13 Capítulo 13.- ¡En guardia! V

De acuerdo con lo prometido, Bingley no intentó dirigir la conversación durante la cena, excepto por un ocasional «¡Shhh, shhh, Caroline!» y unas cuantas sacudidas de cabeza. El hecho de encontrar tan poca resistencia a sus comentarios pareció animar a la señorita Bingley, haciéndole pensar que sus observaciones y opiniones eran compartidas por quienes la acompañaban en la mesa. La señora Hurst, desde luego, se hacía eco de los sentimientos de su hermana, o los adornaba, y ambas se animaban mutuamente a alcanzar un nivel más alto en la crítica y la ridiculización.

—Vamos, Louisa, ¡eso es tan cruel! —La señorita Bingley le dio un golpecito a su hermana en la mano. La señora Hurst dijo estar arrepentida hasta que su hermana continuó con malicia—: Yo sólo le conté dos barbillas a la señora, pero, claro, yo no tuve el placer de verla sentada, como tú. —La señora Hurst dejó escapar un pequeño chillido y se cubrió la boca con la mano, mientras la señorita Bingley se recostaba en su silla con una sonrisita disimulada—. En realidad estos pueblerinos no son muy interesantes. —Le lanzó una discreta mirada a Darcy—. Los caballeros sólo hablan de caballos y cacerías. ¡Y las damas! ¡Ninguna de ellas pudo hacer un solo comentario sobre la moda actual o ha tenido el mínimo contacto con el teatro! Y la poesía probablemente es un idioma tan desconocido aquí como el italiano —concluyó, dirigiendo una maliciosa sonrisa a Darcy.

La señora Hurst soltó una risita indulgente, pero la falta de respuesta por parte de Darcy hizo que la señorita Bingley siguiera un camino más directo.

—Charles, he decidido aceptar esta semana tres invitaciones particulares a cenar y otra para tomar el té. Por favor, ten la bondad de reservar algo de tiempo para eso.

—¿Puedo preguntar, querida hermana, dónde tenemos esos compromisos? —Bingley entrelazó los dedos y apoyó la barbilla sobre los pulgares, girándose y haciendo un guiño a Darcy.

—El miércoles por la noche con el squire Justin; el jueves, con el señor y la señora King. A ellos se les tiene por gente bastante importante y se dice que tienen una renta de tres mil libras al año, ¡imagínate! El viernes cenamos con el coronel Forster y su esposa. ¿Crees que la mujer se ríe así a propósito, Louisa, o acaso soy la única a la que le parece un burro? —A medida que iba oyendo los nombres, Bingley se iba hundiendo un poco más en la silla, y al mencionar al coronel, en su rostro apareció una expresión totalmente desesperanzadora—… Y la noche del sábado, en casa de sir William Lucas. —La señorita Bingley hizo una marca al lado del último nombre de su lista y levantó la mirada justo a tiempo para ver cómo se animaba su hermano—. ¿Te parece bien, Charles?

—Dejo el aspecto social de esta empresa en tus hábiles manos, Caroline. Sólo te pido que me dejes algún tiempo para ocupaciones más masculinas y que, mientras estemos aquí, programes asistir a los servicios religiosos. Con regularidad —añadió, con una mirada que transmitía el mensaje de que no aceptaría objeciones.

Al oír eso, los ojos de la señorita Bingley se posaron involuntariamente sobre Darcy, en cuya mirada se veía reflejada la más profunda indiferencia.

—Desde luego, Charles. Eso está fuera de toda discusión, como bien sabes.

—Ahora —dijo Bingley, aprovechando el éxito de su petición y el estado de confusión en que se había sumido su hermana—, me gustaría señalar que la mañana ha transcurrido estupendamente. Caroline, mereces una felicitación. —La señorita Bingley protestó con dulzura—. No tengo la menor duda de que nuestra «mañana de puertas abiertas» será tema de muchas conversaciones y que hemos entrado con el pie derecho en la sociedad de Hertfordshire. —Bingley le permitió a su hermana la oportunidad de restarle importancia a su logro, aunque brevemente, y continuó con determinación—: Debes saber que he programado una partida de caza para mañana por la mañana y espero que vengan seis o más caballeros. Si tú haces los arreglos para el desayuno y lo notificas al personal de la casa, yo me encargaré de anunciarles nuestros planes al encargado de las caballerizas, el vigilante del campo y el guardabosques. —Bingley golpeó los brazos de la silla con los dedos al enumerar cada detalle, con la cara roja de felicidad por saberse el dueño de una propiedad donde podía ordenar cuanto deseaba—. Mañana será mi turno, queridas hermanas, de ir más allá del punto al que habéis llegado hoy.

Durante el siguiente intercambio de preguntas, advertencias y aseveraciones entre Bingley y sus hermanas, Darcy volvió a concentrarse en sus propios pensamientos. Había notado la desilusión de su amigo al no oír un nombre concreto entre la lista de compromisos sociales de su hermana y, a continuación, su entusiasmo ante la mención de sir William. Al haber observado personalmente la estrecha relación de la señorita Lucas con una de las hermanas Bennet, no fue difícil deducir la razón del súbito entusiasmo de Bingley. Él espera que la señorita Bennet también esté presente. Es totalmente probable. Lo que significa que… Darcy dejó que su pensamiento quedara inconcluso y se obligó a concentrarse de nuevo en el problema de su amigo y la señorita Bennet.

Estiró la mano para tomar su vaso de vino y, balanceando suavemente la copa en la mano, agitó su contenido mientras miraba distraídamente el líquido de color rojo oscuro. Quizás estaba viendo en la deferencia de Bingley por la señorita Bennet algo más de lo que había o habría alguna vez. Su amigo había sido el primero en admitir su propensión a enamorarse y desenamorarse más rápido de lo que se reproduce una liebre. No había razón para suponer que aquella atracción era distinta. Darcy se llevó el vaso a los labios y paladeó momentáneamente el vino antes de dejarlo deslizar por la garganta y sentir su calidez. Deja que las cosas sigan su curso. Ofrécele otros incentivos para distraer su atención. Mantenlo ocupado con Netherfield. Darcy volvió a colocar el vaso sobre la mesa con cuidado. Con seguridad esto pasará.

Tan pronto como Darcy dejó el vaso en la mesa, su anfitriona le hizo una seña al mayordomo para que volviera a llenárselo, pero él cubrió la copa con la mano y negó con la cabeza.

—¿Acaso el vino no es de su agrado, señor Darcy? —preguntó la señorita Bingley con diligencia—. Si lo desea, pedimos otra botella.

—No, no se inquiete —respondió Darcy—. El vino es excelente. —Comenzó a levantarse de su asiento, pero la señorita Bingley se apresuró a detenerle.

—Señor Darcy, no puede usted dejarnos tan pronto. Todavía no hemos oído sus impresiones sobre la sociedad de Hertfordshire. —Miró alrededor de la mesa en busca de apoyo para su requerimiento—. Estoy segura de que será muy interesante.

Darcy miró a Bingley, buscando disimuladamente su ayuda, pero su amigo se limitó a hacer una mueca y encogerse de hombros. Después de lanzarle una mirada feroz, Darcy volvió a tomar asiento y adoptó una actitud de indiferencia hacia las damas.

—Tal como usted ha dicho, señorita Bingley, los lugareños de aquí «no son muy interesantes». Sin embargo, ellos son lo que comúnmente se llama «el músculo del Imperio» y en la medida en que dependemos de ellos para que proporcionen la tan necesitada fuerza física, tal vez sea ilógico que esperemos un exceso de ingenio.

De las dos damas, la señorita Bingley fue la primera en recuperar la compostura, pero no antes de recurrir a su servilleta para limpiarse las lágrimas que la risa había dejado en sus ojos.

—Pero ¿qué hay de las damas, señor Darcy? —Un destello malicioso iluminó sus ojos—. Seguramente no incluirá a las mujeres en el suministro de la fuerza física, ¿o sí?

—De ningún modo, señorita Bingley. No sería tan desconsiderado.

—Pero, señor —insistió ella—, usted ha aceptado su falta de fuerza física y ha desestimado su ingenio. ¿Con qué criterio, entonces, podemos clasificar a las damas de Hertfordshire?

—Usted apunta a la característica más obvia cuando se trata de mujeres, señorita Bingley. Desea que yo comente sus atributos físicos, su belleza, si quiere. —Enormemente incómodo con el giro de la conversación, Darcy señaló a Bingley—. Es a su hermano y no a mí a quien debería pedirle ese juicio.

—Nosotras sabemos lo que piensa Charles —respondió la señorita Bingley con un matiz de irritación en la voz—. Para él todas son diamantes preciosos. Lo que nos gustaría oír es su opinión. ¿No es así, hermana?

—Sí, señor Darcy, por favor, cuéntenos —pidió la señora Hurst con entusiasmo y luego, después de lanzarle una mirada a su hermana, agregó con tono travieso—: En especial quisiera oír sus opiniones sobre las muchachas Bennet.

—Darcy —dijo Bingley con cierto timbre de pretendida amenaza en la voz—, no toleraré ningún comentario sobre la señorita Jane Bennet que no sea del más alto nivel. Puedes limitar tu análisis a sus hermanas… ¿a la señorita Elizabeth, tal vez? Ahora bien, ella sería mi ideal de belleza si no fuera por su hermana mayor.

El silencio invadió el salón, mientras los tres acompañantes de Darcy esperaban su respuesta. Al mismo tiempo que se limpiaba las manos con la servilleta que tenía en el regazo, se le pasó por la cabeza la idea de que, de una forma misteriosa, la señorita Elizabeth Bennet seguía exigiendo un castigo por su estúpida torpeza. Así que, mientras criticaba su rostro, su figura y sus modales con toda la despreocupación que pudo reunir, dejó bien claro que la señorita Elizabeth Bennet no era su ideal de perfección en una mujer.

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