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Capítulo 17

Para: MinCol@MinCol.gob

De: Gob%ShakespeareCol@MinCol.gob

Asunto: Hagamos una revolución muy tranquila

Estimado Hyrum:

Me han recibido calurosamente como gobernador, especialmente debido a tu intervención a larga distancia, así como al entusiasmo de los nativos.

Seguimos trayendo colonos de la nave tan rápido como podemos construirles alojamientos. Vamos a dividirnos en cuatro asentamientos: el original, Miranda; Falstaff, Polonio y Mercucio. Hubo bastante entusiasmo por un pueblo que se llamara Calibán, pero se esfumó en cuanto la gente se imaginó la futura escuela y cuál podría ser su mascota.

Comprendes, por supuesto, que en las colonias que haya autogobierno local es inevitable, y cuanto antes sea mejor. Por buenas intenciones que tengáis, por vital que siga siendo que la Tierra pague los gastos astronómicos (y el juego de palabras es intencionado) del viaje estelar con la lejana esperanza de que acabe reportando beneficios, de ninguna manera la F.I. podría forzar a una población a aceptar a un gobernador indeseado... no por mucho tiempo.

Es mucho mejor que las naves de la F.I. lleguen como embajadoras, para promover el comercio y las buenas relaciones y para traer colonos y suministros que compensen la carga que representan para la economía local.

Como prueba de buena voluntad, tengo la intención de servir dos años como gobernador, periodo en el cual patrocinaré la redacción de una Constitución. La presentaremos al MinCol, no para su aprobación (si nos gusta, será nuestra Constitución), sino para que estime si el MinCol puede recomendar Shakespeare como destino para los colonos. Ahí radica vuestro poder: en vuestra capacidad para decidir si un colono puede unirse o no a una colonia existente.

Y quizás una comisión reguladora podría reunirse por ansible, con un representante y un voto por colonia y certificar que las demás son socias comerciales valiosas. De tal forma, una colonia que establezca un gobierno intolerable puede ser apartada y dejada de lado del comercio y los nuevos colonos... pero nadie cometerá la tontería de intentar declarar la guerra (otra palabra para imponer una política) a un asentamiento que llevaría media vida alcanzar.

¿Esta carta constituye una declaración de independencia? No una muy excelsa. Más bien afirma que somos independientes lo hagamos oficial o no. Esta gente ha sobrevivido cuarenta años totalmente sola. Se alegran de haber recibido los suministros y los nuevos genes (plantas, animales y personas), pero no eran imprescindibles.

En cierta forma, cada una de estas colonias es un híbrido: humana en genes y cultura, pero insectora en infraestructura. Los insectores construían bien; no nos hace falta despejar tierra o buscar agua y procesarla, y el sistema de alcantarillado parece construido para durar una eternidad. ¡Un buen monumento! Todavía nos sirven llevándose nuestros excrementos. Debido a lo que los insectores prepararon y los buenos científicos como Sel Menach lograron en las colonias, la F.I. y el MinCol no poseen el poder que podrían haber tenido.

Digo todo esto esperando sinceramente que finalmente podamos llegar al punto en que toda colonia reciba una visita anual. No durante tu vida o la mía, probablemente, pero tal debería ser nuestra meta.

Aunque si la historia nos sirve de guía, dentro de cincuenta años tal ambición resultará absurdamente modesta, porque posiblemente lleguen y partan naves cada seis meses, cada mes o cada semana del año. Que los dos vivamos para verlo.

ANDREW

Es imposible prever los caprichos de los niños. Cuando Alessandra era pequeña, Dorabella simplemente se reía de las cosas extrañas que pretendía hacer. Cuando Alessandra tenía ya edad para hablar, sus preguntas parecían derivadas de procesos mentales tan aleatorios que Dorabella sospechaba hasta cierto punto que su hija le había sido enviada realmente por las hadas.

Cuando van a la escuela, los niños tienden a volverse más razonables. No era cosa de los profesores ni de los padres, sino de los otros niños, que ridiculizaban o hacían el vacío a un niño cuyos actos o palabras no se ajustasen a su estándar de normalidad.

A pesar de ello, Alessandra nunca había dejado de dar sorpresas absolutas y, con el pobre Quincy tan frustrado por el modo en que Ender le había superado en las maniobras burocráticas, escogió precisamente aquel momento para ser muy poco razonable.

—Madre —dijo—, la mayoría de los durmientes ya han despertado y han bajado a Shakespeare, y llevo días con el equipaje preparado. ¿Cuándo nos vamos?

—¿Equipaje? —dijo Dorabella—. Pensaba que te había dado un ataque de limpieza. Iba a pedir a los médicos que comprobasen si tenías alguna enfermedad rara.

—No bromeo, madre. Firmamos para ir a la colonia. Estamos en la colonia. Basta con un viaje en transbordador. Tenemos un contrato.

Dorabella rió. Pero la chica no se iba a dejar convencer tan fácilmente.

—Querida hija mía —dijo Dorabella—. Ahora estoy casada. Casada con el almirante que capitanea esta nave. Cuando la nave se va, él se va. El se va, yo me voy. Yo me voy, tú te vas.

Alessandra se quedó inmóvil, totalmente en silencio. Parecía dispuesta a discutir. Pero no discutió.

—Vale, madre. Así que pasaremos unos cuantos años más viviendo en la limpieza del interior.

—Mi querido Quincy me cuenta que el próximo destino es otra colonia que no está tan lejos de aquí como la Tierra. No serán más que unos meses de vuelo.

—Pero tediosos para mí —dijo Alessandra—. Toda la gente interesante se ha ido.

—Te refieres, por supuesto, a Ender Wiggin —dijo Dorabella—. La verdad es que esperaba que lograses atraer a ese joven con futuro. Pero aparentemente decidió dejarnos de lado.

Alessandra la miró confusa.

—¿A nosotras? —dijo.

—Es un chico muy listo. Sabía que obligando a mi querido Quincy a abandonar Shakespeare también nos expulsaba a ti y a mí.

—No se me había ocurrido —dijo Alessandra—. Vaya, entonces estoy muy enfadada con él.

Dorabella lo comprendió de pronto. Alessandra se lo estaba tomando demasiado bien. No era propio de ella. Y esa ligera petulancia infantil con Ender Wiggin era casi una parodia de la forma de hablar deliberadamente infantil de Dorabella.

—¿Qué tramas? —le preguntó.

—¿Tramar? ¿Cómo podría tramar nada si la tripulación está tan ocupada y los marines se encuentran todos en el planeta?

—Estás planeando tomar un transbordador sin permiso y llegar a la superficie del planeta sin que yo me entere.

Alessandra miró a Dorabella como si hubiera perdido el juicio. Pero como ésa era su expresión normal, Dorabella esperaba que le mintiera, y su hija no la decepcionó.

—Claro que no —dijo Alessandra—. Esperaba contar con tu permiso.

—Bien, no te lo doy.

—Hemos hecho un largo viaje, madre. —Lo dijo con petulancia, por lo que tal vez estuviera siendo sincera—. Al menos quiero hacer una visita. Quiero decir adiós a todos los amigos del viaje. Quiero ver el cielo. ¡Hace dos años que no veo el cielo!

—Has estado en el cielo —dijo Dorabella.

—Oh, qué respuesta tan ingeniosa —dijo Alessandra—. Hace que mi deseo de ver el exterior desaparezca por completo... mira. Así de rápido.

Ahora que Alessandra lo mencionaba, Dorabella comprendió que también ella ansiaba un poco caminar al aire libre. El gimnasio de la nave siempre estaba lleno de marines y miembros de la tripulación, y aunque se les exigía caminar cierto número de minutos en la cinta cada día, aquello no la hacía sentirse como si realmente hubiese ido a alguna parte.

—No es descabellado —dijo Dorabella.

—Estás de broma —dijo Alessandra.

—¿Qué pasa, no lo consideras razonable?

—No creía que tú fueses a considerarlo razonable.

—Eso me duele —dijo Dorabella—. Yo también soy un ser humano. Ansío ver nubes en el cielo. Aquí hay nubes, ¿no?

—¿Cómo voy a saberlo yo, madre?

—Iremos juntas —dijo Dorabella—. Madre e hija nos despediremos de los amigos.

No llegamos a hacerlo al dejar Monopoli.

—No teníamos amigos —dijo Alessandra.

—Vaya si los teníamos, y debieron considerarnos muy maleducadas por irnos sin ellos.

—Estoy seguro de que lo lamentan todos los días. «¿Qué habrá sido de esa chica tan maleducada, Alessandra, que se fue sin decir adiós... hace cuarenta años}»

Dorabella rió. Alessandra tenía un ingenio afilado.

—Ésa ha sido la lista de mi hija feérica. Titania no te hace sombra en lo que a sarcasmo se refiere.

—Ojalá que después de La fierecilla domada hubieses dejado de leer a Shakespeare.

—Llevo toda la vida viviendo sin saberlo en El sueño de una noche de verano —dijo Dorabella—. Para mí leerlo fue como llegar a casa, no el hecho de alcanzar un planeta extraño.

—Bien, yo vivo en La tempestad —dijo Alessandra—. Atrapada en una isla y desesperada por salir.

Dorabella volvió a reír.

—Le pediré a tu padre que nos deje bajar en uno de los transbordadores y volver en otro. ¿Qué te parece?

—Excelente. Gracias, madre.

—Espera un momento—dijo Dorabella.

—¿Qué pasa?

—Has aceptado con demasiada rapidez. ¿Qué tramas? ¿Crees que podrás perderte en los bosques y esconderte hasta que yo me vaya sin ti? Eso no pasará jamás, mi niña. Yo no me iré sin ti, y Quincy no se irá sin mí. Si intentas huir, los marines te seguirán, te encontrarán y te arrastrarán de vuelta conmigo. ¿Comprendes?

—Madre —dijo Alessandra—, me escapé por última vez a los seis años.

—Querida, te escapaste apenas unas semanas antes de que nos fuésemos de Monopoli. Cuando hiciste novillos y te fuiste a ver a tu abuela.

—Eso no fue escapar —dijo Alessandra—. Regresé.

—Sólo porque descubriste que tu abuela era la viuda de Satanás.

—No sabía que el diablo hubiese muerto.

—Se casó con ella, ¿crees que no iba a suicidarse?

Alessandra rió. Así se hacía: imponías la ley, pero luego los hacías reír y sentirse felices de obedecerte.

—Visitaremos Shakespeare y volveremos a casa, a la nave. Ahora esta nave es nuestro hogar. No lo olvides.

—Claro que no —dijo Alessandra—. Pero mamá.

—¿Querida hija de las hadas?

—Él no es mi padre.

A Dorabella le llevó un momento comprender a qué se refería.

—¿Quién no es tu qué?

—El almirante Morgan —dijo Alessandra—. No es mi padre.

—Yo soy tu madre. Él es mi esposo. ¿En qué crees que te convierte eso, en su sobrina?

—No. Es. Mi. Padre.

—Oh, eso me entristece —dijo Dorabella—. Yo que creía que te alegrabas por mí.

—Me alegro mucho por ti —dijo Alessandra—. Pero mi padre fue un hombre real, no el rey de las hadas, y no se perdió bailando un día en el bosque: murió. Cualquiera con quien te cases será tu esposo, pero no será mi padre.

—Yo no me he casado con cualquiera, me casé con un hombre maravilloso con el que tendré más hijos, así que si le rechazas como padre, no le faltarán herederos a los que legar su fortuna.

—No quiero su fortuna.

—Entonces, mejor será que te cases con un rico —dijo Dorabella—, porque no querrás criar a tus hijos en la pobreza como hice yo.

—Simplemente no digas que es mi padre —dijo Alessandra.

—Tendrás que llamarle de alguna forma, y yo también. Sé razonable, querida.

—Entonces le llamaré Próspero —dijo Alessandra—, porque eso es.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Un extraño poderoso que nos controla por completo. Tú eres Ariel, la delicada mujer que ama a su amo. Yo soy Calibán. Sólo quiero la libertad.

—Eres una adolescente. Ya se te pasará.

—Nunca.

—La libertad no existe —dijo Dorabella, impacientándose—. Pero, en ocasiones, tienes la posibilidad de elegir a tus amos.

—Muy bien, madre. Tú escogiste a tu amo. Pero yo no he escogido al mío.

—Todavía crees que el chico Wiggin te tiene en cuenta.

—Sé que lo hace, pero no pongo mis esperanzas en él.

—Te ofreciste a él, mi niña, y te rechazó por completo. Fue muy humillante, aunque no te dieses cuenta.

El rostro de Alessandra enrojeció un poco y caminó hacia la puerta del camarote.

Luego se volvió, con el rostro lleno de furia y dolor genuinos.

—Lo viste —dijo—. ¡Quincy lo grabó y tú miraste!

—Claro que lo hice —dijo Dorabella—. De no haberlo hecho yo, lo habría hecho él

o un miembro de la tripulación. ¿Crees que quería que mirasen tu cuerpo con deseo?

—Me enviaste a Ender esperando que me desnudase para él, y sabías que lo grababan, y lo viste. Me viste.

—No te desnudaste, ¿verdad? ¿Y qué si lo hubieses hecho? Durante los años que pasé limpiándote el culo vi tu cuerpo desnudo desde ángulos que ni se te han ocurrido.

—Te odio, madre.

—Me amas, porque siempre cuido de ti.

—Y Ender no me humilló. Ni me rechazó. Te rechazó a ti. ¡Rechazó la forma en que tú me hiciste actuar!

—¿Qué ha sido del «¡Oh, gracias, madre! Ahora tendré al hombre que quiero»?

—Nunca he dicho eso.

—Me diste las gracias, reíste y volviste a darme la gracias. Allí te quedaste, inmóvil, y me dejaste arreglarte como una puta para atraerle. ¿En qué momento te obligué a hacer algo contra tu voluntad?

—Me dijiste lo que debía hacer si quería que Ender me amase. ¡Sólo que un hombre como Ender no pica con esos trucos!

—¿Un hombre? Querrás decir un niño. Probablemente no picó con ese «truco» porque todavía no ha alcanzado la madurez sexual. Si es que es heterosexual.

—Fíjate en lo que dices, madre —dijo Alessandra—. Ender empieza siendo el comienzo y el final del mundo, la mejor oportunidad que tendré jamás de conseguir a un gran hombre. Un momento después, es un niñito pequeño y homosexual que me humilló. Le juzgas según te conviene.

—No, mi niña. Según le conviene a mi niñita.

—Bien, no me conviene —dijo Alessandra.

—Ahí quería llegar —dijo Dorabella—. Y, sin embargo, me has insultado por decirlo. Decídete, mi pequeña Calibán. —Luego Dorabella, sin pretenderlo, se echó a reír, y también Alessandra. La chica estaba tan furiosa consigo misma por reírse, o con Dorabella por hacerla reír, que huyó de allí cerrando de un portazo. O intentándolo... el sistema neumático se activó y cerró suavemente.

Pobre Alessandra. Nada le salía como ella quería.

Bienvenida al mundo real, hija mía. Algún día comprenderás que hacer que el querido Quincy se enamorase de mí fue lo mejor que pude haber hecho por ti. Porque todo lo hago por ti. Y lo único que pido es que tú cumplas con tu parte y aproveches las oportunidades que te ofrezco.

* * *

Valentine entró con normalidad en la sala, perfectamente tranquila. Pero estaba tan disgustada con Ender que apenas podía contenerse. El chico estaba tan ocupado estando «disponible» para todos los nuevos y antiguos colonos, respondiendo preguntas, hablando de detalles que era imposible que recordara de entrevistas de media hora celebradas dos años antes, cuando estaba tan cansado que apenas podía hablar. Pero cuando alguien con quien mantenía una verdadera relación íntima iba en su busca, no había forma de dar con él.

Era igual que su método para negarse a escribirles a sus padres. Bien, no se había negado. Siempre había prometido hacerlo. Sólo que jamás lo hacía.

Durante los dos últimos años le había prometido (dándoselo a entender, no con palabras) que si la pobre joven Toscano se enamoraba de él no la rechazaría. Ahora ella y su madre habían venido al planeta a echar un «vistazo». Era más que evidente que la chica sólo aspiraba a ver una cosa: a Ender Wiggin. Y él no aparecía por ninguna parte.

Valentine estaba harta. Sí, el chico podía ser audaz y valiente, menos cuando había algo emocionalmente duro que no se veía ineludiblemente obligado a hacer. Podía dar esquinazo a la chica, quizá pensase que con eso el mensaje estaba claro, pero le debía unas palabras. Le debía al menos un adiós. No hacía falta que fuese cariñoso, pero debía afrontarlo.

Al fin dio con él en la sala de ansible de XB, escribiendo... probablemente una carta a Graff o algo igualmente irrelevante para la vida en el nuevo mundo.

—El hecho de que estés aquí —dijo Valentine— te deja sin ninguna excusa.

Ender la miró, aparentemente confundido. Bien, a lo mejor no fingía... a lo mejor se había olvidado de la chica tan completamente que no tenía ni idea de a qué se refería Valentine.

—Estás mirando su correo. Eso significa que tienes el registro de pasajeros de este transbordador.

—Ya he hablado con los nuevos colonos.

—Excepto con uno.

Ender alzó una ceja.

—Alessandra ya no es una colona.

—Te está buscando.

—Podría preguntarle a cualquiera dónde estoy y se lo dirían. No es un secreto.

—No puede preguntarlo.

—Bien, entonces, ¿cómo espera encontrarme?

—No finjas. No soy tan estúpida como para pensar que eres estúpido, aunque

actúes tan estúpidamente.

—Oh, comprendo lo relativo a la estupidez. ¿Puedes ser más concreta?

—Extremadamente estúpido.

—No en el grado, querida hermana.

—Emocionalmente insensible.

—Valentine —dijo Ender—, ¿se te ha ocurrido pensar que sé lo que estoy haciendo? ¿Puedes tener un poquito de fe en mí?

—Creo que estás evitando una confrontación emocionalmente difícil.

—Entonces, ¿por qué no me escondo de ti?

No supo si molestarse aún más porque él le hubiese devuelto la pelota o si sentirse un poco aliviada de que Ender considerase que una confrontación con ella era emotiva. Valentine no estaba segura de haber tenido suficiente ascendencia sobre Ender como para que sus confrontaciones fuesen emotivas... al menos, para él.

Ender miró la hora en la pantalla del ordenador y suspiró.

—Bien, tu sentido de la oportunidad es, como siempre, impecable, incluso si no lo entiendes.

—Entendería algo si me lo explicases —dijo Valentine.

Ahora Ender estaba de pie, y para su sorpresa, sí que era más alto que ella. Se había dado cuenta de que crecía, pero no de que la había superado. Y no era que llevase zapatos de suela gruesa... no llevaba zapatos.

—Val —dijo en voz baja—. Si analizases lo que digo y hago, tendrías claro lo que está pasando. Pero no lo analizas. Ves algo que no te parece bien y te saltas toda la parte de pensar y pasas directamente a «Ender se está equivocando y debo hacer lo posible por impedirlo».

—¡Pienso! ¡Analizo!

—Lo analizas todo y a todos. Es lo que hace que tu historia de la Escuela de Batalla resulte tan maravillosa y sincera.

—¿La has leído?

—Me la diste hace tres días. Claro que la he leído.

—No has dicho nada.

—Ésta es la primera vez que te veo desde que la terminé. Val, piensa, por favor.

—¡No seas condescendiente conmigo!

—Sentirte tratada con condescendencia no es pensar —dijo él, al fin irritado. Valentine se sintió un poco mejor—. No me juzgues hasta que no me comprendas. No puedes comprenderme si ya me has juzgado. Crees que he tratado mal a Alessandra, pero no es así. La he tratado extremadamente bien. Estoy a punto de salvarle la vida. Pero tú no puedes confiar en que yo haga lo correcto. Ni siquiera te molestas en pensar qué es lo correcto antes de decidir que no lo estoy haciendo.

—¿ Qué es eso que haces que yo creo que no haces ? Esa chica suspira por ti...

—Eso son sus sentimientos, no sus necesidades. No es lo que realmente le conviene.

Crees que el peor peligro al que se enfrenta es que hieran sus sentimientos.

Valentine sintió cómo se le pasaba la furia. ¿De qué peligro hablaba? ¿Qué necesidades tenía Alessandra más allá de la necesidad de Ender? ¿Qué se le había pasado a Valentine?

Ender la abrazó y luego salió de la sala, del edificio. Valentine se vio obligada a seguirle.

Ender se movió con rapidez por la plaza de hierba del complejo de ciencias... en realidad, cuatro estructuras de un piso donde un puñado de científicos se dedicaban a la biología y la tecnología que mantenían en funcionamiento la colonia. Pero con los recién llegados de la nave, las casas estaban repletas de gente y Ender había pedido a los capataces que cambiasen sus prioridades y levantasen edificios científicos adicionales. El ruido de la construcción del edificio no era ensordecedor, porque había pocas herramientas automáticas. Pero las instrucciones a gritos, los avisos de peligro, el golpeteo de hachas y martillos formaba en su conjunto un buen estruendo. El sonido del cambio deliberado y bien recibido.

¿Sabía realmente Ender dónde estarían exactamente las Toscano? Desde luego caminó directamente hacia ese lugar. Y ahora que Valentine lo pensaba (lo analizaba, sí, Ender) comprendió que su hermano debía haber estado esperando hasta el final de su visita, hasta que el transbordador estuviese cargado para el viaje de vuelta. No sería el último, pero sí el último que no iría lleno de marines y miembros de la tripulación. Era el último transbordador con sitio para pasajeros no esenciales.

Aun así, ha sido arriesgarse mucho. Alessandra de pie, con expresión de desamparo, al pie de la rampa, con su madre tirándole de la manga, instándola a entrar en el transbordador. Luego vio a Ender acercarse y se soltó de su madre, corriendo hacia él. ¿La pobrecita podía expresarlo con más claridad?

Echó los brazos alrededor del cuello de Ender, y éste, había que reconocérselo, la abrazó con ganas. A Valentine le sorprendió ver cómo la agarraba, hundiendo la cara en su hombro con auténtico afecto. ¿Qué quería expresar con ese gesto? ¿Qué pensaría la chica que significaba? Ender, ¿en serio eres tan insensible?

* * *

Cuando ella prácticamente le saltó a los brazos, Ender dio un paso atrás para compensar el impulso súbito; pero se aseguró de acercarle la boca a la oreja.

—Dieciséis es edad suficiente para unirse a la colonia sin permiso paterno. Alessandra se apartó de él, mirándole inquisitivamente a los ojos.

—No —dijo Ender—. No pasará nada entre nosotros. No te estoy pidiendo que te quedes conmigo.

—Entonces, ¿por qué ibas a pedirme que me quede?

—No lo he hecho —dijo Ender—. Te estoy diciendo cómo hacerlo. Ahora mismo, aquí mismo, puedo librarte de tu madre. No para ocupar yo su lugar, no para tomar

yo el control de tu vida, sino para dejar que tú tomes el control. La pregunta es si tú quieres.

Los ojos de Alessandra se llenaron de lágrimas.

—¿No me amas?

—Me importas —dijo Ender—. Eres una buena persona que no ha tenido jamás ni un momento de libertad. Tu madre controla tus idas y venidas. Teje historias a tu alrededor y con el tiempo tú siempre te las crees y haces lo que ella quiere. Apenas sabes qué quieres. Aquí, en Shakespeare, lo descubrirás. Allá arriba, con tu madre y el almirante Morgan, me pregunto si llegarás a saberlo.

Ella asintió, comprendiendo.

—Sé lo que quiero. Quiero quedarme.

—Entonces, quédate —dijo Ender.

—Díselo tú —dijo Alessandra—. Por favor.

—No.

—Si yo hablo con ella, dará con una razón para decirme que soy una estúpida.

—No la creas.

—Me hará sentirme culpable. Como si realmente estuviese cometiendo un acto odioso contra ella.

—No es así. En cierto modo, a ella también la estás liberando. Podrá tener los hijos de Morgan sin preocuparse por ti.

—¿Lo sabes? ¿Sabes que va a tener hijos con él? Ender suspiró.

—Ahora no tenemos tiempo de hablar de eso. Tu madre se acerca porque el transbordador debe irse y espera que estés a bordo. Si decides quedarte, yo te apoyaré. Si te vas voluntariamente con ella, no levantaré la mano para ayudarte.

Ender se apartó justo cuando llegaba Dorabella.

* * *

—Veo lo que hace —dijo madre—. Te promete todo lo que quieres, simplemente para que te quedes y te conviertas en su juguete.

—Madre —dijo Alessandra—, no sabes de qué hablas.

—Sé que lo que te haya prometido es mentira. No te ama.

—Sé que no me ama —dijo Alessandra—. Él mismo me lo ha dicho.

Fue bastante agradable ver la expresión de sorpresa de madre.

—Entonces, ¿a qué han venido esos abrazos, esa forma de pegar la cara a ti?

—Me susurraba al oído.

—¿Qué te ha dicho?

—Sólo me ha recordado algo que yo ya sabía —dijo Alessandra.

—Cuéntamelo en el transbordador, mi querida princesa de las hadas, porque se impacientan. No quieren llegar tarde y enfurecer a tu padre.

No había pasado ni un día desde que Alessandra le había dicho a su madre que nunca se refiriese a Quincy como su «padre» y ya lo volvía a hacer. Así había sido siempre... Madre decidía cómo debían ser las cosas y nada de lo que hiciese Alessandra la haría cambiar. Era Alessandra la que siempre tenía que cambiar. Al final Alessandra colaboraba en lo que madre quisiese porque le resultaba más cómodo. Madre siempre se aseguraba de que su forma de hacer las cosas fuera la más cómoda.

Sólo la he desafiado a hurtadillas. Cuando no miraba, cuando podía fingir que no lo sabía. Me aterra, aunque no sea un monstruo como mi abuela. O... o quizá lo sea, pero jamás me he enfrentado a ella lo suficiente para descubrirlo.

No tengo que irme con ella. Puedo quedarme.

Pero Ender no me ama. ¿A quién tengo aquí? No tengo verdaderos amigos. A gente que conozco del viaje, pero todos se relacionaban con madre, no conmigo. Hablaban de mí, delante de mí, porque era lo que hacía madre. Cuando me hablaban, era para decir lo que madre prácticamente les había ordenado que dijesen. No tengo amigos.

Ender y Valentine son los únicos que me han tratado como a una persona de pleno derecho. Y Ender no me ama.

¿Por qué no me ama? ¿Qué problema tengo? Soy bonita, soy lista. No tan lista como él, o como Valentine, pero nadie es así de listo, ni siquiera en la Tierra. Aquella vez en la nave dijo que me deseaba. Me desea, pero no me ama. Para él no soy más que un cuerpo, una gran nada y, si me quedo aquí, tendré que recordarlo continuamente.

—Mi hadita —dijo madre tirándola de nuevo de la manga—. Ven conmigo.

¡Vamos a ser muy felices juntos viajando entre las estrellas! Tendrás una excelente educación con los oficiales, tu padre ya me lo ha prometido, y cuando llegues a la edad adecuada, estaremos cerca de la Tierra, para que puedas ir a una universidad de verdad y encontrar a un hombre y no a ese niño odioso y egoísta.

En aquel momento su madre casi la arrastraba hacia el transbordador. Así eran siempre las cosas. Madre hacía que pareciese inevitable seguir sus planes. Y la

alternativa era siempre muy horrible. Otras personas jamás comprendían a Alessandra como la comprendía madre.

Pero madre no me comprende, pensó Alessandra. No me comprende a mí. Sólo comprende la imagen demencial que se ha hecho de mí. Su hija que las hadas le dejaron.

Alessandra miró atrás por encima del hombro, a Ender. Allí estaba, con el rostro inexpresivo. ¿Cómo lo hace? ¿No tiene sentimientos? ¿No me echará de menos? ¿No me llamará? ¿No me rogará que me quede?

No. Ha dicho que no lo haría. Me lo ha dicho... mi elección... voluntaria.

¿Y acompaño voluntariamente a madre?

Tira de mí, pero no con demasiada fuerza. Me habla a cada paso, y yo avanzo. Como las ratas siguiendo al flautista de Hammelin. La música de su voz me hipnotiza y yo la sigo, y me encuentro... aquí, en la rampa, en dirección al transbordador.

Regresando al lugar donde siempre estaré bajo su control. Una rival para los niños que tenga con Quincy. Al final, una molestia. ¿Y qué sucederá entonces, cuando madre se vuelva contra mí? E incluso si no pasa nunca, simplemente será porque yo estaré cumpliendo todo lo que ella quiera de mí.

Alessandra se detuvo.

La mano de madre se escapó de su brazo... en realidad no la había estado agarrando, o apenas.

—Alessandra —dijo madre—. Veo que le mirabas, pero ¿te das cuenta? Él no te quiere. No te llama. Aquí no hay nada para ti. Pero ahí arriba, entre las estrellas, hay amor. Está la magia del mundo maravilloso que compartimos.

Pero el mundo maravilloso que compartían no era mágico, era una pesadilla que madre llamaba mágica. Y ya había otra persona en ese «mundo maravilloso», alguien con quien madre dormía y con quien tendría bebés.

Madre no me miente a mí, se miente a sí misma. En realidad no quiere que yo esté allí. Ha encontrado una nueva vida propia y, simplemente, finge que nada cambiará. El hecho es que en realidad madre necesita desesperadamente librarse de mí para poder seguir con la felicidad que ha encontrado. Durante dieciséis años he sido el peso que la retenía, que la mantenía pegada al suelo, que le impedía hacer lo que soñaba. Ahora tiene al hombre de sus sueños... bueno, un hombre que puede darle la vida de sus sueños. Y yo soy un obstáculo.

—Madre —dijo Alessandra—. No voy contigo.

—Sí que vendrás.

—Tengo dieciséis años —dijo Alessandra—. Según la ley puedo decidir unirme a una colonia.

—Tonterías.

—Es cierto. Valentine Wiggin se unió a esta colonia cuando sólo tenía quince años.

Sus padres no querían, pero lo hizo.

—¿Ésa es la mentira que te contó Valentine? Puede parecer romántico y valiente, pero estarás sola siempre.

—Madre —dijo Alessandra—. Ya estoy sola siempre. Su madre retrocedió al oír sus palabras.

—Cómo puedes decir eso, mocosa desagradecida —dijo—. Estoy contigo. Nunca

estás sola.

—Siempre estoy sola —dijo Alessandra—. Y tú nunca estás conmigo. Tú estás con tu querida hija angelical que te dejaron las hadas. Y ésa no soy yo.

Alessandra se volvió y empezó a bajar la rampa.

Oyó las pisadas de madre. No, sintió vibrar ligeramente la rampa por el impacto de los pies.

Luego notó el empujón, un golpe brutal que la desequilibró por completo.

—¡Ve entonces, puta! —gritó su madre.

Alessandra intentó recuperar el equilibrio, pero la parte superior de su cuerpo se movía mucho más rápido que los pies y se sintió caer hacia delante. La rampa era tan inclinada y la iba a golpear con tal fuerza que no podría agarrarse con las manos...

Pensó todo eso en una fracción de segundo, y luego sintió que la agarraban el brazo desde atrás y, en lugar de golpear la rampa, se balanceó adelante y atrás, y no era su madre quien la había sujetado. Madre seguía a unos pasos de distancia, donde estaba al empujarla. Era el alférez Akbar y su rostro manifestaba tanta preocupación, tanta dulzura...

—¿Estás bien? —dijo, una vez que la tuvo en pie.

—¡Eso! —gritó madre—. Trae de vuelta a esa mocosa desagradecida.

—¿Quieres volver a la nave? —preguntó el alférez Akbar.

—Claro que quiere —dijo madre, que ya estaba junto a Akbar. Alessandra presenció la transformación en el rostro de su madre, que pasó de ser la aulladora que la había llamado puta y mocosa a la dulce reina de las hadas—: Mi querida hija feérica sólo es feliz en compañía de su madre.

—Creo que quiero quedarme —dijo Alessandra en voz baja—. ¿Me dejas ir? El alférez Akbar se inclinó y le susurró al oído, exactamente igual que Ender.

—Me gustaría poder quedarme aquí contigo —dijo. Luego se puso firme—. Adiós, Alessandra Toscano. Disfruta de una vida feliz en este mundo bueno.

—¡Qué dices! ¡Mi marido te someterá a un consejo de guerra! —Acercándose a Alessandra, tendió hacia ella una mano que era como la mano huesuda de la muerte.

El alférez Akbar la atrapó por la muñeca.

—¡Cómo te atreves! —le siseó Dorabella en la cara—. Has firmado tu sentencia de muerte por motín.

—El almirante Morgan aprobará que haya evitado que su esposa incumpla la ley

—dijo el alférez Akbar—. Dará su aprobación a que haya permitido que una colona libre ejerza su derecho a cumplir su contrato y quedarse en la colonia.

Madre pegó la cara a la suya, y Alessandra veía parte de la saliva de madre sobre la boca de Akbar, su nariz, su barbilla y sus mejillas. Pero él no se echó atrás.

—No será por esto, idiota —dijo—. Será por aquella vez que intentaste violarme en una sala oscura de la nave.

Durante un momento, Alessandra se preguntó cuándo había sucedido tal cosa y por qué madre no lo había mencionado en su momento.

Luego lo comprendió: no había sucedido. La intención de madre era simplemente decir que había pasado. Amenazaba al alférez Akbar con una mentira. Y una cosa era segura: madre mentía muy bien. Porque se creía sus propias mentiras.

Pero Akbar se limitó a sonreír.

—La dama Dorabella Morgan olvida algo.

—¿El qué?

—Todo está grabado. —Luego soltó la muñeca de su madre, le dio la vuelta y la empujó suavemente rampa arriba.

Alessandra no pudo evitarlo. Soltó una carcajada corta y aguda. Dorabella se volvió, furibunda. ¡Se parecía tanto a la abuela!

—La abuela —dijo Alessandra en voz alta—. Pensaba que la habíamos dejado atrás, pero mira por dónde, la trajimos con nosotras.

Era lo más cruel que Alessandra hubiese podido decir, eso estaba claro. Su madre se quedó conmocionada por el dolor. Pero era la pura verdad y Alessandra no lo había dicho para hacer daño a su madre. Simplemente se le había escapado en cuanto lo había comprendido.

—Adiós, madre —dijo—. Ten muchos bebés con el almirante Morgan. Sé feliz todo el tiempo. Deseo que lo seas. Lo espero. —Luego permitió que el alférez Akbar la acompañase rampa abajo.

Ender estaba allí... Se había acercado mientras su madre la distraía y Alessandra no se había dado cuenta. Después de todo, había venido por ella.

Akbar y ella llegaron a la parte inferior de la rampa; se dio cuenta de que Ender no la pisaba.

—Alférez Akbar —dijo Ender—, está confundido con respecto al almirante Morgan. Él la creerá, aunque sólo sea para mantener la paz con su esposa.

—Me temo que tiene usted razón —dijo—. Pero ¿qué puedo hacer?

—Puede renunciar a su puesto. Tanto por tiempo real como por tiempo relativista, su periodo de alistamiento ha expirado.

—No puedo renunciar a mitad del viaje —objetó Akbar.

—Pero no está a mitad del viaje —recordó Ender—. Está en un puerto, bajo la autoridad de la Hegemonía encarnada en mí, el gobernador.

—No lo permitirá —aseguró Akbar.

—Sí que lo permitirá —dijo Ender—. Obedecerá la ley, porque es la misma ley que le da autoridad absoluta durante el viaje. Si la viola para ir contra usted, entonces podrían violarla para ir contra él. Lo sabe.

—Y, si no lo sabía —dijo Akbar—, se lo está diciendo ahora mismo.

Sólo entonces comprendió Alessandra que seguían grabando sus palabras.

—Así es —dijo Ender—. Así que no tiene que enfrentarse a las consecuencias de desafiar a la señora Morgan. Actuó usted con total corrección. Aquí, en mi ciudad de Miranda, se le tratará con el respeto que merecen los hombres de su integridad. — Ender se volvió y con un gesto de la mano indicó todo el asentamiento—. Es una ciudad pequeña. Pero mire... es mucho mayor que la nave.

Era cierto. Alessandra lo comprendía por primera vez. Aquel lugar era enorme. Había espacio para alejarse de la gente si no te gustaba. Espacio para tener un lugar propio, para decir cosas que nadie más podría oír, para pensar tus propias ideas.

He tomado la decisión correcta.

El alférez Akbar bajó del extremo de la rampa. También lo hizo Alessandra. En la rampa, su madre gritó algo. Pero Alessandra no logró dar sentido al sonido. No podía oír ni una palabra, aunque seguro que pronunciaba palabras.

No tenía por qué oírlas. No tenía que comprenderlas. Ya no vivía en el mundo de su madre.