5 Capítulo 2

«—¿Y tus padres?—preguntó el joven con ojos inquisitivos.

—No...no lo sé.»

Mia despertó al sentir que un fuerte pinchazo se hacía presente en su hombro derecho, y pensó que quizás debería ponerse un cartel de "por favor no emociones fuertes; soy ridículamente inestable". Aunque era bastante obvio que eso no serviría, o si lo hiciera sólo haría dudar a las personas de su estabilidad, sí, pero de su estabilidad emocional.

Negó con la cabeza de manera disimulada al darse cuenta que ya en el primer día de clases se quedó dormida, y ni siquiera recordaba haber estado despierta en alguna hora. Era, sin lugar a dudas un desastre, y nadie podría negarlo.

Volteó la cabeza cuando se acordó que alguien le pellizcó y enseguida soltó un suspiro ridículamente dramático llevando una mano a su corazón en señal de sorpresa. Todos solían decir que sería actriz, incluso ella misma. Por supuesto mucho antes de que su enfermedad fuera diagnosticada, en ese momento las cosas en su casa se complicaron y todos dejaron de considerar sus sueños para imponer un estilo de vida "seguro" y con una salida laboral estable. No era mentira decir que su familia se aprovechó de la situación, pero nadie era capaz de confrontarlos, ni siquiera Mia.

—Dele.—Pronunció con carisma.

—Buenas noches, señorita. No sabía que le gustaba dormir en los pupitres de la universidad—Dijo Adel –o Dele para los amigos–con una sonrisa socarrona.

Mia solamente sonrío y acercó su mano a la cara de su amigo estirando una de sus mejillas manchadas de pecas. Lo cierto era que Adel tenía una belleza cautivadora, quizás no era mucho más alto que ella, pero sus rulitos cobrizos y esas pecas no eran fáciles de ignorar, además sumándole el carisma era todo un don Juan por la facultad.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que estirarme las mejillas en público me quita masculinidad?

—Pero, estamos solos ahora—Refutó Mia con una dulce sonrisa.—Además, dudo que las chicas dejen de verte como alguien masculino sólo porque tenés una mejillas muy adorables que hacen que mis manos actúen por sí solas.

—Siempre creen que soy tu amigo gay—Rezongó—Así que... sí, me quita masculinidad.

—Ajá. Bueno, igual no quiero que creas que voy a dejar de hacerlo.—Cortó mientras ponía los ojos en blanco y comenzaba a juntar sus libros guardándolos en su mochila.—Ahh, por cierto, tenés que aparecer por casa. Johan todos los días me recuerda que te diga que tiene un nuevo juego de PlayStation y quiere probarlo con su "amigo".

—¿Cómo qué todos los días? ¿No se te ocurrió decirme antes?—Preguntó con falso tono de enfado.

Mia sonrío con ironía mientras colgaba su mochila en el hombro y comenzaba a caminar lejos del curso ignorando por completo las preguntas que le había hecho. La verdad del porqué no le había dicho nada hasta ese momento era que en realidad su hermano no le había dicho nada, no existía "un juego nuevo". Sin embargo ella sentía que necesitaba hacer que, al menos su hermano, se distrajera y pensara en otra cosa que no fuera la estúpida enfermedad que la atormentaba. Y Adel siempre era una salida segura; carismático y charlatán, hacia que fuera imposible que en su presencia no estuvieras riendo y dejando los problemas atrás.

—Él... En realidad no tiene un juego nuevo, ¿cierto?—murmuro Adel despacio, tratando de que Mia no se sienta mal.

—No, no lo tiene—Le dedicó una sonrisa triste y suspiró—Pero, quería que fueras a jugar con él, ambos se llevan bien y... al menos él no se va a sentir sólo, o triste...

—Ay Mi mi, tenías que decírmelo solamente. Pero tranquila. Iré. Hoy quizás no, pero mañana seguro me vas a tener en tu casa.—Adel sonrío y pasó un brazo por el hombro de Mia, atrayéndola hacía el—Y si te sentís sola o triste sólo tenés que llamarme, siempre voy a estar ahí. Como cuando éramos niños ¿te acordás?

Mia asintió con los ojos llenos de lágrimas. Amaba a su amigo, y no sabía que haría sin el apoyo de él, cualquiera diría que eran el uno para el otro, aunque lo cierto era que tenían ese tipo de amistad irrompible y verdadera. Se conocían desde niños, y siempre fueron inseparables. Aunque las hormonas en su momento les hicieron creer que existía algún tipo de atracción entre ellos, se dieron cuenta de que no funcionaría y siguieron siendo los mejores amigos. Ambos siempre estaban en los malos y buenos momentos del otro, por lo que se conocían mejor que nadie y eso implicaba que Adel supiera de la existencia de la enfermedad terminal de Mia.

Muy en el fondo, Adel se deshacía en pedazos, no aguantaba pensar que Mia algún día ya no estaría con él, diablos ¡Ni siquiera aguantaba pensar en la enfermedad de mierda! Pero se callaba, rompiéndose por dentro pero manteniéndose firme por fuera.

—Bueno, basta de lágrimas, bonita. Vayámonos que las chicas están esperándonos afuera.

—¿Las chicas? ¿¡Bianca y Amanda están afuera!? Oh, Dios—secó sus lágrimas con la manga de su remera y se arregló un poco la ropa—¡Hace meses que no las veo!

—No seas exagerada, la semana pasada las viste—Mia le dio una mirada de reproche y el sonrió inocentemente.

Ambos salieron de la facultad a pasos apresurados, saludando a los pocos profesores que quedaban y a los porteros del establecimiento. A unos diez metros de ellos, cerca del estacionamiento, se encontraban una pelirroja y una morena haciéndoles señas de que ahí estaban. Mia dio un saltito de felicidad antes de acercarse y saludarlas.

—¡Chicas, les extrañé un montón!—exclamó mientras las abrazaba.

—¡Nosotras también, cariño!—dijo Amanda mientras aún la abrazaba.

—Sí, no sabés la falta que nos hacés en la facu.—Agregó Bianca sonriendo de medio lado.

Cuando se deshizo el abrazo Amanda le comentó que estaban planeando ir a cenar a un restaurante de la zona, y que estaban ahí para llevarla.

—Es una mierda que vayamos a universidades distintas.—murmuró con molestia Bianca.

—Bueno, al menos ustedes pudieron ir a la universidad que eligieron, y no las que sus padres quisieron—Dijo, por fin, Adel metiéndose en la conversación.

—Oh, ¡pero si creí que te habías vuelto mudo, colorado!—Mia negó con la cabeza mientras sonreía, Amanda y Adel tenían cierta química que los hacia inestables estando juntos.—Aparte, ¿no eras vos el que quería ir a esta Uni?

—No. Bueno. Sí —Adel se rascó la nuca nervioso. A decir verdad él eligió esa universidad porque su amiga iría ahí, ya no quería que ella se sintiera sola. Y por suerte, dicha universidad, tenía la carrera de técnico informático, así que sus planes salieron bien.

Mia se rio fuertemente mientras comenzaba a mirar donde había estacionado su auto, tendría que avisarle a su madre que llegaría un poco más tarde. Unos cabellos cortos de color azabache y un par de ojos color celeste le hicieron quedarse estática en su lugar, una vez que entraron en su campo de visión. Su cuerpo comenzó a temblar y sintió como el aire le faltaba, por supuesto que conocía esos ojos... Esos bellos ojos.

Unos brazos la sostuvieron haciéndola volver a la realidad.

—¿Mia?, ¿Qué sucede?—preguntó Adel, con una mueca de preocupación.

—Yo... Necesito hacer algo, váyanse ustedes después los alcanzo.

No sabía que estaba haciendo, ¿por qué sentía la necesidad de hablar con el chico? Suspiró y sujetó su mochila tratando de agarrar fuerzas.

Comenzó a caminar apresurada tratando de ignorar los tres pares de ojos que la miraban extrañados.

Perfecto, ahora van a pensar que tengo algún tipo de problema mental. Como si no fuera suficiente ya.

Varios metros más lejos, volteó a ver si la seguían observando y al darse cuenta que ya los tres estaban subiéndose al coche de Bianca, comenzó a correr en dirección al chico. No sabía que era lo que la impulsaba a seguirlo, pero en ese momento eso siquiera era importante.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca. El pánico se apoderó de ella ¿y si no la recordaba? ¿y si no era él? Igualmente supo que quizás ésta sería la primera y última vez que tendría la oportunidad de hablarle, y no podía desperdiciar su tiempo en dudas, por más razonables que fueran.

Tocó el hombro del hombre y contuvo el aliento una vez que éste se dio cuenta. Era la viva imagen de sus recuerdos: los mismos ojos, el mismo color de cabello, el mismo rostro de rasgos varoniles y amables. Su voz se quedó en la garganta, no podía hablar, no creía estar ahí, frente al chico que la salvó muchísimos años atrás.

—¿Mmm?—Murmuró con voz ronca.

Mia, aún pasmada, no se dio cuenta del bastón que llevaba en sus manos el chico, ni tampoco de la mirada perdida que aquél chico le ofrecía. Pero, como pudo, y según sus recuerdos lo permitían, pronunció el nombre del aludido entre tartamudeos.

—Perdona, no te entendí.—Dijo con una media sonrisa.

—Dylan... Dylan, ¿es tu nombre?

La cara de sorpresa del hombre fue un completo poema. Aunque a decir verdad, él no reconoció la voz de la que alguna vez fue una niña de preciosos rizos negros, y que ahora era toda una mujer. En cambio, sus pensamientos, se fueron a otro sitio.

—Uhm, eso depende ¿Vas a tratar de persuadirme para que responda a algún tipo de interrogatorio sobre mi vida personal?—La sonrisa socarrona del "supuesto" Dylan hizo que Mia sintiera un pequeño nudo en su estómago. Era muy apuesto, aún más que de niño.

—Ehhh no. Por supuesto que no. ¿Por qué querría hacer eso?

Los gritos agudos -y graves - de varias personas alertaron al hombre, haciendo que, por puro instinto de supervivencia, tomara la mano de Mia y le pidiera que lo sacara de ahí. Y ella, asegurándose que luego el le diría la razón por la cuál no quería estar más tiempo ahí, le hizo subir a su automóvil y condujo lo más lejos posible del lugar.

Cuando decidió que debía parar, porque ya había conducido varios kilómetros y sentía que no soportaría demasiado sin preguntarle qué demonios había sido eso, lo hizo en un viejo estacionamiento. Apagó el coche, y suspiro mientras pegaba su frente al volante.

—Realmente no entiendo que sucedió... ¿Por qué esas personas gritaban tu nombre? ¿Sos alguna especie de celebridad descubierta en pleno estacionamiento universitario, o qué?

—Mira, no sabía que esas personas estarían ahí. Ni siquiera sabía que no sabías quién era, pensé que como dijiste mi nombre... Eras alguna periodista o fan.—Dijo mientras se frotaba las sienes con los dedos—Soy algo así como un escritor, las personas que viste son fans de mi trabajo, no de mí.

—¿Disculpa? ¿Escritor? Dios, ahora tiene sentido.—exclamó con ironía.—Entonces, decime ¿cuál es tu apellido? Es imposible que no te conozca, digo, no es que lea mucho, pero al parecer tu nombre es conocido.

—Villalba.

Y en ese preciso momento Mia quiso golpearse contra el volante unas veinte veces, ¿Cómo pudo ser tan idiota? Era todo muy obvio, Dylan Villalba era un escritor renombrado y conocido por sus escritos que iban desde poemas melancólicos a novelas llenas de desamor, desengaño y finales que te dejaban con el corazón pequeñito y adolorido.

—Soy una idiota ¿Verdad? No te reconocí, pero si te conozco, o más bien conozco lo que escribís.

—No creo que seas una idiota, y sobre lo que decías, no suelo mostrarme en público, así que no todos conocen mi cara. Pero, eso no es lo importante, ¿Cómo es qué sabías mi nombre, pero no mi apellido?—La joven de ojos esmeralda abrió la boca para contestar, pero rápidamente la cerró, no sabía que decir.

—Es que... Una amiga mía dijo que te conocía, y si lograba que te sacases una foto conmigo me invitaría a cenar.—Titubeó, pero cruzó los dedos mentalmente para que él no se diera cuenta de la estúpida mentira, ¿quién, a sus diecinueve años, se comporta como una niña de catorce?

—Ah, pensé que había sido por otra cosa... Bueno, como sea ¿Seguís queriendo la foto?

Ella asintió y como pudo sacó su teléfono de la mochila que tenía en los asientos de atrás. Con la mano aún temblorosa apretó en la cámara y estiró su brazo para que ambos salieran en la foto.

—Dylan, la cámara está un poco más a tu derecha.—El aludido sonrío a modo de disculpa y moviendo su cabeza unos grados a la derecha espero a escuchar el "Clic" que confirmaba que la chica ya había sacado la foto.—Esto, gracias. ¿Necesitas que te lleve a algún lado?

Dylan asintió y le dio la dirección de un viejo estudio en el que tenía unos conocidos, para suerte de Mia no estaba demasiado lejos, por lo que no tendría que forzar una incómoda conversación.

—Disculpa, eh, no recuerdo tu nombre.

—Maia—Otra mentira.

—Entonces, Maia, ¿No viste un bastón por acá? Creo que lo dejé caer.

—¿U-un bastón? ¿Tenés problemas de la cintura?—La risa que soltó está vez Dylan era llena de energía, parecía que de verdad aquél comentario le había hecho gracia.

—¿Problemas de la cintura? Por suerte no, aunque no me faltaría mucho.—Dijo con una sonrisa de dientes blancos.—Soy ciego, Maia.

Esas dos palabras hicieron que Mia perdiera la razón y dejara que una lágrima rebelde se escapara, ¿Y sí lo que sucedió años atrás, había sido el causante de la ceguera?. Sacudió la cabeza tratando de ahogar el llanto, pero al darse cuenta que ya habían llegado al local del que Dylan le habló, se la limpió rápidamente las lágrimas-aunque el no la vería- y sonrío.

—Llegamos, Dylan.

—¿En serio? Gracias, y perdón por hacerte pasar ese momento. Usualmente, esas no son las primeras impresiones que doy a las mujeres.—La joven soltó una carcajada mientras se bajaba del coche para ayudarlo a hacerlo a él también.—Parece que sólo te doy problemas.

—Para nada, fue divertido... Omitiendo la parte en la que salimos corriendo hasta el auto.

Mia abrió los ojos al acordarse del bastón, abrió la puerta del copiloto (que Dylan ya había cerrado) y encontró, a los pies del asiento, un bastón articulado.

—¡Hey! Tu bastón.—Dijo antes de que Dylan comenzara a caminar.

—Ah, cierto, me olvidé. Gracias.

—No es nada, vení, te voy a acompañar hasta la puerta, por si acaso.—Dijo mientras le tomaba la mano.

—Conozco el camino.—Renegó con un infantil puchero.

—Prefiero asegurarme.

Cuando lo dejó en la puerta del local, soltó su mano, no sin antes sentir un pinchazo de dolor por hacerlo. Se puso de puntitas de pie y planto un beso en la mejilla de él, sintiendo como una suave barba abrazaba sus labios.

—Adiós, Dylan.—Murmuró.

—Nos vemos, Maia.

Cuando Mia de subió a su coche, el ya había entrado al local. Suspiró en el momento que su teléfono vibró, se

había olvidado por completo de la cena.

Amanda:

Mia, ¿Dónde estás?.

Perdón, me retrasé, ya estoy yendo.

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