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Capítulo 71.- No todo lo que reluce ... IV

—Aquí tiene, señor. Su toalla, señor. —Fletcher dejó caer una suave toalla turca en su mano y, volviéndose hacia la bandeja que contenía los artículos de tocador, seleccionó una botella—. Sándalo, creo, señor. —Darcy asintió con la cabeza y recibió en la palma de la mano un chorrito de la fragancia mezclada con alcohol.

—¿Ya ha decidido el traje que llevará, señor Darcy?

El caballero se levantó de la comodidad de la silla y miró a Fletcher, al que veía animado por primera vez desde que había regresado a Londres.

—No, no he pensado en eso todavía, aunque usted parece haber reflexionado mucho sobre el asunto, a juzgar por el estado de mi alcoba. ¿Qué sugiere, Fletcher, teniendo en cuenta que el mismísimo Beau Brummell asistirá, y probablemente también el regente? —Darcy volvió a su habitación, supervisando de nuevo aquel despliegue.

—Elegancia contenida, señor Darcy. Y como usted, señor, tiene más derecho que ciertos personajes famosos a reclamar como suya esa cualidad…

—No tengo ningún deseo de competir con el señor Brummell, Fletcher —aclaró Darcy mientras se quitaba la bata—. Sólo lo he mencionado a modo de advertencia y no quiero llamar excesivamente la atención de nadie en particular.

—Comprendo perfectamente, señor. Nada de llamar excesivamente la atención. —Fletcher hizo una pausa y acarició el fino algodón blanco de la camisa que había elegido para su amo—. Diría que el traje azul oscuro con el chaleco de seda negra. El que tiene bordados con hilo color zafiro, como el verde que se puso en Netherfield.

Darcy dio media vuelta.

—¡No! Otra cosa. —Fletcher levantó el chaleco y lo puso al lado del finísimo traje azul, casi negro—. Ah —suspiró Darcy—. Azul. —Su voz se convirtió en un murmullo—. Sí, eso funcionará.

—Sí, señor. —El ayuda de cámara sostuvo la camisa y la deslizó por los brazos de Darcy. El entusiasmo de Fletcher crecía con cada nueva prenda que Darcy se ponía, en marcado contraste con su actitud desde que habían vuelto a Londres. Era evidente que su ayuda de cámara también tenía intereses en Hertfordshire y Darcy sintió un poco de pena por eso. ¡Aquel viaje se había convertido en un completo desastre! Darcy bajó la vista mientras Fletcher terminaba de abrochar el chaleco y pasaba a elegir una corbata. Sí, se parecía mucho al que se había puesto en Netherfield. ¿Hacía sólo dos semanas? Los hilos metálicos brillaban y se ensombrecían cada vez que él se movía frente al espejo. ¡Cuántas esperanzas había puesto en los buenos resultados de esa velada!

Fletcher regresó y Darcy se sentó y levantó la barbilla para que el ayuda de cámara tuviera suficiente espacio para desplegar su habilidad. Mientras Fletcher hacía dobleces y nudos, la mente de su patrón se deslizó involuntariamente a aquella noche, a esos escasos momentos en que había tenido la mano de ella entre las suyas y se habían movido juntos en armonía y no en oposición. La manera en que el vestido flotaba alrededor de la muchacha, las flores que tenía entrelazadas en el pelo.

… tan agradablemente bella,

que lo que antes me había parecido

bello en todo el mundo

ahora me parecía raquítico,

o más bien, que estuviese reunido en ella,

contenido en ella.

Y en sus miradas, que desde aquel momento

han derramado en mi corazón una dulzura

no experimentada hasta entonces:

Su presencia inspiró a todas las cosas

un espíritu de amor y una amable delicia.

Sobresaltado, Darcy trató de pensar en otra cosa, pero no pudo evitar un estremecimiento que hizo exclamar a Fletcher:

—Por favor, señor, no se mueva todavía.

Aquellos versos eran los que había encontrado marcados por los hilos de bordar que había robado del ejemplar de Milton de la biblioteca de Netherfield. Una fantasía idiota, se dijo mientras desviaba la mirada de su ayuda de cámara, pero la severa autocensura no impidió que dirigiera su mano a los hilos del libro colocado sobre la mesilla de noche. Mientras Darcy se los enredaba con delicadeza en el dedo y los guardaba en el bolsillo del pecho, las palabras sobre las que habían reposado se apoderaron de él, de manera similar a la mujer que ellas evocaban.

Un golpecito en la puerta anunció una deseada distracción: una bandeja de monsieur Jules. Un muchacho de la cocina levantó las tapas para dejar a la vista un apetitoso tentempié para darle fuerza, ya que la cena en Melbourne House no sería servida antes de medianoche.

—Listo, señor. —Fletcher regresó a la habitación—. Excepto por la leontina y la chaqueta, está usted listo. —Darcy examinó en el espejo los esfuerzos del ayuda de cámara con ojo crítico. El rostro de Fletcher aparecía junto a él—. Si alguien pregunta —presumió con orgullo de sastre—, es el roquet. Una creación mía —agregó con modestia.

—¿Roquet? ¿Fuera de juego? ¿Y a quién voy a dejar fuera de juego con esto? —Darcy señaló el lazo que rodeaba su cuello, formado por una incontable cantidad de nudos y dobleces.

—A quien quiera, señor Darcy. —Fletcher hizo una reverencia, al ver que Darcy enarcaba una ceja; luego tomó la servilleta de la bandeja y la sacudió—. ¿Señor?

Darcy se sentó ante su comida con el ceño fruncido, mientras se preguntaba por la actitud de su ayuda de cámara, que le devolvió la mirada con imperturbable aplomo.

—¿Un caso de medida por medida, Fletcher? —preguntó Darcy finalmente, al tomar la servilleta.

La sombra de una sonrisa de satisfacción se vio reflejada en el rostro del ayuda de cámara.

—Más o menos, señor. Más o menos.

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