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Capítulo 1: Un Mundo Aparte

Las primeras luces del amanecer apenas se filtraban a través de las cortinas cuando el despertador de Erik Solano comenzó a sonar, rompiendo el silencio de la habitación con una insistencia metódica. Sin necesidad de posponer la alarma, se levantó de la cama con una eficiencia silenciosa que había perfeccionado a lo largo de los años.

En el baño, frente al espejo empañado, Erik se detuvo un momento para lavarse la cara. El agua fría le recorrió la piel, arrastrando el letargo del sueño. Mientras se secaba con una toalla, su reflejo le devolvía la mirada. A sus 17 años, Erik poseía una apariencia que contradecía la intensidad de su rutina de entrenamiento. Bajo una cabellera desordenada de tonos oscuros, sus ojos, de un marrón profundo, reflejaban un mundo interior insondable. A pesar de su apariencia juvenil, su cuerpo mostraba signos de una fuerza contenida, producto de incontables horas de entrenamiento físico.

Tras vestirse con ropa deportiva, Erik salió de casa mientras la ciudad aún dormitaba. La frescura del aire matutino era un bálsamo para su mente concentrada. Corriendo por las calles silenciosas, sus pasos eran el único sonido que perturbaba la quietud del amanecer. Alejado del bullicio del día, encontraba en estos momentos una paz rara y preciosa.

Llegó a un parque cercano, un lugar que se había convertido en su santuario personal para la práctica de calistenia. Allí, entre el susurro de los árboles y el canto temprano de los pájaros, Erik comenzó su rutina de ejercicios con una precisión y dedicación que eran tan parte de él como su propia sombra. Flexiones, dominadas, y una serie de ejercicios de fuerza y agilidad se sucedían uno tras otro, cada movimiento ejecutado con una mezcla de rigor y gracia.

En esos momentos de esfuerzo físico, donde cada músculo se tensaba y relajaba en un ciclo constante, Erik se sentía más cercano a una verdad que aún no lograba descifrar. Era como si, en cada respiración y extensión de sus músculos, estuviera buscando algo más allá de la simple fortaleza física: una respuesta, un propósito, algo que diera sentido a la quietud y aislamiento que había elegido como compañeros constantes.

Después de completar su rutina matutina, Erik regresó a casa, su respiración aún acompasada por el esfuerzo reciente. En la ducha, el agua caliente corría sobre su cuerpo, llevándose consigo las gotas de sudor y la tensión del entrenamiento. Fue en ese momento de aislamiento y calma que los recuerdos comenzaron a asaltarlo.

Recordó la noche en que dejó en coma al criminal, una figura sombría que había atormentado sus pensamientos durante meses. Erik había seguido cada pista, cada indicio digital, hasta dar con él. La confrontación había sido inevitable y brutal.

Aunque había entregado al hombre a la justicia, junto con pruebas irrefutables de sus crímenes, Erik se encontró a sí mismo en el lado equivocado de la ley, acusado de asalto grave. El resultado: dos semanas en un correccional, una experiencia que lo había marcado profundamente.

Hoy marcaba su regreso al instituto después de ese incidente. La idea le generaba una mezcla de apatía y resignación. Sabía que las miradas estarían sobre él, llenas de preguntas y murmullos. Pero Erik estaba decidido a mantenerse al margen, como siempre lo había hecho.

Vestido y listo para enfrentar el día, Erik se dirigió a la cocina. Su madre, Clara, estaba ya allí, preparando el desayuno. Era una mujer de mediana edad, con el cabello recogido en un moño práctico y una sonrisa amable que apenas lograba ocultar el cansancio de los últimos días.

Su padre, Alejandro, un hombre de aspecto robusto y con líneas de preocupación marcadas en su rostro, leía el periódico en silencio. Ambos habían soportado la situación con una mezcla de frustración y comprensión, apoyando a su hijo a su manera reservada.

"¿Dormiste bien, Erik?" preguntó Clara, colocando un plato de tostadas y huevos frente a él.

"Sí", respondió Erik con brevedad, concentrándose en su desayuno.

Alejandro levantó la vista del periódico, observando a su hijo con una mirada que mezclaba preocupación y alivio. "Hoy vuelves al instituto. Recuerda, solo ignora los comentarios y mantente fuera de problemas".

Erik asintió, sabiendo que ese había sido siempre su enfoque. Hablar poco, observar mucho, y mantenerse alejado de las complicaciones innecesarias. Terminó su desayuno en silencio, preparándose mentalmente para el día que le esperaba.

Erik caminaba hacia el instituto, sus pasos resonando con firmeza en las aceras. A medida que se acercaba, sentía las miradas de sus compañeros clavándose en él. Susurros y gestos apenas disimulados lo seguían a medida que avanzaba, pero Erik los ignoraba con una indiferencia cultivada. No estaba allí para ellos; estaba allí porque tenía que estar.

Al entrar en el aula, el murmullo se intensificó momentáneamente antes de desvanecerse a medida que cada estudiante volvía a sus propios asuntos. Erik eligió un asiento en la parte delantera de la clase, una estrategia para evitar la atención adicional que vendría con sentarse en la parte trasera. Mientras los demás estudiantes se acomodaban, él observaba discretamente.

Su atención se desvió hacia un compañero de clase, David Serrano, conocido por ser el blanco habitual de las bromas y burlas de algunos de los estudiantes más ruidosos. Erik había notado cómo David a menudo se encogía bajo la mirada de los demás, cómo apretaba los libros contra su pecho como un escudo. Aunque Erik había sido testigo de varias instancias de acoso hacia David, nunca había intervenido; las interacciones no habían escalado a un punto que requiriera su atención, y Erik prefería mantenerse al margen.

Erik, con una mirada analítica forjada por lecturas en psicología oscura y estrategia, observaba el aula no solo como un observador, sino como un clasificador de caracteres. A lo largo de los años, había llegado a categorizar a las personas en su mente, un sistema que le ayudaba a navegar por el complicado mundo social que lo rodeaba.

David Serrano, su compañero de clase, era un ejemplo de lo que Erik consideraba 'flojo'. A través de los ojos de Erik, David tenía potencial, pero lo desperdiciaba en la inacción y la conformidad; "Si te molestan, entrena y enfréntate a ellos o hazte amigo de sus padres, no bajes la cabeza"- Pensó Erik.

Erik no sentía empatía por David; más bien, veía su situación como una elección personal, un fallo en reconocer y utilizar su propia fuerza interna.

Erik dividía a las personas en tres categorías principales: la 'basura', aquellos que, como los criminales, dañaban a otros para su beneficio; los 'débiles', personas que, por lograr sus objetivos, eran capaces de mentir o aprovecharse de los vulnerables; y los 'fuertes', aquellos que, a su parecer, actuaban correctamente en cualquier situación, independientemente de las consecuencias o de quién estuviera involucrado.

Para Erik, ser 'fuerte' no era solo una cuestión de capacidad física, sino también moral y de carácter. Era una combinación de autodisciplina, de hacer lo correcto incluso cuando era difícil, y de una voluntad inquebrantable para enfrentar las adversidades.

Sentado en su pupitre, Erik reflexionaba sobre estas categorías mientras el profesor comenzaba la clase. En su mundo, la fortaleza era la moneda de mayor valor, y él se esforzaba cada día por encarnar ese ideal. Sin embargo, su clasificación también lo mantenía a distancia, un observador solitario en un mar de rostros que rara vez alcanzaban su estándar de 'fuerte'.

Mientras David y Lucía continuaban su conversación, Erik notó la aproximación de tres figuras: los matones conocidos en el instituto. Se llamaban Marcos, Iván y Raúl, y eran conocidos por su actitud prepotente y su tendencia a molestar a los demás estudiantes.

Al acercarse a David y Lucía, Marcos, el líder del grupo, saludó con una sonrisa burlona. David, en respuesta, bajó la cabeza, adoptando una postura defensiva. Iván se acercó a Lucía y le susurró algo al oído. La reacción de Lucía fue instantánea y visible; negó con la cabeza, claramente incómoda. Raúl, entretanto, puso su mano en el hombro de David, quien se tensó visiblemente.

Erik, aunque no podía escuchar lo que decían, captó la dinámica de poder y la incomodidad en la escena. Algo no estaba bien. La mandíbula de Erik se apretó mientras observaba a los cinco levantarse y alejarse juntos. Su instinto le decía que debía intervenir, o al menos averiguar qué estaba sucediendo.

Con discreción, se levantó y comenzó a seguirlos a una distancia prudente. Aunque normalmente evitaba involucrarse en los asuntos de los demás, la situación le parecía suficientemente grave para justificar su atención. Mientras seguía al grupo, su mente analizaba las posibles razones y consecuencias de lo que estaba presenciando.

Erik no era alguien que actuara impulsivamente; cada paso estaba calculado. Sin embargo, la tensión en su cuerpo revelaba una inquietud subyacente, una sensación de que estaba a punto de descubrir algo que podría alterar su comprensión habitual de las relaciones en su entorno.

Con cautela, Erik siguió al grupo mientras se dirigían a un callejón cercano al instituto. La zona estaba desierta a esa hora, lo que le permitió acercarse sin ser detectado. Se ocultó detrás de un contenedor de basura, asomando apenas lo suficiente para tener una vista clara de lo que ocurría.

Erik, cauteloso y silencioso, se asomó desde su escondite para observar la escena en el callejón. Lo que vio le heló la sangre. Iván y Raúl sostenían a David, quien tenía marcas de golpes en su rostro, claramente sometido y con dolor. Mientras tanto, Lucía estaba arrodillada frente a Marcos, en una posición que indicaba sumisión y desesperación.

La escena era perturbadora. Erik sintió una oleada de comprensión y repugnancia. Comprendió que lo que había considerado una simple dinámica de acoso escolar era en realidad algo mucho más oscuro y siniestro. Lucía, en lugar de ser una aliada y protectora de David, parecía estar involucrada en su victimización.

La determinación de Erik estaba clara en cada paso que daba hacia el grupo. Su silueta, marcada por las sombras del callejón, proyectaba una presencia amenazadora. En su avance Erik se crujio los nudillos, un sonido que resonaba con su intención firme. Su mirada era seria, inquebrantable.

Marcos, Iván y Raúl, al darse cuenta de la aproximación de Erik, vacilaron. Los rumores sobre cómo Erik había dejado a un criminal en coma aún circulaban por el instituto, y la duda se reflejaba en sus ojos. Esa momentánea indecisión fue todo lo que Erik necesitaba.

Con una velocidad sorprendente, se abalanzó sobre Raúl, el más grande del trío. Su ataque fue preciso y contundente, dirigido a su mandibula, sabía que causaría el máximo impacto con el mínimo esfuerzo. Raúl cayó al suelo, noqueado antes de que pudiera reaccionar.

Marcos e Iván, sorprendidos por la repentina ofensiva de Erik, tardaron un momento en reaccionar. Iván intentó lanzarse hacia Erik, pero hizo Muay Thai y eso a Erik le dio una ventaja significativa. Esquivó el ataque con agilidad y respondió con un golpe rápido al abdomen de Iván, dejándolo sin aliento y doblándose de dolor, tras eso lo agarro del pelo y le dio un cabezazo, partiendole el tabique, y quedandose en el suelo sollozando.

Marcos, el último en pie, miró a Erik con una mezcla de miedo y rabia. "¿Qué crees que estás haciendo, Erik? ¡Esto no te concierne!" gritó, intentando mantener una fachada de bravuconería.

Erik, sin embargo, no se dejó intimidar. "Esto termina aquí, Marcos. No voy a permitir que sigas con esto," respondió con voz firme y tranquila. Con un movimiento rápido y certero, le dio una patada baja haciendo que se incline y acercandose con rapidez, le da un codazo en el rostro. El cuerpo de marcos se encuentra inmobil en el suelo.

Despues Erik aun cabreado fue a por Ivan, que aun estaba en el suelo.

La furia de Erik se desató por completo sobre Ivan. Cada golpe era un reflejo de su desprecio, por lo que Marcos y su grupo representaban. David y Lucía observaban, aterrados por la violencia desenfrenada de Erik.

Lucía, con voz temblorosa, gritó a Erik que parara. "¡Vas a matarlos!", exclamó, pero Erik parecía no escucharla. Estaba completamente absorbido en su propio sentido de justicia.

Después de asegurarse de que Marcos ya no era una amenaza, Erik tomó los móviles de los tres agresores. Utilizó el dedo de un inconsciente Marcos para desbloquear su teléfono y comenzó a buscar frenéticamente en los archivos. Lucía se volvió histérica, temiendo lo que Erik pudiera hacer.

Erik revisó los videos almacenados en el móvil y su expresión se endureció aún más. Había videos de los tres chicos en actos comprometedores con Lucía. Al verlos, Erik no pudo contener su desprecio. "Patético," murmuró con desdén.

Volviéndose hacia Lucía con una mirada de furia, le gritó: "¡Te sacrificas para proteger a David! ¿No te das cuenta de que le gustas?" Luego, mostró el video a David, quien miró la pantalla con una mezcla de incredulidad y dolor. Lucía también estaba sorprendida; no tenía idea de que había sido grabada.

Erik luego se dirigió a David con desprecio. "Eres un flojo. Te escudas en los demás. Yo en tu lugar habría entrenado y me habría enfrentado a ellos. ¡Eres un cobarde! Iros de aquí antes de que os deje como a ellos." Mientras hablaba, rompió con rabia los móviles de Raúl e Iván, lastimándose la mano en el proceso.

Tras su arrebato, Erik se sentó encima de Raúl, aún noqueado, respirando con dificultad, su mente aún procesando la violencia y las revelaciones de los últimos momentos.

David y Lucía, shockeados y confundidos, no sabían cómo reaccionar. La imagen de Erik, sentado en silencio y con la mano ensangrentada, era un recordatorio sombrío de las complejas realidades que acababan de ser expuestas.

Mientras David y Lucía se alejaban del callejón, presas del miedo y la confusión, Erik sacó su teléfono. Tenía un número en mente, el del inspector que lo había defendido anteriormente, cuando se enfrentó al criminal pedófilo. Marcó el número y procedió a llamar.

Después de colgar el teléfono, Erik se quedó sentado en silencio, esperando la llegada de la policía. Su mano ensangrentada y los tres chicos noqueados a su alrededor dibujaban un cuadro crudo y violento en el callejón.

No pasó mucho tiempo antes de que escuchara las sirenas acercándose. El Inspector Gómez llegó al lugar acompañado por una agente, cuya expresión se tensó visiblemente al ver la escena. Erik reconoció en su mirada el miedo y la cautela; seguramente había escuchado hablar de él y de su caso anterior.

El inspector, un hombre de mediana edad con una mirada experimentada y cansada, se acercó a Erik, suspirando profundamente. "¿Qué has hecho ahora, Erik?" preguntó con una mezcla de frustración y preocupación.

Erik se levantó lentamente, su mirada fija en el inspector. "Hice lo que tenía que hacer," respondió con firmeza.

Mientras Erik mostraba los videos al inspector Gómez, las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, añadiendo un tono dramático a la ya tensa atmósfera del callejón. El cielo, antes despejado, se había oscurecido, como si reflejara la gravedad de la situación.

El inspector miró los videos con una expresión sombría. "Hay mejores formas de hacer esto, Erik. Esto es serio," dijo, su voz mezclando preocupación y un dejo de entendimiento. Las gotas de lluvia se intensificaron, golpeando el suelo con un ritmo constante que parecía marcar el peso de cada palabra.

Erik, inquebrantable incluso bajo la lluvia creciente, respondió con firmeza: "Alguien fuerte hace lo correcto, sin importar la situación." Extendió las manos hacia el inspector, dispuesto a enfrentar cualquier consecuencia. Las gotas de lluvia se deslizaban por su rostro, mezclándose con la determinación reflejada en sus ojos.

El inspector Gómez lo observó por un momento, la lluvia empapando su propio abrigo. Finalmente, suspiró y se giró hacia la agente. "Atiéndale las manos," instruyó. Luego, volviéndose a Erik, añadió: "Cuando hayas sido atendido, regresa a casa. Ya encontraré una manera de reportar esto." Con un gesto casi paternal, revolvió el cabello mojado de Erik, reconociendo su valentía y su juventud.

Después de que la agente terminara de atender sus manos, Erik no se dirigió a su casa, sino a la biblioteca. La lluvia continuaba cayendo, formando un velo húmedo que parecía separarle del resto del mundo. Recordó que tenía un libro que debía devolver, y ese deber menor le ofrecía un respiro necesario de los eventos recientes.

Mientras se alejaba, la ambulancia llegó al callejón. El inspector Gómez, observando cómo Erik se marchaba, se volvió hacia la agente. "Ese chico," comenzó, su voz llena de una mezcla de admiración y preocupación, "tiene un sentido del deber y de la justicia que no se ve a menudo. Pero también es impulsivo, y eso puede meterlo en problemas."

La agente asintió, aún impresionada por la escena del callejón. "¿Qué pasará con los chicos? ¿Y con la chica?"

El inspector suspiró, mirando cómo los paramédicos atendían a los jóvenes. "El problema es Marcos. Sus padres tienen conexiones... Son gente influyente en la ciudad, y no les va a gustar nada de esto. Van a hacer lo posible por limpiar el nombre de su hijo y eso podría complicar el proceso."

La agente frunció el ceño. "¿Pero con los videos y la evidencia?"

"Los videos ayudarán, pero con gente así, nunca se sabe. Pueden tener abogados hábiles, contactos en el sistema... A veces la justicia no es tan sencilla como debería ser," explicó el inspector con un tono de frustración.

"De momento hablaremos con la victima y haremos lo que podamos," dijo el inspector cansado.

Mientras tanto, Erik llegaba a la biblioteca, su mente aún ocupada con los eventos del día. Devolvió el libro con un gesto mecánico, casi ausente. La biblioteca, con su silencio y orden, contrastaba fuertemente con el caos y la violencia que acababa de experimentar. Era un pequeño oasis de calma, un lugar donde podía perderse en pensamientos y reflexiones.

Erik, sumido en sus pensamientos y rodeado por el silencio de la biblioteca, se encontró inesperadamente frente a una puerta que nunca había notado antes. Era una puerta antigua, de madera oscura y con grabados que parecían contar historias antiguas. Había algo en ella, una especie de magnetismo inexplicable, que atrajo la atención de Erik de manera casi hipnótica.

Mientras observaba la puerta, sintiendo una extraña atracción hacia ella, su teléfono móvil comenzó a vibrar, sacándolo bruscamente de su ensimismamiento. Era su madre. Al contestar, escuchó su voz preocupada al otro lado de la línea.

"Erik, ¿dónde estás? ¿Qué quieres de comer? Date prisa, está lloviendo bastante," decía su madre con un tono que mezclaba preocupación y prisa.

Erik, todavía mirando la puerta, respondió distraídamente: "Uh, lo que sea está bien, mamá."

Hubo una pausa, y luego su madre preguntó de nuevo, "¿Erik, estás bien? ¿Estás ahí?"

Erik se sacudió, arrancando su mirada de la puerta. "Sí, mamá, estoy bien. Estoy en la biblioteca. Volveré pronto."

Colgó el teléfono, pero su mirada volvió a la puerta. Había algo en ella que lo llamaba, una sensación que no podía explicar. Se preguntó qué misterios escondería tras su umbral, qué secretos del pasado o del futuro podrían estar aguardando al otro lado.

Pero la voz de su madre en el teléfono había traído a Erik de vuelta a la realidad. Con un último vistazo a la puerta, decidió que tendría que esperar. Había cosas más inmediatas que requerían su atención, como regresar a casa y enfrentarse a las posibles consecuencias de los eventos del día.

Mientras salía de la biblioteca, la imagen de la puerta se quedó grabada en su mente, un enigma que sabía que algún día tendría que explorar.

Queridos lectores,

Al cerrar este primer capítulo, me gustaría tomar un momento para compartir unas palabras con ustedes. Este libro, "Mi Sistema Enigmático", representa no solo el comienzo de una aventura para Erik, sino también para mí, ya que es mi primera incursión en el mundo de la escritura.

Como todo primer intento, estoy seguro de que habrá espacios para mejorar y aprender. Cada palabra y cada escena han sido escritas con dedicación y pasión, pero también soy consciente de que el camino del escritor es un viaje de constante evolución y crecimiento.

Les pido que, mientras se adentran en las páginas de esta historia, sean considerados y abiertos. Las críticas constructivas son siempre bienvenidas, ya que me ayudarán a crecer y a desarrollar aún más mis habilidades como escritor. Sin embargo, les pido también comprensión y paciencia, ya que cada autor tiene su propio estilo y voz, y encontrarlos lleva tiempo y experimentación.

Este libro es un pedazo de mi imaginación, un mundo que he creado con mucho cariño y que espero disfruten explorar tanto como yo disfruté creándolo. Agradezco de antemano su tiempo, su atención y, sobre todo, su apoyo en este viaje que apenas comienza.

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