1 Capítulo I.

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Londres, Reino Unido.

Los estudiantes de Winchester Collage saturan la cafetería. Evie se coló a la fila, ansiosamente aguarda su turno, aunque no duró por mucho, decidió retirarse, observa las mesas disponibles y toma asiento para comer su lonche.

─ ¿Por qué estás comiendo sola, nena? ─preguntó una joven. Evie eleva la mirada encontrando a una chica con cabello rosado, ojos ametista, chaparra, delgada, piel blanca tersa y una nariz envidiable. Su nombre es Estefanía Hamilton, su mejor amiga. Vestía una remera negra a juego de una falda negra con morado y unos botines, supera el estilo de Billie Eilish.

─ No lo sé, quise comprar papas, pero la cafetería está atiborrada, la impaciencia inundó mis sentidos y me aplasté en esta silla ─dijo la pelinegra devorando el sándwich.

─ ¿Puedo acompañarte?

─ ¡Claro, siéntate!

Estefanía se sienta a su lado, acto seguido husmeó su bolso sacando un yogur y una manzana de su interior. Ella la miró al momento que su amiga le diera una gran mordida a la manzana, para ella es una diosa del Olimpo.

─ Hola señoritas, ¿las interrumpo en algo? ─preguntó Max, su cabello es lacio, castaño, ojos cafés claros, alto, algo de musculoso, piel morena bronceada de tanto practicar atletismo.

─ No, nosotras ya terminamos nuestro almuerzo ─agrega la peli rosada, dándole el último sorbo a su yogur.

─ Del uno al diez, ¿qué tal les ha ido en este día? ─preguntó Max, parecía un oficial interrogando al delincuente.

─ Un ocho ¿y tú Evie?

─ Definitivamente un seis.

─ ¿En serio?, ¿tan mal te fue? ─pregunta Max interesándose por su día.

─ No, es sólo el comienzo. ─dijo Evie, angustiada.

─ ¡Max, ven aquí te necesitamos! ─el equipo de atletismo lo necesitaba.

─ Los ignoraré porque ahora sólo quiero estar con ustedes.

─ Vete con ellos, nosotras estaremos aquí, al menos por ahora. ─dijo Estefanía incitándolo a dejarlas.

─ ¿En serio? ─ agregó Max, hace una cara tierna. Ambas asienten.

─ ¡Gracias chicas, las quiero, al rato las veo! ─ dijo Max, despidiéndose e irse con su equipo. Suena el timbre.

Recogieron sus cosas y se fueron a tomar la siguiente clase. En el camino recorrido alguien choca contra Evie, la derribó al igual que una ficha de dominó, dejándola inconsciente por varios segundos.

─ ¡Oh, ¡cómo lo siento! ─se disculpó el muchacho, poniéndose de pie. Intentó ofrecerle su mano, aunque se da cuenta que no está solo ─ A la otra fíjate, niña tonta ─argumentó burlesco. Los acompañantes de aquel joven empezaron a burlarse, mofándose de ella.

Al recapacitarse por el fuerte impacto, se puso de pie y alcanzó verle el perfil de su rostro. Él era alto de estructura ancha, delgado, cabello negro ondulado, ojos hazel y piel blanca. Con una sola mirada podía hacer que las chicas caerían a sus pies, dejarlas sin aliento.

(Evie):

Ambas tocamos la puerta, asomándonos a la ventana observando a nuestros compañeros sentados y atentos, me imagino que ya iniciaron las clases.

¡Mierda!

─ ¿Sí? ─gritó el maestro Phillips desde el salón, es un señor regordete, chaparro, moreno canoso. Vestía con ropa anticuada, lo cual lo hace verse más viejo.

─ ¿Nos da permiso de entrar? ─preguntamos al unísono.

─ Está bien, espero que sea la última vez ─dijo Phillips, nos mira con des aprobación. Se da la vuelta al pizarrón y aprovechamos a entrar. Caminé sigilosamente hasta sentarme en mi banco.

Pedí los apuntes para estar al tanto con la asignatura. Adoro la literatura, siempre soy de esas personas participativas. Terminó la clase, Phillips nos obligó a quedarnos después de que mis compañeros se fueran. Estefanía y yo quedamos en silencio, esperando un sermón dado por el profesor.

─ Señoritas, ustedes se preguntarán ¿por qué su maestro Phillips les pidió quedarse? ─dijo Phillips, mientras se pavoneaba entre cerrando sus ojos. Seguimos sumidas en el silencio, mecía mis piernas con impaciencia, mirando la hora de mi celular a cada segundo.

─ El día de hoy llegaron dos minutos tarde ─finalmente habló Phillips, eliminando la tensión existente.

─ Usted ha dicho, tardamos dos minutos, ¡sólo dos! ─replicó Estefanía, sacándolo de casillas.

─ Señorita Hamilton, ¡Silencio! ─añadió Phillips irritado.

─ Para mañana quiero que me traigan unos ensayos escritos originalmente por ustedes.

─ ¿De qué tema lo quiere? ─pregunté, tomando mi cuaderno y escribiendo en él.

─ De la música, en general.

─ ¿Se refiere a todo un género musical?

─ Así es, señorita Sprouse.

─ ¿Quiere el ensayo en media cuartilla? ─preguntó Estefanía, arqueando las cejas.

─ Cómo ustedes quieran, pero que sea original ─comentó Phillips, agregando una pequeña sonrisa.

─ Entendido, supongo que es todo por hoy, ¿verdad? ─agrega Fanny, hace una sonrisa incómoda.

─ Sí, ahora pueden retirarse ─dijo Phillips amablemente, va a la puerta, la abre y nos dejó salir.

─ ¡Hasta mañana! ─dije despidiéndome del maestro. Me da tanta ternura el señor Phillips, al parecer es divorciado, aunque sus hijos lamentablemente no se mantienen en contacto con él. Llamo al número de mi padre, esperando que me conteste.

─ ¿Hola? ─preguntó Cole al otro lado de la llamada.

─ ¡Papá!, ya salí de clases ─dije exasperada.

─ Espérame adentro, en unos minutos iré a recogerte

─ Sí, está bien ─colgué la llamada. Tomé asiento, me senté en una banca dando vista a la entrada principal del instituto. Desbloqueé mi teléfono para navegar en las redes sociales.

─ ¡Evie! ─gritó Estefanía, tratando de buscarme. Agitada se acerca a mí después del maratón. Al mismo tiempo, sonó el claxon del auto Mazda negro.

─ ¡Me dices por mensaje, adiós, hasta mañana! ─grité, la saludé desde lejos antes de irme.

─ ¡Sí, te quiero! ─gritó Estefanía, aún agitada. De camino a casa, mi padre quería saber la estadía en el colegio, no quería desgastar mi voz al hablar algo de mi desagrado.

─ ¿Cómo te fue en el colegio?

─ Bien... supongo ─dije, mirando a través del pañoso cristal del asiento copiloto, admirando el paisaje a medida que avanzamos.

─ Presiento que algo te molesta ─observa por el retrovisor para dar vuelta a la calle en donde vivimos.

─ Tuve un mal día... ─suelto un suspiro entre cortado ─ Es todo ─me cruzo de brazos. Él me mira tiernamente por el espejo colgante agregando una sonrisa, se la devolví.

─ Sabes que siempre contarás conmigo, no te dejaré sola ─dijo, gira el volante y da una vuelta hacia la izquierda, es ágil al conducir, presiona el acelerador, mide las velocidades, así evitará una infracción por parte de tránsito. ─ ¡Y llegamos! ─nos posicionamos al frente del portón, coge el control y presiona el botón, esperamos que se abra para meter el coche. Mi madre, de pie, esperaba al filo de las escaleras, bajé del coche, cerré la puerta ya con mi mochila encima.

─ ¡Hola mamá! ─saludándola. Camino hacia ella para darle un beso en la mejilla como saludo, ésta se echa atrás bloqueando el contacto físico conmigo.

─ Hola Evie ─dijo con una expresión seria. Me puse cabizbaja, pasé a la casa y fui a mi habitación, quiero estar sola, mi tenso cuerpo repose al menos cinco minutos.

Lili es muy hermosa. En su juventud fue popular, antes de conocer a Cole Sprouse solía salir con Edward, una estrella del Rock and Roll. Era un chico alto, peli azul, ojos grises, delgado, el esmalte negro cubría sus finas uñas, portando siempre con una guitarra eléctrica. Un viernes por la noche ella esperó en el restaurante "Alan Duccase", el mejor de toda la ciudad para celebrar junto a su novio un mes de su relación. Él nunca llegó a la cita. Al día siguiente él se excusó que tuvo un concierto imprevisto en el auditorio, así que no quería desaprovechar la oferta. Una mañana de escuela, otra vez lo esperaba, al darse cuenta de su tardanza decidió asomarse a la biblioteca, era el lugar preferido de ambos, lo utilizaban para calmar la desesperación y sumirse en los libros. Efectivamente, él estaba en la biblioteca besando a otra chica. Lili soltó sus libros contra el suelo y corrió con lágrimas en los ojos, al poco rato su vista estaba empañada, llegó a una esquina de un salón, desplomándose contra la pared. Después de dos años conoce a Cole, pero ya no era la misma mujer confiada en el amor, aunque él la hizo creer de nuevo que el amor si existe.

Mientras tanto, Evie está recostada en su cama, tratando descansar el cerebro. Le ayuda a olvidar los malos recuerdos. Por el otro lado, Zack va con su mamá a saber sobre su hermana.

─ Mamá, ¿Ya llegó Evie de la escuela? ─preguntó Zack.

─ Si, ni siquiera me saludó ─dice Lili, haciéndose la sufrida.

─ ¿Está en su habitación?

─ Sí ─dijo disgustada.

Él debe estar callado por el bien suyo, aunque el amor hacia su hermana es tan grande que podría romper las reglas, se arriesgaría, pero valdrá la pena. Subió las escaleras, al llegar a la segunda planta de arriba se va al cuarto de su única hermana. Entró sin previo aviso de la joven, quedándose parado observando a Evie dormida.

─ Evie ─dijo Zack, tratando de despertarla.

─ ¡Enana! ─gritó Zack.

─ ¡Ay!, ¿qué? ─gritó Evie, sobresaltada.

─ Zack te he dicho mil veces que toques la maldita puerta ─dijo molesta.

─ Lo siento, sólo vine para verte. Además, mamá dijo que no la saludaste cuando mi papá y tú llegaron.

─ Si lo hice, ella sólo trata de lavar tu cerebro. ─dijo, sabe que él piensa lo mismo pero no quiere meterse en problemas.

─ ¿No me darás un abrazo? ─dijo Zack, abriendo sus brazos.

─ Está bien, pero me debes una, cabeza de chorlito ─dijo, abrazando a su hermano.

─ Oye bobo.

─ ¿Si? ─preguntó Zack.

─ Te adoro hermano ─dijo sonriendo, apretó el abrazo haciendo perder el aire.

─ Yo más enana, cuenta conmigo para todo ─agregó Zack, revolviendo su cabello.

Abrazó a su hermano por unos largos minutos, recibió de su calor, él siempre ha jugado con ella desde que eran niños. Cuando lo vio por primera vez, él sonrió, a partir de ahí se han vuelto inseparables.

─ Ojalá mi familia fuera diferente ─pensó, soltó un suspiro.

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