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Primera Sospecha

Emma se despertó temprano, con los primeros rayos del sol filtrándose a través de las cortinas. Se sentía inquieta; los eventos de la noche anterior aún resonaban en su mente. Recordaba vívidamente las sombras misteriosas que había visto moverse en la mansión de Alexander, y su intuición le decía que había algo más de lo que él estaba dispuesto a admitir.

Con un suspiro, se levantó de la cama y se dirigió a la cocina. Mientras preparaba su desayuno, no podía evitar que su mente volviera una y otra vez a las imágenes de la noche anterior. Las preguntas sin respuesta la acosaban: ¿Qué estaba haciendo Alexander a esas horas? ¿Quiénes eran las personas que lo visitaban en la oscuridad?

Sentada en la mesa del comedor, Emma se sirvió una taza de café y miró por la ventana hacia la mansión de los Blackwood. La luz de la mañana comenzaba a iluminar el jardín, creando un contraste con la inquietante escena que había presenciado la noche anterior. Dio un sorbo a su café, su mente trabajando a toda velocidad.

Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. La curiosidad y la preocupación se mezclaban con la creciente atracción que sentía por Alexander. Necesitaba saber más, entender qué estaba pasando realmente en esa imponente mansión. Decidió que comenzaría a observar más de cerca los hábitos nocturnos de su vecino.

—No puedo dejar esto así —murmuró para sí misma, apretando la taza de café entre sus manos—. Necesito saber qué está pasando.

Después de desayunar, Emma hizo una lista mental de las cosas que necesitaba hacer. Primero, debía encontrar una manera de observar la mansión sin levantar sospechas. Tal vez pasar más tiempo en el jardín sería una buena idea. Podría fingir que estaba interesada en la jardinería y, al mismo tiempo, mantener un ojo en los movimientos de Alexander.

Decidida a llevar a cabo su plan, Emma se puso un atuendo cómodo y salió al jardín. La frescura de la mañana la ayudó a despejar su mente, y mientras trabajaba en sus plantas, sus ojos se desviaban de vez en cuando hacia la mansión de los Blackwood. Estaba decidida a descubrir la verdad, aunque sabía que debía ser cautelosa.

A lo largo del día, continuó con su rutina, pero siempre atenta a cualquier actividad en la casa de Alexander. Sabía que esto podría llevar tiempo y paciencia, pero estaba dispuesta a hacer lo necesario para desentrañar el misterio que la rodeaba.

La determinación de Emma crecía con cada minuto que pasaba. Sabía que estaba al comienzo de un camino peligroso, pero también sabía que no podía dar marcha atrás. La verdad, por muy oscura que fuera, debía salir a la luz.

Con el paso de los días, Emma comenzó a perfeccionar su estrategia. Durante las mañanas, pasaba horas trabajando en su jardín, podando plantas y sembrando flores nuevas. Desde su posición, tenía una vista perfecta de la mansión de Alexander. Observaba atentamente cualquier movimiento, cualquier visitante que llegara o se fuera.

Una tarde, mientras regaba las plantas, vio a Alexander salir de su casa. Parecía distraído y preocupado, constantemente mirando su reloj. Emma trató de no parecer demasiado interesada, pero cada vez que él miraba hacia otro lado, ella aprovechaba para observarlo detenidamente. Algo en su comportamiento la hizo sentir que estaba ocultando algo.

Unos días después, mientras trabajaba en su jardín, Emma se encontró con la Señora Thompson, la vecina amable que le había dado la bienvenida al vecindario. La Señora Thompson estaba paseando a su perro y se detuvo para charlar.

—Buenos días, Emma. ¡Qué hermoso jardín estás creando! —dijo la Señora Thompson con una sonrisa.

—Gracias, señora Thompson. Estoy tratando de hacer de este lugar un verdadero hogar —respondió Emma, devolviéndole la sonrisa.

—Lo estás logrando. Tu jardín es precioso —comentó la señora Thompson mientras acariciaba a su perro.

Emma vio la oportunidad perfecta para hacer algunas preguntas sin levantar sospechas.

—Señora Thompson, ¿ha notado algo extraño en la mansión de los Blackwood? —preguntó Emma, tratando de sonar casual.

La señora Thompson frunció el ceño ligeramente antes de responder.

—Bueno, siempre han sido un poco reservados, pero últimamente he visto algunas cosas que no me gustan. A veces hay visitas nocturnas, y no sé qué pensar de ellas —dijo, bajando la voz como si temiera que alguien pudiera escucharla.

Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de la señora Thompson confirmaban sus propias sospechas.

—¿Visitas nocturnas? ¿Ha visto algo más? —preguntó Emma, tratando de mantener la calma.

—Nada concreto, pero a veces he visto luces extrañas en el jardín trasero y sombras moviéndose en la noche. Me da mala espina —respondió la señora Thompson, mirando hacia la mansión con desconfianza.

Emma agradeció a la señora Thompson por la información y se despidió de ella, prometiéndose a sí misma que continuaría investigando. Ahora tenía más razones para estar alerta y seguir observando los movimientos en la mansión de los Blackwood.

Ese mismo día, Emma recibió un mensaje de Alexander invitándola a salir. Había conseguido entradas para una obra de teatro en la ciudad y pensó que sería una buena oportunidad para pasar tiempo juntos. Emma aceptó encantada, viendo en esta cita una oportunidad para acercarse más a él y, quizás, descubrir algo más sobre sus misteriosos hábitos nocturnos.

Esa tarde, Emma se preparó con cuidado, eligiendo un elegante vestido que sabía que a Alexander le gustaría. Cuando él llegó para recogerla, ella notó de inmediato su mirada de admiración.

—Estás preciosa, Emma —dijo Alexander, ofreciéndole su brazo.

—Gracias, Alexander. Tú también luces muy bien —respondió ella, sintiendo el calor subir a sus mejillas.

Durante el trayecto en coche hacia el teatro, Emma intentó mantener la conversación ligera, pero no pudo evitar que su curiosidad la llevara a hacer preguntas más personales.

—Alexander, he notado que a veces tienes visitas bastante tarde en la noche. ¿Es todo relacionado con tu trabajo? —preguntó, tratando de sonar casual.

Alexander se rio suavemente, pero su respuesta fue seria.

—Sí, en su mayoría son asuntos de trabajo. Pero, si te dijera que soy el líder de una secta secreta, ¿te quedarías más tranquila? —dijo, mirándola con una sonrisa enigmática.

Emma se quedó perpleja por un momento, luego se unió a la risa.

—Eso suena como algo salido de una de mis novelas —respondió, tratando de desviar el tema mientras su mente seguía trabajando en esa "broma".

La obra de teatro fue magnífica, y Emma disfrutó cada momento a su lado. Alexander se mostró atento y cariñoso, lo que hizo que sus sentimientos por él se fortalecieran aún más. Sin embargo, las dudas y preguntas seguían rondando en su mente.

De regreso a casa, mientras el coche avanzaba por las calles tranquilas, Emma decidió intentar nuevamente.

—¿Te importa que te pregunte sobre tu familia? —dijo, girándose ligeramente en su asiento para mirarlo.

Alexander mantuvo la vista en la carretera, pero Emma notó un leve endurecimiento en su expresión.

—Mi familia siempre ha sido reservada, Emma. Pero no hay mucho que contar. Solo somos personas normales con vidas complicadas —respondió.

La respuesta de Alexander no hizo más que alimentar la curiosidad de Emma. Llegaron a su casa, y Alexander la acompañó hasta la puerta.

Cuando llegaron a la puerta, se quedaron unos segundos en silencio, mirándose a los ojos. Alexander se acercó más, y Emma sintió cómo su corazón comenzaba a latir con más fuerza. El aroma sutil de su colonia la envolvía, mezclándose con la frescura de la noche.

—Ha sido una noche maravillosa, Emma —dijo Alexander en voz baja, sus ojos fijos en los de ella—. Espero que podamos repetirlo pronto.

Antes de que Emma pudiera responder, Alexander se inclinó y la besó en los labios. El beso comenzó suave, exploratorio, pero pronto se volvió más apasionado. Emma sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo, su corazón latiendo a toda velocidad. Sus manos se encontraron y se entrelazaron, acercándolos aún más.

El contacto de sus labios, la calidez de su cuerpo y la intensidad del momento hicieron que Emma se sintiera viva y emocionada como nunca antes. Podía sentir el deseo y la atracción en cada movimiento, en cada susurro de su aliento.

Finalmente, Alexander se separó ligeramente, sus respiraciones entrecortadas y sus ojos brillando con una mezcla de deseo y duda.

—Espero no haberme precipitado —murmuró, acariciando suavemente la mejilla de Emma.

—No, ha sido perfecto —respondió Emma, su voz apenas un susurro.

Alexander sonrió y le dio un último beso, más suave esta vez.

—¿Deseas pasar? Podríamos tomar una última copa de vino —sugirió Emma, su voz temblorosa de emoción.

Alexander miró el reloj y dudó un momento antes de responder.

—Lo siento, esta noche es muy tarde y aún debo preparar una reunión —dijo, con una leve sonrisa de disculpa.

Emma lo miró con los ojos entornados, sintiéndose un poco dolida por el rechazo.

—¿De verdad no puedes pasar ni una sola copa de vino? —preguntó, su voz reflejando su decepción.

—Si pasara, no me conformaría con una sola copa de vino. Querría disfrutar de tu compañía toda la noche —la contestación de Alexander hizo que Emma se mordiera el labio mientras agachaba la cabeza para evitar mostrar el sonrojo en sus mejillas—. Intentaré no tener tareas pendientes la próxima vez que salgamos, lo prometo —añadió, besándola una vez más antes de darse la vuelta y caminar hacia la mansión Blackwood, mirando hacia ella de vez en cuando con una gran sonrisa.

Mientras cerraba la puerta, sintiendo una mezcla de emoción y confusión en su corazón, Emma sabía que debía seguir investigando. La confesión en tono de broma de Alexander seguía resonando en su mente. Quizás había más verdad en sus palabras de lo que él quería admitir. ¿O quizás todo era producto del enfado por no haber conseguido hacer que Alexander se quedara?

Decidida a descubrir más, Emma comenzó a observar la mansión de los Blackwood durante las noches. Se quedaba despierta hasta tarde, mirando por la ventana de su dormitorio, con las luces apagadas para no ser vista. Cada noche, tomaba notas mentales de cualquier actividad inusual.

Una noche, mientras la luna brillaba intensamente en el cielo, Emma vio a Alexander salir de la mansión. Llevaba una chaqueta oscura y se movía con cautela, mirando a su alrededor antes de dirigirse hacia el jardín trasero. El corazón de Emma se aceleró. ¿Qué estaría haciendo tan tarde?

Sin pensarlo dos veces, Emma se vistió rápidamente con ropa oscura y salió de su casa, asegurándose de no hacer ruido. Se armó de valor y decidió seguirlo a una distancia segura, manteniéndose entre las sombras.

Alexander caminaba con paso decidido hacia un pequeño edificio al fondo del jardín, uno que Emma no había notado antes. Parecía un cobertizo, pero cuando Alexander abrió la puerta, una luz brillante emanó del interior. Emma se acercó lo más que pudo sin ser vista y escuchó voces. Parecía que Alexander estaba hablando con alguien, pero no podía entender lo que decían.

La curiosidad y el miedo se mezclaban en su interior. ¿Qué estaba ocurriendo en ese cobertizo? Emma se inclinó un poco más, tratando de escuchar mejor. Podía distinguir fragmentos de la conversación, pero nada era claro.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, Alexander y la persona con la que estaba hablando salieron del cobertizo. Emma se escondió detrás de un arbusto, conteniendo la respiración. Vio cómo Alexander estrechaba la mano del otro hombre, quien luego se marchó rápidamente. Alexander se quedó un momento, mirando al cielo, antes de volver a entrar en la mansión.

Emma esperó unos minutos más, asegurándose de que la costa estuviera despejada, antes de regresar a su casa. Su mente estaba llena de preguntas. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué estaba haciendo Alexander en el cobertizo? Decidida a descubrir la verdad, sabía que tendría que ser aún más cuidadosa en su investigación.

De regreso en su casa, Emma encontró una carta sobre la mesa del comedor. Al principio, se asustó pensando que alguien pudo haber entrado, pero luego se dio cuenta de que la carta parecía antigua, como si hubiera estado oculta en algún lugar y ahora hubiera salido a la luz.

La carta, escrita con una caligrafía temblorosa, advertía sobre Alexander y mencionaba que estaba involucrado en actividades peligrosas. Hablaba de reuniones secretas y rituales oscuros, confirmando los rumores que Emma había escuchado sobre la secta.

Emma se sentó, leyendo la carta una y otra vez, sintiendo cómo la inquietud crecía en su interior. La atracción que sentía por Alexander se mezclaba con la preocupación y el miedo. Decidió que necesitaba confrontarlo, pero sabía que debía ser cautelosa. Necesitaba más pruebas y, sobre todo, necesitaba entender qué estaba pasando realmente.

Pasaron un par de días sin que ocurriera nada inusual. Emma intentó llevar una vida normal, aunque siempre con un ojo puesto en la mansión de los Blackwood. Salió un par de veces con Alexander, y él siempre fue atento y cariñoso, llenándola de detalles. Sin embargo, su mente no dejaba de volver a la carta y a los comportamientos extraños que había observado.

Una noche, Emma se despertó en mitad de la noche al escuchar ruidos afuera. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, apartando ligeramente la cortina para ver mejor. Para su sorpresa, vio a Alexander en la puerta de su casa, recibiendo a dos personas. Los visitantes parecían serios y hablaban en voz baja antes de entrar rápidamente.

Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo en la forma en que se movían y la seriedad de sus rostros la inquietaba profundamente. Decidió que debía investigar más, pero necesitaba ser cuidadosa. No podía arriesgarse a que la descubrieran.

**Exploración Matutina**

Al día siguiente, Emma decidió encontrar una excusa para visitar a Alexander. Sabía que debía ser discreta, pero también necesitaba obtener más información. Le envió un mensaje, sugiriendo que se vieran para tomar un café.

Alexander aceptó la invitación y la recibió con una cálida sonrisa cuando ella llegó a su casa. Mientras conversaban, Emma observaba cuidadosamente su entorno. Notó que la puerta que antes había visto cerrada con llave ahora estaba ligeramente entreabierta.

—¿Qué tal te ha ido últimamente? —preguntó Alexander, sirviendo dos tazas de café.

—Bien, gracias. He estado trabajando en mi novela y disfrutando del jardín —respondió Emma, tratando de sonar casual—. Por cierto, anoche me pareció ver a algunos visitantes en tu casa. ¿Todo bien?

Alexander pareció tensarse ligeramente antes de responder.

—Sí, eran solo colegas de trabajo, como la última vez. Tenemos algunos proyectos urgentes que requieren reuniones a deshoras —dijo, intentando restarle importancia al asunto.

Emma asintió, aunque su mente seguía llena de preguntas. Decidió no presionar más, pero sabía que debía mantenerse alerta.

Esa noche, Emma decidió quedarse despierta nuevamente para observar la mansión de los Blackwood. Se sentó junto a la ventana de su dormitorio, manteniéndose oculta en las sombras. Las horas pasaron lentamente, el silencio de la noche solo roto por el ocasional sonido de un búho o el susurro del viento entre los árboles. Emma comenzaba a sentir el peso del cansancio, pero justo cuando estaba a punto de rendirse, vio movimiento en el jardín trasero.

Alexander salió de la mansión, acompañado por dos hombres. La luz de la luna iluminaba sus figuras, proyectando sombras alargadas en el césped. Los hombres iban vestidos de negro, y sus movimientos eran precisos y coordinados. Se dirigieron hacia el mismo cobertizo que Emma había visto antes. Esta vez, las luces eran más brillantes, creando un resplandor que parecía casi sobrenatural. Emma podía escuchar fragmentos de una conversación que le resultaba aún más inquietante, aunque no podía distinguir las palabras exactas.

Decidida a descubrir más, Emma salió de su casa con cautela. Se movió lentamente, aprovechando las sombras y el silencio de la noche para no ser detectada. El aire fresco de la noche le cortaba la respiración, y cada crujido de las hojas bajo sus pies hacía que su corazón se acelerara. A medida que se acercaba al cobertizo, sus sentidos se agudizaban,

cada sonido y cada movimiento parecían amplificados por la tensión. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo ver a través de una pequeña ventana. La escena que presenció la dejó sin aliento. Alexander y los dos hombres parecían estar realizando algún tipo de ritual. Había símbolos extraños dibujados en el suelo con una sustancia que brillaba bajo la luz de las velas. Las llamas de las velas parpadeaban, proyectando sombras danzantes en las paredes del cobertizo. El aire estaba cargado de un aroma a incienso y algo más que Emma no podía identificar.

Los hombres pronunciaban palabras en un idioma que Emma no podía entender, un lenguaje que sonaba antiguo y lleno de misterio. Las voces eran graves y ceremoniales, llenas de una autoridad que la hizo estremecerse. Alexander, con su expresión seria y concentrada, parecía liderar el ritual, su presencia era dominante y casi intimidante.

Emma sintió que su corazón latía con fuerza y un miedo visceral la invadió. La escena ante ella era surrealista, como sacada de una pesadilla. Se sentía atrapada entre la necesidad de entender lo que estaba ocurriendo y el instinto de huir. Cada segundo que pasaba la hacía sentirse más vulnerable.

Se alejó rápidamente, asegurándose de no ser vista. Cada paso que daba hacia su casa estaba lleno de tensión, y no pudo relajarse hasta que estuvo de vuelta en su dormitorio, con la puerta cerrada detrás de ella. Su mente estaba en caos, tratando de procesar lo que había visto. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, pero la imagen que formaban era aterradora.

Emma se sentó en el sofá, mirando fijamente la carta que había encontrado días antes. Sus manos temblaban ligeramente mientras releía las palabras. Las advertencias sobre Alexander y las menciones de actividades peligrosas y rituales oscuros cobraban un nuevo significado. Sabía que debía ser cautelosa y que necesitaba más información antes de confrontar a Alexander. La atracción que sentía por él se mezclaba ahora con una profunda sensación de desconfianza y miedo.

La noche avanzaba, pero Emma sabía que no podría dormir. Su mente seguía trabajando, tratando de encontrar una manera de abordar la situación. La verdad, por muy oscura que fuera, debía salir a la luz. Y ella estaba decidida a descubrirla, sin importar el costo.

El amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonos rosados y naranjas, pero Emma apenas había pegado ojo. Sentada en su sofá, con la carta misteriosa en una mano y una taza de café en la otra, trataba de ordenar sus pensamientos. La noche había sido un torbellino de emociones y revelaciones, y ahora debía decidir qué hacer a continuación.

A lo largo de la mañana, Emma repasó mentalmente todos los eventos recientes: las sombras en la mansión de los Blackwood, la conversación evasiva de Alexander sobre sus visitantes nocturnos, y el inquietante ritual que había presenciado. Las piezas del rompecabezas estaban allí, pero aún no formaban una imagen clara.

Decidió que la mejor manera de avanzar era recopilar más información. Sabía que no podía enfrentarse a Alexander sin pruebas concretas, y tampoco quería poner en peligro la relación que estaban construyendo, por frágil que pudiera ser en este momento. Necesitaba un plan, y necesitaba aliados.

Recordó la conversación con la Señora Thompson y cómo había mencionado luces extrañas y sombras en el jardín trasero de los Blackwood. Emma decidió que debía hablar más con ella y quizás con otros vecinos que pudieran haber notado algo inusual. Tal vez ellos también habían visto cosas extrañas y podrían ayudarla a entender mejor lo que estaba ocurriendo.

Con esa resolución en mente, Emma se levantó del sofá y comenzó a prepararse para el día. Se dio una ducha rápida, tratando de despejar la mente y calmar los nervios. Se vistió con ropa cómoda pero adecuada para salir y hablar con los vecinos. Antes de salir, guardó la carta en un lugar seguro. Sabía que podía ser una pieza clave para descubrir la verdad.

El sol ya estaba alto cuando Emma salió al jardín. La frescura de la mañana había dado paso a un calor suave, y los pájaros cantaban alegremente en los árboles. A simple vista, todo parecía normal y pacífico, pero Emma sabía que bajo esa superficie se escondían secretos oscuros.

Decidida, se dirigió a la casa de la Señora Thompson. Tocó el timbre y esperó, sintiendo un nudo de nervios en su estómago. La puerta se abrió y la Señora Thompson la recibió con una sonrisa cálida.

—Emma, qué sorpresa tan agradable. ¿Quieres pasar? —dijo la señora Thompson, invitándola a entrar.

—Gracias, señora Thompson. Me preguntaba si podríamos hablar un momento —respondió Emma, entrando en la acogedora casa.

Se sentaron en la sala de estar, donde la luz del sol entraba por las ventanas, creando un ambiente tranquilo. Emma se sintió un poco más relajada y comenzó a explicar sus preocupaciones, sin revelar demasiado de lo que había visto.

—He notado algunas cosas extrañas en la mansión de los Blackwood, y no puedo dejar de pensar que algo no está bien. Usted mencionó luces y sombras en el jardín. ¿Podría contarme más sobre lo que ha visto? —preguntó Emma.

La Señora Thompson la miró con seriedad antes de responder.

—Emma, no quiero alarmarte, pero he vivido aquí muchos años y nunca había visto algo así. A veces, en medio de la noche, veo luces parpadeantes y sombras moviéndose en el jardín. He escuchado murmullos y cantos extraños, pero no puedo decirte exactamente qué es. Solo sé que no me da buena espina —dijo, bajando la voz como si temiera ser escuchada.

Emma asintió, sintiendo que sus sospechas se confirmaban.

—Gracias, señora Thompson. Esto me ayuda a entender mejor la situación. Si ve algo más, por favor, avíseme. Quiero asegurarme de que todos estemos a salvo —dijo Emma, sintiendo una nueva determinación crecer en su interior.

De vuelta en su casa, Emma se sentó frente a su escritorio y abrió su laptop. Sabía que la investigación en línea podría proporcionar más pistas sobre los símbolos y rituales que había visto. Pasó las siguientes horas navegando por sitios web, leyendo artículos y foros sobre cultos y sociedades secretas. Cuanto más leía, más convencida estaba de que algo oscuro se cernía sobre la mansión de los Blackwood.

Mientras la tarde daba paso a la noche, Emma se prometió a sí misma que no se detendría hasta descubrir la verdad. La atracción que sentía por Alexander se mezclaba ahora con una creciente preocupación. Sabía que estaba al comienzo de un camino peligroso, pero también sabía que no podía dar marcha atrás.

Con una última mirada hacia la mansión de los Blackwood, Emma se preparó para una nueva noche de observaciones. La verdad, por muy oscura que fuera, debía salir a la luz. Y ella estaba decidida a descubrirla, sin importar el costo.