él estaba totalmente concentrado en su examinador, a quien observaba con cierta presunción. El silencio exigido por el mayor árbitro de la moda de la sociedad inglesa se extendió hacia los alrededores, llamando la atención de más invitados. Darcy se enderezó todavía más ante la insolente mirada del hombre, decidido a no dejar traslucir su disgusto y a contener el comentario descortés que tenía en la punta de la lengua, pues sabía que cualquiera de las dos cosas sería un terrible error. Hasta el príncipe se sometía al exquisito gusto de aquel hombre.

—Humm —musitó el hombre mientras miraba a Darcy por un lado y luego por el otro. Después, de repente, dijo—: ¿Qué? —Entonces se acercó más, mirando a través de un monóculo con montura dorada que colgaba de una cadena que salía de su chaleco—. ¡Ah, sí, ya veo! —Soltando un gran suspiro, el hombre retrocedió un paso y por fin miró a Darcy a la cara—. ¿Cómo se llama?

Darcy esbozó una fugaz sonrisa al percibir el tono de resignación de la voz del hombre, pero mantuvo una actitud impasible y contestó con indiferencia:

—El roquet.

El otro enarcó las cejas al oírlo.

—Un nombre bastante audaz, ¿no lo cree? ¿Fletcher?

Darcy inclinó levemente la cabeza.

—Fletcher.

—Vamos, Brummell, no nos tengas a todos en ascuas. —La anhelada voz de Dy llegó hasta Darcy, que lo vio abriéndose paso hasta donde ellos estaban—. Hay algunas guineas en juego. ¿Cuál es el veredicto?

Todo el salón contuvo la respiración con asombro, cuando Beau Brummell se inclinó ante Darcy y le hizo una reverencia.

—Que todo el mundo lo sepa: el roquet es una obra maestra, digna de los mayores aplausos, y ante semejante genio, declaro aquí mismo que mi propia creación, la esfinge, pasa a disfrutar de un honorable retiro.

—Con seguridad, Brummell, no estará insinuando que el señor Darcy ha venido a esta velada únicamente a desafiarlo con su corbata. —La protesta de lady Melbourne quedó casi perdida en medio del alboroto general que despertó la asombrosa afirmación de Beau Brummell y el cálculo del total de guineas perdidas y ganadas a causa de ello.

—Pues eso es precisamente lo que quiero decir, madame. —Brummell dirigió perezosamente su monóculo hacia ella—. Aunque yo no podría añadir la palabra «únicamente» a esa afirmación. Estoy bastante desmoralizado, su señoría, bastante desmoralizado. Mi único consuelo es que acabo de ser derrotado por un verdadero artista. Por favor observe, madame, las dobleces aquí y los nudos allá…

—Brummell, si desea usted impartir una clase, con gusto pondré un salón a su disposición, pero el señor Darcy…

Brummell dio media vuelta y sorprendió a Darcy con un guiño que sólo él pudo ver y dijo:

—¡Dios, no, su señoría! Si cuento todo lo que sé, ¿quién me prestará luego la más mínima atención? —Les hizo una inclinación a los dos y añadió—: Encantado de verle, Darcy. —Luego se marchó a grandes zancadas, sólo para detenerse de repente frente a un caballero y declarar a los pocos segundos—: Mi querido muchacho, ¿llama usted chaleco a eso?

Lady Melbourne sonrió delicadamente y volvió a tomar el brazo de Darcy.

—Nunca había pensado que usted fuera un rival de Brummell, Darcy. ¿Cómo es que nunca antes lo había sabido? Y ¿quién es Fletcher?

—Rival, ciertamente no lo soy, su señoría —respondió Darcy de manera enérgica. La mirada que ella le devolvió al oír su declaración hizo que el caballero sintiera una oleada de rubor que comenzó a subir por su cuello.

La dama desvió la mirada, como si estuviera decidiendo qué ruta tomaría en medio del salón lleno de gente.

—¿Y Fletcher? —Lo miró con una sonrisa de pura cortesía.

—Mi ayuda de cámara, madame.

—Sí, claro. —Lady Melbourne señaló en una dirección y Darcy no pudo hacer otra cosa que acompañarla. De pronto, Dy apareció de la nada junto a ellos.

—¡Lady Melbourne, por favor, permítame felicitarla por la impresionante asistencia que ha conseguido esta noche! Sólo falta la presencia del regente para convertirla en la mayor fiesta que se haya dado, desde el banquete en Carlton House.

—Brougham, exagera usted terriblemente, pero lo perdono por eso. Espero no decepcionarlo cuando le diga que el querido Prinny no vendrá esta noche, y que además me he resistido a ofrecerles a mis invitados un riachuelo bien provisto de peces en el extremo de la mesa.

El rostro de Brougham se ensombreció de manera dramática.

—¡Madame, no lo sabía! Pero esta noticia es terrible. Darcy, ¿has oído? El príncipe no vendrá…

—Darcy —interrumpió la dama, volviendo a fijar su atención en él—, ¿estuvo usted en el banquete de Carlton House? No recuerdo haberlo visto allí, pero en medio de esa confusión es fácil no ver ni siquiera a los mejores amigos.

—No, madame, no estaba en Londres en esa época.

—¡Que no estabas en Londres! Recuerdo con claridad que me acompañaste a ver el Gran Desfile sólo unos días antes —dijo Dy, mirándolo con curiosidad por encima del tocado de lady Melbourne.

—Estaba en Ramsgate… visitando a mi hermana, milord. —Darcy lo miró con furia, con la esperanza de hacerle desistir de entablar cualquier otra discusión.

—Visitando a su hermana, Darcy, ¡en lugar de asistir al banquete del príncipe! —Lady Melbourne miró al caballero de cerca—. ¡Qué hermano tan extraordinariamente atento es usted! Pero así es su reputación, señor. Usted se mantiene pendiente de todos sus asuntos, como su querido padre antes que usted.

Darcy inclinó la cabeza en señal de agradecimiento por el cumplido.

—Ése es un altísimo elogio, milady.

—¿Y también se mantiene pendiente de los asuntos más generales, señor?

Darcy sintió que le bajaba por la espalda un escalofrío de advertencia, que fue confirmado por un ligero movimiento de los ojos de Dy por encima de la cabeza de la dama.

—¿Asuntos más generales, madame?

—Asuntos que superan los encantadores límites de Pemberley, incluso de Derbyshire.

—Espero ser un buen súbdito y leal con el rey, milady —contestó Darcy de forma evasiva. Luego volvió a mirar a su amigo, pero Dy se limitó a encogerse de hombros, dando la sensación de estar extremadamente aburrido.

—Al igual que todos, Darcy —contestó con voz suave lady Melbourne—. Pero el timón no sólo está en manos de su majestad, y hay ocasiones en que se debe corregir el curso de la nave del estado, seguir otras estrellas, para llevarla con seguridad a puerto. —Lady Melbourne detuvo su avance a través del vestíbulo lleno de invitados y señaló una puerta—. Permítanme presentarles a algunos de aquellos cuyos asuntos más generales afectan a todos nuestros pequeños intereses.

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