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Sin primavera

Era un día normal en la ciudad de Felvour, las incontables chimeneas de miles de fábricas, arrojaban humo negro al cielo, este mismo estaba gris. Era un ambiente muy pesado que parecía desafiar a la vida a existir. Era temprano en la mañana.

En una casa de dos plantas, con un estilo grisáceo y sin sentimiento, de entre tantas que había en el lugar, el silencio dominaba, excepto en una habitación de la planta alta. Allí se encontraba una chica muy bella de tez blanca, el cabello largo hasta la espalda baja y castaño, una mirada clara y de zafiro acompañaba su belleza. Su nombre era Iris.

Aquella estaba agitada por una fuerte tos que hacía estremecer su delgado cuerpo. Inmediatamente quiso tomar control de la situación, tomó con sus su pecho y tomó una expresión concentrada. Sus manos despidieron una luz de color verde, estaba muy tenue, pronto comenzó a sentirse relativamente bien, la luz comenzó a disminuir, ella no parecía estar muy bien, y la preocupación comenzó a invadirla conforme la luz disminuía su intensidad.

—Esto no es bueno, no puedo concentrar bien mi Archés—dijo la chica con algo de debilidad. La luz desapareció por completo—.No por favor, no ahora…—pensó la chica.

De nuevo siguió tosiendo, sentía que se le iba el aliento y le era muy difícil tomar el control de su respiración. Al escuchar los problemas de la chica, desde la otra habitación, un señor de edad algo avanzada, de cabello blanco, con el rostro tosco y arrugado, abrió la puerta. Era el abuelo de Iris, sus manos brillaron del mismo color y tomó a la chica colocando sus manos en su espalda. Inmediatamente la chica comenzó a sentirse mejor.

—Oh. Abu… abuelo… es molesto no poder dominar bien mi Archés—dijo la chica algo débil.

Una vez que comenzó a sentirse mejor, su abuelo le ayudó a sentarse en la cama.

—No te preocupes, es algo normal que te ocurra, también a mí me pasaba cuando era joven, es algo que nos pasa a los halftellu cuando no concentramos bien el archés—respondió—. Bien. Es bueno que te sientas mejor, voy a preparar el desayuno mientras te arreglas para ir a la escuela.

—¿Ah? Pero todavía son las seis de la mañana, no entro sino hasta las ocho—respondió la chica jovialmente.

—Sí. Ya te sientes mejor, puedo verlo—dijo, Iris se ruborizó al escucharlo—. Bueno, no hay ningún problema, pero yo creo que es mejor temprano para evitar problemas.

—¿Tan temprano?—curioseó la chica.

—Más vale un año antes que un minuto después—respondió el abuelo mientras se acercaba a la puerta—. ¿No es así?—cuestionó a la chica con tono alegre.

—Sí—respondió Iris.

La chica se sentó en su cama mientras su abuelo se dirigía a la cocina, en cuestión de algo de tiempo, la chica estaba lista, ya había desayunado y se había vestido para la escuela.

—Bien. Ya me voy abuelo—dijo la chica mientras se preparaba para salir de su casa.

—Espera—dijo el abuelo—. Ya no hay mascarillas desechables, creo que no deberías salir así.

La chica miró con ojos alegres a su abuelo y le respondió con emoción.

—No te preocupes, puedo usar mi poder para protegerme.

—¿Segura?

—Sí.

—Quiero ver que lo hagas—dijo el abuelo con preocupación al verla tan segura.

Iris hizo brillar su mano derecha. La colocó en su pecho, cerró los ojos, y con una cara inocente, comenzó a concentrarse. Pronto ella quedó invadida por un aura mágica blanca.

—Veo que ya dominas bien tu magia protectora—dijo el abuelo algo asombrado al ver que su nieta podía hacerlo.

—Sí. Me costó un poco pero al fin lo logré.

—Bien. Ahora ve a la escuela, no quiero que llegues tarde—añadió con confianza en su nieta. Iris asintió con la cabeza, tomó su mochila y se fue.

La chica pasó de su cómodo hogar a un camino polvoriento. Sus pasos sobre la acera levantaban el fino polvo hacia el aire. A su alrededor sólo habían chimeneas de todos los tamaños que soltaban humo negro hacia los cielos hasta hacerlos ensombrecer.

Iris tenía su aura mágica que la protegía de la contaminación que se notaba nociva. Mientras caminaba, tenía entre los dedos el relicario que contenía la foto de su difunto padre, un hombre con mirada sería y vestimenta militar.

Se entristeció un poco mientras los recuerdos de un dulce padre, que apenas y conoció en su infancia, la invadían.

—Papá—susurró la chica.

En la esquina, sobre la carretera, un ruido invadió y ensordeció a la chica. Era un G.P.M.C. (Guardianes Policiales Mágicos Computarizados). Era un robot enorme, bípedo y con una máquina plana por delante y cuadrada, la cual, hacía función de cabeza y rostro, ya que, poseía un ojo mecánico con el cual inspeccionaba a la gente. Por detrás tenía un enorme motor, con dos anchos y largos tubos de escape que apuntaban al cielo, salían de su burbuja mágica amarilla, y liberaban humo por montones, y además, lo cubrían a él y sofocaba todo a su paso. Estaba armado con armas de fuego de gran calibre, cuyo cañón pegado a sus manos salían de la misma burbuja. Por debajo, un círculo mágico lo protegía.

El enorme robot se acercó lentamente a Iris. Una vez junto a ella, el ojo mecánico la enfocó. Le habló con una voz con tono frío y sin vida.

—Identifíquese—mencionó el robot.

La enorme nube de humo negro que emanaban los dos tubos de escape que poseía en su espalda, los cubrió a ambos en un abrir y cerrar de ojos.

—Robelion Iris—dijo la chica con voz fuerte y clara para el robot.

—Analizando. Robelion Dorobeck Iris—respondió la enorme máquina—. Lleva un objeto en manos. Identifíquelo.

La chica miró el relicario con la imagen de su padre. En ese momento, el aura blanca y traslúcida que la protegía, comenzó a desvanecerse.

—No—pensó la chica con miedo—. Debo concentrarme en regresar mi aura—añadió con terror mientras cerraba de manera brusca el relicario que reposaba en su mano derecha.

—Evite hacer movimientos bruscos señorita Robelion. Estoy programado para contraatacar. Por favor identifique el objeto que lleva en manos.

La chica tomó calma, su aura protectora estaba casi transparente y emitía poco brillo.

—Es… es el relicario que guarda la foto de mi padre…—respondió temblorosa.

—Identificando—dijo la máquina—. No es un arma. Lamentamos las molestias señorita Robelion. Qué pase buen día—añadió con su tono frío la máquina.

Con paso lento, comenzó a alejarse de la chica, mientras expelía una cortina de humo que dejaba pesado e irrespirable el aire, tal era el espesor de aquella nube, que el aire no lo movía. El contaminante se quedó estancado como si se tratase de un banco de niebla negra.

La chica dio un suspiro de alivio. Por un momento creyó que sus problemas habían terminado, pero no fue así.

El delgado campo de fuerza que protegía a la chica se debilitó. Perdió concentración del uso de su aura mágica. Su rostro fue asaltado por el hedor picante. Su garganta comenzó a irritarse lentamente. La chica empezó a toser.

—¡Cof! ¡Cof! ¡Cof! Esto… sólo me pasa a mí… —dijo mientras cubría su boca con su mano izquierda.

La chica continuó su camino penoso hasta alcanzar la esquina. Al llegar, se acercó a un mugriento y gris paradero de autobuses. No paraba de toser. Estaba de pie cerca de aquel lugar, no podía sentarse, porque se encontraba muy sucio y no quería manchar su uniforme.

Ella trató de volver a crear el campo mágico para poder respirar nuevamente. Fue inútil.

—No puedo concentrarme—pensó la chica.

Se apoyó en la columna que sostenía el paradero. Su respiración era poco profunda y algo rápida. Comenzó a sentir nauseas. En ese momento una voz llamó su atención desde el otro lado de la acera.

—¡Iris!—gritó la voz.

La chica alzó la mirada para ver quien le había hablado. Era Lucía, su amiga de la infancia. Una bella chica blanca de cabello corto, negro y ojos verdes.

La chica corrió desde el otro lado de la acera hasta alcanzar a su amiga que estaba sufriendo con el aire pesado que la agobiaba.

—¡Iris!—expresó con un grito.

Iris continuó tosiendo mientras llegaba su amiga, parecía que estaba a punto de vomitar.

Al llegar Lucía, atrapó a tiempo a Iris, la chica abrazó a su amiga y comenzó a cubrirla con su magia protectora.

—¡Joh!—suspiró Iris en el cuello de Lucía—. Gracias—agregó la chica mientras era sostenida por su amiga.

Iris se veía muy débil, poco a poco recuperó fuerzas en lo que la magia curativa de Lucía cubría a la chica. La chica pronto se recuperó y se reincorporó lentamente.

—Sólo a ti se te ocurre salir sin ningún tipo de protección a la calle—dijo Lucía contra Iris.

—Creí que podría mantener mi poder mágico. Además debo practicarlo y valerme por mí misma—respondió Iris. Se le notaba algo triste.

—Bueno. Al menos me hubieras llamado. Te he dicho infinidad de veces que me llames. No dudes en hacerlo.

—Lo sé—dijo la chica algo ruborizada.

—Te avergüenza que te tome de la mano. ¿Verdad?—preguntó Lucía al ver el rostro ruborizado de Iris.

Iris no contestó. Evitó la mirada de Lucía dirigiendo la suya hacia otro lado.

Lucía vio que estaba muy apenada. Se acercó a ella nuevamente y la abrazó de nuevo, sin pena alguna.

—Calma—dijo la chica mientras la apretaba con cariño contra su cálido cuerpo—. Es para que no se quite el campo de fuerza, además, no hay nadie, sólo estamos tú y yo—añadió la chica con tono dulce. Iris no contestó, únicamente se ruborizó mientras era abrazada por Lucía.

Al poco tiempo, a lo lejos, se acercaba el transporte. Era un viejo y oxidado camión de pasajeros. Avanzaba a paso lento, dejando una nube negra por detrás. Sus llantas levantaban el polvo de la calle. Penosamente, llegó donde las chicas estaban.

El autobús freno. La cortina del hades, negra y venenosa, que le seguía por detrás, se adelantó dónde estaba el vehículo. Bañó todo lo que estaba a su paso, y volvió, aún más opaco, el pesado aire irrespirable. Iris, a pesar de tener el aura de Lucía encima, se sentía incómoda con tanto hollín negro flotando en el aire y acariciando su cuerpo.

Penosamente, las puertas oxidadas del autobús se abrieron para darles paso. El llanto de aquella maquinaría oxidada, traspasaba los oídos de las chicas. Luego de los chillidos dolorosos de las puertas. Lucía se dirigió a Iris.

—Vamos. Quiero un lugar junto a la ventana—dijo Lucía con una alegría forzada mientras arrastraba a Iris por las escaleras del viejo camión.

Buscaron y tomaron asiento, no había muchos estudiantes dentro, los pocos lucían enfermos en sus respectivas auras curativas. Comenzaron su viaje hacia la escuela. El silencio levantó un incómodo muro entre las chicas mientras el autobús avanzaba. Iris intentó romper el hielo.

—Un día nuevo de clases—dijo—. No me siento bien con esto.

—¿No te sientes bien?, digo, yo…—preguntó Lucía.

—No. Estoy bien. Si no fuera por ti estaría peor. Hablo acerca de… no lo sé, es difícil de decir—dijo Iris mientras observaba por la ventana una chimenea que arrojaba un denso humo negro de a montón.

—¡Ah! Entiendo. Pero no puedo hacer campos de energía a distancia, soy buena con mi archés pero no tanto. Lo sé, te incomoda que te tome de la mano—contestó Lucía para desviar su atención hacia ella.

—No. ¡No es eso!—gritó Iris algo sonrojada.

Lucía soltó una pequeña y discreta risa pícara. Iris se mostró ruborizada y con mirada cristalina, la vergüenza la tenía dibujada en su rostro.

—No te preocupes. ¿Acaso no somos amigas? Yo estoy aquí para ayu…—dijo Lucía.

La plática se vio interrumpida por la mueca de sufrimiento que dibujo el rostro de la chica. Ella giró hacía la mugrienta ventana que estaba junto a ella, con su mano izquierda cubrió su boca. Un pequeño ataque de tos la estremeció.

—¡Lucía!—preocupada expresó Iris.

—¡Cof! ¡cof!... es… ¡cof! ¡cof!.. Estoy bien… no te preocupes… es mi asma—dijo la chica intentando calmarse.

—¿Segura?

—Sí. No te preocupes. Sólo me descuidé un momento—respondió Lucía y luego le lanzó una cálida sonrisa a Iris para que no se preocupase. La cara de preocupación de Iris no se retiró.

El transporte siguió avanzando, pronto brindó una parada a otra chica. Se trataba de Adria, una chica hermosa de cabello largo y dorado, sus ojos azules, cargaba su celular entre manos y unos enormes auriculares, al abordar el autobús, vio a sus amigas y se acercó con alegría a platicar con ellas.

—Un día más de clases. Ja, ya quiero que vengan con los exámenes finales para poder entrar al continente de Qlidí—dijo la chica mientras colocaba sus auriculares alrededor de su cuello.

—Adria, no digas eso tan alto, ese nombre está prohibido en este lugar—dijo Iris con algo de miedo.

—¡Bah! ¿A qué le tienes miedo?—dijo Adria—. No podemos caer más bajo…

—Además estamos contigo en todo lo que necesites…—expresó Lucía y luego le dio otro ataque de tos muy fuerte.

—¡Ah? Espera, tu archés está muy bajo—dijo Adria.

—Oh. Es que estoy ayudando a Iris a mantener su campo para que no se debilite más.

Adria al escuchar las palabras de Lucía se colocó de rodillas en su asiento, se pegó al respaldo mirando de frente a la chica y la alcanzó con ambas manos sus hombros, estas emitieron un brillo verde. Lucía comenzó a sentirse mejor conforme Adria parecía curarle.

—¿Qué hiciste!—exclamó Lucía algo preocupada.

Adria sonrió, pero antes de poder contestarle cubrió su rostro y se dio la vuelta para toser contra la ventana del autobús.

—No debiste ayudarme, sólo conseguiste debilitarte—dijo Lucía algo enojada.

—¡Cof! ¡Cof!... ¡Bah!... Tú estás ayudando a Iris, así que no digas nada…—respondió. Iris evitó mirar a las chicas.

Las chicas llegaron pronto al lugar, al bajarse el camión les dejó una enorme y espesa nube de humo negra. Enfrente se encontraba su escuela.

Era colosal aquella construcción, su altura y anchura resaltaban por encima de todo lo que había en la ciudad, había guardias de seguridad custodiando las entradas de los alumnos, las cuales eran cuatro, una señalando cada punto cardinal, poseían espadas y armas de fuego de grueso calibre. El edificio era enorme y tenía la forma de un gigantesco cubo metálico.

Las chicas estaban rodeadas de su aura de su aura de archés, pronto la Iris comenzó a debilitarse nuevamente.

—No. No otra vez—dijo la chica.

—Tranquila estoy aquí para ayudarte—dijo Lucía mientras le tomaba la mano derecha a Iris.

—Igual yo—dijo Adria mientras le tomaba la mano izquierda y le sonreía cálidamente.

El aura de la chica recuperó su color blanco en unos instantes.

—Ya verás que todo saldrá bien y las tres volveremos a nuestras antiguas vidas—dijo Lucía. Iris asintió con la cabeza con una sonrisa pequeña y los ojos vidriosos.

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