Los ojos de Melisa se abrieron lentamente, con la suave luz de la mañana filtrándose a través de las cortinas.
Se giró, esperando ver a Cuervo aún dormida en su cama cercana, pero la encontró vacía y perfectamente hecha.
«Vaya, debe ser madrugadora», pensó, estirándose perezosamente.
Justo entonces, la puerta crujío al abrirse. Cuervo entró sigilosamente, moviéndose con una gracia silenciosa que parecía casi... depredadora.
El aliento de Melisa se quedó atrapado en su garganta.
Cuervo estaba allí, vestida solo con un sostén deportivo y pantalones cortos ajustados. Su cuerpo estaba cubierto por una capa brillante de sudor.
«Dios... santo...»
Los ojos de Melisa recorrieron las líneas definidas de sus abdominales, los músculos notables de sus piernas y la curva elegante de su cuello.
«Oh. Oh vaya.»
Los ojos grises de Cuervo encontraron los de Melisa, una chispa de sorpresa cruzó su rostro.
—Buenos días —dijo ella, su voz ronca por el esfuerzo. No dijo nada más.
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