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Capítulo 45.- Su peor enemigo V

—Fletcher, un momento.

—Señor Darcy. —La actitud de Fletcher le confirmó que su ayuda de cámara había recuperado gran parte de su aplomo habitual.

—He mencionado un asunto de importancia, ¿recuerda? —Fletcher se quedó inmóvil y miró a su patrón con inquietud—. No sé por qué ni cómo, pero eso no debe repetirse. ¿He sido lo suficientemente claro? —Fletcher asintió con la cabeza—. La señorita Bingley me transmitió su irritación con toda claridad y no quiero volver a soportarlo otra vez.

—¿La señorita Bingley, señor? ¿Qué le ha hecho Annie a la señorita Bingley? —El desconcierto de Fletcher coincidía con el de Darcy.

—¿Annie y la señorita Bingley? ¡Bueno, nada! —contestó Darcy.

—Entonces, ¿usted no está disgustado por lo de Annie, señor? De verdad, ¿qué más puede hacer un cristiano sino defender a una pequeña inocente de ese enorme…?

—No estoy hablando de la joven, Fletcher, ¡sino de la señorita Bingley! Aunque no puedo decir que me agrade ver a alguien tan íntimamente conectado a mi servicio involucrado en un altercado como ése.

—Señor Darcy, le juro por mi vida que nunca he tenido un altercado con la señorita Bingley —declaró Fletcher aterrado.

—No, no, no con la señorita Bingley. —Darcy estaba a punto de darse por vencido en la tarea de hacerse entender—. Fletcher, escuche… —El reloj de la habitación dio las ocho, lo que significaba que él debía estar en el primer piso justo en ese momento—. Estoy seguro de que usted entiende lo que quiero decir —dijo con frustración— y espero que sepa cumplirlo.

—Por supuesto, señor —dijo Fletcher, inclinándose. Darcy asintió con la cabeza, sin sentirse totalmente satisfecho, y con una ligera sensación de confusión. Después de recibir otro gesto de asentimiento de Fletcher, Darcy se apresuró a bajar al comedor.

La placentera tranquilidad del domingo se convirtió el lunes en un inesperado tedio. El interés de Bingley en las dificultades de la administración de una propiedad fue decayendo y no fue compensado por el despertar de la actividad social de la señorita Bingley después de que se marcharan sus inesperadas huéspedes. Varias de las personalidades locales y sus esposas vinieron a cenar, pero ninguno de ellos fue capaz de traer la chispa a la cual se había acostumbrado Darcy. Por tanto, al día siguiente, cuando Bingley sugirió un paseo a caballo hasta Meryton que terminara en una visita a Longbourn, «para preguntar por la salud de la señorita Bennet por cortesía», Darcy accedió con una celeridad que sorprendió a su amigo.

Las cuatro millas hasta Meryton a través de sinuosos senderos en medio del campo les brindaron a los dos hombres amplia oportunidad de llenar sus pulmones con el aire tonificante de un hermoso día otoñal. Al notar que sus jinetes se mostraban extraordinariamente complacidos con el recorrido, sus inquietas cabalgaduras se identificaron con ese sentimiento y emplearon todas sus habilidades para hacer de la salida un grato paseo, alentados por las risas de sus amos y las afectuosas y divertidas exclamaciones concernientes a sus orígenes hasta que el pueblo apareció en la lejanía. Allí, necesariamente adoptaron de nuevo modales más caballerosos. Mientras avanzaban por la calle principal, Bingley detuvo su caballo y se empinó sobre los estribos, interesado en la escena que tenía enfrente, lo cual intrigó a su amigo.

—¿Qué pasa, Bingley? ¿Qué estás mirando? —preguntó Darcy, examinando él también la calle.

—¿No las ves, Darcy? La familia Bennet, o mejor, sólo las damas y otros caballeros. A la izquierda, cerca de la tienda de telas. —Dirigió la mirada hacia donde señalaba su amigo, y las vio, rodeadas de algunos oficiales y otros dos caballeros, uno de los cuales parecía ataviado con el traje negro de los clérigos.

—¡Qué suerte! Ahora no hay necesidad de seguir hasta Longbourn y, teniendo en cuenta el propósito del viaje, tampoco será necesario detenernos a preguntar en la calle. La señorita Bennet está aquí y parece disfrutar de un excelente estado de salud; en consecuencia, nosotros…

La mirada que le lanzó Bingley fue exactamente la que Darcy esperaba. Apoyó los talones contra los flancos de Nelson y sonrió al gritarle a su amigo por encima del hombro:

—¡Vamos, perdedor! ¿Vienes?

Tan pronto como Bingley lo alcanzó, Darcy disminuyó el paso y se acercaron al grupo. Nadie había notado todavía su presencia, pues el caballero desconocido se interponía entre ellos y las damas. Un aleteo de excitación se agitó libremente en el pecho de Darcy cuando primero la señorita Jane Bennet y luego la señorita Elizabeth se percataron de su llegada.

—¡La señorita Bennet y, sí, todas sus hermanas! ¡Qué maravillosa coincidencia! —saludó Bingley, mientras detenía completamente su montura.

—¡Señor Bingley! ¿Cómo está usted, señor? —contestaron varias de las jovencitas, sonrojadas por la atención de que eran objeto.

—Señores, estábamos precisamente presentando a nuestro primo recién llegado a Meryton y conociendo igualmente a un nuevo amigo —explicó Elizabeth por encima de las risitas de sus hermanas—. ¿Me permiten presentarles a nuestro primo, el señor Collins, de Kent? —Consciente de que el caballero vestido de negro se había dado la vuelta, Darcy apenas fijó sus ojos en él y asintió con la cabeza. El paseo hasta Meryton había conseguido un maravilloso rubor en las suaves mejillas de la señorita Elizabeth, y aunque la felicidad que reflejaban sus ojos no se debía a la presencia de Darcy, de eso estaba seguro, seguía siendo un espectáculo extraordinario. Logró apartar sus ojos de ella cuando la muchacha comenzó la segunda presentación y trató de prestarle atención.

El otro caballero no se giró durante la primera presentación, sino que permaneció dándole la espalda al hombre a caballo. La impresión de que la figura del hombre le resultaba familiar cruzó de manera rápida por la mente de Darcy. ¡No puede ser!

—… presentarle al señor Wickham, que acaba de unirse al regimiento del coronel Forster. —Elizabeth resplandeció cuando el caballero se dio la vuelta e hizo una inclinación, con un solo movimiento.

Darcy se quedó paralizado por la sorpresa y la rabia. Su rostro palideció por completo, excepto por los ojos, que brillaron de manera sombría al ver al nuevo oficial. Sintiendo enseguida la conmoción de su amo, Nelson comenzó a retroceder y levantó la cabeza con creciente agitación. Los hábiles movimientos de Darcy pusieron al animal bajo control, pero su mirada siguió penetrando la cara enrojecida de Wickham. Incapaz de soportar el furioso escrutinio de Darcy, Wickham frunció el ceño pero ocultó su reacción con el gesto de llevarse la mano al sombrero, a modo de saludo. Con los labios apretados en un implacable gesto, Darcy le devolvió el saludo con la mínima muestra de cortesía y se volvió hacia Bingley, mientras su mente se convertía en un caos total.

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