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02.- Ender 02 La Voz de los Muertos 10 - Los hijos de la mente 

10 - Los hijos de la mente

Regla 1: Para formar parte de la orden, todos los Hijos de la Mente de Cristo deben estar casados; pero deben ser castos.

Pregunta 1: ¿Por qué es necesario el matrimonio para todos?

Los necios dicen, ¿por qué tenemos que casarnos? El amor es el único lazo que mi amada y yo necesitamos. A ellos, les digo que el Matrimonio no es una alianza entre un hombre y una mujer; incluso las bestias se aparean y alumbran sus retoños. El Matrimonio es una alianza entre un hombre y una mujer por un lado y su comunidad por el otro. Casarse siguiendo la ley de la comunidad es convertirse en un ciudadano completo; rehusar el matrimonio es ser un extraño, un niño, un proscrito, un esclavo o un traidor. La única constante en todas las sociedades humanas es que sólo aquellos que obedecen las leyes, tabúes y costumbres del matrimonio son auténticos adultos.

Pregunta 2: ¿Por qué entonces se ordena el celibato para los sacerdotes y monjas?

Para separarlos de la comunidad. Las monjas y sacerdotes son servidores, no ciudadanos. Son ministros de la Iglesia, pero no son la Iglesia. La Madre Iglesia es la novia, y Cristo es el novio; las monjas y sacerdotes son simplemente invitados a la boda, pues han renunciado a su ciudadanía en la comunidad de Cristo para servirla.

Pregunta 3: ¿Por qué se casan entonces los Hijos de la Mente de Cristo? ¿No servimos también a la Iglesia?

No servimos a la Iglesia, excepto como la sirven todos los hombres y mujeres a través de sus matrimonios. La diferencia es que mientras ellos transmiten sus genes a la siguiente generación, nosotros transmitimos nuestro conocimiento: su legado se encuentra en las moléculas genéticas de las generaciones que vendrán, mientras que nosotros vivimos en sus mentes. Los recuerdos son los hijos de nuestros matrimonios, y no son ni más ni menos dignos que los hijos de carne y hueso concebidos en el amor sacramental.

San Angelo,

Regla y Catecismo de la Orden de los Hijos de la Mente de Cristo,

El deán de la catedral llevaba consigo el silencio propio de las oscuras capillas y los gruesos muros adondequiera que fuera. Cuando entró en la clase, un pesado silencio cayó sobre los estudiantes, que incluso contuvieron la respiración cuando apareció en el aula sin hacer ningún ruido.

- Dom Cristão - murmuró el deán -. El obispo necesita hacerle una consulta.

Los estudiantes, la mayoría adolescentes, no eran tan jóvenes como para no conocer las tirantes relaciones entre la jerarquía de la Iglesia y la de los monjes más libres, que dirigían la mayoría de las escuelas católicas en los Cien Mundos. Dom Cristão, además de ser un excelente profesor de historia, geología, arqueología y antropología, era también abad del monasterio de los Filhos da Mente de Cristo. Su posición lo convertía en el primer rival del obispo por la supremacía espiritual en Lusitania. En algunos sentidos incluso podría considerársele su superior; en la mayoría de los mundos, había sólo un abad de los Filhos por cada arzobispo, mientras que por cada obispo había un encargado de escuela.

Pero Dom Cristão, como todos los Filhos, dejaba bien claro que obedecía completamente a la jerarquía de la Iglesia. A la llamada del obispo, desconectó inmediatamente el atril y terminó la clase sin llegar a completar el tema en discusión. Los estudiantes no se sorprendieron. Sabían que haría lo mismo si algún sacerdote ordenado hubiera entrado en su clase. Era, por supuesto, inmensamente halagador para la jerarquía sacerdotal ver lo importante que eran a los ojos de los Filhos; pero también quedaba claro que cada vez que visitaran la escuela durante las horas de enseñanza, la clase acabaría inmediatamente en el punto donde estuviera. Como resultado, los sacerdotes rara vez visitaban la escuela, y los Filhos, a través de su extrema deferencia, mantenían una independencia casi completa.

Dom Cristão sabía bastante bien por qué le había llamado el obispo. El doctor Navio era un hombre indiscreto, y durante toda la mañana se había esparcido el rumor de que el Portavoz de los Muertos había proferido una temible amenaza. A Dom Cristão le resultaba difícil soportar los temores de la jerarquía cada vez que se enfrentaban a infieles y herejes. El obispo estaría furioso, lo que significaba que pediría que alguien hiciera algo, aunque lo mejor era, como de costumbre, la inacción, la paciencia y la cooperación. Además, corría la voz de que este Portavoz era el mismo que Habló de la muerte de San Ángelo. Si era así, probablemente no sería un enemigo, sino un amigo de la Iglesia. O al menos un amigo de los Filhos, lo que a los ojos de Dom Cristão era lo mismo.

Mientras seguía al silencioso deán entre los edificios de la faculdade y a través del jardín de la catedral, despejó su corazón de la furia y la molestia que sentía. Una y otra vez repitió su nombre monástico:

Amai a Tudomundo Para Que Deus Vos Ame. Había escogido cuidadosamente su nombre cuando él y su prometida se habían unido a la orden, pues sabia que su mayor debilidad era la furia y la impaciencia. Como todos los Filhos, se bautizó con la invocación contra su pecado más potente. Era una de las maneras en que se mostraban espiritualmente desnudos ante el mundo. No nos vestiremos de hipocresía, enseñó San Ángelo. Cristo nos vestirá de virtud como los lirios del campo, pero no haremos ningún esfuerzo por parecer virtuosos. Dom Cristão sentía que su virtud se debilitaba hoy: el frío viento de la impaciencia podría helarlo hasta los huesos. Así que cantó silenciosamente su nombre, pensando: «El obispo Peregrino es un maldito idiota, pero Amai a Tudomundo Para Que Deus Vos Ame.»

- Hermano Amai - dijo el obispo Peregrino. Nunca usaba el nombre honorífico Dom Cristão, a pesar de que se sabía que muchos cardenales ofrecían esa cortesía -. Me alegra que haya venido.

Navio estaba ya sentado en la silla más cómoda, pero a Dom Cristão no le extrañó. La indolencia había vuelto gordo a Navio, y ahora su gordura le hacía indolente, alimentándose siempre de si misma, y Dom Cristão agradecía no estar afligido. Se sentó en un alto taburete sin respaldo. Eso evitaría que su cuerpo se relajase y ayudaría a que su mente permaneciera alerta.

Casi inmediatamente, Navio contó su doloroso encuentro con el Portavoz de los Muertos, completado con elaboradas explicaciones de lo que el Portavoz había amenazado con hacerles si continuaba la no cooperación.

- ¡Inquisidor, nada menos! ¡Un infiel atreviéndose a suplantar la autoridad de la Madre Iglesia! Oh, cómo el miembro laxo adquiere un espíritu de cruzado cuando se amenaza a la Madre

Iglesia... pero pídele que vaya a misa una vez a la semana y verás cómo el espíritu cruzado se

encoge y se echa a dormir.

Las palabras de Navio tuvieron efecto: el obispo Peregrino se enfadó aún más; su cara adquirió un matiz sonrosado bajo el oscuro color marrón de su piel. Cuando el informe de Navio terminó por fin, Peregrino se volvió a Dom Cristão, con la cara convertida en una máscara de furia.

- ¿Qué dice ahora, Hermano Amai?

- Diría, si fuera menos discreto, que fue usted un idiota al interferirse con este Portavoz cuando supo que la ley estaba de su lado y cuando no nos había hecho ningún daño. Ahora le han provocado y es mucho más peligroso de lo que habría sido si simplemente hubiera ignorado su llegada.

Dom Cristão sonrió ligeramente e inclinó la cabeza.

- Pienso que deberíamos golpear primero para quitarle el poder de hacernos daño. Aquellas palabras militantes tomaron al obispo Peregrino por sorpresa.

- Exactamente - dijo -. Pero no esperaba que comprendiera usted eso.

- Los Filhos son tan ardorosos como cualquier cristiano seglar podría serlo - dijo Dom Cristão -

, pero ya que no tenemos ningún sacerdocio, debemos contentarnos con la razón y la lógica como pobres sustitutos de la autoridad.

El obispo Peregrino sospechó que había ironía en sus palabras, pero nunca era capaz de detectarla. Gruñó y encogió los ojos.

- Entonces, Hermano Amai, ¿cómo propone que le golpeemos?

- Bien, Padre Peregrino, la ley es muy explícita. Tiene poder sobre nosotros si interferimos en la representación de sus deberes ministeriales. Si queremos desprenderle del poder de hacernos daño, simplemente tenemos que cooperar con él.

El obispo rugió y golpeó la mesa con el puño.

- ¡Es exactamente el tipo de sofisma que debí haber esperado de usted, Amai! Dom Cristão sonrió.

- Realmente no hay otra alternativa... o contestamos sus preguntas o hace la petición, con completa justicia, para que le concedan status de inquisidor, y usted tendrá que tomar una nave que le lleve al Vaticano para responder a los cargos de persecución religiosa. Todos le apreciamos demasiado, obispo Peregrino, para hacer nada que pudiera causar su cese del cargo.

- Oh, sí, conozco su aprecio.

- Los Portavoces de los Muertos son todos bastante inofensivos... no mantienen una organización rival, no administran ningún sacramento, ni siquiera claman que la Reina Colmena y el Hegemón sea una obra de las escrituras. La única cosa que hacen es descubrir la verdad sobre las vidas de los muertos, y luego le cuentan a todo el mundo, que quiere escuchar, la vida de una persona muerta tal como el muerto tuvo intención de vivirla.

- ¿Y pretende que eso es inofensivo?

- Al contrario. San Ángelo fundó nuestra orden precisamente porque decir la verdad es un acto muy poderoso. Pero pienso que es mucho menos dañino que, pongo por caso, la Reforma protestante. Y la revocación de la licencia católica, bajo el cargo de persecución religiosa, garantizaría la autorización inmediata de los suficientes emigrantes no católicos para hacer que representemos no más de un tercio de la población.

El obispo Peregrino se frotó el anillo.

- ¿Autorizaría eso el Congreso Estelar? Han limitado el tamaño de esta colonia. Traer a tantos infieles sobrepasaría con creces ese limite.

- Pero debe saber que ya han previsto eso. ¿Por qué piensa que han dejado dos naves espaciales en la órbita de nuestro planeta? Ya que una Licencia Católica garantiza un crecimiento de la población sin restricciones, simplemente acabarán con nuestro exceso de población con una emigración forzada. Esperan hacerlo dentro de una generación o dos... ¿por qué no iban a empezar ahora?

- No harían eso.

- El Congreso Estelar se formó para detener las yihads y los progroms que tenían lugar en media docena de lugares. Una invocación a las leyes de persecución religiosa es un asunto serio.

- ¡Está completamente fuera de lugar! ¡Un Portavoz de los Muertos es llamado por una especie de hereje medio loco y de repente nos enfrentamos a una emigración forzada!

- Mi amado padre, las cosas siempre han sido así entre la autoridad seglar y la religiosa. Tenemos que ser pacientes, aunque no sea por otra razón más que por ésta: ellos tienen toda la fuerza.

Navio frunció el ceño ante esto.

- Puede que tengan la fuerza, pero nosotros tenemos las llaves del cielo y del infierno - dijo el obispo.

- Y estoy seguro de que la mitad del Congreso Estelar ya se relame de ganas. Mientras tanto, quizá yo pueda ayudar a aliviar el dolor de este tiempo hostil. En vez de tener que retractarse públicamente de sus observaciones anteriores (sus estúpidas, destructivas y retorcidas observaciones), hagamos saber que ha instruido a los Filhos da Mente de Cristo para que soporten la onerosa carga de contestar las preguntas del infiel.

- Puede que no conozca usted todas las respuestas que quiere - dijo Navio.

- Pero podemos averiguar las respuestas para él, ¿no? Quizás así la gente de Milagro no tendrá que responderle nunca directamente; en cambio, hablarán solamente a inofensivos hermanos y hermanas de nuestra orden.

- En otras palabras - dijo Peregrino secamente -, los monjes de su orden se convertirán en servidores del infiel.

Dom Cristão cantó su nombre silenciosamente otras tres veces.

Ender no se había sentido más claramente en territorio enemigo desde que pasó su infancia con los militares. El camino que llevaba a la colina desde la praça estaba desgastado por los pasos de los pies de muchos adoradores, y la cúpula de la catedral era tan alta que, excepto en algunos lugares en lo más empinado de la cuesta, era visible todo el tiempo desde la colina. La escuela primaria estaba a la derecha, construida en forma de terraza en la ladera; a la izquierda estaba la Vila dos Professores, llamada así por los maestros, aunque en realidad estaba habitada por los jardineros, conserjes, empleados y otros cargos. Los profesores que vio Ender llevaban todos las túnicas grises de los Filhos, y le miraron con curiosidad mientras pasaban por su lado.

La enemistad empezó cuando llegó a la cima de la colina, una amplia, casi plana extensión de césped y jardín inmaculadamente cuidado, con ordenados parterres formando senderos. «Éste es el mundo de la Iglesia - pensó Ender -, todo en su sitio y ninguna mala hierba.» Era consciente de las muchas miradas que se le dirigían, pero ahora las sotanas eran negras o naranjas, sacerdotes y diáconos cuyos ojos brillaban malévolos de la autoridad que mantenían bajo amenazas. ¿Qué es lo que os robo al venir aquí?, les preguntó Ender en silencio. Pero sabía que su odio no era inmerecido. Era una hierba salvaje creciendo en el jardín bien cuidado; donde se detenía amenazaba el desorden, y muchas flores hermosas morirían si echaba raíces y chupaba la vida de su suelo.

Jane charlaba amigablemente con él, tratando de provocarle para que contestara, pero Ender rehusaba caer en su juego. Los sacerdotes no le verían mover los labios; había una considerable facción en la Iglesia que consideraba los implantes como el que llevaba en el oído un sacrilegio, al tratar de mejorar un cuerpo que Dios había creado perfecto.

- ¿Cuántos curas puede soportar esta comunidad, Ender? - dijo ella, haciendo como que se maravillaba.

A Ender le habría gustado replicarle que ella ya tenía el número exacto en sus archivos. Uno de sus placeres era decir cosas molestas cuando él no estaba en posición de contestarle o reconocer públicamente que ella le hablaba al oído.

- Zánganos que ni siquiera se reproducen. Si no copulan, ¿no demanda la evolución que se extingan?

Por supuesto, sabía que los sacerdotes hacían la mayor parte del trabajo administrativo y público de la comunidad. Ender pensó sus respuestas como si pudiera expresarlas en voz alta. Si los sacerdotes no estuvieran aquí, entonces serian los miembros del gobierno, o grupos de negocios, o corporaciones o cualquier otro grupo quienes se expanderían para tomar la carga. Alguna jerarquía rígida emerge siempre como la fuerza conservadora de una comunidad, manteniendo su identidad a pesar de las constantes variaciones y cambios que la amenazaban. Si no hubiera ningún abogado de la ortodoxia, la comunidad se desintegraría inevitablemente. Una ortodoxia poderosa es molesta, pero es esencial para la comunidad. ¿No había escrito esto

Valentine en su libro sobre Zanzíbar? Comparaba la clase sacerdotal con el esqueleto de los vertebrados...

Sólo para demostrarle que podía anticipar sus argumentos antes incluso de que pudiera decirlos en voz alta, Jane proporcionó la cita; implacable, habló con la voz de Valentine, que había almacenado obviamente para atormentarle.

- Los huesos son duros y parecen muertos y óseos, pero al agruparse a su alrededor, el resto del cuerpo ejecuta los movimientos de la vida.

El sonido de la voz de Valentine le lastimó más de lo que esperaba, ciertamente más de lo que Jane había pretendido. Advirtió que era su ausencia lo que le hacía tan sensible a la hostilidad de los sacerdotes. Había soportado las dentelladas de los calvinistas, había caminado filosóficamente desnudo entre los carbones ardientes del Islam, y los fanáticos Shinto le habían cantado amenazas de muerte en su ventana de Kyoto. Pero Valentine había estado siempre cerca, en la misma ciudad, respirando el mismo aire, afligida por el mismo clima. Le inspiraba valor al partir; él regresaba en busca de consuelo y su conversación encontraba sentido incluso a sus fallos, dándole pequeñas notas de triunfo incluso en la derrota. La dejé hace apenas diez días y ya siento su falta.

- A la izquierda, creo - dijo Jane. Afortunadamente, ahora usaba de nuevo su propia voz -. El monasterio está en el ala oeste de la colina, vigilando la Estación Zenador.

Ender pasó junto a la faculdade, donde los alumnos estudiaban las ciencias superiores a partir de los doce años. Y allí estaba esperando el monasterio. Sonrió ante el contraste entre la catedral y el monasterio. Los Filhos eran casi inofensivos en su repudio de la opulencia. No era extraño que la jerarquía les temiera, dondequiera que fueran. Incluso el jardín del monasterio era un argumento rebelde... todo estaba abandonado y formaba matojos de hierba sin cortar.

El abad se llamaba Dom Cristão, por supuesto; se habría llamado Dona Crista si hubiera sido una abadesa. En este lugar, como sólo había una escola baixa y una faculdade, había sólo un encargado; con elegante simplicidad, el marido dirigía el monasterio y la esposa las escuelas, envolviendo todos los asuntos de la orden en un solo matrimonio. Ender le había dicho a San Ángelo al principio que era la cima de la pretensión y no de la humildad, el que los jefes de los monasterios y las escuelas se llamaran «Don Cristiano» o «Doña Cristiana», arrogándose un titulo que debería pertenecer a todos los seguidores de Cristo indistintamente. San Ángelo solamente había sonreído, porque eso era, precisamente, lo que tenía en mente. Arrogante en su humildad, eso era, y ésa era una de las razones por las que Ender le amaba.

Dom Cristão salió al patio para saludarle en vez de esperarle en su escritorio: parte de la disciplina de la orden era la de molestarse uno deliberadamente en favor de aquellos a quienes se sirve.

- ¡Portavoz Andrew! - exclamó.

- ¡Dom Ceifeiro! - dijo Ender a su vez. Ceifeiro (segador), era el título que la orden daba al oficio de abad; los encargados de las escuelas eran llamados aradores, y los monjes maestros semeadores, sembradores.

El Ceifeiro sonrió al ver que el Portavoz rehusaba su título común, Dom Cristão. Sabía lo difícil que era requerir que otra gente llamara a los Filhos por sus títulos y sus nombres compuestos. Como decía San Ángelo: «Cuando te llaman por tu título, admiten que eres cristiano; cuando te llaman por tu nombre, un sermón sale de sus propios labios.» Tomó a Ender por los hombros, sonrió y dijo:

- Sí, soy el Ceifeiro. ¿Y qué es usted para nosotros... nuestra mala hierba?

- Intento ser un tizón adondequiera que voy.

- Tenga cuidado, entonces, o el Señor de los Cosechas le quemará con las cizañas.

- Lo sé, la condenación está sólo a un suspiro de distancia, y no hay esperanza de que me arrepienta.

- Los sacerdotes se arrepienten. Nuestro trabajo es enseñar a la mente. Es bueno que haya venido.

- Fue bueno que me invitara. Me han obligado a tomar unas medidas de fuerza para lograr que alguien converse conmigo.

El Ceifeiro comprendía, por supuesto, que el Portavoz sabía que la invitación se debía solamente a su amenaza inquisitorial. Pero el Hermano Amai prefería mantener la conversación en términos alegres.

- Venga, ¿es cierto que conoció a San Ángelo? ¿Es usted el mismo que Habló en su muerte? Ender hizo un gesto hacia los altos matojos que sobrepasaban el muro del patio.

- Habría aprobado el desarreglo de su jardín. Le encantaba provocar al cardenal Aquila, y sin duda su obispo Peregrino también arruga la nariz de disgusto por su mantenimiento.

Dom Cristão retrocedió.

- Conoce demasiados secretos nuestros. Si le ayudamos a encontrar respuestas a sus preguntas, ¿se marchará?

- Hay esperanza. El máximo tiempo que me he quedado en un lugar desde que empecé a servir como Portavoz ha sido el año y medio que he estado viviendo en Reykiavik, en Trondheim.

- Desearía que nos prometiera una estancia igualmente breve aquí. No por mí, sino por la paz interior de aquellos que llevan sotanas mucho más importantes que la mía.

Ender dio la única respuesta sincera que podría ayudar a tranquilizar la mente del obispo.

- Prometo que si alguna vez encuentro un lugar en donde asentarme, dejaré mi título de

Portavoz y me convertiré en un ciudadano productivo.

- En un lugar como éste, eso incluiría convertirse al catolicismo.

- San Ángelo me hizo prometer hace años que si alguna vez me convertía a alguna religión, sería a la suya.

- De alguna manera, eso no parece una profesión de fe sincera.

- Es porque no tengo ninguna.

El Ceifeiro se rió como si lo supiera por experiencia, e insistió en mostrarle a Ender el monasterio y las escuelas antes de tratar sobre sus preguntas. A Ender no le importó: quería ver hasta dónde habían llegado las ideas de San Ángelo en los siglos que habían pasado desde su muerte. Las escuelas parecían bastante agradables, y la calidad de la educación era alta; pero oscureció antes de que el Ceifeiro le llevara de vuelta al monasterio y le hiciera pasar a la pequeña celda que compartían él y su esposa, la Aradora.

Dona Cristã ya estaba allí, creando ejercicios gramaticales en el terminal situado entre las dos camas. Esperaron hasta que encontró un punto en el que pararse antes de hablarle.

El Ceifeiro lo presentó como el Portavoz Andrew.

- Pero parece que le cuesta trabajo llamarme Dom Cristão.

- Lo mismo le pasa al obispo - dijo su esposa -. Mi nombre verdadero es Detestai o Pecado e Fazei o Direito - Ender tradujo: Detesta el pecado y haz el bien -. El nombre de mi marido tiene una abreviatura encantadora: Amai, amaos. ¿Pero el mío? ¿Puede imaginarse gritarle a un amigo Oi! Detestai! - los tres se echaron a reír -. Amor y Repulsa, eso es lo que somos, marido y mujer. ¿Cómo me llamará, si el nombre de Cristiana es demasiado bueno para mí?

Ender le miró a la cara, que empezaba a mostrar arrugas y que alguien más crítico que él consideraría vieja. Sin embargo, había una alegría en su sonrisa y un vigor en sus ojos que la hacían parecer mucho más joven, aún más que Ender.

- Le llamaría Beleza, pero su marido me acusaría de flirtear con usted.

- No, él me llamaría Beladona... de la belleza al veneno en un chiste un poco molesto. ¿No es verdad, Dom Cristão?

- Es mi trabajo hacer que seas humilde.

- Y es el mío mantenerte casto - respondió ella. Ender no pudo evitar mirar de una cama a otra.

- Ah, otro que siente curiosidad sobre nuestro matrimonio célibe - dijo el Ceifeiro.

- No - dijo Ender -. Pero recuerdo que San Ángelo urgía a que marido y mujer usaran una sola cama.

- La única manera en que podríamos hacer eso - dijo la Aradora -, es si uno de nosotros durmiera durante la noche y el otro durante el día.

- Las reglas deben adaptarse a la fuerza de los Filhos da Mente - explicó el Ceifeiro -. No hay duda de que algunos pueden compartir la cama y permanecer célibes, pero mi esposa es aún demasiado hermosa, y las ansias de mi carne demasiado insistentes.

- Eso era lo que intentaba San Ángelo. Dijo que la cama de matrimonio debería ser la prueba constante de vuestro amor por el conocimiento. Esperaba que cada hombre y mujer en la orden, después de un tiempo, escogerían reproducirse en la carne así como en la mente.

- Pero en el momento en que hagamos eso - dijo el Ceifeiro - tendremos que dejar los Filhos.

- Es lo que nuestro querido San Angelo no comprendía, porque nunca hubo un auténtico monasterio de la orden durante su vida - dijo la Aradora -. El monasterio se convierte en nuestra familia, y dejarlo sería tan doloroso como el divorcio. En cuanto las raíces se marchitan, la planta no puede crecer de nuevo sin gran dolor y sufrimiento. Así que dormimos en camas separadas, y así tenemos fuerzas para permanecer en nuestra amada orden.

Ella habló con tanta satisfacción que, contra su voluntad, los ojos de Ender se llenaron de lágrimas. Ella lo vio, se ruborizó y miró hacia otro lado.

- No llore por nosotros, Portavoz Andrew. Tenemos mucha más alegría que sufrimiento.

- Me ha malinterpretado - dijo Ender -. Mis lágrimas no eran debidas a la pena, sino a la hermosura de todo esto.

- No - dijo el Ceifeiro -, incluso los sacerdotes célibes piensan que la castidad en nuestro matrimonio es, como poco, excéntrica.

- Pero yo no - contestó Ender. Por un momento quiso hablarles de su larga estancia con Valentine, tan cerca de él como una amante esposa y, sin embargo, casta como una hermana. Pero pensar en ella le creó un nudo en la garganta. Se sentó en la cama del Ceifeiro y se llevó las manos a la cara.

- ¿Pasa algo malo? - preguntó la Aradora.

Al mismo tiempo, la mano del Ceifeiro se posó suavemente en su cabeza.

Ender alzó la cara, intentando combatir el repentino ataque de amor y añoranza por Valentine.

- Me temo que este viaje me ha costado más que ningún otro. Dej�� a mi hermana, que viajó conmigo durante muchos años. Se casó en Reykiavik. Para mí ha pasado sólo una semana, pero noto que la echo de menos más de lo que esperaba. Ustedes dos...

- ¿Nos está diciendo que también es célibe? - preguntó el Ceifeiro.

- Y ahora también viudo - susurró la Aradora.

A Ender no le pareció incongruente del todo nombrar la pérdida de Valentine en esos términos.

«Si esto forma parte de algún plan maestro tuyo, Ender, admito que es demasiado profundo para mí» - susurró Jane en su oído.

Pero, naturalmente, no formaba parte de ningún plan. Ender se asustó al ver que perdía el control de esta manera. Anoche, en la casa de los Ribeira, era el amo de la situación; ahora sentía que se había rendido a estos monjes casados con el mismo abandono que habían mostrado Quara o Grego.

- Creo que ha venido aquí buscando respuesta a más preguntas de las que sabe - dijo el

Ceifeiro.

- Debe estar tan solo - dijo la Aradora -. Su hermana ha encontrado un lugar donde descansar.

¿Está también buscando uno?

- No lo creo - contestó Ender -. Me temo que he abusado de su hospitalidad. Los monjes no ordenados no pueden oír confesiones.

La Aradora se rió en voz alta.

- Oh, cualquier católico puede oír la confesión de un infiel. El Ceifeiro, sin embargo, no se rió.

- Portavoz Andrew, nos has dado obviamente más confianza de la que habías planeado, pero te aseguro que nos merecemos esa confianza. Y en el proceso, amigo mío, he llegado a creer que puedo confiar en ti. El obispo te teme, y admito que yo mismo tenía mis propios resquemores, pero ya no. Te ayudaré si puedo, porque creo que no causarás ningún daño premeditadamente a nuestro pueblo.

«- Ah - susurró Jane - Ahora lo veo. Una maniobra muy inteligente de tu parte, Ender. Juegas mucho mejor que yo.»

Aquella puya hizo que Ender se sintiera cínico y traidor, e hizo algo que nunca había hecho antes. Se llevó la mano a la oreja, encontró el cierre del alfiler que sujetaba la joya, empujó con la uña y se la quitó. La joya quedó inutilizada. Jane ya no podía hablarle al oído, ya no podía ver y oír desde su estratégico emplazamiento.

- Salgamos fuera - dijo Ender.

Ellos comprendieron perfectamente lo que acababa de hacer, puesto que la función de un implante de esas características era bien conocida. Lo vieron como prueba de su deseo de una conversación privada y provechosa, y por tanto accedieron a acompañarle de inmediato. Ender había pretendido desconectar la joya temporalmente, como respuesta a la insensibilidad de Jane; había pensado en desconectar el interface sólo por unos minutos. Pero la manera como la Aradora y el Ceifeiro parecieron relajarse cuando la joya quedó desactivada le hizo imposible volver a conectarla, al menos durante un rato.

Fuera, en la colina, imbuido en la conversación con la Aradora y el Ceifeiro, se olvidó que Jane no escuchaba. Le hablaron de la infancia solitaria de Novinha, y cómo recordaban haberle visto cobrar vida a través de los paternales cuidados de Pipo y la amistad de Libo.

- Pero desde la noche de su muerte, ella ha muerto también para todos nosotros.

Novinha no supo nunca las discusiones que tuvieron lugar con ella como tema. Las penas de la mayoría de los niños normalmente no desembocaban en reuniones en las habitaciones del obispo, o en conversaciones entre los profesores del monasterio, o en especulaciones sin fin en las oficinas de la alcaldesa. La mayoría de los niños, después de todo, no eran hijos de Os Venerados; ni eran el único xenobiólogo del planeta.

- Se volvió muy distante y fría. Hizo informes de su trabajo sobre la adaptación de vida vegetal nativa para uso humano, y sobre plantas nacidas en la Tierra para sobrevivir en Lusitania. Siempre contestaba a todas las preguntas fácil, alegre e inofensivamente. Pero estaba muerta para nosotros, no tenía amigos. También le preguntamos a Libo, Dios dé descanso a su alma, y nos dijo que incluso él, que había sido su amigo, no había llenado el alegre vacío que mostraba a todo el mundo. En cambio, ella se mostraba furiosa con él y le prohibió que le hiciera según qué preguntas.

El Ceifeiro arrancó una hoja de hierba nativa y exprimió el líquido de la superficie interna.

- Deberías probar esto, Portavoz Andrew. Tiene un sabor interesante, y ya que tu cuerpo no puede metabolizarlo, es bastante inofensivo.

- Debes advertirle, esposo, que los bordes de la hierba pueden cortarle los labios y la lengua como cuchillas.

- Estaba a punto de decírselo.

Ender se rió, peló una hoja y la probó. Canela amarga, un poco de regusto ácido, la pesadez de lo rancio... el sabor era reminiscente de muchas cosas, pocas agradables, pero también era fuerte.

- Esto podría ser adictivo.

- Mi esposo está a punto de hacer una alegoría, Portavoz Andrew. Ten cuidado. El Ceifeiro se rió tímidamente.

- ¿No dijo San Ángelo que Cristo enseñó el camino correcto, uniendo nuevas cosas a las viejas?

- El sabor de la hierba - dijo Ender -. ¿Qué tiene que ver con Novinha?

- Es muy rebuscado. Pero creo que Novinha probó algo no tan agradable, pero tan fuerte que la abrumó, y ya nunca pudo deshacerse del sabor.

- ¿Qué fue?

- ¿En términos teológicos? El orgullo de la culpa universal. Es una forma de vanidad y egomanía. Se considera responsable de cosas que posiblemente no sean culpa suya. Como si lo controlara todo, como si el sufrimiento de otras personas fuera una especie de sufrimiento por sus pecados.

- Se culpa de la muerte de Pipo - dijo la Aradora.

- No es tonta - repuso Ender -. Sabe que fueron los cerdis, y sabe que Pipo fue a ellos solo.

¿Cómo podría ser culpa suya?

- Cuando se me ocurrió este pensamiento, puse la misma objeción. Pero entonces eché un vistazo a las transcripciones y grabaciones de los sucesos ocurridos en la noche en que murió Pipo. Había sólo una pista, una observación que hizo Libo pidiéndole a Novinha que le mostrase aquello en lo que ella y Pipo habían estado trabajando, justo antes de que Pipo saliera para ver a los cerdis. Ella le dijo que no. Eso fue todo. Alguien interrumpió y nunca se volvió a sacar el tema, al menos no en la Estación Zenador, ni en ningún lugar donde quedara registrado.

- Nos preguntamos qué sucedió justo antes de la muerte de Pipo, Portavoz Andrew - intervino la Aradora -. ¿Por qué se marchó de esa forma? ¿Se habían peleado o algo por el estilo?

¿Estaba furioso? Cuando muere algún ser querido y tu último con - tacto con él ha sido un arrebato de furia o de pesar, entonces empiezas a echarte la culpa. Si yo no hubiera dicho esto, si no hubiera dicho lo otro...

- Intentamos reconstruir lo que pasó esa noche. Nos dirigimos a los ficheros del ordenador, los que automáticamente retienen las notas de trabajo, un registro de todo lo que se hace por cada persona. Y todo lo relativo a ella había sido sellado completamente. No sólo los archivos con los que estaba trabajando. Ni siquiera pudimos acceder a los que tenían relación. Ni siquiera pudimos descubrir qué ficheros nos escondía. Simplemente no pudimos entrar. Ni tampoco pudo la alcaldesa ni con sus poderes y permisos especiales.

La Aradora asintió.

- Fue la primera vez que alguien cerraba archivos públicos de esa manera... archivos de trabajo, parte de la labor de la colonia.

- Fue una osadía por su parte. Por supuesto que la alcaldesa podría haber usado sus poderes de emergencia, ¿pero cuál era la emergencia? Tendríamos que acudir a una audiencia pública, y no teníamos ninguna justificación legal. Sólo preocupación por ella, y la ley no tiene ningún respeto por la gente que se preocupa por el bien de alguien más. Algún día tal vez veamos lo que hay en esos archivos, qué es lo que sucedió entre ellos antes de que Pipo muriera. No puede borrarlos porque son asunto público.

A Ender no se le ocurrió que Jane no estaba escuchando, que él la había desconectado. Asumió que en cuanto oyera esto se saltaría todas las protecciones que Novinha hubiera colocado y descubriría qué era lo que había en aquellos archivos.

- Y su matrimonio con Marcos - dijo la Aradora -. Todo el mundo sabía que estaba enfermo. Libo quería casarse con ella, no había ningún secreto en eso. Pero ella dijo que no.

- Es como si dijera: no merezco casarme con el hombre que podría hacerme feliz. Me casaré con el hombre que es perverso y brutal, que me dará el castigo que me merezco - suspiró el Ceifeiro -. Su deseo de autocastigarse los separó para siempre.

Extendió la mano y tocó la de su esposa.

Ender esperaba que Jane hiciera un comentario sarcástico sobre la forma en que los seis hijos comunes probaban que Libo y Novinha no habían estado completamente separados. Cuando no lo dijo, Ender recordó que había desconectado el interface. Pero ahora, con el Ceifeiro y la Aradora observándole, no podía volver a conectarlo.

Porque sabía que Libo y Novinha habían sido amantes durante años, y que el Ceifeiro y la Aradora estaban equivocados. ¡Oh!, Novinha podía sentirse culpable: eso explicar��a por qué soportaba a Marcos, por qué se separó de las demás personas. Pero no era ésa la razón por la que no se casó con Libo; no importaba cuánta culpa sintiera, ciertamente pensaba que se merecía los placeres de la cama de Libo.

Era el matrimonio con Libo, no a Libo mismo lo que ella rechazaba. Y aquello no era una elección fácil en una colonia tan pequeña, especialmente en una colonia católica. ¿Entonces qué era, si tenía relación con el matrimonio, pero no con el adulterio? ¿Qué era lo que estaba evitando?

- Así que ya ves, para nosotros es aún un misterio. Si estás realmente interesado en Hablar de la muerte de Marcos Ribeira, tendrás que resolver esa pregunta de alguna manera... ¿por qué se casó ella con él? Y para responder a eso, tendrás que descubrir por qué murió Pipo. Y diez mil de las mejores mentes de los Cien Mundos han estado trabajando en eso durante más de veinte años.

- Pero tengo una ventaja sobre todas esas mentes - dijo Ender.

- ¿Y cuál es?

- Tengo la ayuda de la gente que ama a Novinha.

- No nos hemos podido ayudar a nosotros mismos - dijo la Aradora -. No hemos podido ayudarle a ella tampoco.

- Tal vez nos podamos ayudar mutuamente.

El Ceifeiro le miró y le puso una mano en el hombro.

- Si dices eso de verdad, Portavoz Andrew, entonces serás tan honesto con nosotros como lo hemos sido contigo. Nos dirás la idea que se te ha ocurrido no hace aún ni diez segundos.

Ender se detuvo un momento y luego asintió gravemente.

- No creo que Novinha rehusara casarse con Libo por un sentimiento de culpa. Creo que rehusó casarse con él para evitar que tuviera acceso a esos ficheros ocultos.

- ¿Por qué? - preguntó el Ceifeiro -. ¿Tenía miedo de que descubriera que se había peleado con

Pipo?

- No creo que fuera eso. Creo que ella y Pipo descubrieron algo, y ese conocimiento fue lo que condujo a Pipo a la muerte. Por eso cerró los archivos. De alguna manera la información que hay en ellos es fatal.

El Ceifeiro sacudió la cabeza.

- No, Portavoz Andrew. No comprendes el poder de la culpa. La gente no arruina sus vidas por un poco de información: pero lo hacen por una cantidad aún más pequeña de autoculpa. Verás, ella se casó con Marcos Ribeira. Y eso fue un autocastigo.

Ender no se molestó en discutir. Tenían razón en lo de la culpa de Novinha; ¿por qué otra cosa podría dejar que Marcos Ribeira la golpeara y no se quejara nunca de ello? La culpa estaba allí, Pero había otra razón para casarse con Marcão. Era estéril y se avergonzaba de serlo; para esconder su falta de hombría a la ciudad, él estuvo dispuesto a soportar un matrimonio en el que haría de sistemático cornudo. Novinha estaba dispuesta a sufrir, pero no deseaba vivir sin el cuerpo de Libo y sus hijos comunes. No, la razón por la que no quiso casarse con Libo era para apartarle de los secretos de sus archivos, porque de otra manera, lo que había en ellos haría que los cerdis lo matasen.

Qué ironía. Qué ironía que los cerdis lo mataran de todas formas.

De vuelta en su casa, Ender se sentó ante el terminal y llamó a Jane una y otra vez. Ella no le había hablado durante todo el camino de regreso, aunque en cuanto él volvió a conectar la joya se disculpó bastante con ella. Ella tampoco contestó al terminal.

Sólo entonces comprendió que la joya significaba mucho más para ella que para él. Él simplemente había descartado una interrupción molesta, como a

un niño problemático. Pero para ella la joya era su contacto constante con el único ser humano que la conocía. Habían estado separados muchas veces antes, bien por causa de viajes estelares, o bien por el sueño; pero ésta había sido la primera vez que él la desconectaba. Era como si la única persona que la conocía rehusara ahora admitir que exist��a.

Se la imaginó como a Quara, llorando en la cama, deseando que alguien la cogiera en brazos y la consolara. Sólo que ella no era una niña de carne y hueso. Él no podía ir a buscarla. Sólo podía esperar que regresara.

¿Qué sabía de ella? No tenía manera de averiguar qué profundidad tenían sus emociones. Era incluso remotamente posible que para ella la joya fuera ella misma, y al desconectaría él la hubiera matado.

No - se dijo -. Está aquí, en algún lugar de las conexiones filóticas entre los cientos de ansibles desplegados entre los sistemas solares de los Cien Mundos.

- Perdóname - escribió en el terminal -. Te necesito.

Pero la joya en su oído permaneció en silencio, el terminal permaneció quieto y frío. No se había dado cuenta de lo mucho que dependía de su presencia constante. Había pensado que valoraba su soledad; ahora, sin embargo, con aquella soledad obligatoria, tenía una urgente necesidad de hablar, de que alguien le escuchara, como si no pudiera estar seguro de que existía sin la conversación de alguien como evidencia.

Incluso sacó a la reina colmena de su escondite, aunque lo que pasaba entre ellos apenas podía considerarse una conversación. Incluso aquello no fue

posible ahora. Sus pensamientos le llegaban difusa, débilmente, y sin las palabras que le eran tan difíciles a ella; sólo un sentimiento de pregunta y una imagen de su crisálida depositada en el interior de un lugar fresco, como una caverna o el hueco de un árbol viviente.

«Ahora?», pareció preguntar ella. No, tuvo que responder. Todavía no, lo siento. Pero ella no esperó su disculpa, sólo se deslizó, se marchó de regreso a lo que fuera o quien fuera que había encontrado para conversar a su propia manera, y Ender no pudo hacer otra cosa que dormir.

Y entonces, cuando se despertó a medianoche, aplastado por la culpa de lo que sin pretender le había hecho a Jane, se sentó de nuevo ante el terminal y tecleó: ¡Vuelve a mi, Jane. Te

quiero! Y entonces envió el mensaje por el ansible, donde ella no podría ignorarlo. Alguien en la oficina de la alcaldesa lo leería, como se leían todos los mensajes ansible abiertos; sin duda la alcaldesa, el obispo, y Dom Cristão lo sabrían por la mañana. Muy bien, que se preguntaran quién era Jane, y por qué el Portavoz lloraba por ella a través de años-luz en medio de la noche. A Ender no le importaba. Pues ahora había perdido a Valentine y a Jane, y por primera vez en veinte años estaba completamente solo.