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Capítulo 70.- No todo lo que reluce… III

—¿Conoces a mi amigo Charles Bingley?

Brougham asintió con la cabeza.

—Un joven del norte, con más disposición que buen juicio. Tú le has hecho unos cuantos favores últimamente.

—Bingley alquiló por un año una pequeña propiedad en Hertfordshire y se enredó con una jovencita de una familia poco conveniente. —Darcy fue tejiendo su historia, teniendo cuidado de no mencionar que él también había caído en una tierna fascinación—. Así que —concluyó—, como al hombre no se le puede mencionar el tema y no atiende a razones, estoy intentando un juego encubierto. Sembrando dudas, ese tipo de cosas. Lo encuentro terriblemente incómodo.

—¡Me lo imagino! No va con tu carácter, Fitz. ¿Crees que él sospecha algo?

—No, no lo creo. Al menos, lo dudo. Confía en mí ciegamente, ¿sabes? —Darcy se sonrojó y fijó la vista en su anillo de rubí.

—Es probable que tengas razón en que no sospecha. «El corazón que es consciente de su propia integridad tarda en dar crédito a la traición de otro». ¡Ah, lo lamento, Fitz! —Brougham se disculpó al ver la expresión de dolor de Darcy—. No quería que sonara así. Bueno, ya tienes el toro por los cuernos. ¿Cuál es tu siguiente movimiento?

—Vamos a asistir a la velada de lady Melbourne esta noche.

—¡La divina Catalani! Fitz, tienes suerte. Yo también he enviado confirmación de mi asistencia a esa velada. ¿Cómo puedo ayudarte con el encantado señor Bingley?

—Ayúdame a presentarle nuevos encantos. Tú sabes lo torpe que soy para esas cosas, Dy. Pero espera —Darcy respondió con rapidez a la mirada de suspicacia de Brougham—, con eso quiero decir jovencitas decentes. Si le presentas alguna de las amigas íntimas de lady Caroline, te saco del asunto, ni se te ocurra intentarlo.

Brougham levantó las manos con fingido horror.

—¡Dios no lo permita, Fitz! Pero ¿dónde diablos sugieres que encuentre esas «jovencitas decentes» en una velada ofrecida por lady M?

—¡No creo que sea un desafío muy grande para alguien que carga con «la maldición de una memoria prodigiosa»! —le repitió Darcy. A pesar de lo razonable que parecía confiar en Dy, Darcy estaba comenzando a dudar.

—Sí —dijo Brougham, arrastrando la voz—, claro. Haré mi mejor esfuerzo, amigo. Ahora bien, ¿vamos juntos o debemos fingir que nos encontramos allí por casualidad?

—Nos reuniremos contigo allí, pero no voy a fingir que no fue planeado. Le contaré a Charles que convinimos encontrarnos, digamos, a las nueve y media cerca del salón de juego.

—¡Hecho! No hay nada como un poco de intriga para animar la velada. ¿Puedo dejarte en Erewile House?

Los dos se levantaron de la mesa y cruzaron a grandes zancadas los distintos salones del club, deteniéndose aquí y allá para intercambiar saludos con los conocidos de uno y otro, pero dirigiéndose hacia la puerta principal. Trajeron el cabriolé de Brougham y los caballos enfilaron hacia Grosvenor Square.

—No me has hablado de Georgiana —le dijo Brougham a Darcy con tono acusador—. Dios, debe de haberse convertido en una joven damita.

—Sí… sí, así es. Pretendo traerla conmigo a la ciudad en enero.

—¡Pero no para la temporada! ¡No puede estar tan crecida!

—En eso estamos de acuerdo. No, sólo quiero que conozca algunos de los entretenimientos de la ciudad. Disfruta mucho con la música y ha cultivado un gusto muy refinado.

—Y tú te vuelves muy elocuente cada vez que hablas de ella. —La cara de Brougham adoptó una expresión distante—. Te envidio, Fitz. Te envidio incluso desde que Georgiana era una chiquilla traviesa, que entorpecía inocentemente nuestros planes. ¿Recuerdas ese verano que pasé en Pemberley después de nuestro primer año en Cambridge?

—¿Cómo podría olvidarlo? ¡Fuiste tú quien la encontró! Nunca olvidaré la imagen de ella en tu regazo, al entrar en el jardín.

Brougham suspiró con tal sigilo que Darcy casi no lo nota.

—Fitz, tengo que confesarte algo. Fui yo quien escondió la maldita muñeca que ella estaba buscando. Si no la hubiese encontrado… —Se detuvo bruscamente—. Bueno, lo hice y eso, como suele decirse, es todo. ¡Y aquí estamos! —Brougham detuvo a los dos caballos bayos y se inclinó para abrirle la puerta a Darcy—. En el salón de juego de lady M a las nueve y media. Yo seré el que lleva una flor en el ojal. —Saludó a Darcy con el látigo—. ¡Au revoir!

Darcy se quedó parado en la penumbra, observando el cabriolé con el ceño fruncido, hasta que dio la vuelta a la esquina y desapareció de su vista. Luego, sacudiendo lentamente la cabeza, subió los escalones hasta Erewile House.

—¡Señor Darcy! —La puerta de la habitación se estaba cerrando tras él, cuando Fletcher, muy agitado, casi le saltó encima desde atrás.

—¡Por Dios, Fletcher! —protestó Darcy, sorprendido—. Todavía no le he llamado.

—No hay tiempo para eso, señor Darcy. ¡Tenemos que empezar ya! Su baño estará listo en un minuto. ¿Elegimos la ropa que llevará a la velada de esta noche? ¿Tenía usted algo en mente? —Darcy echó un vistazo a la habitación y notó, entre divertido y alarmado, que prácticamente todas las prendas de gala que poseía estaban colgadas o desplegadas por todos lados. Un montón de corbatas de lazo recién almidonadas reposaba dócilmente junto al joyero. Sus distintos pares de zapatos de gala habían sido lustrados hasta la perfección. Todo tenía la apariencia de una campaña militar, pensó Darcy mientras volvía a fijar su mirada en el ayuda de cámara.

—Creo que le han informado mal, Fletcher. Sólo es una velada, no una invitación a Carlton House.

—Precisamente, señor —resopló Fletcher—, ¡si se tratara de Carlton House! Pero en lugar de eso es Melbourne House, un lugar mucho más refinado, señor.

—Ajá —fue toda la contestación de Darcy cuando comenzó a avanzar hacia el vestidor, con Fletcher pisándole los talones. Durante el proceso de desnudarse y bañarse, su ayuda de cámara se movió con total profesionalidad y precisión. Una orden susurrada a un muchacho de la cocina por aquí o una pregunta en voz baja para sí mismo por allá, y casi sin darse cuenta, Darcy se encontró bañado, envuelto en su bata y sentado en la silla de afeitar, todo en un tiempo asombrosamente corto.

Mientras Fletcher probaba con pericia el filo de la navaja, Darcy se acomodó en la silla. El carácter rutinario del proceso —Fletcher siempre ejecutaba los movimientos en el mismo orden y de la misma manera— solía brindarle preciosos momentos de reflexión. Esa noche había muchas cosas sobre las cuales reflexionar… demasiadas, si Darcy permitía que su mente vagara hacia donde quisiera. La repentina aparición de Dy había sido verdaderamente providencial. Brougham era mucho más capaz de lo que él podría llegar a ser alguna vez, de orientar a Charles a través del laberinto de complejidades que suponía una reunión de la flor y nata de la sociedad. Aparte de un genuino aprecio por la aclamada diva, su único interés en la velada era la oportunidad de distraer a Charles de su enamoramiento en Hertfordshire. La atención que prestarían las damas jóvenes ante la aparición de una cara nueva y rica ciertamente sería para Charles como un vino embriagador. Darcy esperaba que eso, sumado a las dudas que él había sembrado respecto al otro asunto, canalizara las vacilantes convicciones de Bingley en una dirección apropiada. Mañana le enviaría una nota a la señorita Bingley, y si ella podía contener su desprecio por Hertfordshire y actuaba como él le había dicho, Charles estaría a salvo y fuera de peligro, y él podría volver a Pemberley.

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