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Capítulo 53.- Conocer su carácter V

Lo único que puede mantener esa sonrisa de indulgencia entre los otros participantes del baile, supuso Darcy mientras observaba muy entretenido, es su atuendo clerical. Es decir, todos menos Elizabeth. El rostro de la muchacha parecía mucho menos benevolente con su primo. La humillación que la invadía era tan completa que cuando Darcy cruzó una imprudente mirada con ella durante un giro, la fuerza de esa sensación lo sacudió. El consiguiente impulso a acudir en su ayuda fue tan poderoso que lo único que lo hizo desistir de dar más de un paso en su dirección fue la duda de que ella tomara a bien su intervención. El paso fue sutilmente reorientado y Darcy cruzó al lado de la fila de bailarines, fingiendo una indiferencia que realmente desearía sentir. Las emociones que Elizabeth Bennet había despertado en él esa noche eran desconocidas y su poder era supremamente perturbador. Era indispensable establecer una cierta distancia.

Se dirigió hasta el otro extremo del salón y dio media vuelta, justo a tiempo para presenciar otro paso en falso del absurdo pariente de Elizabeth. El baile terminó y el hombre abandonó a su pareja y procedió a ofrecerles disculpas a los otros bailarines, dejándola sola y sin compañía para abandonar la pista. De ser posible, la mirada que la muchacha dirigió a la espalda del pastor habría reducido su cuello de clérigo a un anillo de cenizas. ¡Y te lo habrías merecido, estúpido!

Darcy reflexionó sobre su plan de sorprenderla para que aceptara concederle un baile. A pesar de la falta de garantías, le pareció la estrategia más viable para su objetivo, pero no todavía. Ahora sólo atizaría el fuego. La dejaría recuperarse del baile con el pastor. Luego… Uno de los tenientes de Forster pasó rápidamente frente a él y avanzó hacia Elizabeth con paso decidido. Darcy esperó hasta que la vio aceptar bailar con él la siguiente pieza, antes de comenzar a buscar a Bingley entre el torbellino de trajes de baile, bruñidos bronces y chalecos llamativos.

—Creo que, con toda seguridad, puedes catalogar tu baile como un éxito, Bingley —le dijo al encontrar a su amigo entre dos bailes—. ¡Tal vez demasiado exitoso!

—¿Demasiado exitoso? Una multitud es lo que realmente quieres decir —le dijo Bingley riéndose—. Para ser sincero, podría prescindir de unos cuantos oficiales que parecen no tener nada mejor que hacer que merodear alrededor de mujeres con las que yo quisiera conversar.

—¿Mujeres? Bingley. —Darcy paseó la mirada a su alrededor—. Por lo que parece, estás bien rodeado de muchas mujeres que estarían encantadas…

—¡Mujer, Darcy! No confundas, ni pretendas malinterpretarme.

—Bingley, te entiendo demasiado bien —dijo Darcy bajando la voz—. Has abierto el baile con ella y habéis bailado juntos varias veces. Si haces otra cosa similar, toda la comarca esperará oír el anuncio de boda el domingo.

—Bueno, al menos yo he bailado, y espero seguir haciéndolo, mientras que tú no has hecho más que pasearte por ahí con cortesía y observar a Elizabeth Bennet. —Bingley hizo una pausa para asentir y sonreír, en respuesta al saludo de alguien que acababa de llegar—. Y no pongas esa cara de póquer, porque no funcionará. Te conozco demasiado bien, amigo mío.

—Tiras flechas, Bingley, tiras flechas sin puntería. De hecho, sí tengo intención de bailar esta noche, cuando llegue el momento apropiado.

—Cuando llegue el momento… ¡Darcy!

—No me hagas preguntas…

—Así no me dirás mentiras. —Bingley sacudió la cabeza con desaliento—. ¿Cuándo será el momento apropiado? ¿Cuando suene la última campanada de medianoche? ¿Qué estás planeando, Darcy?

—Un ataque sorpresa, Bingley, y ya no te diré más. —Se alejó antes de que su anfitrión pudiera vislumbrar algo de sus planes. La música de la danza folclórica que separaba las tandas estaba a punto de terminar y él necesitaba buscar a Elizabeth antes de que otra casaca roja se la arrebatara. Un estremecimiento de inquietud le recorrió la espalda al recordar los temores y las predicciones de su ayuda de cámara sobre la velada, pero luego miró brevemente el chaleco que Fletcher le había insistido en que usara. Bueno, ya veremos, ¿no es así, amigo mío?

Cuando la encontró, Elizabeth estaba otra vez con la señorita Lucas y no se dio cuenta de que él se acercaba. Al oír el discreto «Ejem» de la señorita Lucas, Elizabeth dio media vuelta y casi se estrella contra su pecho.

—Señorita Bennet. —Darcy se inclinó rápidamente, y casi sin esperar a que ella contestara a su reverencia, aprovechó la magnífica ventaja que le daba la sorpresa—. ¿Me haría usted el honor de bailar conmigo la siguiente pieza?

Elizabeth abrió la boca y luego la volvió a cerrar; su desconcierto era bastante evidente en todos los aspectos. Se quedó mirándolo y luego dirigió su mirada a su amiga. Darcy esperó pacientemente.

—Yo no… es decir, yo iba a… sentarme… —Elizabeth levantó la vista y la fijó en los ojos de Darcy. Él enarcó una ceja con gesto inquisitivo—. Sí —aceptó ella con voz ahogada. Darcy se inclinó en señal de agradecimiento y se alejó, saboreando la maravillosa confusión que le había causado a la muchacha y la inminente realización de todos sus planes. Justo antes de llegar a su puesto en el borde de la pista de baile, se arriesgó a mirar hacia atrás y con eso toda su satisfacción se evaporó. Elizabeth parecía claramente agitada. Con creciente inquietud, la observó con disimulo, mientras hablaba furiosamente con la señorita Lucas, con la cara encendida y paseando la mirada por todo el salón. Esa visión siguió afectándolo cuando se acercó a tomar su mano para la nueva tanda de baile, ensombreciendo las expectativas que había alimentado durante toda la semana sobre lo placentero que sería ese momento. Darcy se inclinó con rigidez; ella hizo una reverencia. Él extendió la mano; ella puso la suya encima, pero no lo miró a la cara. Cualquier sensación de comodidad que él hubiese sentido alguna vez en compañía de ella lo abandonó por completo, mientras la conducía a la pista y tomaban su puesto.

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