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Capítulo 46.- Su peor enemigo VI

Afortunadamente Bingley sólo tardó unos minutos más intercambiando comentarios con las damas y los caballeros y se despidió. A Darcy la entrevista le pareció interminable. Se quedó inmóvil en la silla de montar, sin saber a dónde mirar, mientras la cabeza le daba vueltas.

¿Cómo es posible? ¿Se ha unido al regimiento? ¿Por qué? ¿Cómo? Las preguntas y las sospechas fluían rápidamente. ¿Por qué aquí? ¿Acaso sabía que yo estaría en Hertfordshire… me ha seguido? Su objetivo, ¿cuál puede ser su objetivo? Mientras Darcy se agachaba y fingía ajustar uno de los estribos, una oleada de nauseabundo temor lo sacudió hasta la médula. ¡Georgiana! ¡Dios mío! ¿Le habrá hecho algo a Georgiana y ha venido a restregármelo en la cara? De la misma forma que no podía evitar que el sol se levantara cada mañana, tampoco pudo evitar el estremecimiento de rabia y temor que sacudió su cuerpo. Sus manos temblaron, la calle pareció inclinarse y todo su ser reclamó la oportunidad de saltar sobre el demonio cuya incomodidad de hacía unos instantes había sido reemplazada por un aire de modestia y cordialidad.

—Señorita Bennet, señorita Elizabeth. —La voz de Bingley llegó al conmocionado Darcy como en un sueño—. Por favor presenten mis saludos al señor y la señora Bennet. Señor Collins, señor… ¡Perdón! Teniente Wickham. Encantado de conocerles, señores. —Bingley se quitó el sombrero y, haciendo otra reverencia a las damas, hizo que su montura diera media vuelta. Recordando sus modales, Darcy hizo lo mismo y alcanzó a ver una expresión de curiosidad en el rostro de Elizabeth.

¿Qué le habría parecido todo aquello?, pensó con rencor mientras seguía a Bingley a la salida de Meryton. Conociendo las inclinaciones de la señorita Elizabeth Bennet, Darcy supuso que ella estaría examinando el incidente con peligroso celo. ¿Qué pensará del asunto? ¿Se atreverá Wickham a ofrecerle una explicación? ¡No! No, hacerlo sería ponerse al descubierto y eso es algo que, con seguridad, no se puede permitir, pensó Darcy con amargura. ¿Cuánto costaría un cargo de teniente? ¡No, no creo que se pueda permitir muchos lujos si se ha unido al ejército! Pero ¿qué hay de Georgiana? Darcy volvió a angustiarse, temiendo por su hermana. ¿Acaso Wickham había intentado ponerse en contacto con ella, obligarla a alguna cosa mientras su hermano estaba ausente?

Bingley comenzó a tararear una canción de amor popular y el sonido de su desafinado silbido se enfrentó al torrente de emociones de Darcy, hasta resultar victorioso.

—Tienes toda mi atención, Bingley —dijo Darcy bruscamente, decidiendo que debía enviar un correo urgente a su hermana—. ¡Por favor, no sigas, te lo ruego!

—¿No te gusta la cancioncilla, Darcy? Está de moda, ¿sabes? —dijo Bingley, sonriéndole con expresión imperturbable.

Darcy enarcó una ceja, despectivo.

—¿Una cancioncilla, dices? Creí que estabas llamando a las vacas y esperaba encontrarme rodeado de tus admiradoras de cuatro patas en cualquier momento.

—¡Darcy! ¡Estás exagerando! —La acusación de Bingley fue recibida con un resoplido que negaba la existencia de la tendencia a exagerar—. Bueno, nunca he dicho que tenga talento musical, al menos no para tus oídos, pero con seguridad a un hombre se le puede perdonar que cante en voz alta cuando está inspirado por la belleza que acabo de contemplar. —Darcy creyó haber oído a Bingley suspirando de amor—. ¡Qué suerte haberlas encontrado en el pueblo! Podríamos haber pasado y no haberlas visto.

—Sí, es cierto —respondió Darcy en voz baja, mientras reflexionaba sobre la naturaleza fortuita del encuentro. Es posible que se hubiese encontrado con Wickham en alguna velada social en el pueblo. Los oficiales de Forster parecían estar siempre en todas partes. Era muy probable que Wickham fuese invitado junto a sus compañeros a asistir a una cena o a animar una reunión. ¡En una sociedad tan restringida como la de Hertfordshire, se estarían encontrando continuamente! Darcy hizo rechinar los dientes—. ¡Intolerable!

—¿Cómo has dicho? —Bingley detuvo su caballo y se giró para mirar a su acompañante.

Darcy lo miró desconcertado y luego se dio cuenta de que debía de haber expresado en voz alta la conclusión de sus reflexiones.

—Charles, debo pedirte con toda seriedad que me hagas un gran favor.

Bingley abrió los ojos al oír la solemnidad del tono de su amigo.

—Todo lo que esté a mi alcance, Darcy, cualquier cosa.

Una sonrisa fugaz cruzó el rostro del caballero al oír la buena disposición de Bingley; luego respiró profundamente.

—Te pido que informes al coronel Forster de que su nuevo oficial no será bienvenido en el baile de Netherfield la próxima semana. —La sorpresa y la duda que se reflejaron en el rostro de Bingley lo hicieron apresurarse a seguir—: Soy totalmente consciente de la posición en que esto te coloca y no puedo hacer menos que ofrecerte mis más sentidas excusas. No te puedo dar ninguna explicación, excepto decirte que conozco desde hace mucho tiempo al teniente Wickham, ya que su padre, antes de morir, fue administrador del mío, y que él ha retribuido la generosidad de mi familia de una manera monstruosa, que siempre se interpondrá entre nosotros.

—¡Por Dios, Darcy! ¿Crees que Forster sabrá que ha aceptado como oficial a semejante bandido?

—No dudo de que se enterará a su debido tiempo. Wickham nunca ha dejado de revelar su verdadera naturaleza después de un tiempo, pero su manera de ser parece tan sincera, su capacidad de embaucar es tan extraordinaria, que, por lo general, logra hacer el daño antes de que su víctima lo sepa. —El ceño fruncido de Bingley y su silencio a causa del impacto de aquella afirmación mostraron a Darcy que había logrado su propósito—. Desde luego, en otros aspectos relativos a Wickham debes actuar como te parezca apropiado. Sólo te pido que me concedas el favor de ajustar tu lista de invitados para ese baile. Si tienes que incluirlo o tolerar su compañía en algún evento público, no pienses en mí. Nadie me echará de menos, estoy seguro. —Darcy desvió la mirada, recordando el gesto ceñudo de Elizabeth.

—¿Que nadie te echará de menos? ¡Pamplinas! Ese hombre no cruzará la puerta de mi casa, te lo prometo.

—Gracias —contestó Darcy con sencillez, pero sus palabras parecieron provocar en Bingley un increíble placer—. ¿Bingley?

—¡Ah, no es nada! Sólo que son tan pocas las oportunidades en que te puedo hacer un favor de verdad, que el hecho de que me des las gracias es extraordinario.

Darcy esbozó una media sonrisa.

—Tal vez debería permitirte más oportunidades de éstas, teniendo en cuenta que te hacen tan feliz.

—¡Tal vez deberías! —repitió Bingley y la sinceridad de sus palabras tras la carcajada que las acompañó le dieron a Darcy algo más en qué pensar, mientras dirigían sus cabalgaduras hacia la entrada de Netherfield.

La afirmación de Bingley de que «ese hombre» nunca sería admitido en Netherfield alivió un poco los sombríos sentimientos de inquietud que invadieron a Darcy al descubrir a Wickham en el condado. Pero sus pasadas experiencias con Wickham conspiraban contra esa sensación de alivio; Darcy no descansaría hasta haber confirmado que Georgiana no estaba involucrada de ninguna manera en la aparición del hombre en Hertfordshire. En consecuencia, inmediatamente después de la cena, se disculpó de participar en los entretenimientos que la señorita Bingley había planeado para la noche y se retiró al escritorio que había en el salón. Después de sacar una hoja de papel y encontrar una pluma bien afilada, la mojó en el tintero y la apoyó sobre el papel.

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