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Capítulo 65.- Ciertos demonios IV

Durante años, Hinchcliffe fue una rígida presencia entre los sirvientes, la cual Darcy aprendió a apreciar sólo cuando regresó de la universidad y encontró que la salud de su amado padre se había deteriorado enormemente. Durante esos dos angustiosos años que precedieron a la muerte de su progenitor, Hinchcliffe le enseñó a Darcy todo lo relativo a los negocios, intereses y preocupaciones de su padre, y él no podía pensar en nadie más indicado para ser su propio secretario que aquel hombre que conocía tan íntimamente los intereses de los Darcy y los había llevado con tanta lealtad y pericia. Darcy no buscaba afecto en Hinchcliffe ni esperaba ninguna deferencia por su parte. Era suficiente para él saber que se había ganado el respeto y la lealtad de un hombre que conocía todas sus preocupaciones desde que era un niño y que luego le había prestado los servicios de un verdadero maestro en su oficio.

—Señor Darcy, hay una cosa más sobre la que debo llamar su atención. —Hinchcliffe sacó otra carta de su carpeta y, tras abrirla cuidadosamente, la puso sobre el escritorio—. Recibí esto de la señorita Darcy hace unos cuantos días. ¿Debo hacer lo que me solicita, señor?

Darcy tomó la carta y la leyó en voz alta:

21 de noviembre de 1811

Pemberley

Lambton

Derbyshire

Señor Hinchcliffe:

Por favor tenga la bondad de extender un cheque de mis fondos de caridad por la suma de veinte libras a favor de la «Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias», en la siguiente dirección, y ocúpese de que un cheque por la suma de cien libras sea consignado anualmente a su favor de aquí en adelante.

Muchas gracias,

Señorita GEORGIANA DARCY

Enarcando las cejas con un gesto de sorpresa, Darcy miró a su secretario por encima del borde de la carta.

—¡La Sociedad para devolver jovencitas! Hinchcliffe, ¿conoce usted esa institución?

—No la conocía, señor, antes de recibir la carta de la señorita Darcy. He hecho algunas averiguaciones y es una sociedad legal, con conexiones en Clapham, señor. Tiene una junta directiva muy respetable, los socios son personas de las mejores familias e incluso hay algunos nobles. Nada que objetar, señor.

—Mmm —musitó Darcy, mientras miraba la carta con gesto pensativo—. Eso puede ser cierto, pero me inquieta que mi hermana sepa algo sobre esas mujeres… esos diablos —se corrigió. Además, ¡el hecho de que ella no haya consultado antes conmigo! ¿Por qué no lo ha hecho? Darcy frunció el ceño.

—¿Debo seguir las instrucciones de la señorita Darcy, señor? —preguntó Hinchcliffe con su voz de bajo.

—Sí —contestó Darcy lentamente, como si le costara trabajo aceptar la solicitud—. Haga la donación de veinte libras, pero no mande las cien libras hasta que tenga noticias mías sobre el particular. Hablaré antes con la señorita Darcy.

—Muy bien, señor. Su primera cita es con el gerente de la bodega que administra los productos importados de su negocio de transporte. ¿Lo hago pasar?

Darcy asintió con la cabeza y el día comenzó en serio, con una sucesión de reuniones y negociaciones. Se hicieron tratos y se retiraron o invirtieron fondos uno tras otro, con una pequeña pausa al final de la tarde para una colación fría y un vaso de cerveza. Esto gracias a la insistencia de su atenta ama de llaves, la señora Witcher. Cuando la puerta se cerró tras el último hombre anotado en su agenda de citas, el reloj estaba a punto de dar la seis.

—Un día muy productivo. —Darcy suspiró al cerrar los libros de contabilidad y se recostó contra el asiento de su escritorio. Hinchcliffe se inclinó sobre la mesa para colocar los libros en un cuidadoso montón y luego los llevó hasta la caja de seguridad que estaba escondida tras un grupo de gruesos volúmenes en la estantería.

—Sí, señor —contestó el secretario mientras tomaba una llavecita que tenía atada a su chaleco con una cadena, cerraba la caja de seguridad y volvía a dejar los libros en su lugar—. ¿Eso es todo, señor Darcy?

—Sí, ¡es todo! Ahora vaya a comer algo; le he hecho trabajar de manera inclemente. —Mientras Hinchcliffe se inclinaba brevemente y daba media vuelta para marcharse, a Darcy se le ocurrió algo inesperadamente—. Hinchcliffe, ¿cómo va su sobrino? El que usted está instruyendo. ¿Está buscando un empleo?

—Es usted muy amable por preguntar, señor Darcy. El muchacho va bien, señor, pero yo diría que todavía no está preparado para buscar un empleo. Le falta aún medio año.

—Voy a cenar esta noche con el señor Bingley, que está muy interesado en contratar los servicios de su sobrino. Sería difícil encontrar mejor patrón.

—¿El señor Bingley, señor? —Hinchcliffe hizo una pausa y luego siguió—: Ah, sí, ahora lo recuerdo, señor. Hicieron su fortuna a través del comercio, una familia de Yorkshire, creo. —Resopló delicadamente.

—Correcto, y un amigo muy especial para mí —enfatizó Darcy—. Cuando su sobrino esté listo, le agradecería mucho que pensara seriamente en entrar al servicio del señor Bingley.

—Para él será un honor complacerlo, señor Darcy. Buenas noches, señor.

Cuando la puerta se cerró tras su secretario, cuya figura seguía siendo imponente, Darcy se quitó la chaqueta, la puso sobre el escritorio y se dirigió hasta la chimenea, estirando los músculos de la espalda mientras avanzaba. Era probable que Bingley tuviera razón en que Hinchcliffe no lo veía con buenos ojos, pensó, mientras buscaba la botella y se servía una copa. Sacudió la cabeza y dio un sorbo al pesado vaso de cristal tallado, dejando que el líquido se deslizara por su garganta. Al menos le has hecho un buen favor a Bingley en esta cuestión, que apreciará enseguida. A diferencia del otro asunto. Ése te llevará algún tiempo.

El reloj dio una campanada. Darcy se tomó el resto del contenido de su vaso de un trago y lo dejó sobre la bandeja. Bingley llegaría más o menos al cabo de una hora y él había pasado todo el día recluido en casa. Necesitaba hacer un poco de ejercicio; un paseo rápido alrededor del parque sería óptimo. Se puso la chaqueta y pidió su abrigo y su sombrero. Witcher apareció con los dos y, tras anunciar que regresaría en veinte minutos y quería que Fletcher estuviera listo para recibirlo, Darcy bajó corriendo las escaleras y se marchó caminando con paso vigoroso.

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