9 Fragmento 5

El cielo se teñía de varios tonos de anaranjado, dando paso al ocaso. Las aves revoloteaban, algunas yendo a sus nidos, otras simplemente disfrutando del espectáculo que el atardecer ofrecía.

Adán estaba ahí, observando el cielo con una botella en mano, y sentado en una gran roca en medio del descampado. Quería ahogar sus penas en alcohol; hasta caer desmayado o ingresar internado por coma etílico. Lo que sea, quería simplemente desaparecer por un momento, o para siempre. Nada le importaba, no desde que su vida había dejado de tener sentido.

—¡Te odio!—Gritó al cielo. Odiando cada minúsculo centímetro de ese bello atardecer. Odiaba las cosas lindas; todo lo dulce, todo lo delicado, absolutamente todo le recordaba a ella. Y la odiaba, como odiaba a todos desde que se fue.—¡No tenías derecho a dejarme así!

Pero, a decir verdad, sí lo tenía. Pero él a su retorcida manera todavía la quería, como quiere quién nunca aprendió a amar. Y desde que ella se había ido su corazón se había convertido en un agujero negro, ya no había espacio para el amor en él, o quizás nunca lo hubo. Sin embargo, todo su ser seguía gritando de dolor por ella, lo que le mantenía cuerdo era lo mismo que lo estaba destruyendo. El recuerdo de aquella mujer que lo amó sin importar lo mucho que él parecía odiarla, ese recuerdo, era lo que aún conseguía mantenerlo en esa fina línea de la cordura y la locura.

Fragmento de "La esperanza rota de Adán" de Dylan Villalba.

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