28 Capítulo 28.- Amagar y eludir V

Ella podrá reinar en Meryton, suspiró Darcy, pero en Londres la despreciarían, mientras que otras mujeres menos valiosas son cortejadas y elevadas hasta el cielo. Se levantó y se dirigió a la cama. Pero el sueño se negaba a aparecer y la charla mantenida durante la velada continuaba dándole vueltas en la cabeza. ¿Cómo había empezado todo aquello? Ah, sí, con los libros. La señorita Eliza había decidido leer en lugar de jugar a las cartas…

—La señorita Eliza Bennet desprecia el juego. Es una gran lectora y no encuentra placer en nada más. —El elogio de la señorita Bingley estaba elegantemente teñido de rencor. Darcy la miró con sorpresa, asombrado de que su ataque se produjera tan inmediatamente después de la aparición de la dama. A Elizabeth también la tomó por sorpresa, o tal vez el breve silencio que siguió a semejante afirmación fuese producto del cansancio, Darcy no podía estar seguro. Abrió los ojos al oír el comentario de la señorita Bingley y después volvió a posarlos en el volumen que tenía en la mano, antes de aventurarse a responder.

—No merezco ni ese elogio ni esa censura —exclamó—. No soy una gran lectora y encuentro placer en muchas cosas.

Bingley, que poseía el corazón romántico de un caballero errante, algo que Darcy ya sabía, corrió a rescatar a Elizabeth con un sincero cumplido, seguido de una despectiva descripción de sus propios hábitos de lectura.

—A mí me extraña que mi padre me haya dejado una colección de libros tan pequeña —interrumpió la señorita Bingley—. En cambio ¡qué magnífica biblioteca tiene usted en Pemberley, señor Darcy!

Darcy tenía serias dudas de que el contenido de su biblioteca despertara en el pecho de la señorita Bingley el grado de dicha que implicaba su tono. Era mucho más probable que lo que provocaba su admiración fuera la riqueza que atestiguaba ese número de volúmenes.

—Tiene que ser buena —contestó Darcy, pero evitó atribuirse el mérito por la riqueza de la biblioteca añadiendo—: Es obra de muchas generaciones.

La señorita Bingley no podía admitir la modestia de Darcy.

—Y además usted la ha aumentado considerablemente —afirmó y luego continuó con un aire de intimidad—: Siempre está comprando libros.

Darcy casi hace rechinar los dientes por la rabia que le produjeron los insistentes halagos de la señorita Bingley y también al ver la chispa de burla que comenzó a aparecer en los ojos de Elizabeth cuando notó su incomodidad.

—No puedo entender que se descuide la biblioteca de una familia en tiempos como éstos —afirmó Darcy, arrojando sobre la mesa las cartas que tenía en la mano.

La señorita Bingley dejó de ensalzar la biblioteca de Pemberley, pero siguió elogiando la casa en general, pasando por los jardines y los campos que la rodeaban, y terminando con una advertencia dirigida a su hermano, para que tomara Pemberley como modelo y no se contentara con nada menos. Bingley coincidió de buen grado con esa idea y se ofreció a comprar Pemberley en caso de que Darcy decidiera desprenderse de ella. Esa posibilidad era de una naturaleza tan absurda que el grupo soltó una buena carcajada.

Después de agotar ese tema, la señorita Bingley planteó otro, con el cual podía asegurarse la atención de Darcy:

—¿Ha crecido mucho la señorita Darcy desde la primavera? ¡Qué ganas tengo de volver a verla! ¡Qué figura, qué modales y qué talento para su edad!

Bingley miró intensamente a su hermana, tratando, supuso Darcy, de moderar sus exagerados elogios. Después de fracasar, intentó dirigir la conversación hacia un terreno más neutral.

—A mí me resulta asombroso que las jóvenes tengan tanta paciencia para aprender tanto y lleguen a ser tan perfectas como son. Todas pintan, decoran biombos y trenzan bolsitos de malla…

—Mi querido Charles —objetó Darcy, mientras se obligaba a dejar de observar a Elizabeth y dirigía la mirada hacia su amigo—, tu lista de esas habilidades cotidianas tiene mucho de verdad. El adjetivo se aplica a mujeres cuyos conocimientos no van más allá de hacer bolsos de malla o decorar biombos —agregó, y aprovechando la oportunidad para buscar la opinión de Elizabeth, ofreció la suya—: Pero estoy muy lejos de estar de acuerdo contigo en lo que se refiere a tu estimación de las damas en general. De todas las que he conocido, no puedo alardear de considerar realmente perfectas más que a una media docena.

—Ni yo, desde luego —dijo la señorita Bingley. Darcy la ignoró y dirigió su mirada expectante hacia Elizabeth, que no lo decepcionó.

—Entonces debe de ser que su concepto de la mujer perfecta es muy exigente.

—Sí, es muy exigente.

—¡Oh, desde luego! —se apresuró a intervenir la señorita Bingley—. Nadie puede estimarse realmente perfecto si no sobrepasa en mucho lo que se encuentra normalmente. —Luego procedió a enumerar una serie de conocimientos y habilidades que sólo la mejor educación proporcionaba y que sólo el padre más visionario consideraría apropiada para sus hijas—… pues de lo contrario no merecería el calificativo más que a medias —concluyó, dirigiendo una sonrisa compasiva a su invitada.

Elizabeth le devolvió la mirada con un poco de consternación, los labios apretados y una expresión severa en los ojos. Ardiendo en deseos de conocer la opinión de la señorita Elizabeth, Darcy insistió un poco más y agregó:

—Debe poseer todo eso, y a ello hay que añadir algo más sustancial —dijo y señaló con un gesto el libro que ella tenía entre las manos— en el desarrollo de su inteligencia a través de muchas lecturas.

—Ya no me sorprende que conozca sólo a seis mujeres perfectas —le replicó Elizabeth con altivez—. Lo que me extraña es que conozca a alguna.

Darcy estuvo a punto de soltar una carcajada al ver la deliciosa indignación de la muchacha, pero se limitó a enarcar una ceja ante su protesta.

—¿Tan severa es usted con su propio sexo que duda de que esto sea posible? —preguntó de manera provocadora.

—Yo nunca he visto una mujer así —profirió Elizabeth y durante un instante pareció que perdía la seguridad—. Nunca he visto tanta capacidad, tanto gusto, tanta aplicación y tanta elegancia juntas como usted describe.

avataravatar
Next chapter