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Kostya abrió la puerta del copiloto y ayudó a subir a Evolet.

La falda que vestía tenía un short bajo los velos que translúcidos al apegarse contra su cuerpo revelaban todo lo que antes escondía.

A Kostya le fue inevitable encontrarse con una sensual pantaleta de encajes rojos, apenas contenían monumentales nalgas.

Desvió la vista tan rápido como pudo, y sosteniendo la puerta, paciente esperó que su nuera terminase de batallar contra los velos.

Kostya tomó los géneros y los metió entre sus piernas con violencia. Se demacró, y se alejó disculpándose.

Al verla sonreír seductora, le volvieron los colores al rostro. Aun así se disculpó con un galante gesto al que Evolet respondió con coquetería.

Se fue al piloto cubriendo su boca con la mano para esconder su sonrisa, sintió el olor de Evolet.

Era agradable, similar al jazmín blanco ¿Ella olería así de forma natural o sería un perfume?

- Pon las maletas atrás.

- ¿En serio? ¿Las pongo aquí? Yo pensaba ponerlas bajo las ruedas, - respondió Kesha, quien ya colocaba los bolsos en el maletero.

Kostya colocó los ojos blancos y abrió la puerta del piloto.

Era un Aston Martin plateado del año, con los vidrios degradados.

Lo golpeó el aroma de jazmines blancos.

Evolet movía las piernas, en una secuencia que se volvía un bailecito distractor.

- ¿Y el chofer? – preguntó Kesha sacándolo del embrujo.

- No necesito uno.

- Conduzco yo, porque seguro hasta…

Kostya ni si quiera necesitó negarse, burlesco le contempló por el espejo retrovisor.

Kesha frustrado miró a un lado.

La misma expresión que cuando niño.

Podía tener barba y una mujer, pero su hijo seguía siendo un niño.

Evolet nerviosa se mantuvo jugando con sus faldas. Limpió la transpiración de entre sus senos, y sacó de su morral un abanico que agitó frente a su rostro.

Kostya prendió el motor, atento a su nuera, activó el aire frío con las ventanas abiertas, no las cerró hasta partir.

- ¿Así está mejor?

- Sí, gracias, creo que me pegué algo, - dijo dándose golpecitos en las mejillas sonrojadas con el abanico cerrado.

¿Evolet estaría consciente de lo que hacía? Se preguntó halagado, con una sonrisa en que no alejó su severa expresión de su voluptuosa figura y brillantes ojos cafés.

- Ojalá no sea algo grave.

Kostya se molestó con la actitud de Evolet, sabía lo que pasaba con su nuera, comprendía que era natural, pero aun así, ella debía de disimularlo, más que mal, Él era su suegro.

- Déjame en el taxi.

- ¡Creí eso era una broma! ¡Amor, no me puedes dejar sola!

- No lo estarás. Papá te acompañará, - tiró la puerta tras bajarse. – Mi papá sabe cómo…

Kostya dejó a Kesha hablando solo.

Evolet nerviosa evitó mirar a su suegro, estaba tan erguida que su espalda no tocó el respaldo y de manera constante quitó el cinturón de seguridad de entre sus senos para ponerlos bajo ambos.

Se le notaban los pezones erectos bajo la camisa blanca, intentó disimularlo quitando la tela de su piel, pero estaba tan mojada que esta se encontraba pegada.

Su suegro colocó música en un teléfono que no dejó de vibrar.

En una luz roja Kostya sacó una cortapluma de su tobillera y cortó un pedacito de plástico del interior de uno de sus guantes.

Evolet se hubiera sobresaltado de verlo sacar una navaja de súbito, pero se mantenía ocupada intentando esconder sus pezones.

Nunca conoció una persona a la que le gustase Depeche Mode que no fuese un socialista cachondo que se esforzaba por llevar una vida en el extremo opuesto más periférico de la decencia.

- A mi hijo le hará bien hablar con su madre antes de que ella la conozca. Olga no es la más cuerda con lo que respecta a su hijo.

- Sí, pero…

- ¿Usted conoce San Petersburgo?

- No. Ningún país, en realidad…

- ¿Por dinero?

- ¿Qué má…?

- Falta de tiempo, agorafobia, consciencia ambiental, eh… no sé… hay más razones.

- Sí, por dine...

- Con mi dinero usted tendrá la oportunidad de viajar ¡Hágalo! Abúrrase de viajar antes que me dé nietos.

- No tendré hi...

- ¡Perfecto, tampoco quería nietos!

- No quiero tener hijos porque…

- Por las razones que sean. No le he pedido justificarme su decisión.

- No se lo he dicho a Kesha ¿Usted sabe si Él quiere tener hijos?

Kostya apretó sus labios, perdió la evidente preocupación por no mirarla, y la contempló por largos minutos con preocupación en cuanto se detuvo en una luz roja.

Sus ojos caídos se abrieron lo suficiente para que sus sensuales arrugas se profundizasen dándole un aire severo pero cálido.

Evolet creyó que de conocerlo de joven no le hubiera encontrado tan atractivo como le encontraba ahora.

Le gustaban sus canas, sus arrugas, toda la evidencia de que sus mejores años pasaron.

Le gustó como su voz era un par de tonos más baja de lo que debió ser antes a causa de sus años como fumador.

Le fascino cómo sus ojos que no abrían del todo podían transmitir su naturaleza conquistadora.

- ¿Qué?

Le encantó como su cuerpo fuerte conseguía hacerse ver por debajo de las muchas capas de ropa.

- Evolet, esto uno lo conversa al principio.

A ella le costó retomar la conversación, no podía dejar de mirar sus labios. Kostya tenía una perfecta sonrisa, con dientes que brillaban como perlas. Se notó que así eran por buena genética y mantención, no limpiezas fosforescentes.

Todo el encanto de su rostro lo tenía en su inmaculada sonrisa, quitándole su boca era un hombre normal, incluso el azul de sus ojos, era del azul más recurrente.

Optó por dejar de mirarlo, no quería que su suegro se percatase de lo que le provocó.

Evolet creía Kostya nació ayer.

- Él me lo preguntó en un momento, cuando recién nos conocimos, yo le dije que sí, pero era porque cuando dijo que no, no falta el que se propone cambiarme de opinión, - dijo quitándose los zapatos de tacón y moviendo sus dedos.

- Hay personas que tienen esa mala costumbre, - dijo atento a los calcetines de encajes rojos.

- Quizá lo que puedo hacer, es seguir diciendo que sí pero que no estoy lista y…

- ¿y cuándo ya no existan más posibilidades? – preguntó forzándose a no mirarle los pies, le pasaron cosas que no le enorgullecían al mirar aquellos calcetines que ocultaban bien formadas uñas pintadas de rojo.

- ¿Cómo?

- Que en algún momento usted entrará en la menopausia, y por eso en unos cinco o seis años más Innokentiy le preguntará si usted se siente lista para tener hijos, - tenía un anillo en uno de sus dedos, eso debía de ser incómodo con el tipo de zapatos que solía usar.

- Puedo decir que sí, fingir una pérdida, y luego decir que me trauma el volverlo a intentar.

Kostya quedó sin palabras.

No dio juicio a lo que escuchó.

La miró de reojo, tratando de no quitar los ojos de la calle, mantenía su boca abierta.

Soltó una risita sutil mientras siguió negando. Mordió su labio y la miró de cabeza a pies.

¡¿Qué tenían de especial esos malditos calcetines que le hacían querer metérselos en la boca junto a aquellos delicados pies?!

Nunca fue un hombre de pies, ni si quiera podía empatizar con quienes sí lo eran, no los juzgaba, pero nunca fue uno de ellos, pero ahora no podía más que imaginar que se debía de sentir aquellos pies con aquel encaje suave acariciando su miembro mientras Él de rodilla sobre una cama se preparaba a penetrarla.

Sacó una cajita metálica, de la cual obtuvo un cigarro que se colocó en la boca, le ofreció a Evolet quien negó, lo prendió y aspiró cerrando sus ojos, olvidando que conducía o bien no importándole. Se veía magnífico fumando, como un semental. Evolet abrió el abanico y se tiró aire, podía sentir sus lubricaciones corriendo por sus piernas.

Soltó otra risita.

- ¡¿Qué?!

No le pareció tan increíble la respuesta de Evolet, lo que más le sorprendió fue que ella hubiera podido decirle la más horrible atrocidad y Él hubiera seguido atento a esos pies.

- ¡Era una broma!

- Sí, seguro.

- ¡Jamás me atrevería a hacer algo así!

- Tiene que hablar con Innokentiy.

- No es necesario.

- Si no habla usted, hablaré yo.

- ¡No me puede hacer esto!

- ¿Por qué no? Yo a usted no le debo lealtad, y a Él sí, es mi hijo, Evolet.

- No es algo tan importante.

- Entonces, dígaselo.

- ¿y si para Él esto de tener hijos es importante?

- En ese escenario ustedes terminarán su relación.

- ¡No quiero que eso pase!

- Mejor ahora, que después ¡O mejor! Ustedes se casan igual, es una fiesta, lo pasaremos bien, y todo ya está pagado, se separan luego de la fiesta.

- En ese escenario mejor no nos casamos.

- No, no, no, tienen que casarse, pero luego da igual si siguen o no juntos. – Palideció mirando al exterior, con pesar guardó silencio unos segundos. - ¿Le molesta si fumo? – preguntó por terminar su cigarro.

- Un poco.

A Evolet no le molestó, pero quería ver cómo reaccionaría ante una negativa, aunque también quería seguir viéndolo fumar.

Kostya galante cerró sus ojos, y apagó el cigarro dejándolo junto a la cerilla.

Se detuvo en un paso peatonal y con su mano le indicó a un tipo vestido de negro que llevaba una guadaña, que cruzase.

No tenía ninguna marca en el cuerpo que indicase fuese el fumador empedernido que era, sus dientes y dedos no estaban amarillentos o hediondos. No le olía más que la bergamota del principio, parecía ser ese su aliento.

Era un impresionante espécimen.

- No seré una buena madre. Me conozco, yo no me sacrifico.

- Este es un tema que usted debiese hablarlo con Él y no conmigo.

- ¿Usted cree que querrá divorciarse?

- No sé, a mí no me molestaría.

Las manos de Kostya eran grandes y de largos dedos anchos. Preciosas. De un hombre que nunca trabajó con ellas. Su mentón era fuerte por lo que el bigote no le sentó tan mal.

Siempre prestó atención a las manos de un hombre, junto con los pies era algo que acaparaba su atención; y estas eran manos dignas de admirar, con uñas cortas, no comidas, sin jirones sueltos de piel, limpias, muy bien mantenidas. Grandes y gruesas, pero suaves, de venas anchas que sobresalían.

Se abanicó con vigor.

- Usted se vería mejor sin bigote.

- ¿Usted cree?

- Sí, lo haría ver más jovial.

- He pensado en dejarme barba.

- Le quedaría bien también, pero quizá sin nada se vería mejor ¡Sin barba! ¡A eso me refería sin nada! ¡No desnudo! ¡No es que crea que usted desnudo se vería mejor! ¡O sea, no es que crea que se vea mal! Mejor me dejo de hablar.

- Me veo mejor sin nada, - dijo levantándole una ceja, manteniendo la sonrisa.

El sweater del suegro era del mismo tono del abrigo corto, y lo llevaba sobre una camisa blanca de la cual se le veía el cuello, y la parte inferior sobre unos jeans desgastados. Vestía bototos y guantes del mismo tono café.

- No creo sea prudente seguir esta conversación.

- Concuerdo con usted, - dijo volviendo la vista a la calle.

- Vi por internet las calles, puedo ir sola, y será nuestro secreto.

- No tengo secretos, ni problemas para acompañarle.

- Creí estaría ocupado.

- Elijo acompañarla.

- No quiero molestarlo.

- Nada hago que no quiera hacer.

Evolet lo mencionó pues el teléfono no le dejó de vibrar. Le llamaban y le mandaban cientos de mensajes.

El hizo un gesto con su mano pidiéndole que lo ignorase.

Evolet se sonrojó ante ese gesto, era suave y elegante, pero pertenecía a alguien que posee poder.

Era impresionante como con tan poco podía expresar tanto.

No creyó antes conocer a un hombre así, estaba segura que nunca antes conoció a un hombre que le despertase tanto.

- Siempre es grato disfrutar de la compañía de una hermosa mujer.

- Seguro le dice eso a todas.

- No se equivoca.

- Lamento ser impertinente, pero Innokentiy me habló nada de usted, de ustedes, hasta hace unos días creí Él era como yo… ¡usted me despierta mucha curiosidad!

- Ustedes no se conocen.

- Sí nos conocemos, son solo los detalles los que desconocemos.

- Claro, los detalles, así como los padres… es bien sabido cuan irrelevante es para una persona su crianza y quienes fueron sus padres, - dijo sarcástico haciéndola reír.

- ¡Conozcámonos! ¡Cuénteme de su vida! ¡Dígame quien es usted!

- Partamos por usted.

- Nada de interesante hay sobre mí.

- Lo dudo mucho. Prefiero no contarle de mi vida, no es interesante, - mintió sin disimulo, - y además usted terminará sabiendo más de mí que de su esposo… y no es conmigo con quien usted quiere compartir su vida.

Ella abrió su camisa intentando calmarse.

El quitó el aire y abrió más las ventanas.

Caían los primeros copos de nieve en una ciudad de canales; era revitalizante el aire gélido contra su rostro que ardía, sentir los copos de nieve cayendo contra sus senos y transformándose en gotas de agua.

- Se ve solitaria esta ciudad.

Kostya arrugó sus cejas, donde mirase veía personas acompañadas, pescando y patinando sobre los canales, paseando oseznos, o riendo entusiasmadas quien sabía por qué, muchas parejas que parecían estarse recién conociendo.

- Tanto frío, es eso, debe ser eso, allá en mi casa es lo mismo.

- ¿Usted cree? El frío haría a la gente estar más junta, según yo.

- No lo sé, debe ser distinto en los lugares más cálidos… bueno, por eso los latinos son así, cálidos.

- Los pocos latinos que conozco no distan del resto de los europeos que conozco. Cálidos no sería la palabra que usaría para describirlos.

- Ya, pero es porque están a su nivel, yo hablo de los de mi nivel.

Los poros de Evolet se levantaban ante el cambio de temperatura, al contacto con las gotas de agua que transparentaban su camisa, permitiéndole a Kostya verle los pezones, que se levantaban a medida que se endurecían en conjunto con sus senos, dejando al descubierto una delicada cintura.

- No sé por qué, desde pequeña que me pregunto porque la gente que se siente sola no se junta con otros que se sienten solos.

- La soledad no funciona así, no se quita porque se tenga alguien al lado, - dijo disminuyendo la velocidad.

- ¿Cómo?

- A usted le da risa, pero es común que la gente que se siente sola siga sintiéndose sola acompañado, esa es la peor soledad, ahí es cuando hay que prestar atención.

- ¿Por qué?

- Porque significa que esa soledad no es falta de socialización, y es otra cosa. Cuando uno se siente enfermamente solo, es cuando no se debe buscar compañía más que la de uno mismo.

Se detuvo frente a la Casa Singer.

Al bajarse le entregó las llaves a un ballet. Aceleró el paso y abrió la puerta a Evolet, ayudándola a descender.

Ella aceptó su brazo y le miró con la cabeza doblada, a Kostya le recordó los cachorros cuando no entienden algo, era una similar expresión que no despertó más que ternura.

- Uno debe estar solo hasta aprender a estar en paz con uno mismo. Cuando la mujer vestida de negro se sienta en tu mesa, uno no la despacha, sino que le sirve un café, y le pregunta cómo está.

Fueron recibidos por esculturas de ángeles tocando trompetas en una fachada celeste con azul y dorado que contrastó con gracia contra el cielo púrpura.

- Señor Kuznetsov, su mesa está disponible, - dijo en ruso.

- Excelente, - respondió en inglés entregándole su chaqueta.

- Ya le llevan su café ¿La señorita que querrá?

- Veré la carta.

Kostya se encargó de ayudar a Evolet a quitarse su chaqueta, desplazando a quien cuyo trabajo era ese.

Su camino a la mesa dejó una estela de silencio, que en una u otra ocasión fue quebrada por el sonido de alguien que olvidó poner su teléfono en silencio para capturarlo en una fotografía.

El salón era verde oscuro, del mismo color que el cuero de las sillas, varias enredaderas colgaban de distintos puntos, y pudo ver algunas hojas de palmeras saliendo de los pasillos.

Con grandiosa galantería y caballerosidad la ayudó a sentarse.

Él se sentó frente a ella cruzando sus piernas. En una postura delicada y elegante. Pidió por ambos, sin esperar si quiera ella abriera la carta. Le dejaron un café en la mesa.

- Te pedí un dulce típico ruso que son como panqueques, un café, y un sándwich ¿Desea algo más de mí?

Ella respondería antes de escuchar el "de mí", este agregado innecesario la hizo sonreír y perder la palabra de los labios.

Carcajadas en el exterior lo hizo desviar la mirada, era curioso, puesto que lo que acaparó la atención de los demás (incluyendo la de Evolet) fue el inicio de una discusión.

- ¡Lo sé! ¡Lo sé! ¡Lo sé todo! ¡No creas que porque me trajiste a un lugar público nada te diré! – gritó la mujer en ruso tirándole encima un vaso de soda. - ¡¿y ella quién es?!

Su suegro se mantenía atento a una pareja de adolescentes hablando coquetos afuera de su ventana.

Kostya sonrió al ver al muchacho tomar la iniciativa y besar a la adolescente.

Volvió la vista a la mesera, quien distraída intentó no mirar al matrimonio que seguía discutiendo.

Hablaría cuando fue interrumpida por un grito.

- ¿Mi hermana? – preguntó la mujer quebrándose y sentándose en la mesa. Afirmó su rostro. – Es mi hermana.

Kostya despachó a la mesera en ruso tras ordenar e intentó no prestar atención a la discusión que ahora no era más que el tenso silencio de un final.

Evolet no creyó escucharlo antes hablar en su idioma natal, y era distinto a como antes habló en inglés.

En inglés la voz de su suegro aunque ronca era suave y clara; en ruso era dura y tosca.

- ¿Al menos mi hijo le dijo es ruso?

- Se lo pregunté y no lo negó.

- No negó su patria. Es algo, - dijo agradeciendo los vasitos con soda.

- No, pero no se veía animado a hablar de acá.

- El nada de encantadora le encuentra a nuestro país o sus tradiciones.

- No es un país feo.

- Mi hijo aún no se da cuenta que Rusia con sus virtudes y desventajas, tiene algo que pocos países tienen. Rusia es una tierra dura que cría personas fuertes.

Al decir esto, la mujer que se iba se detuvo y le contempló unos segundos. Sus ojos eran dos icebergs en un hermoso rostro de suaves facciones perfectas.

Kostya la admiró unos segundos de vuelta, como lo hubiera hecho una persona que no entiende porqué otro se le quedó mirando. Al volver la vista a Evolet, la mujer retomó su camino.

- Yo creo que fue más por el presidente actual que tenemos.

- Eso les pasa por elegir a alguien que jamás vivió en el mundo real. Él no sabe qué es el trabajo. Don es un hombre horrible, sin talento u honor.

- ¿Usted lo conoce?

El guardó unos jocosos segundos de silencio, luego arrugó sus coquetos ojos. Bebió su café observándola por debajo de las cejas, titubeando.

Ella sintió que Él la desnudó con la mirada, y no le desagradó, no creyó antes un hombre la hubiera hecho sentir así, como el objeto de su deseo.

¡Era la peor feminista que existía! ¡Otro año más en que no se ganaría el premio a la feminista del año! Pensó sonriendo y bebiendo su vaso de soda.

- Puedo entender que no hable de mí, yo le desagrado, me culpa de todos los problemas de su vida, pero de Olga… Si Olga ha vivido tanto es por Él, para verlo llegar a este día, por eso le pido que guarde en secreto que ustedes ya están casados. Eso empañará la felicidad que Olga siente.

- ¿Por qué tanta importancia con que se case?

- No lo sé, - dijo con un gesto, - pero le importa, y la hizo feliz saber que Él se casaría acá.

Kostya contempló la pequeña tacita transparente que tenía pegada la espuma del café que acababa de tomar, movió el fondo observando el reflejo en el platillo plateado.

- Sí, lo conozco, es tal y como se ve, eso es lo único que algunas personas podrían considerar admirable de Él, - dijo levantando la mirada, - que es transparente. Yo considero que sería admirable lo que viésemos fuese inteligencia o bondad, eso es algo digno de transparentar, pero no es su caso, es solo estupidez y maldad. Él no es un político, no es un empresario, no es un villano, no es un antagonista, no es un líder, no es héroe. Él no es más que un ser despojado de inteligencia o bondad. Prefiero los villanos inteligentes a los santos estúpidos. Los villanos inteligentes tarde o temprano terminan haciendo el bien porque les convendrá o lo sienten como su deber, mientras que los santos estúpidos incluso cuando quieren ayudar no hacen más que sembrar dolor y miseria. El no es ninguno de los dos, es la peor calaña de hombre que existe, decirle hombre es mucho, es un llorón matón, eso es lo que es.

- ¿Le desagrada? – preguntó haciéndolo reír.

Un poco de manjar cayó sobre el escote de Evolet, quien lo limpió con su dedo pero al quedarle pegoteado no encontró algo mejor que levantar el seno y lamer la parte sucia.

Kostya miró a otro lugar mientras mantuvo la cabeza apoyada en la mano, rascándose el pelo.

- Eso pasa a veces en las democracias, se elige a imbéciles, usted sabe, democracias, cuando no se elige siempre al mismo presidente.

- Evolet, hay cuatro cosas que no se eligen en la vida; - dijo levantando cuatro dedos, - los padres, la cuna, la etnicidad, y al presidente de Rusia.

Evolet soltó una carcajada.

Kostya agradeció a la mesera cuando le trajo el resto de las cosas que incluían un nuevo café para Él, guardó silencio hasta que la mujer se fue.

- ¿Está cansada del viaje?

- No.

- Ah, qué lindo es ser joven, yo estoy cansado y solo conduje al aeropuerto.

- ¡Por favor! Usted está en una excelente condición física ¡Se nota podría acompañarme toda la noche!

Abrió su boca para responder algo, pero luego sonrió y volvió la vista a su teléfono, batallando por no responderle.

No retomó la atención a su nuera hasta que un elástico deshilachado chocó contra su pecho.

Avergonzada intentó manejar su enorme melena rizada, y el elástico de la muñeca no lo usaría para el pelo salvaje.

- Déjeselo suelto.

- Me da mucho calor.

- ¿Me permite?

- Eh… sí.

No sabía a que le autorizó, pero no existía mucho que no le hubiera permitido a su suegro hacerle.

Parándose atrás de ella le colocó las manos sobre sus hombros. Subió sus dedos con delicadeza por aquel elegante cuello, acariciando su mentón, su mejillas. Sus dedos penetraron por su cabellera y con firmeza la hizo mirarlo.

Ella abrió sus ojos y Él sonrió.

Tenía la cabeza tirada hacia atrás y su cuerpo extendido al límite de lo que le provocaría dolor, con su muslo Kostya mantenía la inclinación de la silla para no hacerla caer.

Él la mantuvo así unos segundos, contemplándola con una severa expresión.

Ella cerró sus ojos y se le escapó un sutil gemido que nadie más que Él escuchó.

Rápido, enrollándole el mismo cabello le hizo un nudo en sí mismo y arrancó, quedó un tomate del cual un par de rebeldes rizos se escaparon.

Se sentó frente a ella.

- ¿Cómo me veo?

- Hermosa ¿Cómo habría de verse? – dijo sin mirarla.

A Evolet no le gustó no ser el centro de su atención.

A Kostya le molestó que las personas que pasaban por la calle, al encontrarse con Evolet la mirasen como si ella no fuese humana, y eso que la piel de Evolet no era tan distinta a la de ellos. Claro, no era blanca, pero era pálida.

- La madre de Innokentiy me comentó usted está por ser doctora.

- No soy médico.

- Lo sé.

- Mucha gente se confunde.

- ¿Qué estudió?

- Microbiología médica.

- ¿De qué trata?

- De microorganismos.

- Jamás me lo hubiera imaginado, - dijo en un tono que la hizo reír, –¿Usted se especializó en patología, inmunología, en qué?

- Biotecnología, pero luego me tendrán trabajando en epidemiología.

- Es comprensible.

- Quizá para usted, pero para nosotros no es costumbre que se nos imponga un deber.

- Un hombre hace lo que debe hacer, - respondió sin mirarla.

- Ya, está bien, hay mucha gente muriendo, pero no es que yo los esté matando.

- Creí que quería trabajar en la vacuna, - dijo mirándola con calmos ojos claros.

- No, pero a Kesha le encantan mis mentiras.

Frente a ellos se erigía una catedral de patios verdes cubiertos de blanca nieve, por los que mucha gente pasó con paraguas negros, llegaban a un funeral.

- Yo no debería sentir culpa si no quiero trabajar en eso, y quiero trabajar en evitar la calvicie o generar erecciones más largas y potentes, - bebió café. – Claramente no es un problema con el cual usted pueda empatizar, pero en otra clase de hombres es todo un tema, y por lo mismo, están dispuestos a pagar mucho dinero para sentirse hombres otra vez.

- Ser hombre es más que una vigorosa erección, - dijo Kostya casi insultado. – Mantener seguros a los que quieres, eso ES ser hombre.

A Evolet le pasaron cosas al escucharlo hablar con tal vigor.

Kostya al ser golpeado por el grato aroma a jazmín blanco sonrió galante.

- Me va tan bien en ventas que no tienen ningún interés en sacarme de allí, pero en ocasiones pienso que no sé, que quizá podría hacer más. Tonta no soy, puedo hacer más que solo vender.

- ¿Por qué cree que no se necesita inteligencia para vender?

- No lo sé, Kesha pareciera que le avergüenza que trabaje en esto, siempre dice lo que estudié pero olvida en lo que trabajo… y yo igual me pregunto ¿Para qué estudié tanto si lo único que hago es vender?

- ¿Quién más le pregunta eso?

- No, no sé.

Kesha, Kesha le preguntaba, pensó Kostya, sin duda alguna que su hijo la manipulaba para que ella viviera una vida más de acuerdo a sus propios prejuicios que lo que ella misma quería.

Pudo entenderlo, entre tener una esposa científica y una vendedora, no había donde perderse, más, si ese es el caso, se busca una que quiera ser científica y no vendedora. Con preocupación bebió el resto de la soda.

- No es que no me guste lo que estudié. Me gusta, pero no por eso quiero seguir siendo pobre ¡No hay algo peor que ser pobre!

- Usted es la Kuznetsova, todo lo mío es suyo, solo preocúpese de dejarme lo suficiente para que con Olga vivamos nuestros últimos días cómodos, gaste todo lo demás, no es que me lo vaya a llevar al otro lado.

- No me diga esas cosas que me las tomaré en serio.

- Se lo estoy diciendo en serio, fumo, bebo, y como carne ¿Cuántos años me quedarán? ¿Diez? A Olga tampoco creo que le queden más.

- No hable de su muerte con tal ligereza, acabamos de conocernos.

Kostya levantó la vista para despedir con cortesía a la mesera y bebió el nuevo pequeño café sin endulzarlo.

- Esa es la sal, - advirtió viéndola sacar el sobrecito blanco equivocado. Le pasó el correcto. – Tengo entendido que en ventas va muy bien, usted misma lo dijo ¿No tiene capacidad de ahorro?

- No por el momento ¿Son muy racistas aquí?

- Más o menos.

- Más más que menos, parece.

- Evolet, usted debe ser honesta con quien usted es, y si mi hijo no es para usted, hay hombres más indicados.

Evolet intentó controlar cuan rojas estaban sus mejillas, pero no podía. Comió el trozo de panqueque, y bebió un poco de café, pronto lo devolvió al plato.

Él hizo sonar el sobrecito de azúcar.

- No me estaba insinuando, pero quizá sí, alguien como yo podría hacerla más feliz de lo que mi hijo podría.

- Usted es muy directo.

- No dije que yo, yo no podría.

- ¿Por qué no?

- Porque con mi hijo no tenemos una relación tan fuerte como para que sobreviviera algo así.

- Puedo terminar con Él hoy y nosotros empezamos mañana.

- El no creería el orden fue así. Incluso de creerlo, no habla bien de mí.

- No soy un objeto que pierde su valor porque fue usado por otro.

- No es ese el problema, Evolet, pero usted no es la esposa de uno de mis amigos o colegas, es de mi hijo, hay reglas que se respetan.

- ¿Y si nos hubiéramos conocido antes? Hubiera aceptado de ver como usted se veía.

- No sé qué tiene eso que ver, - dijo jocoso, - lo primero, sé que es vanidoso lo que diré, pero supuse usted no tenía la menor idea quien era yo o como me veía y por eso me rechazó, - dijo riéndose.

- ¿No suelen rechazarlo?

- No, Evolet, creo que nunca antes me han rechazado. Por supuesto, hay mujeres a las que no les intereso, no es que sea irresistible. Eh… ¿Qué le estaba diciendo? Se me olvidó.

- Que ahora soy inalcanzable para usted.

Kostya le dio una larga y profunda mirada que hizo a Evolet desviar la vista y nerviosa mirar a su café.

- ¿Dónde tiene que ir por su vestido?

- No recuerdo el nombre, - dijo buscando en su cartera un papel arrugado. - ¿La policía que tal es acá?

- Supongo más racista que allá.

- ¿Esto era lo que Kesha tenía que hablar con su madre? ¿Sobre mi piel?

Kostya levantó la vista y guardó el teléfono vibrando. Colocó una expresión tranquilizadora y le tomó la mano a Evolet.

- Si usted tiene algún problema con ella solo dígame y me encargaré.

- ¿Cómo se encargará?

- Hablando. Que los prejuicios de los demás no sean preocupación suya, - dijo retomando su posición inicial. - ¿Usted puede caminar con esos zapatos? Este lugar no queda lejos, y yo necesito atender unos asuntos. Preferiría ir a pie.

- Sí, claro; aparte tiene que comprarle un regalo a la mamá de Innokentiy.

- Ya lo había olvidado.

Kostya se levantó a saludar a un hombre de aspecto degenerado y grosero, muy delgado y desgarbado. Mal vestido y hasta mal olía. No intentó disimular que le saludó por obligación.

- Evolet, te presento a Nevares. Nevares, ella es mi nuera, Evolet, - dijo en inglés. – Él es un compañero de trabajo.

- Hola, mucho gusto, - dijo Evolet sin levantarse del asiento.

- El gusto es mío, - respondió Nevares en inglés. – No hubiera imaginado jamás era tu nuera, - dijo en ruso. – Creí era una de tus mascotas, entre tanta coquetería y caricias ¡Una mascota negra! ¿Es de África?

- Felicitaciones, conseguiste elaborar un par de frases. Racistas y misóginas, pero hablar debió de ser todo un logro para ti, - dijo palmoteándole fuerte la espalda. - ¿Quieres seguir practicando lenguaje o es hora de ir a arrojar tus fecas por ahí?

- ¿Qué opina Olga de esto? ¿Sabe que la madre de sus nietos es una negra?

- Olga está tan feliz que le hará una cena de recepción.

- Creí sería su cena de cumpleaños.

- Las invitaciones estaban listas de antes. Es la misma gente, así qué… ¡Qué más da!

Nevares sonrió estrechando la mano de ambos, y se fue haciendo una llamada, habló mirándoles burlesco de vez en vez.

- ¿Le dijo algo malo de mí?

- No, nos odiamos desde antes, - dijo Kostya mandando un mensaje.

- ¿Tendremos que caminar mucho?

- No, ya estamos en la avenida Nevsky, pero puedo pedir traigan el auto, - dijo guardando el teléfono.

- Solo quería saber.

Kostya con calma hizo un gesto a quien los recibió, advirtiéndoles se iban.

- ¿Existe algo más que desee?

- Depende de qué esté sobre la mesa.

Kostya dijo nada y Evolet rio. Nunca antes alguien fue capaz de expresarse con tan poco.

- Dije nada.

- Ah, pero lo pensó.

- En mi mente soy libre, - susurró en cuanto ella le tomó el brazo, acompañándole a la salida.

El sonido de rítmicos pasos contra el piso llamó la atención de Evolet, quien desviándose fue a mirar.

Era hipnotizante la elegancia, los vestidos, la puesta en escena.

- Ciertos días usan el salón para clases de mazurca.

- ¡Bailemos!

Kostya no mostró la resistencia que Evolet esperó. Solo con un gesto suave le pidió no lo tirase.

- ¿Tienen cupo para una pareja más? Será solo un rato.

- Por supuesto, príncipe Kuznetsov, - respondió la profesora en inglés con gran admiración. – Imagino usted ya sabe bailar.

- Usted asume bien.

- Usted puede preocuparse de la señorita, para así no interrumpir el desarrollo de la clase.

- No pretendo importunar.

Kostya guio a Evolet hasta el salón y girando por su cuerpo se le paró delante haciendo una sutil reverencia.

- ¿Príncipe?

- Ya no.

- ¿Cómo es eso?

- Es una larga historia.

- Creí que me diría que no cuando le pedí bailásemos.

- Yo le daré lo que usted me pida.

En un impulso, Kostya la sacó de su posición y la llevó a recorrer el salón, la gente le abrió paso, incapaz de enfrentarse a semejante potencia.

- Creí que no quería llamar la atención.

- Dije que no quería importunar.

- ¿No es lo mismo?

- No me molesta llamar la atención.

El no dejó de mirarla mientras la movía y en cada vuelta el vestido se levantó y giró como pétalos floreciendo.

Levantándola la hacía girar, moviéndola de la cintura y de sus brazos, hasta que ya quedaron solos los dos.

- Usted me engañó, sabía bailar.

- No, solo no me resistiré a lo que usted desea yo le haga.

Él la levantó arrojándola hacia arriba.

Evolet soltó una carcajada nerviosa, la recibió afirmándola con fuerza de las nalgas, tocándola por debajo de la falda y jalando el jazmín que le provocó un violento ímpetu. La dejó caer con suavidad, sin alejarla de su cuerpo.

Hubo un instante en que sintió la urgencia de besarla, pero nada hizo más que mirarla por unos segundos antes de mirar a otro lado y moverla otra vez.

- No fue mi intención.

- Los dos sabemos eso es mentira.

- Si quisiera tocarla no necesitaría burdas excusas para hacerlo, usted no me dirá que no.

- O sea, es posible que le diga que no, pero será parte del juego.

- Entonces necesitaríamos una palabra clave.

- Lavanda ¿y la suya cuál sería?

- ¿Por qué necesito una yo? ¿Qué pretende hacerme?

Aplausos y diversas exclamaciones salieron de los espectadores que no podían más que maravillarse con la gracia con que Konstantine se movía, y el total dominio que tenía de su pareja, quien se notó no sabía bailar.

Evolet dejó de susurrarle algo en el oído cuando Kostya explotó en una carcajada.

- Creo que nunca antes escuché al viejo reír así, - dijo Kesha sonriendo, - no sabía Evolet era graciosa.

- No la conoces.

- ¡Ay, mamá!

Olga no aplaudió, ni se maravilló.

Desde la puerta se horrorizó al ver a su esposo y nuera con una complicidad preocupante, inconscientes de la atención de los presentes.

Reconoció el deseo en los movimientos

Olga era una mujer de cabellos castaños y piel muy clara, muy bien mantenida, y de una edad similar a la de Kostya.

Vestía con una elegancia aristocrática, y poseía facciones perfectas. Tenía labios bien formados, ojos alargados como los de una gata, verdosos, y una nariz particular que no se le veía mal.

Perdiéndose entre la masa de espectadores retrocedió hasta encontrarse con el tablero eléctrico y bajó los diferenciales, cortando la electricidad.

Oscuridad y fin de la música.

Silencio arrebatado por los pasos de Kostya y Evolet creando su propio ritmo.

No eran más que sombras trágicas arrebatando la poca claridad que se reflejó en los espejos.

La luz se prendió.

Un tercero interrumpió el baile.

Silvia era de facciones delicadas y bellas. Baja estatura. Pelo muy rubio y ondulado. Enormes ojos cafés. Vestía pijama pero nunca antes estuvo tan despierta.

- ¡Cuélgame, ahora! – gritó tirándole un cheque. - ¡Lo voy a tener, tú lo quieras o no!

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