23 Capítulo 23.- Saber más de ella V

Darcy decidió no comentar sus opiniones sobre el aire de Londres o su conveniencia para lady Lucas, con la esperanza de acabar de esa manera con la interminable charla. No obstante, una sonrisa bondadosa apareció de repente en el rostro de sir William.

—Mi querida señorita Eliza, ¿por qué no está bailando?

Darcy se dio la vuelta con rapidez, a tiempo para alcanzar a ver la expresión de total confusión y no poca alarma que se reflejó en el rostro de la dama. No obstante, las dos emociones fueron rápidamente enmascaradas y reemplazadas, cuando ella se atrevió a mirarlo a la cara con una apariencia de indiferente cortesía.

—Señor Darcy, permítame que le presente a esta joven que puede ser una excelente pareja. Estoy seguro de que no podrá negarse a bailar cuando tiene ante usted tanta belleza. —Amparado en la familiaridad que le permitía el hecho de conocerse desde hacía mucho tiempo, sir William se apoderó de la mano de Elizabeth y se dio la vuelta para pasársela amablemente a Darcy. La oportunidad de sostener la mano de ella entre las suyas y repetir ese contacto a través de un acto formal era una tentación a la que Darcy, aunque estaba sorprendido por su buena fortuna, se inclinaba a sucumbir. Dio un paso al frente, pero antes de que pudiera asegurarle a ella su buena disposición, la muchacha retiró la mano.

—Le aseguro, señor, que no tenía la menor intención de bailar —se apresuró a informarle a sir William la señorita Elizabeth—. Le ruego que no suponga que he venido hasta aquí para buscar pareja. —Darcy sintió el temor que experimentaba la muchacha de ser presentada otra vez ante él sólo para sufrir otro rechazo.

—Señorita Bennet —la interrumpió Darcy, acudiendo a toda la formalidad de que era capaz—, me sentiría inmensamente agradecido si usted me permitiera el honor de concederme un baile. —La expresión de la muchacha le dejó ver claramente que no creía que estuviera diciendo la verdad.

—Usted baila muy bien, señorita Eliza, y sería cruel por su parte negarme la satisfacción de verla —trató de persuadirla sir William—. Y aunque a este caballero no le guste este tipo de entretenimiento, estoy seguro de que no tendría inconveniente en complacernos durante media hora.

Absolutamente ningún inconveniente, pensó Darcy, sintiendo repentinamente hacia sir William una gratitud que nunca se habría imaginado hacía unos instantes.

—El señor Darcy es extremadamente cortés —dijo Elizabeth y sonrió con la certeza de que saldría ganadora de ese encuentro.

—Lo es, en efecto; pero considerando el incentivo, mi querida señorita Eliza, no podemos dudar de su complacencia; porque ¿quién podría rechazar una pareja tan encantadora?

Era una pregunta que ninguno de los dos contrincantes estaba preparado para responder. Elizabeth miró a Darcy con coquetería y en sus ojos brilló una chispa de triunfo; luego, murmurando una disculpa para sir William, dio media vuelta. Aunque decepcionado, Darcy no pudo evitar admirar su actitud y donaire durante la incómoda situación en la que habían quedado atrapados. La señorita Elizabeth Bennet era mucho más de lo que él esperaba encontrar en las salvajes y remotas tierras de Hertfordshire. Su admiración crecía a medida que la imagen de ella, sentada ante el piano, cruzaba su mente. Un toquecito en su brazo lo arrancó de esos agradables pensamientos.

—Puedo adivinar por qué está tan pensativo. —El tono aburrido de la señorita Bingley le aseguró a Darcy que sus pensamientos no se habían reflejado en su expresión.

—Creo que no —respondió él.

—Está pensando en lo insoportable que sería pasar más veladas de esta forma, en esta compañía. —Suspiró con conmiseración—. Y por supuesto, soy de su misma opinión. ¡Nunca he estado más molesta! ¡Qué gente tan insípida y qué alboroto arman! ¡Con lo insignificantes que son y qué importancia se dan! ¡Lo que daría por oír sus críticas sobre ellos! —la señorita Bingley metió una mano entre el brazo de Darcy y, con la otra, alisó una arruga imaginaria en la manga de su chaqueta.

—Sus conjeturas son totalmente erróneas, se lo aseguro. Mi mente estaba ocupada en cosas más agradables. —Con suavidad, pero con firmeza, Darcy quitó de su brazo la mano de la señorita Bingley—. Estaba meditando sobre el gran placer que pueden causar un par de ojos bonitos en el rostro de una mujer hermosa.

—¡Vaya, señor! —replicó ella con una cuidadosa indiferencia—. ¿Y a cuál de las damas debemos concederle el mérito de inspirar semejantes reflexiones en una persona tan poco habituada a los coqueteos?

—A la señorita Elizabeth Bennet —fue la respuesta espontánea de Darcy y tan directa que no le dejó ninguna duda referente a la seriedad de su afirmación.

—¡La señorita Elizabeth Bennet! Me deja atónita. ¿Desde cuándo es su favorita? Y dígame, ¿cuándo tendré que darle la enhorabuena?

Negándose a que lo obligaran a decir algo que pudiera alimentar las sospechas de la señorita Bingley, Darcy contestó con vaguedad e ignoró sus constantes ridiculeces. Sólo ansiaba que la velada llegara a su fin. Era tal el deseo de tomarse una copa de brandy, mientras el fuego chisporroteaba en la chimenea y él ocupaba una cómoda silla desde la que pudiera disfrutar de las dos cosas al mismo tiempo que examinaba las nuevas piezas del rompecabezas de la señorita Elizabeth Bennet, que Charles apenas pudo arrancarle unas pocas sílabas. Ya fuera por gratitud por la manera en que Darcy había soportado esa noche sus preocupaciones por la hermana mayor de las Bennet o porque sintió que su amigo necesitaba estar solo, Bingley hizo que el resto del grupo regresara a Netherfield tal como habían venido.

Mientras se acomodaban para el viaje, Bingley carraspeó unas cuantas veces, pero fue ignorado.

—Darcy, ¿te ocurre algo? Nunca te había visto así —dijo Bingley y se rió con nerviosismo.

—¿Algo? No, Charles, no me pasa nada. Al menos, no lo creo. —La voz de Darcy quedó en suspenso mientras miraba por la ventana del coche hacia la noche fría y estrellada. Después de unos momentos, volvió en sí y se dirigió a su amigo—: Me parece que tu pequeña expedición al campo ha traído más cosas de las que esperábamos. Eso es todo.

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