1 A, de Aire

Oscar despertó al sentirse caer de golpe en su pequeña cama. Al siguiente momento, sintió una intensa presión en el pecho, como si algo pesadísimo se le hubiera caído encima.

No podía respirar, y empezó a desesperarse. ¿Acaso estaba paralizado? ¿Era una parálisis de sueño? Extendió la vista a sus extremidades y las vio moverse con dificultad. Si podía moverse, ¿estaba entonces despierto? ¿O seguía soñando?

Con dificultad, como luchando contra una fuerza mayor, se sentó en la cama de golpe jadeando pesadamente; entonces, se dio cuenta que la presión había desaparecido. Pero unos segundos después, empezó a sentirla nuevamente.

La presión invisible volvió a hacerse presente. Y ahora subía lentamente, haciéndose más tangible. Empezó a sentir algo tibio y húmedo cubriendo su cuello, y levantó inmediatamente ambas manos para hacer que se detenga.

Pero no encontró nada.

La presión seguía en aumento, pero aún no era lo suficientemente intensa para cortarle la respiración. Ahora se sentía irregular y Oscar no podía pensar con claridad, pero parecían ser… ¿manos?

Tal pensamiento lo hizo entrar en pánico, pensando inmediatamente en algo sobrenatural que intentaba apoderarse de su cuello.

—Qui… quie… ro… desper…tar —pidió con dificultad, tosiendo un poco después. Pero las manos que parecían estar presionando su cuello empezaron a ejercer más presión.

La presión se volvió mas localizada y lo que sea que estaba ejerciéndola, se volvió más áspero, casi lastimándolo.

Con movimientos torpes se bajó de la cama, cayendo inmediatamente y golpeándose el brazo derecho contra el mueble que sostenía el velador apagado. Soltó un gemido de dolor al mismo tiempo que empezaba a sentir un ardor intenso en el cuello.

Se arrastró por el suelo pero algo parecía estirarlo hacia atrás. Sentía su rostro arder y sus ojos se llenaron de lágrimas. No podía emitir más que sonidos agonizantes.

Ya no podía respirar.

Peleó patéticamente con la fuerza invisible que le impedía funcionar correctamente, intentando librarse de lo que fuera que lo estaba dominando, pero fue inútil.

Empezó a sentirse mareado y un pitido agudo retumbó en su cabeza.

Desesperación fue lo último que sintió antes de perder la consciencia.

En una esquina de la habitación, la delgada niñita sonriendo el otro extremo de una cuerda sonrió pícaramente.

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