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La Aurora Boreal

Nota del autor:

Dedico este libro a J y D, quienes me ayudaron a escribir cada uno de estos relatos. Gracias, los aprecio como nunca creo he apreciado a alguien.

Les agradezco el que siempre estuvieran a mi lado, a pesar de mis problemas y todos mis defectos. Gracias por siempre estar a mi lado.

Existen heladas tierras en donde las esquirlas de nieve golpean el suelo y lo pintan de un blanco perfecto, en donde los animales de mullidos pelajes se pasean y en donde las hadas del invierno acampan, contemplando bajo las llamas nevadas los cielos estrellados.

Cada cierto tiempo las nubes que cubren los cielos despejan la pista de baile, la noche asoma junto con la luna que confecciona y viste los cielos, adornándolos con estrellas, todo, para poder verla bailar.

Danza de un lado para otro, su cabello se pavonea y sacude elegantemente, sus colores pastel que cambian como el color del cielo pintan la noche y su hermosura se pasea suavemente mientras que sus vestidos que se le fueron confeccionados por el arcoíris bailan con ella en medio de las frías noches invernales y lazan las estrellas y las lanzan contra los suelos. Las estrellas no mueven sobre ella sus cuerpos y la Diosa de la luna la ama y contempla enamorada su baile mientras que el señor del día la cela con locura ya que nunca ha podido contemplar danzar a tan hermosa joven. Brinca con gracia por los cielos y su cabello sacude los árboles y deja que las hadas del invierno la contemplen perdidas en su baila.

En un pueblo cercano corrían esos rumores. Contaban las leyendas que si se atravesaba el bosque de las almas perdidas era posible ver a ese ser de leyendas y contemplar la belleza que poseía, se decía que no existía mujer más hermosa que ella ya que incluso la Diosa de la luna la amaba como a ningún ser.

Un niño que vestía con harapos había escuchado dichas leyendas, un enjuto y encorvado anciano le había dicho que logró contemplarla, que había logrado entrar al bosque y salir con vida, le afirmaba que había visto a la Aurora Boreal bailar. Se había sentado en la hoguera junto con las hadas y relataba que no había cosa más hermosa en toda la faz de la tierra que dicho baile.

El cantar de las hadas había ayudado a diseminar la leyenda y se decía que si se entraba al bosque y se lograba llegar al claro era posible verla bailar, pero las hadas mismas eran las guardianas de ese sitio ya que ellas, en su genio inocente e infantil, no toleraban aquellos seres que habían sido contaminados con la maleza que envolvía al mundo. Se decía que su canto guiaba a las personas a través de las traicioneras sendas de aquel bosque, aunque era este mismo una martingala.

El niño tenía curiosidad y esta misma quemaba cada fibra de su cuerpo, por lo que sin miedo alguno decidió entrar al bosque de las almas perdidas. La noche bailaba en la tierra y las estrellas se paseaban mientras que la Diosa de la luna contemplaba el firmamento.

Entre esa oscuridad, el niño se adentró al bosque prohibido de las almas perdidas y en principio, este mismo no tenía nada de diferencia con respecto a los otros bosques, quizá algunas ramas o plantas coloridas que compartían la luz que tenían con la oscuridad, adornando el bosque con leves luces que se divisaban por kilómetros. Las leyendas rezaban que dicho bosque era un lugar en el que el tiempo se detenía y la magia y desesperación bañaban las sendas por las cuales solo los valientes se adentraban.

Con forme fue avanzando pudo ver que el bosque tenía una luz celeste que empezaba a pintar todo el lugar, por lo que su lámpara no le era útil del todo, ya que las sendas sinuosas estaban alumbradas por esa luz que parecía encapsular el sitio, ya que al alzar su vista pudo ver que los árboles eran tan tupidos que era imposible ver el cielo.

La vegetación lo acariciaba suavemente mientras que los senderos dejaban ver pequeños dibujos caseros que habían pintado las hadas del invierno para marcar su territorio. Se sentía observado, ya que muchos de estos dibujos eran ojos que habían sido colocados en la madera de los inmensos árboles que cerraban sus manos hacia los cielos.

Del interior del bosque empezaron a brotar susurros que provenían de todos los lados, el niño sentía que lo estaban observando y ya no solo se limitaba a los dibujos que bailaban por los árboles, sino que algo, del interior del bosque, lo estaba contemplando. No sabía que era aquello, pero esos susurros se movían cerca de donde él estaba y no sabía si eran las hadas que lo estaban maldiciendo por pisar su reino bañado en la oscuridad y misterio.

Con forme más se fue adentrando empezaba a sentir calidez mezclada con el frio, era un sentimiento extraño que se movía al igual que las voces y lo acompañaba desde sus adentros, aquella calidez que solo había experimentado hace años la estaba volviendo a sentir y podía percibir que su cuerpo se estaba rindiendo ante lo que era una leve melodía en la cual se habían trasformado los susurros. Aquella era dulce y tranquila de escuchar y podía sentir que su cuerpo estaba en paz mientras disfrutaba de aquello, ya que parecía que las voces que la entonaban era miel que se desprendía de su seno y llegaba al suelo armiño el cual era bañado por los escasos copos que se amedrentaban desde los cielos.

Las ramas crujían de vez en vez y los ojos de las pinturas seguían al niño con su mirada. En determinado momento, pequeñas luces empezaron a subir de los suelos, las plantas que habían encerrado dichos elementos lumínicos dejaron que estos escaparan al sonar de un "yo te amo" y los contemplaron partir como los pájaros parten al alba. El niño contemplaba el cielo de los árboles mientras se preguntaba cuanto habría recorrido ya, el tiempo y su noción la había perdido desde que se había adentrado y al ver a su espalda pudo comprender que el camino era diferente del que había recorrido, la melodía seguía envolviéndolo como lo haría una pitón para matar y no sabía siquiera la hora exacta en la que estaba, no sabía si el sol estaba cantando por el alba o si la luna junto con las estrellas coloreaban los cielos nocturnos, por lo que solo podía seguir su camino si es que quería llegar al claro y ver realmente lo que estaba sucediendo.

En determinado momento podía ver que las sombras se pasaban de árbol en árbol y eso lo asustaba en cierta medida ya que no sabía si eran las hadas o algún animal que buscaba su carne para saciarse. El abrigo de piel de zorro que llevaba lo protegía suavemente del frio y de sus mortales destinos.

En cierto punto; no supo explicar cuando, pudo ver que las hadas empezaban a ser visibles, se sorprendió, pues eran diferentes de todo lo que él había pensado. Eran hermosas y parecían estar hechas de hielo, sin embargo, su piel parecía la de una humana y sus cabellos eran hermosos, cayendo y balanceándose sobre sus hombros.

La melodía era fuerte y envolvente, con pequeñas cargas de amor y melancolía que arrastraba el viento hacia el interior de ese lugar, en donde estaba la montaña en la cual residía su reino.

El niño tenía sed, había caminado por tanto tiempo que incluso necesitaba descansar, ya que su cuerpo estaba resintiendo el frio que lo empezaba a azotar, ya que, la temperatura había comenzado a descender más.

Una de las hadas lo observó sin dejar de cantar, la melodía era tan hermosa, que el niño no podía dejar de seguirla ya que se sentía perdido en sus notas, no podía explicar ese sentimiento ya que él mismo se veía atraído hacia los lugares en los que sonaba con más fuerza, aunque el sonido de un pequeño arrollo empezaba a perturbar su mente, ya que a pesar de seguir con más corazón que cabeza la melodía, su cuerpo pedía hacia él el líquido de la vida.

Cuando dobló por una esquina, pudo ver el arroyo, se sentía en calma ya que su cuerpo podría saciar sus ganas de beber aquellas cristalinas gotas que cual venas recorrían todo el lugar y lo mantenían con vida. Una de las hadas se bajó de uno de los árboles en los que estaba y sin parar de cantar detuvo al niño, lo observó y devolvió su mirada hacia un lugar el cual estaba limpio y barrido de toda suciedad y polvo. Le hizo una señal para que este fuera y haciéndole caso se adentró hacia esa senda la cual tenía arboles con flores rosas a sus lados, dichas flores caían al camino y pintaban la nieve con sus pétalos.

La melodía sonaba con más fuerza del otro lado ya que parecía que había una puerta hecha de lianas y flores. Los dibujos lo observaban curiosos y las luces seguían subiendo hacia las copas de los árboles para perderse en la inmensidad del cielo.

El niño también tenía curiosidad, ya que podía escuchar el sonido del agua fluyendo constantemente del otro lado y quería averiguar que era. El frio lo golpeaba con más fuerza, más no se retiró su capucha, no fuera que muriera por la hipotermia y la estupidez de retirar su única fuente de calor.

Las hadas estaban al lado de cada tronco, observándolo y estudiándolo y viendo su alma pasar hacia al otro lado, escudriñaban su corazón y mente y él no podía pasar eso por alto.

Logró correr la cortina con delicadeza, flores cayeron al suelo inmaculado y se camuflaron entre la tierra fría que había cambiado a la nieve por su cuerpo café. El niño, tras correr dicha cortina se sorprendió, había un estanque de aguas cristalinas las cuales no eran perturbadas, ya que los copos parecían pasarle de lado para caer en la nieve, las flores tampoco dejaban caer sus pétalos hacia ella y parecía que las hadas mismas no tocaban dicha agua. El hada que acompañaba al niño le hizo una pequeña reverencia y se alejó cantando aquella canción que lo había mantenido atado con su letra.

Se acercó al estanque, sus aguas estaban tan tranquilas que él mismo podía contagiarse de esa tranquilidad. Sin embargo, las aguas tranquilas se volvieron turbias como las del mar y esto asustó al niño, ya que sin previo aviso salió una hermosa mujer formada de agua, con hermosas alas cristalinas que dilucidaban formas que bailaban por los suelos, su mirada era tranquila y todo su semblante le recordaba al de su madre. La mujer extendió su dedo hacia el niño y este, al verlo, no pudo evitar hundir sus labios para poder beber, ya que estaba sediento y cada fibra de su cuerpo le gritaba que bebiera para no morir.

La mujer solo le dedicó una sonrisa mientras el niño bebía de su dedo y como si de una madre se tratara desprendió para él una mirada de amor. Tras eso, el pequeño se sintió cansado, sus párpados pesaban y poco a poco fue perdiendo el conocimiento, el canto de las hadas lo arrullaba con fuerza y él no pudo lograr mantenerse despierto.

Colores bailaban para él y cuando logró recuperar la conciencia se sorprendió. Estaba en un claro, la tormenta de nieve azotaba y se movía con furia por todo el lugar, los árboles más cercanos se divisaban pequeños y no sabía siquiera en donde estaba ya que el cielo no era visible bajo ninguna circunstancia, la tormenta había nublado todo en aquel día.

Al levantarse y ver a todos los lados pudo ver una silueta que le era familiar, era la de su madre y parecía estarlo llamando mientras caminaba en sentido opuesto, alejándose de donde él se encontraba. El canto de las hadas sonaba levemente y al observar mejor entre lo que podía ser el bosque contempló algunas miradas, quizá eran las hadas, o también los demonios de la noche, no sabía lo que eran esas siluetas bañadas por la oscuridad.

Empezó a seguir la sombra de su madre, quería poder alcanzara ya que ella quizá le explicaría todo lo que no había logrado comprender desde el momento en que despertó, ella podría incluso llevarlo con la Aurora Boreal, quizá sabía de su ubicación, aunque en lo más profundo de su alma quería que esta lo abrazara y le compartiera de su calor, el calor que solo una madre es capaz de dar a su hijo.

El viento convertía los copos en balas que iban dirigidas hasta el niño, quien era sacudido de un lado a otro como si de un muñeco de trapo se tratara. Sentía que parte de su cuerpo había dejado de responderle, sus manos y dedos se movían con torpeza y el frio fragmentaba su cuerpo con facilidad, deteniendo cada vez más su paso. Las hadas del invierno cantaban mientras lo observaban caminar sin rumbo ya que la silueta de su madre era apenas visible entre la tormenta que se había posado para él aquella noche. Mientras trataba de avanzar, empezó a creer que todo lo que le habían dicho era mentira, que la Aurora Boreal no era sino un cuento de hadas que se había creado con la intención de entretener y que el anciano que había dicho verla bailar no era sino un hombre que no sabía siquiera la edad que tenía y que quizá y solo quizá, había inventado todo aquello como parte de sus disparates.

Trató de moverse, pero… su cuerpo dejó de responder, tumbándolo en la nieve que movía con violencia sus cabellos negros y los harapos con los que estaba vestido.

—Madre…—Alzó su mano al cielo cubierto por la tormenta.

Quería que ella lo abrazara, que le dijera un último "Te amo" ya que había desaparecido sin previo aviso.

Su visión empezó a nublarse y el canto de las hadas empezó a perderse lentamente, se había metido en un lío el cual no creía que iba a salir, estaba solo entre aquella tormenta y no podía siquiera haber logrado su único anhelo… no había logrado ser lo suficientemente puro para ver a la Aurora Boreal bailar.

—La nieve… no se siente tan fría— Sus palabras se fueron perdiendo lentamente hasta que todo a su alrededor se quedó en completa oscuridad…

De sus ojos brotaron lágrimas que se congelaron por sus mejillas, sin lograr siquiera que terminaran su travesía hasta los gélidos suelos.

… …

Entre aquella oscuridad pudo sentir algo, una mano cálida estaba acariciando su cuerpo, era suave y olía bien. Abrió sus ojos y pudo contemplar algo que lo sacó de toda base existente. Él niño estaba recostado en el regazo de una bella joven, sus ojos eran fuego con resplandores oro, su ropa era hermosa y, al igual que su cabello, cambiaba a tonos pastel. La belleza de la joven era tal, que no podía ser descrita por ninguna palabra existente.

—¿Estás perdido? —Su voz era miel que se derramaba de sus labios carmín.

Aquellas palabras con esa voz lo dejaron como una piedra, su cuerpo se erizó completamente, no sabía que palabras podía escoger para hablar con aquella joven quien, al igual que una madre, lo tenía entre sus brazos.

La tormenta sacudía con fuerza sus cabellos que iluminaban los suelos.

—Oh… ¿Me estabas buscando?

Su rostro cambió y la joven le regaló una sonrisa que postró la tormenta a sus pies, mostrándole el cielo estrellado, enseñándole la belleza efímera que tenía el universo, una belleza a la cual solo los muertos pertenecían ya que su tesoro era la muerte de las miles de estrellas que bailaban por sus anchas en el inmenso y basto universo, uno que contaba el pasado caótico de su alma, la cual solo era domada por los ojos de los espíritus y dioses que vagaban por este mismo para guardar sus secretos.

El frio había desaparecido completamente, los copos habían dejado de caer. Todo el caos había muerto bajo la dulce sonrisa de la mujer quien dejó con suavidad al niño, dejando que este se parara y pudiera verla mejor en todo su esplendor.

—¿Quieres verme bailar?

Le extendió su mano y su semblante entero hizo que el corazón del niño se sacudiera como nunca antes lo había hecho, incluso, no pudo evitar llorar ya que le parecía todo bastante surreal, pero… era real, tenía a la Aurora Boreal en frente de él y lo que habían narrado sobre ella era apenas la punta de todo, pues su belleza, elegancia y amor derretían la nieve y hacía que las estrellas se desmayaran y se precipitaran hacia la tierra.

El niño tomó con delicadeza la mano de la joven y ella, con una sonrisa se elevó del suelo, llevándolo por todo el cosmos y sentándolo en la luna, en donde podría ver por toda la eternidad aquel baile.

Las nubes despejaron la pista de baile y las estrellas enmudecieron, aguardando pacientemente a que ella empezara a bailar. La espera trajo sus frutos, ya que cuando los cometas empezaron a entonar la balada del universo ella empezó a danzar. El niño observaba enamorado y se perdía al igual que las estrellas en los pasos de baile que ella estaba regalando aquella noche. Estaba feliz, ya que estaría en un lugar en donde nunca más volvería a sufrir, en donde podría verla bailar las veces que fuera necesario, donde se maravillaría con la belleza del cosmos y… donde su alma podría vivir, el sueño que en vida… no logró.

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