6 Capítulo 3

Mia.

Muevo mis brazos con los ojos cerrados rogando por algo que calme el dolor en mi pecho. Otra punzada. Abro los ojos de golpe y trato de incorporarme para pedir ayuda, pero siento que todo se desvanece a mi alrededor, mi vista se nubla y mi cuerpo deja de sostenerme por lo que vuelvo a caer en la cama llorando. Necesito que alguien me ayude. No quiero seguir sufriendo así.

Un grito desgarrador se escapa de mi garganta. Siento que voy a morir en cualquier momento. Mi cuerpo comienza a tener pequeños espasmos respiratorios, me duele demasiado respirar, no puedo seguir haciéndolo. No puedo seguir luchando, no si eso significa seguir soportando estos dolores.

La puerta se abre con fuerza, el rechinido es casi imperceptible, pero me doy cuenta que ya no estoy sola en la habitación. Escucho como unos pasos apresurados se acercan a mí. Quiero hablar, pero mi voz muere antes de que logre decir alguna palabra.

Un grito agudo se escapa de la que creo es la garganta de mi madre. Siento como las sábanas son desprendidas de mis manos, para darles fácil acceso a mi frágil cuerpo. Unas manos delicadas levantan mi cabeza tratando de hacer que pueda respirar mejor. Pero mis pulmones están intactos, el problema no son ellos, no puedo respirar del dolor en mi pecho.

—¡Por Dios! ¡Tenemos que llevarla al hospital!—La voz aguda de mi madre me sorprende, está asustada, quizás más que yo.

Suelta mi cabeza con delicadeza, y yo trato de no llorar, necesitaba saber que todo estaría bien. Unas lágrimas logran escaparse y yo dejo de esforzarme por retenerlas, ya no tenía fuerzas para limpiarme el rostro. Sentía como mi alma se desgarraba con cada punzada, ¿qué sería para mí vivir si lo haría con estos dolores?

—¡Sacá el auto, mujer, yo la llevo!

Oigo como los pasos de mi madre se alejan dando paso a unos brazos que me levantan de la cama y me llevan lejos, escucho como se abren más puertas, también oigo el sonido del motor del auto y los gritos asustados de mi hermano. Oigo todo, pero cuando trato de hablar; tranquilizarlo, no puedo.

Me dejan dentro del auto, donde rápidamente unas manos acunan mi rostro y me susurran frases tranquilizadoras.

—No te duermas, cariño, ya estamos yendo al hospital.—Dice, la que supongo, es la voz de mi madre.

—L-lo... Lamento...—Digo con la voz que mi cuerpo débil me permite.—No sé...Si... Voy... A aguantar...

—Sí lo vas a hacer mi vida, vas a vivir.

Sonrío, aún sin abrir mis ojos. Siento mucho sueño, mis ojos me piden más que estar simplemente cerrados. Quieren que duerma. Creo que yo también quiero hacerlo. Trato de volver a hablar, quiero decirle a mamá que me duele, que no quiero seguir sufriendo así. El dolor es desgarrador, me saca el aire y me roba la vida. Abro mis ojos con muchísimo esfuerzo, todo se ve borroso pero distingo el rostro de mi madre. Toco su mano que sigue en mi rostro y susurro; bajito, casi imperceptible:

—Quiero...morir.

Luego de eso; mi vista se vuelve negra, mis oídos dejan de escuchar sonido alguno y sé, que quizás, ya perdí la lucha.

...

Abro mis ojos con dificultad pero vuelvo a cerrarlos tratando de acostumbrarme a la claridad. Cuando los abro nuevamente logro distinguir donde estoy. Doy un suspiro aliviado, y contengo lo que vendrían a ser lágrimas de felicidad, pero también de tristeza. Estaba feliz de seguir viviendo. Pero. Muy dentro de mí, sabía que seguir "viva" era solamente un sinónimo de sufrimiento.

Hubieron varias veces en las que fui internada, todas por ataques similares a los que sufrí, a veces tenía que quedarme algunos días, otras veces me quedaba semanas. Pero, tal y como dijeron los doctores, los dolores irán a peor. De sólo pensarlo mi pecho se oprime, porque sé que un día, después de sufrir dolores inimaginables, mi corazón dejará de latir.

Suspiro y me limpio las lágrimas «de felicidad» con la mano que no está llena de agujas.

Oigo unos golpecitos en la puerta. Murmuro un "pase" esperando para ver el rostro de la persona que vino a visitarme. Sonrío cuando el rostro de mi madre se asoma, pero no tardo demasiado en darme cuenta que, en efecto, estuvo llorando.

—Mi vida, estás despierta.

—Sí, bueno, digamos que las camas de hospital no son demasiado cómodas.

Ella sonríe y se sienta a mí lado, observándome. Sé que en su cabeza aún sigue haciéndose la idea de todo lo que va pasando, está preparándose mentalmente para lo inevitable y ¡está bien! Porque no quiero que sufran con mi pérdida, pero, ¿qué me queda a mí? Solamente eso, días incontables en numerosos hospitales haciendo tratamientos que solamente me debilitan y me sacan el poco tiempo que me queda.

Ella se remueve en su asiento, y al parecer se acuerda de algo, porque inmediatamente rebusca en su bolso. Yo la observo con cautela, ¿me habrá traído mi celular? Ojalá sí, necesito avisarles a mis amigos que estoy en el hospital.

—Encontré esto en el auto.—murmura mientras me alcanza una tarjeta. Leo lo que dice, es el nombre del local donde dejé a Dylan, se le habrá caído cuando se bajó del coche. Murmuro un gracias mientras lo sigo sosteniendo, cuando llegue a casa lo guardaré en mi cuaderno.

Levanto la vista de la tarjeta y trato de reunir valor. Se lo diré, aunque no tome en cuenta mis palabras, lo haré.

—Ma.—Llamo, pensado bien en lo que le voy a decir.—Necesito decirte, más bien pedirte, algo.

—¿Sí?

—Quiero dejar la universidad.

Sus ojos se llenan de lágrimas, quizás anticipando lo que le responderé cuando pregunte el porqué de mi petición. Sonrío, sonrío y trato de mantenerme firme y no derrumbarme, siendo consciente de que dejar la universidad significa perder las esperanzas de tener una vida "normal".

—No... No podés, ¿Y tu puesto en la empresa? ¿Y tu futuro?

—Decime que futuro ¡¿Qué maldito futuro?! —respondo cuando la voz se me quiebra en ese preciso momento. Mi rostro se llena de lágrimas y hago un esfuerzo por seguir hablando— Ir a la universidad, hacer como si nada pasa, ¡Todo me está destruyendo! Me estoy muriendo antes de siquiera estarlo realmente.

«No tengo futuro, Mónica, sólo tengo el presente y quiero disfrutarlo antes de me lo arrebaten también. Todo el tiempo se la pasan actuando como si los únicos afectados fueran ustedes. ¿Qué hay de mí? YO me estoy muriendo, YO soy la que aguanto mil y un tratamientos dolorosos. Y aún así, decidí que no quería que sufrieran, decidí que mi dolor físico no se comparaba con su dolor emocional, que tenía que aguantar, no por mí, por ustedes. Pero, quiero vivir y deseo que ustedes también lo hagan conmigo»

La puerta se abre y veo como la figura imponente de mi padre entra en la habitación. Tiene los ojos rojos, y varias lágrimas que aún siguen corriendo por sus mejillas, mira a mi madre, que se encuentra tapando su boca para ahogar el llanto y suspira. En un abrir y cerrar de ojos, ambos, me abrazan con tanta fuerza que temo romperme en mil pedacitos, pero aún así les devuelvo el abrazo llorando.

—Te amamos.

—Y yo a ustedes.—Respondo, con un nudo en la garganta.

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