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Capítulo 4.- Una fiesta como esta IV.

¿Qué le parecía Netherfield? La mansión era bastante agradable, excepto por la biblioteca. Se trataba, ciertamente, de una propiedad que Bingley podía administrar en ese momento de su vida. Sí, funcionaría… si los vecinos… Darcy volvió a concentrarse en la carta.

Recibí tu carta del… el pasado miércoles y tuve la intención de responder a tu amable solicitud enseguida, pero encontré que, en ese momento, no tenía mucho que contar que justificara el esfuerzo de enviar una carta hasta Hertfordshire. Eso ha cambiado radicalmente y dudo que pueda expresarme de una manera que transmita adecuadamente mis sentimientos actuales.

Darcy se enderezó un poco en la silla, mientras un cosquilleo de preocupación se deslizaba por su espalda. Estiró la mano para tomar la taza de café y le dio un largo sorbo.

Sé que has estado muy preocupado por mí desde los sucesos del verano pasado y, sinceramente, querido hermano, me he sentido muy mal. No creía que fuera posible confiar en nadie, excepto en ti, o aceptar la más mínima deferencia sin sospechar. No deseaba tener ningún contacto social y nada me hacía feliz excepto mi música que, debo confesártelo, también se había cubierto con un velo de melancolía. Esto no pasó inadvertido para la nueva dama de compañía que me enviaste. La señora Annesley, que es una mujer sabia, decidió no presionarme ni reprenderme por eso. Sin embargo, insistió en dar largos paseos por Pemberley, afirmando que sólo yo podía mostrarle realmente su hermosura y, desde luego, mis lugares favoritos. También me animó a retomar la tarea que nuestra madre abandonó hace tantos años: visitar a las familias de nuestros arrendatarios. Después de considerar su propuesta, encontré que deseaba hacer esas visitas; de hecho, que debía haberlas hecho hace mucho tiempo.

No sé exactamente cómo sucedió, hermano, pero ya no me encuentro agobiada por el pasado. Siempre me afectará, pero ahora sé que no gobernará mi vida. El gentil consejo y sereno aplomo de la señora Annesley han sido un bálsamo curativo y un valioso ejemplo. Elegiste bien, querido hermano, y bajo su cuidado me estoy recuperando y he ido adquiriendo más fortaleza de ánimo.

La carta cayó suavemente sobre la mesa al tiempo que la tensión de Darcy se evaporaba con un suspiro que no pudo reprimir. El resto contenía los acostumbrados informes sobre sus progresos académicos y musicales, aunque redactados con un tono más alegre que los que había recibido de Georgiana durante algunos meses. Cerró los ojos un momento. Ella estará bien, se aseguró mentalmente.

Al oír pasos, Darcy dobló rápidamente la carta, la deslizó en el bolsillo de la chaqueta y se levantó del asiento. La señorita Bingley entró en el comedor y enseguida vio que Darcy estaba solo en la mesa. Le hizo señas a un criado para que abandonara su puesto junto a la puerta y actuara de camarero, inclinó la cabeza ligeramente como respuesta a la reverencia de Darcy y permitió que él eligiera una silla para que ella se sentara.

—Señor Darcy, es usted un modelo para todos nosotros. —La señorita Bingley levantó la vista hacia él, mientras Darcy la ayudaba a sentarse—. Levantarse tan temprano, me atrevería a decir que antes del amanecer, después de una noche tan extenuante, en una compañía tan agotadora. ¡Me admira su fortaleza, señor!

Darcy recuperó su café y volvió a tomar asiento en el otro extremo de la mesa.

—No puedo reclamar ningún mérito por eso, señorita Bingley. Es únicamente una cuestión de costumbre, se lo aseguro.

—Una costumbre muy buena, señor Darcy, estoy convencida. ¡Pero su café ya debe de estar frío! Deje que Stevenson le sirva otro. ¡Pocas cosas pueden ser tan desagradables como el café frío! No puedo permitirlo. —La señorita Bingley se estremeció suavemente. Darcy ocultó tras la taza una incipiente mueca de disgusto, mientras daba otro sorbo a su café. Estaba tibio, pero él no iba a darle a Caroline Bingley la oportunidad de representar esa escena de intimidad doméstica que estaba intentando comenzar, en otro desafortunado intento por llamar su atención. Darcy colocó la taza sobre el platillo con determinación y comenzó a levantarse, cuando la señorita Bingley lo sorprendió con una pregunta sobre la carta.

—Por favor, cuénteme qué dice su querida hermana. Deseo saber qué tal le va con su nueva dama de compañía. ¿Se queja de ella, o es demasiado pronto para eso? ¡Cómo desearía que hubiese venido con nosotros a Netherfield! —Suspiró con irritación—. Su compañía sería un gran alivio para soportar a los galanes locales y sus «respetables» damas. —La señorita Bingley reorganizó la comida en el plato, mientras pensaba en sus nuevos vecinos—. Charles insiste en que hagamos visitas. Estoy segura, señor Darcy, de que usted coincidirá conmigo en que eso difícilmente sería un placer. Al igual que la fiesta de anoche. Dígame una cosa, señor, ¿acaso la velada de anoche no fue toda una prueba para su sensibilidad?

Darcy rememoró algunos momentos del baile del día anterior. ¿Una prueba para su sensibilidad? Un eco del disgusto que había sentido reverberó a través de su cuerpo. Sí, una verdadera prueba. Aduladores fastidiosos, tímidas jovencitas e impertinentes mujeres mayores. Todos ellos calculando, evaluando, siguiendo con los ojos cada movimiento… De repente, recordó unos ojos con unas expresivas cejas enarcadas que lo desafiaban, intrigantes ojos llenos de interesantes secretos. Darcy se quedó absorto en ese recuerdo durante unos instantes, hasta que el tintineo de una cuchara golpeada con fuerza contra una taza le hizo recuperar la noción de la realidad, devolviéndolo a la presencia de su interrogadora. La sonrisa de la señorita Bingley apenas ocultaba la indignación que claramente estaba sintiendo por la falta de atención, pues tenía los ojos entrecerrados mientras esperaba una respuesta a su pregunta.

—¿Una prueba, señorita Bingley? Tal vez para aquellos caballeros que, como yo, no disfrutaron con el baile. Pero con seguridad usted fue objeto de muchas amables atenciones y gran admiración. —Darcy esbozó una sonrisa de satisfacción. Ella no podía negar la evidente cortesía con que la habían tratado durante todo el baile. Despreciar esa gentileza sería inapropiado, aunque reconocer que había tenido éxito en medio de una sociedad tan limitada no era algo que pudiera exhibir como un trofeo, en especial en su compañía—. Tendrá que disculparme, señorita Bingley —continuó diciendo Darcy, en un tono que exigía más que solicitaba su permiso para retirarse. Con una sonrisa de desconcierto, Caroline no pudo hacer otra cosa que asentir con la cabeza mientras él se levantaba para marcharse. Mientras se dirigía hacia la puerta y los establos, la imagen de una joven muy distinta, con los ojos levantados hacia el cielo nocturno, apareció en su mente, haciéndole detenerse inesperadamente. Sacudiendo la cabeza, siguió su camino a los establos. ¡Al caballo, señor! ¡Has venido a inspeccionar los campos y las cercas, no las escuelas locales!

Darcy entró en el patio de la caballeriza y se alegró de ver a Nelson ya preparado e impaciente por una buena carrera. Balanceándose sobre la montura, concentró sus pensamientos en su caballo y señaló con la cabeza un campo bañado por los rayos de una deliciosa mañana otoñal.

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