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Capítulo 40.- Duelo de verdad VIII

Darcy estiró la mano y tomó entre sus dedos una flor desconocida. Tras observarla, volvió a meterla con suavidad entre el follaje, de forma que pudiera ser admirada en todo su esplendor. El sonido de unos delicados pasos detrás de él le hizo bajar la mano con rapidez y dar media vuelta, ocultando el objeto de su observación. Elizabeth se acercó lentamente, con una expresión confusa, pero, en lugar de detenerse, pasó ante él para examinar la manera en que Darcy había colocado la flor.

—Una flor preciosa, señor Darcy, y dispuesta ahora en una posición que la favorece. Pero ¿no cree que la admiración que atraerá será perjudicial para su carácter?

Darcy miró los ojos burlones de la muchacha, pero no se dejó arrastrar a la contienda.

—¿Practica usted la jardinería, señorita Elizabeth?

—Desde niña. Una pequeña parcela, pero me da mucho placer. Y usted, señor, ¿practica la jardinería?

—Sólo soy un ardiente admirador.

—Ya veo. —Elizabeth señaló la flor y luego se detuvo, lanzándole una mirada inquisitiva. Atrapado por la pregunta que vio en los ojos de la muchacha, no pudo desviar la mirada. Darcy se mordió el labio inferior. ¿Acaso ella habría interpretado sus palabras de otra manera?

—¿O, mejor, un perfeccionista, como en todo lo demás? —lo desafió ella. Darcy se limitó a sonreírle y le hizo una ligera inclinación, mientras experimentaba una obscena sensación de placer al ver la molestia que se había reflejado en la cara de la muchacha ante su reticencia. Dejándola sola para que se preguntara por el significado de sus palabras, el caballero pasó al lado de Elizabeth para recordar a Bingley su compromiso en la sala de billar.

Cuando él y Bingley se cansaron de jugar al billar, Darcy se mantuvo ocupado en diferentes cosas durante el resto del día. Leyó y jugó varias partidas de whist con las hermanas Bingley y Hurst. Durante la cena sólo habló con Bingley y Hurst acerca de un día de cacería. Después, les escribió cartas a todos los parientes y amigos en los que pudo pensar y que estuviesen esperando alguna noticia suya. Por último, la velada llegó a su fin y pudo retirarse con toda tranquilidad a sus aposentos. Al cerrar la puerta, tocó la campanilla para llamar a Fletcher y se felicitó por mantenerse en su propósito, pero al desplomarse pesadamente en un sillón, se dio cuenta de que el esfuerzo lo había fatigado de una manera que no guardaba proporción con el efecto que buscaba.

No pienses en eso, se ordenó, mientras cerraba los ojos y bostezaba. Estás demasiado cansado para analizarlo todo con detalle. Darcy estiró las piernas y se recostó para esperar a su ayuda de cámara.

—¡Ejem! Señor Darcy. ¡Ejem!

Darcy abrió los ojos lentamente, pero al ver a Fletcher se sentó de un salto.

—¡Fletcher! ¡Debí de quedarme dormido!

—Sí, señor. Estaba usted atrapado en los brazos de Morfeo. ¿Necesita esta noche alguna cosa distinta a lo usual, señor?

—No, no. —Darcy negó con la cabeza y bostezó—. Sólo quisiera continuar lo que empecé aquí en este sillón y lo más pronto posible.

—Claro, señor. ¿Puedo preguntarle qué chaqueta y qué chaleco desea que le planche para los servicios religiosos de mañana? —preguntó Fletcher mientras le quitaba a su amo la chaqueta y la corbata con habilidad. Darcy suspiró; la energía que necesitaba para concentrarse en esa pregunta parecía inalcanzable.

—¿Tal vez la verde, señor, con el chaleco de rayas doradas y grises?

Darcy hizo una mueca y miró a Fletcher.

—Sí, supongo que sí. Aunque es un poco excesivo para una pequeña iglesia de pueblo, ¿no cree, Fletcher?

—¿Excesivo, señor? Notable, ciertamente, pero ¿excesivo? No, señor —le aseguró Fletcher, mientras preparaba la ropa de dormir de su patrón.

Darcy miró de cerca a su ayuda de cámara.

—Así que notable, ¿ah? ¿Y por qué querría yo vestirme de manera «notable» mañana?

La mirada de Fletcher fue una representación del orgullo profesional.

—Señor Darcy. ¡Tengo una reputación que mantener!

—¿En Hertfordshire?

—En cualquier lugar donde usted esté, señor. Es mi deber velar para que usted se presente siempre de una manera acorde con su posición y con la ocasión, señor. —Fletcher siguió con sus preparativos, ejecutándolos con exaltada dignidad.

—¿Y los servicios religiosos de una iglesia de pueblo requieren una presentación «notable»? —preguntó Darcy con tono insistente, pues las protestas de Fletcher habían despertado sus sospechas.

—Perdóneme, señor, pero tenía la convicción de que el Señor estaba tan presente en una «iglesia de pueblo» como en Saint… en Londres.

—¡Ejem! —resopló Darcy—. No estoy totalmente convencido de que su sinceridad en esto sea tan buena como su teología, pero estoy demasiado fatigado para discutir. Que sea la chaqueta verde.

—¿Y el chaleco dorado y gris, señor?

—El gris con dorado —aceptó Darcy—. Aunque todavía no puedo entender por qué tengo que llevar un aspecto «notable» mañana.

—Muy bien, señor. Buenas noches, señor Darcy. —La sonrisa de Fletcher al salir despertó las dudas del caballero, pero la falta de sueño de la noche anterior, el brutal paseo a caballo de la mañana y la extenuante lucha contra su atracción por Elizabeth Bennet habían tenido un precio. En cuestión de segundos, cayó profundamente dormido, en un sopor sin sueños.

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