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 LA SOMBRA DE ENDER .- Cuarta parte SOLDADO .- 13 ESCUADRA DRAGÓN

13 ESCUADRA DRAGÓN

-Necesito tener acceso a la información genética de Bean.

-Eso no es posible -dijo Graff.

-Y yo que pensaba que mi permiso de seguridad me abriría cualquier puerta.

-Inventamos una nueva categoría de seguridad, llamada «No para sor Carlotta». No queremos que comparta la información genética de Bean con nadie más. Y ya planeaba ponerla en otras manos, ¿no?

-Sólo para realizar una prueba. Entonces... tendrán que realizara ustedes por mí. Quiero comparar el ADN de Bean con el de Volescu.

-Creí que me había dicho que Volescu era la fuente del ADN clonado.

-He estado pensando en eso desde que se lo dije, coronel Graff, ¿y sabe una cosa? Bean no se parece a Volescu. Tampoco puedo ver cómo podría crecer para convertirse en él.

-Tal vez la diferencia de crecimiento haga que parezca también distinto.

-Tal vez. Pero también es posible que Volescu esté mintiendo. Es un hombre vanidoso.

-¿Mintiendo en todo?

-No, solo mintiendo en algo. Sobre la paternidad, muy posiblemente. Y si está mintiendo en eso...

-¿Entonces quizás el diagnóstico sobre el futuro de Bean no sea tan negro?

¿Cree que no lo hemos comprobado ya con nuestros especialistas? Volescu no mentía sobre eso, al menos. Es muy probable que la clave de Antón se ajuste a su descripción.

-Por favor. Hagan la prueba y díganme los resultados.

-Porque no quiere usted que Bean sea hijo de Volescu.

-No quiero que Bean sea gemelo de Volescu. Y creo que usted tampoco.

-Buen argumento. De todos modos, ha de saber que el chico es algo vanidoso.

-Cuando se es tan dotado como Bean, la seguridad en uno mismo parece vanidad a los demás.

-Sí, pero no tiene que refregarla por la cara, ¿no?

-Oh, vaya. ¿Ha resultado herido el ego de alguien?

-El mío no. Todavía. Pero uno de sus profesores se siente un poco dolorido.

-Me he dado cuenta de que ya no me dice que falsifiqué sus puntuaciones.

-Sí, sor Carlotta, tuvo usted razón todo el tiempo. Se merece estar aquí. Y aquí está... Bueno, digamos que acertó usted a lotería después de tantos años de búsqueda.

-Es la lotería de la humanidad.

-Dije que mereció la pena traerlo aquí, no que sea el que nos llevará a la

victoria. La ruleta sigue girando. Y he apostado mi dinero a otro número.

Subir la escalera mientras se sostenía un traje refulgente no era práctico, así que Wiggin hizo que los que ya estaban vestidos corrieran por el pasillo arriba y abajo, calentando, mientras que Bean y los otros niños desnudos o semivestidos acabaran de ponerse la ropa. Nikolai ayudó a Bean a abrochar su traje; a Bean le humillaba necesitar ayuda, pero habría sido peor ser el último en acabar: el mocoso de turno que retrasa a todo el grupo. Gracias a la ayuda de Nikolai, no fue el último.

-Gracias.

-Niadequé.

Momentos después, subían la escalera hasta el nivel de la sala de batalla. Wiggin los llevó a todos hasta la puerta superior, la que abría justo en el centro de la pared de la sala. La que se usaba para entrar cuando había una batalla en marcha. Había asideros en los lados, el techo y el suelo, para que de esa forma los estudiantes pudieran revolverse y lanzarse en un entorno de gravedad cero. Se contaba que la gravedad era más baja en la sala de batalla porque estaba más cerca del centro de la estación, pero Bean sabía que era falso. En ese caso habría fuerza centrífuga en las puertas y un pronunciado efecto Coriolis. En cambio, las salas de batalla estaban completamente ingrávidas. Para eso significaba que la F.I. disponía de un aparato que bloqueaba la gravedad o, más probablemente, producía gravedad falsa perfectamente equilibrada para contrarrestar el Coriolis y las fuerzas centrífugas empezando exactamente por la puerta. Era una tecnología sorprendente, y nunca se hablaba de ella dentro de la F.I.; de hecho, no se trataba al menos en la bibliografía disponible para los alumnos de la Escuela de Batalla. Además, fuera se desconocía por completo.

Wiggin los dividió en cuatro filas por el pasillo y les ordenó que saltaran y emplearan los asideros del techo para entrar en la sala.

-Reuníos en la pared del fondo, como si os dirigierais a la puerta del enemigo.

Para los veteranos eso significaba algo. Para los novatos, que nunca habían estado en una batalla ni tampoco habían entrado por la puerta superior, no significaba absolutamente nada.

-Corred hacia arriba y entrad de cuatro en cuatro cuando yo abra la puerta, un grupo por segundo.

Wiggin se dirigió a la parte trasera del grupo y, usando su gancho, un controlador pegado al interior de su muñeca y curvado para encajar en su mano izquierda, hizo que la puerta, que antes parecía bastante sólida, desapareciera.

-¡Vamos!

Los primeros cuatro niños empezaron a correr hacia la puerta.

-¡Vamos!

El siguiente grupo empezó a correr antes de que el primero la alcanzara siquiera. A la mínima vacilación se produciría un choque.

-¡Vamos!

El primer grupo saltó y giró con diversos grados de torpeza y en varias direcciones.

-¡Vamos!

Los grupos posteriores aprendieron, o lo intentaron, a partir de la torpeza que demostraron los primeros.

-¡Vamos!

Bean estaba al final de la fila, en el último grupo. Wiggin le puso una mano en el hombro.

Puedes usar un asidero lateral si quieres.

Qué bien, pensó Bean. Ahora decides tratarme como a un bebé. No porque el maldito traje no me esté bien, sino sólo porque soy pequeño. Ni hablar -replicó Bean.

-¡Vamos!

Bean siguió el ritmo de los otros tres, aunque eso significara mover las piernas el doble de rápido, y cuando se acercó a la puerta dio un salto, tocó el asidero del techo con los dedos al pasar, y se perdió en el interior de la sala sin ningún control, girando en tres mareantes direcciones a la vez.

Pero lo cierto es que no esperaba hacerlo mejor, y en vez de luchar contra el giro, se calmó y ejecutó su rutina antináuseas, relajándose hasta que alcanzó una pared y tuvo que prepararse para el impacto. No aterrizó cerca de uno de los asideros y tampoco se encontraba de la forma correcta para agarrarse a nada. Así que rebotó, pero esta vez voló con un poco más de estabilidad, y acabó en el techo muy cerca de la pared del fondo. Tardó menos tiempo que algunos en llegar al sitio donde los demás se congregaban, alineados a lo largo del suelo bajo la puerta central de la pared del fondo: la puerta enemiga.

Wiggin voló tranquilamente por los aires. Como tenía un garfio, durante las prácticas podía maniobrar en el aire de maneras que a los soldados les resultaba imposible; sin embargo, durante la batalla, el garfio sería inútil, así que los comandantes tenían que asegurarse de que sabían moverse sin el control extra que proporcionaba. Bean advirtió con alegría que "Wiggin no parecía utilizar el garfio para nada. Navegó de lado; luego agarró un asidero del suelo a unos diez pasos de la pared del fondo y se quedó colgando en el aire. Boca abajo.

Tras fijar su mirada en uno de ellos, Wiggin exigió:

-¿Por qué estás boca abajo, soldado?

Inmediatamente, algunos de los otros soldados empezaron a ponerse boca abajo como

Wiggin.

-¡Atención! -ladró Wiggin. Todo movimiento cesó-. ¡Repreguntado por qué estás boca abajo!

A Bean le sorprendió que el soldado no respondiera, ¿Había olvidado lo que hizo el profesor de la lanzadera cuando venían de camino? ¿La desorientación deliberada? ¿O era algo que sólo hacía Dimak?

-¡Pregunto por qué todos vosotros tenéis los pies en el aire y la cabeza hacia el suelo! Wiggin no miró a Bean en particular, y ésa era una pregunta que Bean no quería

responder. No podía saber qué respuesta en concreto buscaba Wiggin, ¿así que por qué abrir la boca sólo para cerrarla?

Fue un chico llamado Shame (la abreviatura de Seamus) quien habló por fin.

-Señor, ésta es la dirección en la que entramos por la puerta.

Buen trabajo, pensó Bean. Mejor que algún estúpido argumento de que no había ni arriba ni abajo en gravedad cero.

-¿Y qué diferencia hay? ¿Qué diferencia hay con la gravedad del pasillo?; ¿Vamos a luchar en el pasillo? ¿Hay gravedad aquí?

No, señor, murmuraron todos.

-A partir de ahora, olvidaos de la gravedad cada vez que entréis por esa puerta. La gravedad se ha acabado, ha desparecido. ¿Me entendéis? Sea cual sea vuestra gravedad cuando entréis por la puerta, recordad: la puerta del enemigo es abajo. Arriba está vuestra

propia puerta. El norte está por ahí -señaló hacia lo que había sido el techo-, el sur está por ahí, el este es eso, el oeste está... ¿por donde?

Ellos señalaron.

-Eso es lo que esperaba -dijo Wiggin-, El único proceso que habéis dominado es el de eliminación, y el único motivo que lo explica es porque podéis hacerlo en el baño.

Bean observó, divertido. Así que Wiggin suscribía la escuela de entrenamiento básico sois-tan-estúpidos-que-me-necesitáis-para-que-os-limpie-el-culo. Bueno, tal vez era necesario. Uno de los rituales del entrenamiento. Aburrido de muerte, pero... privilegio del comandante.

Wiggin miró a Bean, pero sus ojos siguieron moviéndose.

-¡Qué circo he visto ahí fuera! ¿Llamáis a eso formar filas? ¿Llamáis a eso volar? Muy bien, saltad todos y formad en el techo. ¡Ahora mismo! ¡Moveos!

Bean sabía cuál era la trampa y se abalanzó hacia la pared por la que acababan de entrar antes de que Wiggin terminara de hablar siquiera. La mayoría de los otros niños también comprendieron cuál era la prueba, pero bastantes de ellos se lanzaron en la dirección equivocada: hacia la dirección que Ender había llamado norte en vez de la que había identificado como arriba. Esa vez Bean llegó por casualidad cerca de un asidero, y lo agarró con sorprendente facilidad. Lo había hecho antes en las prácticas de su grupo de salto, pero era tan pequeño que, al contrario de los demás, era bastante posible que aterrizara en un sitio donde no hubiera ningún asidero a su alcance. Sin lugar a dudas, tener los brazos cortos era una pega en la sala de batalla. En tramos cortos podía apuntar hacia un asidero y llegar con cierta precisión, pero saltando de un lado a otro tenía pocas esperanzas de lograrlo. Así que le pareció bien que esta vez, al menos, no pareciera un zopenco. De he- cho, al haberse lanzado el primero, llegó el primero también.

Bean se dio la vuelta y vio que los que habían metido la pata tenían que hacer el largo y embarazoso segundo salto para reunirse con el resto de la escuadra. Se sorprendió un poco de quiénes eran algunos de los patosos. No prestar atención los podía convertir a todos en payasos, pensó.

Wiggin lo observaba de nuevo, y esta vez con conocimiento de causa.

-¡Tú! -exclamó Wiggin, mientras lo señalaba-. ¿Dónde es abajo? Pero ¿no acababan de verlo?

-Hacia la puerta enemiga.

-¿Nombre, chico?

Venga ya, ¿de verdad que Wiggin no sabía quién era el niño bajito con las mejores notas de toda la maldita escuela? Bueno, si vamos a jugar al sargento duro y al recluta patoso, será mejor que siga el guión.

-El nombre de este soldado es Bean, señor.

-¿Te llaman así por tu tamaño o por tu cerebro?

Algunos de los otros soldados se rieron. Pero no muchos. Ellos sí conocían la reputación de Bean. Para ellos ya no resultaba divertido que fuera tan pequeño: era embarazoso que un niño tan chico pudiera obtener notas perfectas en las pruebas donde había preguntas que ellos ni siquiera comprendían.

-Bien, Bean, tienes razón en dos cosas -Wiggin incluyó ahora a todo el grupo mientras se enzarzaba en una filípica sobre cómo atravesar la puerta con los pies por delante te convertía en un blanco mucho más pequeño para el enemigo. De este modo, le resultaba más difícil alcanzarte y congelarte-. ¿Qué sucede cuando te congelan?

-No puedes moverte -respondió alguien.

-Eso es lo que significa congelado-dijo Wiggin-. Pero ¿qué es lo que te ocurre?

En opinión de Bean, Wiggin no había planteado la pregunta con suficiente claridad, y no tenía sentido prolongar la agonía mientras los demás lo descubrían. Así que habló.

-Continúas en la dirección con la que empezaste. A la velocidad a la que ibas cuando te alcanzaron.

-Eso es -dijo Wiggin-. ¡Vosotros cinco, los del fondo, moveos!

Señaló a cinco soldados, quienes pasaron tanto rato mirándose unos a otros para asegurarse qué cinco eran que Wiggin tuvo tiempo de dispararles a todos, congelándolos en su sitio. Durante las prácticas, tardabas unos minutos en descongelarte, a menos que el comandante utilizara su gancho para descongelarlos antes.

-¡Los otros cinco, moveos!

Siete niños se movieron de inmediato: no hubo tiempo para contar. Wiggin les disparó tan rápido como a los de antes, pero como ya se habían lanzado, siguieron moviéndose a buen ritmo hacia las paredes a las que se dirigían.

Los primeros cinco flotaban en el aire cerca del lugar donde habían sido congelados.

-Mirad a esos supuestos soldados. Su comandante les ordenó que se movieran, y miradlos ahora. No sólo están congelados, sino que están congelados aquí mismo, donde pueden ponerse en medio. Mientras que los demás, porque se movieron cuando se les ordenó, están congelados ahí abajo, entorpeciendo el movimiento enemigo, bloqueando su visión. Imagino que unos cinco de vosotros habréis comprendido el argumento.

Todos lo comprendemos, Wiggin, pensó Bean. No es que traigan a nadie estúpido a la Escuela de Batalla. No puedes decir que no te haya escogido a la mejor escuadra posible.

-Y sin duda Bean es uno de ellos. ¿Verdad, Bean?

Bean apenas podía creer que Wiggin lo señalara otra vez.

Me está utilizando para avergonzar a los demás sólo porque soy pequeño. El pequeñajo sabe las respuestas, así que por qué vosotros no, grandullones.

Pero claro, Wiggin no se da cuenta todavía. Cree que tiene una escuadra de novatos incompetentes y rechazados. No ha tenido una oportunidad de ver que cuenta con un grupo selecto. Así que piensa que soy el más ridículo de tan triste patulea. Ha descubierto que no soy idiota, pero sigue dando por hecho que los otros lo son.

Wiggin mantenía los ojos fijos en él. Ah, sí, le había formulado una pregunta.

-Verdad, señor -dijo Bean.

-Entonces, ¿cuál es el argumento?

Debía escupirle de vuelta exactamente lo que les acababa de decir.

-Cuando se os ordene moveos, moveos rápido, para que si os congelan rebotéis por ahí en vez de entorpecer las operaciones de nuestra escuadra.

-Excelente. Al menos tengo un soldado que se entera de las cosas.

Bean se sentía disgustado. ¿Éste era el comandante que se suponía que iba a convertir a la Dragón en una escuadra legendaria? Se suponía que Wiggin iba a ser el alfa y omega de la Escuela de Batalla, y está jugando a convertirme en el chivo expiatorio. Wiggin ni siquiera se ha interesado por nuestras notas, no ha discutido de sus soldados con los profesores. Si lo hubiera hecho, ya sabría que soy el niño más listo de la escuela. Todos los demás lo saben. Por eso se miran cortados unos a otros. Wiggin está revelando su propia ignorancia.

Bean se percató de que Wiggin parecía advertir el disgusto de sus propios soldados. Fue sólo un parpadeo, pero finalmente Wiggin quizás se había dado cuenta de que su plan para divertirse a costa del mas débil se volvía en contra suya. Porque por fin continuó con

el entrenamiento. Les enseñó a arrodillarse en el aire (incluso disparándose a las piernas para inmovilizarlas) y luego a disparar entre las rodillas mientras caían hacia el enemigo, de forma que las piernas se convertían en un escudo que absorbía el fuego y les permitía disparar al descubierto durante períodos de tiempo más largos. Una buena táctica, y Bean finalmente empezó a pensar que Wiggin tal vez no sería un comandante desastroso después de todo. Podía sentir que los otros respetaban por fin a su nuevo comandante.

Cuando comprendieron eso, Wiggin se descongeló a sí mismo y a los soldados que había congelado en la demostración.

-Bien -dijo-, ¿donde está la puerta enemiga?

-¡Abajo! -respondieron todos.

-¿Y cuál es nuestra posición de ataque?

Oh, vaya, pensó Bean, como si todos pudiéramos dar una explicación al unísono. La única manera de responder era demostrarlo, así que Bean se separó de la pared, lanzándose hacía el otro lado mientras disparaba por entre las rodillas. No lo hizo a la perfección (experimentó un poco de rotación en la caída) pero en conjunto, no estuvo mal para ser su primer intento de maniobra.

En ese momento, oyó que Wiggin gritaba a los demás:

-¿Es que Bean es el único que sabe cómo hacerlo?

Para cuando Bean llegó a la otra pared, el resto de la escuadra caía hacia él, gritando como si atacaran. Sólo Wiggin permaneció en el techo. Bean advirtió, divertido, que estaba orientado allí de la misma manera que en el pasillo: la cabeza al «norte», el antiguo

«arriba». Puede que supiera la teoría, pero en la práctica resultaba difícil olvidarse de la gravedad. Bean se había encargado de orientarse de lado, la cabeza al oeste. Y los soldados que se le acercaban hicieron lo mismo, orientándose a partir de él. Si Wiggin se dio cuenta, no dijo nada.

-¡Ahora volved aquí, y atacadme todos!

Inmediatamente su traje refulgente se encendió con el fuego de cuarenta armas que le disparaban. Toda la escuadra convergía hacia él.

-Ay -gimió Wiggin cuando llegaron-. Me habéis dado. La mayoría se echó a reír.

-Bien, ¿para qué sirven vuestras piernas, en combate? Para nada, dijeron algunos niños.

-Bean no piensa así -dijo Wiggin.

Así que no va a dejarme en paz ni siquiera ahora. Bueno, ¿qué es lo quiere oír? Alguien murmuró «escudos», pero Wiggin no contestó así que debía de tener otra respuesta en mente.

-Son la mejor forma para impulsarnos en las paredes -dedujo Bean.

-Eso es.

-Venga ya, el impulso es movimiento, no combate -dijo Crazy Tom y unos cuantos se mostraron de acuerdo.

Oh, bueno, aquí empieza otra vez, pensó Bean. Crazy Tom va a enzarzase en una discusión estúpida con el comandante, quien se cabrea con él y...

Pero Wiggin no se molestó por la corrección que hizo Crazy Tom. Tan sólo lo corrigió a su vez, con amabilidad.

-No hay combate sin movimiento. Ahora bien, con las piernas congeladas así, ¿podéis impulsaros en las paredes?

Bean no tenía ni idea. Los demás tampoco.

-¿Bean? -preguntó Wiggin. Naturalmente.

-Nunca lo he intentado, pero tal vez si te vuelves hacia la pared y te doblas por la cintura...

-Sí, pero no. Observadme. Estoy de espaldas a la pared, con las piernas congeladas. Como estoy arrodillado, mis pies están contra la pared. Normalmente, cuando te impulsas tienes que hacerlo hacia abajo, así que todo tu cuerpo se tensa como un muelle*, ¿de acuerdo?

El grupo se rió. Por primera vez, Bean advirtió que quizás Wiggin no era tan tonto al lograr que todo el grupo se riera del pequeño. Tal vez sabía perfectamente que Bean era el más listo de todos, y se había referido a él como ejemplo para así poder controlar todo el resentimiento que los demás niños sentían hacía él. Wiggin pretendía, pues, que los demás niños pensaran que estaba bien reírse de Bean, despreciarlo aunque fuera listo.

Felicidades, Wiggin. Destruye la efectividad de tu mejor soldado, asegúrate de que no lo respeta nadie.

Sin embargo, era más importante aprender lo que enseñaba Wiggin que molestarse por el método que empleaba. Así que Bean prestó toda su atención mientras Wiggin demostraba cómo se podía despegar uno de la pared con las piernas inmovilizadas. Advirtió que Wiggin giraba deliberadamente. De esa forma sería más difícil disparar mientras volaba, pero también sería más difícil que un enemigo distante concentrara suficiente luz en ninguna parte de él para matarlo.

Puede que yo esté fastidiado, pero eso no significa que no pueda aprender.

Fue una práctica larga y agotadora, en la que ensayaron una y otra vez nuevas habilidades. Bean advirtió que Wiggin no estaba dispuesto a dejarles que aprendieran cada técnica por separado. Tenían que hacerlo todo a la vez, integrarlo en movimientos suaves y continuos. Como si bailáramos, pensó Bean. No aprendes a disparar y luego aprendes a lanzarte y luego a hacer un giro controlado: aprendes a lanzar-disparar-girar.

Al final acabaron todos sudorosos, agotados y enrojecidos, entusiasmados por haber aprendido cosas de las que nunca habían oído hablar a los otros soldados. Wiggin los reunió en la puerta inferior y anunció que tendrían otra práctica durante el tiempo libre.

-Y no me digáis que el tiempo libre se supone que es libre. Lo sé, y sois perfectamente libres de hacer lo que queráis. Simplemente os invito a una sesión de práctica extra y voluntaria.

Ellos se rieron. Este grupo estaba formado por niños que habían decidido no hacer las prácticas extra en la sala de batalla con Wiggin, y él pretendía hacerles entender que era preciso que cambiaran sus prioridades. Pero no importaba. Después de esta mañana, sabían que cuando Wiggin dirigía una práctica, cada segundo era vital. No podían permitirse faltar a una sesión, o quedarían muy retrasados. Wiggin se quedaría con su tiempo libre. Ni siquiera Crazy Tom protestó al respecto.

* Juego de palabras intraducible. Ender está empleando el término string, cuerda o tendón, string bean, habichuela verde, para mencionar el apodo del otro niño. (N. del T.)

Pero Bean sabía que tenía que cambiar su relación con Wiggin en ese preciso instante, o no habría ninguna posibilidad de que pudiera ser líder. Lo que Wiggin le había hecho en la práctica de hoy, aprovecharse del resentimiento que los otros niños sentían hacia el pequeño empollón, había reducido en gran medida las posibilidades que tenia Bean de convertirse en uno de los líderes de la escuadra: si los otros niños lo despreciaban,

¿quién lo seguiría?

Así que esperó a que los otros niños se hubieran marchado para poder hablar a solas con Wiggin.

-Hola, Bean -dijo Wiggin.

-Hola, Ender -dijo Bean.

¿Advertía Wiggin el sarcasmo con el que Bean había pronunciado nombre? ¿Por eso hizo una pausa antes de contestar?

-Señor -dijo Wiggin en voz baja.

Oh corta el rollo, he visto esos vids, todos nos reímos de esos vids.

-Sé lo que está haciendo, Ender, señor, y le advierto...

-¿Me adviertes?

-Que puedo ser el mejor hombre que tenga, pero no juegue conmigo.

-¿O qué?

-O seré el peor hombre que tenga. Una cosa u otra.

No es que Bean esperara que Wiggin entendiera lo que quería decir con eso: que Bean sólo podía ser un gran soldado si tenía la confianza y el respeto de Wiggin, o de lo contrario sería sólo el niño pequeño, inútil por completo. Wiggin probablemente entendería que Bean pretendía causar problemas si no lo utilizaba. Y tal vez, hasta cierto punto, era verdad.

-¿Y qué es lo que quieres? -preguntó Wiggin-. ¿Amor y besos? Díselo claro, para que no pueda fingir que no te entiende.

-Quiero un batallón.

Wiggin se acercó a Bean, lo miró. Sin embargo, para Bean fue buena señal que no se hubiera echado a reír.

-¿Por qué deberías tener un batallón?

-Porque sabría qué hacer con él.

-Saber qué hacer con un batallón es fácil. Conseguir que obedezcan las órdenes es lo difícil. ¿Por qué querría ningún soldado seguir a un capullo pequeñito como tú?

Wiggin había llegado al meollo de la cuestión. Pero a Bean no le gustó la forma maliciosa en que lo dijo.

-Tengo entendido que también le llamaban así. Parece que Bonzo Madrid todavía lo

hace.

Wiggin no picó el anzuelo.

-Te he hecho una pregunta, soldado.

-Me ganaré su respeto, señor, si no me detiene. Para su sorpresa, Wiggin sonrió.

-Te estoy ayudando. -Y un cuerno.

-Nadie se fijaría en ti, excepto para sentir pena por el niño pequeñito. Pero hoy me he

asegurado de que todos te miren.

Tendrías que haber investigado, Wiggin. Eres el único que no sabe quién soy.

-Estarán observando cada movimiento que hagas -dijo Wiggin-. Lo único que tienes que hacer ahora para ganarte su respeto es ser perfecto.

-Entonces no tendré ninguna oportunidad para aprender antes de ser juzgado. Así era como se demostraba el talento.

-Pobrecillo. Nadie lo trata con justicia.

La deliberada testarudez de Wiggin lo enfureció. ¡Eres más listo que eso, Wiggin!

Al percibir la ira de Bean, Wiggin extendió una mano y lo apretó firmemente contra la pared.

-Te diré cómo se consigue un batallón. Demuéstrame que sabes lo que haces como soldado. Demuéstrame que sabes cómo usar a otros soldados. Y luego demuéstrame que alguien más está dispuesto a seguirte a la batalla. Sólo entonces conseguirás tu batallón.

Bean no hizo caso de la mano que lo apretujaba. Haría falta mucho más para intimidarlo físicamente.

-De acuerdo -dijo-. Si éste es el trato, dentro de un mes me habré convertido en el jefe de un batallón.

Ahora le tocó a Wiggin el turno de enfurecerse. Agarró a Bean por la parte delantera de su traje refulgente, y lo alzó por la pared hasta que se miraron a la cara.

-Cuando digo que trabajo de una manera, Bean, entonces es que trabajo de esa manera.

Bean se limitó a sonreírle. Con la gravedad tan baja, a estas alturas de la estación, levantar en vilo a los niños pequeños no suponía ninguna demostración de fuerza. Y Wiggin no era un matón. El no suponía ninguna amenaza sería.

Wiggin lo soltó. Bean se deslizó por la pared y aterrizó suavemente sobre sus pies, rebotó un poquito y volvió a posarse. Wiggin se dirigió a la barra y se deslizó hasta otra cubierta. Bean había ganado este encuentro al conseguir molestar a Wiggin. Además, Wiggin era consciente de que no había sabido manejar bien la situación. No lo olvidaría. De hecho, era Wiggin quien había perdido algo de autoridad, y lo sabía, y trataría de recuperarla.

Yo no soy como tú, Wiggin. Yo sí doy a los demás una oportunidad de aprender lo que hacen antes de insistir en la perfección. Has metido la pata conmigo hoy, pero te daré una oportunidad de hacerlo mejor mañana y al día siguiente.

Pero cuando Bean llegó a la barra y extendió la mano para agarrarse, advirtió que sus manos temblaban y le fallaban las fuerzas. Tuvo que detenerse un momento, apoyándose en la barra, hasta que se calmó.

No había ganado aquel encuentro cara a cara con Wiggin. Incluso podría haber sido una estupidez. Wiggin lo había herido con aquellos comentarios despectivos, al ponerlo en ridículo. Bean había estado estudiando a Wiggin como sujeto de su teología personal, y hoy había descubierto que durante todo ese tiempo Wiggin ni siquiera sabía que él existía. Todo el mundo comparaba a Bean con Wiggin... pero al parecer Wiggin no se había enterado o no le importaba siquiera. Había tratado a Bean como si no fuera nada. Y después de haber trabajado tan duro todo el año para ganarse un respeto, a Bean no le resultaba fácil volver a ser nada. Eso le provocaba sentimientos que creía haber dejado atrás en Rotterdam. El miedo enfermizo a la muerte inminente. Aunque sabía que allí nadie alzaría una mano contra él, todavía recordaba que había estado al borde de la muerte cuando se acercó a Poke y puso su vida en sus manos.

¿Es eso lo que he hecho, una vez más? Al incluirme en esta lista, he puesto mi futuro en manos de este niño. Contaba que él viera en mí lo mismo que yo. Pero naturalmente, no pudo. Tengo que darle tiempo.

Si había tiempo. Porque los profesores se movían rápidamente y Bean tal vez no

dispondría de un año entero en esta escuadra para demostrar a Wiggin lo que valía.