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Capítulo 15.- Intermezzo II

Hacia el final de la velada en casa del squire Justin, Darcy supo que estaba totalmente derrotado. Nada había salido como esperaba. Después de evitar cualquier tipo de bebida fuerte ese día para asegurarse de tener suficiente claridad mental, había venido preparado para esquivar las frases ingeniosas y los dardos de su inquietante adversaria. Si la oportunidad se presentaba y todo salía bien, también tenía intención de ofrecerle una disculpa. Pero no ocurrió ninguna de las dos cosas.

Al intentar rememorar los acontecimientos, Darcy ya fue consciente de que una velada que había comenzado de una forma tan poco propicia nunca podría mejorar. Llegaron a la casa del squire con un retraso mucho mayor del que se consideraba elegante, debido a cierto detalle del vestido de la señorita Bingley que le disgustó en el último minuto. Y la tardanza resultó ser mayor todavía a causa de la desafortunada pérdida de una herradura por parte del caballo principal del carruaje, lo que los obligó a atravesar el campo a una velocidad menor de la habitual. El aroma almizclado del perfume de la señora Hurst, que parecía invadir el coche, estuvo a punto de levantarle dolor de cabeza, así que cuando finalmente llegaron al salón de su anfitrión, Darcy apenas podía contener su irritación.

Tras insistir en ser el último del grupo en presentar sus respetos al anfitrión, Darcy se detuvo un momento en la puerta para aclarar sus ideas y recuperar el equilibrio. La señorita Bingley fue cordialmente recibida por el squire, y éste le dejó paso con solemnidad para que saludara a su esposa, que le devolvió la inclinación con las hijas de la casa, en medio de un silencio reverencial. Visiblemente complacida con el efecto causado por su entrada, la señorita Bingley accedió a la cortesía de preguntarles por su salud y poco después se sintió feliz al convertirse en el centro de atención, ante la envidia que despertó su traje en la mayor parte de las damas y la manera en que los caballeros admiraron la caída de la tela. Luego siguieron los Hurst y enseguida Bingley, quien presentó sus respetos y recibió también un gran apretón de manos por parte del squire, que se disculpó por la urgencia de sus ocupaciones, que lo habían privado del placer de acompañarlo durante la partida de caza del día anterior en Netherfield.

—Tendrá que contarme qué le parece su nueva escopeta, señor Bingley. He estado considerando comprar una de ese mismo modelo.

—Tendré mucho gusto en contárselo todo, señor, pero ¿no cree que una demostración vale más que mil palabras? Debe venir a Netherfield tan pronto le sea posible y probarla usted mismo —propuso generosamente Bingley, ofreciendo una invitación que consolidaba aún más su aprobación entre los residentes de Hertfordshire. Luego avanzó para presentarle sus respetos a la esposa del squire, siendo recibido con aparente regocijo por la buena mujer y sus hijas.

Por último, Darcy se presentó ante el anfitrión.

—Señor Darcy —comenzó a decir el squire—, he oído que tiene usted un sabueso impresionante. ¡Se dice que después de traer la presa, busca leña para el fuego, deshace su morral de caza y luego prepara la presa al estilo italiano para la cena! —El pequeño grupo de caballeros que estaban cerca se rieron con entusiasmo—. Señor, ¡dígame cuánto vale! ¡Yo tengo que tener esa maravilla!

—Mis disculpas, squire, pero creo que usted ha sido muy mal informado —respondió Darcy, torciendo un poco el labio inferior, pero sin dejar de mirar a su anfitrión con gran seriedad—. El sabueso todavía es muy joven y necesita mucho entrenamiento. Lamento decir que el estilo italiano aún está más allá de sus capacidades, pero como el perro insiste en añadirle ajo a todo, la confusión de su informante es comprensible. —Durante un momento, el humor velado de Darcy fue recibido con un silencio sepulcral, pero luego el squire soltó una carcajada y los demás lo siguieron.

—¡Bien hecho, señor Darcy! Veo que en ese cerebro hay más cosas de las que revela su rostro. ¿Me permite presentarle a mi esposa? —El squire hizo las presentaciones necesarias y Darcy pronto se encontró libre para unirse al grupo de invitados que quisiera. La señorita Bingley y la señora Hurst estaban bastante ocupadas con sus admiradores. El señor Hurst discutía sobre los méritos de Gentleman's Pride frente a Gray Shadow en la última carrera. Bingley estaba atrapado en una conversación sobre caza de la cual era evidente que quería escapar, pues, a cada poco, giraba la cabeza para mirar alrededor del largo salón.

Sí, ¿dónde están las hermanas Bennet? Él mismo se sorprendió buscándolas. Descartando la posibilidad de unirse al grupo que rodeaba a la señorita Bingley, empezó a pasearse por el salón. Estaba a punto de pasar junto a un grupo de personas reunidas alrededor de un sofá, cuando el caballero que estaba más cerca dio un paso hacia atrás y casi tropieza con él. Al tratar de esquivarlo, justo a tiempo para no ser derribado, se encontró cara a cara con la señorita Elizabeth Bennet.

—¿Me permite saludarla esta noche, señorita Bennet, y desearle una buena velada? —comenzó a decir rápidamente, al tiempo que le hacía una reverencia tan correcta y elegante como si estuviera bajo la inspección de las reinas de la sociedad londinense. La inclinación de la muchacha fue igualmente correcta.

—Claro, señor —dijo, haciendo una pausa, y luego añadió con cierta indiferencia, mientras levantaba la vista hacia él—: Aunque el hecho de que sea buena dependerá de nosotros, ¿no es así? —Los labios de la señorita Elizabeth Bennet se curvaron para formar una sonrisa de cortesía que apareció fugazmente, pero no antes de que Darcy quedara cautivado por la chispa que incluso una sonrisa tan anodina produjo en sus ojos. La confusión del caballero aumentó cuando ella se hizo a un lado y miró a su alrededor con el ceño ligeramente fruncido, gesto que él tuvo que admitir que resultaba adorable—. Si tiene usted la bondad de excusarme, señor Darcy, hay algo que requiere mi inmediata atención.

—Por supuesto, señorita Bennet —logró decir, aunque sus palabras sólo alcanzaron a llegar a la espalda de la muchacha, que se retiraba apresuradamente. Sorprendido en cierta forma por ese tratamiento, Darcy pensó primero que ella continuaba dándole su merecido por sus desconsideradas palabras de los dos últimos encuentros y que ese aparente deseo de evitarlo formaba parte de su juego. Pero cuando la vio consolando a su agitada madre y «teniendo una charla» con una de sus hermanas menores, vio que la brusca manera en que la muchacha se había retirado había sido legítima y que sus sospechas eran infundadas.

Durante la cena, Darcy se sintió un poco decepcionado al no haber quedado estrictamente dentro del círculo de Elizabeth Bennet, pues estaba sentado al otro lado de la mesa y dos sillas más allá; pero estaba lo suficientemente cerca para ser testigo de la manera sencilla y afable en que trataba a los que habían tenido la fortuna de compartir la mesa con ella. Con reticente admiración, no pudo dejar de notar la deliciosa manera en que la muchacha le subió los ánimos al hosco y anciano mayor… y, más tarde, la forma en que le aseguró a un joven y tímido galán local que el nudo de su corbata estaba «espléndido». Ya estuviera intercambiando frases ingeniosas o escuchando con atención, Darcy se dio cuenta de la inusual inteligencia que desplegaban los hermosos ojos oscuros de Elizabeth y se preguntó cómo había podido descartarla de manera tan irreflexiva durante el baile.

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