1 Capítulo 1: La onda de caos

Parte 1

 Hoy es 3 de marzo de 2014

 Era una mañana tranquila, el sol apenas asomaba por el horizonte y una suave brisa recorría las calles del barrio. Las puertas de la escuela estaban abiertas, listas para recibir a sus estudiantes, ansiosos por el regreso a clases.

 Una madre caminaba por la mañana junto a sus tres hijos para llevarlos a la escuela. El más pequeño aún no tenía la edad suficiente para entrar al jardín de infantes. El mediano, caminaba junto a su madre, emocionado por volver a la escuela. El mayor, parecía perdido en sus pensamientos, su mirada vagaba entre las nubes.

 El mayor de los hermanos entró a su salón de clases, observando los alrededores con una mirada atontada. Sin darse cuenta, ya estaba parado frente a una mesa. Decidió que ese sería su lugar a partir de ahora, y se sentó en completo silencio. Los demás alumnos llegaron progresivamente de manera ordenada, seguidos por la profesora.

 Durante un rato, solo se escuchaban murmullos en todo el salón de clases, hasta que la profesora se paró frente al pizarrón para saludar. El niño prestaba mucha atención a la presentación de la profesora, pero su mente estaba en otro lugar. Cuando la profesora mencionó que enseñaría matemáticas, el niño no pudo contener su emoción y gritó «¡¡Matemáticas!!», atrayendo así, la atención de todos en el salón.

 Estaba emocionado por su materia favorita, pero el ambiente se volvió tenso e incómodo. Ahora solo podía arrepentirse de su reacción.

 Desde la puerta del salón, un anciano que presenció el incidente, miró con disgusto al niño. El anciano entró al aula y caminó hasta donde estaba la profesora. Después de decir unas palabras casi inaudibles, la profesora se sobresaltó y dijo «¡Lo siento mucho! ¡Me equivoqué de salón». Una vez dicho esto, la profesora tomó sus cosas y salió corriendo nerviosa.

 Después de unos minutos acomodando papeles y tomando asistencia, el anciano se presentó como Mario, su profesor de lengua. Momentos más tarde, repartió fotos a cada niño y niña.

 Mario tomó asiento y comenzó a revisar la lista de nombres:

—Agustín… —Bajó la vista de su lista y clavó su mirada en el niño que había gritado hace unos minutos—. Pase al frente y lea el texto en voz alta.

 Agustín, un niño de nueve años con cabello largo y ojos marrones claros, se levantó de su silla. Parado frente a toda la clase, se preguntó cómo había terminado en esa situación tan vulnerable.

 Notó que el profesor estaba sonriendo, pero no podía descifrar si era de felicidad, burla, orgullo o humillación. Ahora solo tenía que leer con precisión para evitar otra situación incómoda.

 Con determinación, sujetó firmemente la hoja y comenzó a leer en voz alta, pero fue interrumpido por el profesor casi de inmediato.

—No escucho, hable más fuerte.

 Agustín miró al profesor, confundido. Estaba seguro de que todo el aula podía escucharlo claramente. «Entonces eso haré», se dijo a sí mismo, y reanudó su lectura con un tono de voz más elevado. Pero nuevamente fue interrumpido por el profesor.

—¡No te escucho! ¡Habla más fuerte!

 Sintiendo los nervios recorriendo su cuerpo, le era muy difícil calmar su corazón en ese momento, pero decidió seguir adelante con su lectura.

—¡Grita como lo hiciste antes! ¡Grita!

 Tomando una profunda bocanada de aire, Agustín comenzó a leer el texto tan fuerte que prácticamente estaba gritando.

—Suficiente, me has cansado. —Mario sacudió su mano en un gesto de desaprobación—. Voy a anotar que no leíste.

—¡Pero si estoy gritando como usted me lo pidió!

—Y además me faltas al respeto. Tráeme el cuaderno de comunicaciones.

 Agustín estaba a punto de decir algo más, pero decidió mantener la boca cerrada para no empeorar la situación. Simplemente obedeció al profesor en silencio.

 Durante el receso, Agustín decidió tomarse un tiempo para reflexionar sobre lo sucedido. Sentado solo y apartado de los demás, se sumergió en sus propios pensamientos. "¿Qué hice mal?" se preguntaba una y otra vez, esperando que la respuesta apareciera por sí sola. Una cosa estaba clara: el profesor simplemente quería burlarse de él, un niño indefenso.

 Con la cabeza escondida entre sus brazos, logró distinguir una voz entre el ruido de los alrededores que le hablaba directamente. "¿Estás bien? El profesor Mario te hizo pasar un mal momento".

 Sintiendo una punzada de inquietud, levantó la mirada, solo para ver a un chico parado justo frente a él. Su cabello desordenado llegaba hasta la altura de su barbilla, sus ojos de color ámbar y su piel morena contrastaban con el sol que brillaba sobre su cabeza. A los ojos de Agustín, parecía un ángel que había venido a rescatarlo de las garras de la desesperación. No podía evitar mirarlo con ojos llenos de esperanza.

 El chico extendió su mano:

—Soy Moyano.

 Agustín se quedó pensando por un momento antes de tomar su mano y presentarse. Moyano no tardó en preguntar si podía sentarse junto a él, a lo que Agustín respondió afirmativamente. Ahora ambos estaban sentados en el suelo, apoyando sus espaldas en la pared.

—No te preocupes por lo que pasó —dijo Moyano—. Son cosas que pasan.

 Ambos niños hablaron durante el resto del receso. Fue una conversación bastante trivial, pero sin darse cuenta, ya se estaba formando un vínculo entre ellos. Pasaron el resto del día divirtiéndose juntos.

 Cuando llegó el momento de salir de la escuela, Agustín se paró frente a las extensas escaleras. "No tuve un buen comienzo, pero al menos hice un amigo", pensó Agustín mientras buscaba a su madre entre la multitud.

 Entre tanta gente, logró ver a su madre en una parte detrás de las rejas. Después de despedirse de Moyano, se dirigió hacia la salida, pero tan pronto como dio un paso, fue tomado por su brazo derecho. Una mano arrugada y pálida estaba reteniendo al niño. Al voltear hacia atrás, vio a un anciano bastante alto, se trataba de su profesor de lengua, Mario.

 Al momento de hacer un mínimo movimiento, Mario aplicó más fuerza a su agarre y esperó a la madre de Agustín, quien no tardó en llegar cuando vio al profesor reteniendo a su hijo.

 Luego de presentarse como el profesor de Agustín, procedió a contarle el problema que sucedió durante la mañana, al menos le contó su versión.

—Y no solo no ha leído como se le pidió, también me gritó frente a toda la clase —dijo Mario.

 La madre volteó la mirada hacia su hijo:

—Eso es verdad?

 Era su momento de desmentir la situación, pero estaba muy nervioso, las palabras simplemente no salían al abrir la boca. Lo único que pudo decir fue un "no" completamente tembloroso.

—Los niños son muy mentirosos, no hay forma de que pueda creer lo que dice —dijo Mario—. Simplemente mírelo, está temblando de los nervios porque sabe que se portó mal.

 Siendo incapaz de defenderse, deja que Mario hable mal de él, no hay nada que pueda decir, o al menos no tiene el valor de hacerlo.

 Cuando por fin sale de la escuela, él sabe que un castigo inevitable le espera al llegar a casa, puede sentir la mirada de furia de su madre clavada en su nuca.

 La onda de caos azul ha sido desplegada.

 Agustín sintió un fuerte escalofrío recorrer todo su cuerpo, haciendo que se tambaleara un poco.

 Me encontraba en lo alto de un edificio, cubriendo mi pálida piel con una túnica negra. Para tener una mejor vista me asomé por la cornisa de este alto edificio susurrando unas palabras al aire:

—La onda de caos es una gran barrera que se esparce por todo el mundo, indicando la creación de un nuevo mundo, una nueva historia completamente diferente. Ningún humano puede presenciar este bello suceso. En otras palabras, imagina una línea blanca y al ocurrir esta onda de caos, se bifurca en otra línea azul en la cual se encuentra este mundo.

 Continuando con Agustín y compañía, mientras caminaban hacia la parada de colectivo, una persona sentada en el suelo frente a una casa llamó mucho su atención. Al mirar con más detenimiento, notó que tenía una piel pálida y sus ojos carecían del más mínimo rastro de vida, era como si le hubieran arrancado el alma. Se asustó mucho al ver a aquella persona y quería irse a casa de una vez.

 Por suerte, el colectivo no tardó en llegar. Cuando por fin se pudo sentar, sintió un gran alivio, pero luego recordó que le esperaba un severo castigo al llegar a casa y no pudo evitar volver a ponerse muy nervioso.

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