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Capítulo 11.- ¡En guardia! III

No obstante, Darcy sabía que estaba siendo objeto de una burla. Y no le gustó sentirse así.

—Yo no diría que el hecho de haber viajado a Londres sólo para visitar tiendas de modistas es haber estado realmente en la ciudad —replicó con frialdad.

—¡Señor Darcy, es usted demasiado amable! —La sonrisa de la muchacha era tan afectada que Darcy supo enseguida que no debía tomarla por otra cosa que una falsedad y que su intento de disminuir la impertinencia de la muchacha había fracasado estrepitosamente. Entrecerró los ojos. ¿Por qué razón debía ella fingir un sentimiento de gratitud? ¡Estaba claro que él no había tenido intención de elogiarla! Sus sospechas sobre el propósito de la muchacha se confirmaron rápidamente—. ¡Cómo puede un caballero tan distinguido como usted pensar que mi vestido es un diseño londinense! Me temo que debo desengañarlo, señor. Sólo se trata de una confección local, pero tenga la seguridad de que le repetiré a mi modista su amable cumplido. —Elizabeth hizo otra fugaz inclinación antes de que Darcy, que aún no salía de su asombro, pudiera pensar en una respuesta coherente y dijo—: Por favor, discúlpeme, señor Darcy. Mi madre me necesita.

¿Amable cumplido? ¡Vaya cumplido! Mientras farfullaba en silencio, Darcy se quedó mirando cómo la señorita Elizabeth se abría paso a través del salón que ahora sí estaba abarrotado. Tal como acababa de decirle, se dirigió hasta donde estaba su madre, deteniéndose sólo brevemente para intercambiar saludos con amigos o vecinos junto a los cuales pasó deslizándose con elegancia. Darcy obligó a su cabeza a dejar de dar vueltas en círculo y trató de volver al principio, al momento en que ella había entrado por la puerta y en su rostro se reflejó la opinión que tenía de sus anfitriones. O, más exactamente, de su anfitriona, se corrigió Darcy, y recordó la animada conversación que sostuvo con Charles y su genuina sonrisa. Darcy miró a su alrededor en busca de la señorita Bingley y la descubrió con facilidad, rodeada por un círculo de invitados que, según parecía, escuchaban con atención cada una de sus palabras. En ese momento ella estaba contando algo acerca de la «terrible multitud» que había en casa de lord y lady…, lo que ella le había dicho a lady…, y cuál había sido su respuesta al ingenioso comentario del señor…, enfatizando todo con un altivo suspiro y el elegante gesto de encogerse de hombros. El grupo soltó una carcajada, y Darcy notó que varias jovencitas trataban de imitar el ademán de Caroline, al tiempo que una oleada de hombros subía y bajaba. Elizabeth Bennet no estaba entre ellas, pues se encontraba ocupada con un pequeño círculo de admiradores y amigas cercanas.

No, la señorita Elizabeth Bennet no estaba impresionada con la sofisticación londinense de la señorita Bingley o de la señora Hurst, y tampoco parecía sentir la necesidad de modificar su manera de ser para imitar la gracia de Caroline, como estaban haciendo la mayor parte de sus vecinas en ese preciso momento. En lugar de eso, pensó Darcy, comprendiéndolo por fin, ¡a la señorita Bennet le parecía que la conducta de la señorita Bingley era reprobable! A juzgar por la expresión de burla de sus ojos, lejos de cultivar una amistad con la señorita Bingley, la señorita Elizabeth parecía haberle asignado un lugar entre las cosas ridículas, como haría uno con una relación divertida pero un poco alocada. Después de satisfacer su deseo de saber qué se proponía la señorita Elizabeth Bennet, Darcy encontró que aquel descubrimiento había engendrado en él dos emociones equivalentes pero opuestas, que luchaban valerosamente en su pecho. La primera era la indignación que le causaba la impertinencia de una dama que se atrevía a juzgar a sus superiores. La segunda era el impulso de reírse por estar de acuerdo con su juicio. Una chispa de humor casi había surgido en los ojos de Darcy, cuando fue asaltado por el recuerdo de que la señorita Bingley no era el único residente de Netherfield que le causaba gracia a la señorita Elizabeth Bennet. La chispa de humor fue suprimida sin piedad cuando volvió a pensar en la manera en que la señorita Elizabeth se comportaba con él.

Ella le había propinado un buen vapuleo; a Darcy no le quedó más remedio que reconocerlo con cierta imparcialidad. La manera en que había logrado dar la vuelta a su insultante comentario, apenas disfrazado, para convertirlo en un supuesto elogio había sido magistral. Pero ¿qué le había sucedido para hablarle así a aquella muchacha? Darcy revisó mentalmente los sucesos de su encuentro. ¿Acaso había sido la rudeza de la respuesta de la joven a sus desesperados intentos por entablar una conversación banal, o tal vez se había molestado desde el principio, debido al evidente cambio de actitud de ella después de que Bingley se la presentara? A ella le gustaba Bingley, pero ¿qué pensaba de él, de Darcy?

¿Me considerará el mismo tipo de personaje que la señorita Bingley?, se preguntó, ¿o no será que su manera de comportarse es sólo una farsa, un juego de coquetería con el que espera atraer mi atención? De manera distraída, Darcy comenzó a darle vueltas al anillo de rubí que llevaba en el dedo meñique. ¿Podría tratarse de otra cosa totalmente distinta? Recordó cómo la señorita Bennet había bromeado con Bingley sobre el hecho de que él la hubiese ignorado en el baile y su amenaza de exigir un castigo. De repente, sintió que los músculos de su estómago se contraían, pues volvió a repasar mentalmente los sucesos del baile. ¡Eso era! ¡Tenía que ser! La señorita Bennet había alcanzado a oír su imprudente y desconsiderado comentario.

—¡Idiota! —El insulto hacia sí mismo se escapó de sus labios. Al no haber recibido una disculpa, ella piensa exigir lo que le corresponde a fuerza de ingenio. Consideró su teoría, mientras observaba atentamente el objeto de sus cavilaciones, que, en ese momento, se encontraba conversando animadamente con la señorita Lucas. ¿Qué debería hacer, si es que debo hacer algo?, se preguntó con sentimiento de culpa. Debía excusarse con la muchacha, sin duda, pero ¿qué podía decir: «Discúlpeme, señorita Bennet, me comporté como un patán el viernes pasado»? Y si lo hiciera, ¿cuál sería la respuesta de ella? ¿Lo perdonaría con un bonito discurso o aprovecharía la ocasión para hacerle un desplante frente a todo el mundo?

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