Poco después, Ye Wenjie oyó un gran ruido de motores. En su confuso estado
de conciencia le pareció que una máquina taladraba el bloque de hielo en que se
hallaba atrapada. Su mundo seguía a oscuras, pero aquel sonido, tan persistente y
real, le hizo comprender que no estaba en el cielo ni en el infierno. Sencillamente,
tenía los ojos cerrados.
Al abrirlos con gran esfuerzo, lo primero que vio fue una lámpara empotrada
en el techo. Estaba protegida por una malla metálica y emitía una luz tenue. El
techo entero parecía de metal.
De pronto, una voz masculina la llamó suavemente por su nombre.
—Tienes mucha fiebre —le dijo.
—¿Dónde estoy? —preguntó ella. Su débil voz casi no le pertenecía.
—En un helicóptero.
Ye Wenjie sintió que le fallaban las fuerzas y volvió a desvanecerse. El ruido
del aparato la acompañó el tiempo que pasó dormida. Poco después, al volver en
sí, el aturdimiento se convirtió en un dolor intenso: tenía el cuerpo magullado y le
ardía la boca. Al tragar saliva, le pareció estar engullendo un ascua de carbón.
Pero si empezaba a sentir todo aquello, era síntoma de que se estaba recuperando.
Volvió la cabeza y descubrió a dos hombres enfundados en sendas chaquetas
militares idénticas a la de la representante Cheng. Pero, a diferencia de esta, ellos
iban tocados con la boina del Ejército de Liberación Popular, con su estrella roja
bordada en la parte de delante. Bajo las chaquetas desabrochadas, asomaban la
insignia y el cuello rojo del uniforme. Uno de ellos llevaba gafas.
Fue entonces cuando constató que a ella la cubría una muda de ropa limpia y
un abrigo militar. Para su sorpresa, logró incorporarse y fijar la vista en uno de
los ventanucos opuestos a su asiento, donde unas nubes se sucedían a toda prisa.
El poderoso reflejo del sol le hizo apartar la mirada. Se hallaba en una estrecha
cabina llena de contenedores metálicos pintados de un color verde militar. Por
otro ventanuco alcanzó a ver la sombra parpadeante de los rotores. Era cierto que
estaba en un helicóptero.
—Vuelve a acostarte, por favor —le pidió el hombre de las gafas, ayudándola
a hacerlo y tapándola con el abrigo.
—Ye Wenjie, ¿eres la autora de este artículo? —inquirió el otro, mostrándole
una revista científica escrita en inglés.
El artículo se titulaba «Posible interfacialidad en la zona de radiación solar y
su capacidad reflexiva». Se trataba de un ejemplar de la Revista de Astrofísica de
1966.
—Pues claro que lo es, ¿hasta eso hay que confirmarlo? —intervino el
hombre de las gafas, apartando la revista—. Este es Lei Zhicheng, comisario
político de la base Costa Roja. Yo me llamo Yang Weining, soy el ingeniero jefe.
Todavía falta una hora para que aterricemos, trata de descansar.
«¿Tú eres Yang Weining?», quiso decir ella, pero se limitó a examinarlo con
la mirada: tenía una expresión neutra, como si no quisiera revelar que se
conocían.
Yang Weining había sido uno de los estudiantes de posgrado de su padre.
Aunque se graduó cuando ella apenas estaba en primer año de universidad,
recordaba la primera vez que él fue a su casa. Recién admitido en el
departamento, acudía a discutir con su profesor qué dirección tomaría su trabajo.
Quería alejarse del campo teórico para centrarse en problemas experimentales y
aplicados.
—No es que tenga nada en contra —le dijo su padre—, pero al fin y al cabo
somos del Departamento de Física Teórica. ¿Qué te mueve a querer evitar la
teoría?
—Dados los tiempos que corren, quisiera que mi contribución a la sociedad
fuese más práctica.
—La teoría es la base de la cual parte la aplicación práctica. ¿Existe mayor
contribución que la de descubrir principios fundamentales?
Tras vacilar, Yang Weining terminó admitiendo:
—En el campo de la teoría, es fácil cometer errores ideológicos.
Ante eso, el padre de Ye Wenjie no pudo decir nada.
Yang gozaba de un gran talento, una sólida base matemática y una mente ágil.
Lamentablemente, durante el poco tiempo que duraron sus estudios de posgrado,
procuró mantener la distancia y reducir al mínimo las interacciones con su
profesor. Por aquel entonces, Ye Wenjie aún tuvo ocasión de verlo varias veces,
pero, quizá por influencia de su padre, no llegó a fijarse en él. Una vez graduado,
Yang Weining cesó todo contacto con ellos.
Volvió a sentirse débil y cerró los ojos. Los militares se acuclillaron detrás de
una hilera de cajas para conversar en voz baja, pero las dimensiones de la cabina
eran tan reducidas que pudo oírlos incluso sobre el rugido de las aspas.
—Sigo pensando que esto no está bien.
Era la voz de Lei Zhicheng.
—¿Acaso hay alguien que siga los cauces reglamentarios?
—¡He hecho todo lo posible! Pero en el ejército no hay nadie con esta
especialización, y es muy complicado tratar de reclutar a un civil; ya sabes que
los proyectos de alto secreto requieren, además de alistarse, estar dispuesto a
pasar largas temporadas encerrado en la base. ¿Y si es alguien con familia? ¿Los
encerramos a ellos también? No hay quien acceda a eso… Encontré a dos
posibles candidatos, pero preferían ir a un campo de reeducación antes que venir
aquí… Es cierto que podríamos haberlos obligado, pero, dada la naturaleza del
trabajo, es más prudente no retener a nadie en contra de su voluntad…
—Entonces no nos queda otro remedio —dijo Yang Weining.
—Es un procedimiento tan poco convencional…
—¡Todo el proyecto lo es! Si algo sale mal, asumiré la responsabilidad.
—Pero ¿de verdad crees que puedes responsabilizarte de algo así? ¡Tú eres
un técnico y Costa Roja no es un simple proyecto de defensa nacional, su
complejidad va más allá!
—En eso tienes razón…
Aterrizaron al anochecer. Ye Wenjie se empeñó en rechazar la ayuda de los
militares y salió del helicóptero con gran dificultad pero por su propio pie. El
fuerte viento que soplaba en el exterior casi la derribó. Los rotores, aún en
movimiento, emitían un agudo silbido. El aroma a bosque que transportaba el
viento le resultó tan familiar, como ella misma a esa corriente procedente de la
cordillera del Gran Khingan.
Entonces oyó una especie de aullido, grave y poderoso, que parecía
fusionarse con el universo. Era el sonido de una enorme antena parabólica contra
el viento. Al acercarse a ella, sintió su inmensidad.
La vida de Ye Wenjie había trazado un círculo completo en el último mes:
ahora se hallaba en Pico Radar.
Instintivamente, miró hacia el campamento de su compañía del Cuerpo de
Construcción. Lo único que vio fue una maraña de árboles en la niebla.
El helicóptero no la había transportado solo a ella. Aparecieron varios
soldados, que comenzaron a descargar los contenedores de la cabina. Pasaron por
su lado sin mirarla. Siguiendo a Lei Zhicheng y Yang Weining, comprobó lo
espaciosa que era la cima de Pico Radar. Al pie de la antena se apilaban varios
edificios, todos de color blanco. Parecían piezas de un juego de construcción.
Cuando llegaron a la puerta de la base, custodiada por dos centinelas, se
detuvieron.
Lei Zhicheng se volvió hacia ella, y con gran solemnidad le dijo:
—Ye Wenjie, las pruebas de tu crimen contrarrevolucionario son irrefutables
y cualquier tribunal te condenará como mereces. Tienes ante ti la oportunidad de
redimirte. Puedes aceptarla o rechazarla. —Señaló en dirección a la antena—.
Estas instalaciones son una base científica militar. Una de las investigaciones que
aquí se realizan necesita a alguien con tus conocimientos. El ingeniero jefe Yang
te dará los detalles para que medites tu decisión. —Luego miró a Yang Weining,
asintiendo con la cabeza, y entró en la base precediendo a los soldados que
transportaban las cajas.
Yang Weining aguardó a que estuvieran lejos para indicarle a Ye Wenjie que
lo siguiera. Cuando estuvieron a cierta distancia de la puerta, fuera del alcance
del oído de los centinelas, ya no fingió que no la conocía.
—Wenjie, dejemos las cosas claras. Esto no es ninguna oportunidad. Me he
informado en la Comisión de Control del Tribunal, y aunque Cheng Lihua aboga
por condenarte de la forma más severa, a lo sumo serían diez años. Teniendo en
cuenta los atenuantes, pasarías encerrada unos seis o siete años. En cambio,
aquí… —Señaló con la cabeza en dirección a la base—. Este proyecto está sujeto
al máximo secreto. Dado tu estatus, muy posiblemente… —Hizo una pausa, como
queriendo que el aullido de la antena subrayara la gravedad de sus palabras—.
No te permitirán salir durante el resto de tu vida.
—Quiero entrar —dijo ella con un hilo de voz.
La rapidez de su respuesta lo sobresaltó.
—No te decidas tan a la ligera. Métete otra vez en el helicóptero y piénsalo
bien; no despegará hasta dentro de tres horas. Si al final rechazas la oferta, te
llevaremos de vuelta y ya está.
—No quiero irme. Entremos. —Su voz sonó más firme. Podía haber un mundo
después de la vida, de cuya existencia no estaba segura, pero ahora aquel pico era
el único lugar en el que deseaba quedarse. Por algún motivo, le inspiraba la
seguridad que le habían negado durante tanto tiempo.
—Piénsalo con calma —insistió él—. Ten en cuenta lo que esta decisión
implica…
—Estoy dispuesta a quedarme para el resto de mi vida.
Yang Weining hundió la cabeza en silencio y miró al infinito, como queriendo
forzarla a recapacitar. Ella también permaneció callada. Se ajustó el abrigo y
observó cómo, en la lejanía, las montañas del Gran Khingan desaparecían en la
oscuridad de la noche. El frío impedía seguir allí mucho más tiempo, de modo
que Yang Weining echó a andar en dirección a la puerta. Iba muy rápido, como
queriendo dejarla atrás, pero ella consiguió seguirlo de cerca. Una vez dentro, los
centinelas cerraron la pesada puerta metálica.
Tras andar varios metros más, Yang Weining le señaló la antena y dijo:
—Este es un proyecto de investigación armamentística a gran escala. Si tiene
éxito, será incluso más importante que la bomba atómica y la de hidrógeno.
Cuando llegaron al edificio más grande de la base, Yang Weining abrió una
puerta con un cartel que decía: SALA DE CONTROL DE TRANSMISIÓN. Dentro, los
recibió un fuerte olor a carburante. Era una amplia sala llena de instrumental y
equipamiento, con multitud de osciloscopios y luces intermitentes. Una docena de
controladores, vestidos de uniforme, tecleaban sin cesar, diríase que
atrincherados bajo tanto aparato, listos para la batalla. Todo sucedía entre un
confuso ir y venir de órdenes y respuestas.
—Aquí hace menos frío —dijo Yang Weining—. Enseguida vuelvo, voy a
pedir que te asignen alojamiento.
Le señaló una silla vacía que había frente a una mesa, junto a la puerta, donde
estaba sentado un guardia armado con pistola.
—Será mejor que espere fuera —repuso Ye Wenjie, cerrándole el paso.
Yang Weining le sonrió.
—A partir de ahora, eres un miembro de la base. Puedes estar donde quieras,
menos en las pocas áreas restringidas.
La sonrisa se le borró del rostro en cuanto fue consciente del mensaje que
desprendían sus palabras: «Jamás saldrás de aquí».
—Prefiero esperar fuera —insistió ella.
—Está bien —aceptó él, mirando de reojo al guardia, que ignoraba su
presencia, y empatizando con la preocupación de ella.
Una vez fuera de la sala de control, añadió:
—Mantente a salvo de la corriente, yo vuelvo enseguida. Solo tengo que
encontrarte un cuarto y mandar a que alguien te encienda el fuego. Las
condiciones en la base dejan mucho que desear, no hay calefacción. —Y se fue a
paso ligero.
Ye Wenjie permaneció junto a la puerta de la sala de control. La antena
gigante quedaba justo encima de ella, cubriendo la mitad del cielo nocturno.
Desde allí oyó con claridad los sonidos procedentes de la sala de control, que de
pronto cesaron. La estancia quedó en un silencio únicamente roto por el zumbido
de algún aparato.
De repente, se oyó una estridente voz masculina.
—¡Segundo Cuerpo de Artillería del Ejército de Liberación Popular, proyecto
Costa Roja, transmisión número ciento cuarenta y siete! ¡Autorización
confirmada! Comienzo de la cuenta atrás de treinta segundos.
—Identificación del blanco: A-3. Número de serie de las coordenadas:
BN20197F. Posición comprobada y confirmada. Veinticinco segundos.
—Número de archivo de la transmisión: veintidós. Adiciones: cero.
Completada la comprobación final del archivo de transmisión. Veinte segundos.
—Unidad energética, ¡lista!
—Unidad de codificación, ¡lista!
—Unidad de amplificación, ¡lista!
—Unidad de monitorización de interferencias, dentro del rango aceptable.
—Alcanzado el punto de no retorno. Quince segundos.
Se impuso un gran silencio. A los quince segundos, se activó una alarma y
empezó a parpadear una luz roja en la punta de la antena.
—¡Comienzo de la transmisión! Que todas las unidades prosigan con la
monitorización.
Ye Wenjie sintió un picor en la cara, y de ello dedujo que había aparecido un
enorme campo eléctrico. Miró hacia donde apuntaba la antena y vio que, en mitad
del cielo, una nube irradiaba una luz azul tan tenue que parecía ilusoria. La nube
dejó de brillar conforme se desplazaba, y volvió a hacerlo al pasar otra.
De nuevo se oyeron voces en la sala de control:
—¡Error en la unidad de energía! ¡Magnetrón número tres fundido!
—Unidad de apoyo en operación, ¡lista!
—Punto de control uno alcanzado. Reanudando la transmisión.
Ye Wenjie sintió un sonido vibratorio. A través de la neblina, divisó unas
sombras que se elevaban desde los árboles, al pie de la montaña, y ascendían en
espiral hacia el cielo oscuro. Le sorprendió que hubiera tantos pájaros en pleno
invierno. Entonces fue testigo de una escena aterradora: al alcanzar la zona a la
que apuntaba la antena, con aquellas nubes que brillaban de fondo, los pájaros
empezaron a caer, uno a uno, del cielo.
El proceso continuó durante otro cuarto de hora. Luego la luz de la antena se
apagó y Ye Wenjie dejó de sentir el picor en la cara. En la sala de control, se
reanudó el barullo de órdenes y respuestas, mientras la voz masculina volvía a la
carga.
—Transmisión número ciento cuarenta y siete del proyecto Costa Roja
completada. Sistemas de transmisión desconectados. Costa Roja entra en estado
de monitorización. Control del sistema transferido al Departamento de
Monitorización, enviando datos desde punto de control.
—Que todas las unidades cumplimenten debidamente su diario de
transmisiones. Todos los jefes de unidad deben asistir a la reunión posterior a la
transmisión. ¡Se acabó!
El silencio que vino después fue interrumpido por el silbido del viento. Ye
Wenjie se fijó en que los pájaros regresaban al bosque. La antena parecía una
enorme mano tendida hacia el firmamento, dotada de un vigor fabuloso.
Inspeccionó el cielo, sin hallar nada que pudiera ser el blanco número BN20197F.
Lo único que alcanzó a ver, más allá de las nubes, fueron las estrellas de una fría
noche de 1969.