3 Capítulo 1

«La niña detuvo su marcha al pasar frente a la vidriera de una juguetería, olvidando por completo que estaba perdida y que tenía que buscar a sus padres.

Se acercó un poco más mientras se colocaba al lado de un niño un poco mayor que ella.

—Que bonitos juguetes ¿verdad?—le dijo al joven, dejando de mirar la vidriera para verlo.

Él volteo y la miró con los ojos más celestes que había visto jamás en su vida.

—Son lindos, sí—respondió con una sonrisa»

Observó los destellos de luz que se escabullían a través de la ventana y dejaban al descubierto que por fin había amanecido. La joven solamente suspiro y se estremeció ante la idea de que hoy sería su primer día en la universidad, no estaba preparada para lo que eso implicaba y aunque su madre le decía que era una exagerada sabía perfectamente sobre los ataques de ansiedad que ella sufría.

Estiró su brazo tembloroso y agarró el celular tratando que no se le caiga, lo encendió y la hora registrada en el aparato casi le da un severo colapso mental.

—¡Son las 07:00 a.m.!

De un salto se incorporó de la cama y corrió hasta su armario buscando cualquier cosa que sirviera para vestirse, en estos momentos hasta un taparrabos serviría. Se sacó el camisón de dormir y con torpes movimientos se puso una blusa blanca y un pantalón suelto de color negro. Se movió inquieta en su lugar porque no lograba acordarse que más tendría que ponerse.

Veamos, tengo la blusa y el pantalón...

¡Las zapatillas! ¿Cómo mierda me fui a olvidar eso?

Se calzó con unas zapatillas de color negro que encontró debajo de la cama y salió corriendo rápidamente hacia el baño. Cinco minutos después, luego de haber hecho lo necesario, salió del baño ya lista.

Agarró su mochila y una campera de jeans azul. Sin pensar en qué otra cosa le haría falta fue corriendo hasta el comedor donde su madre se encontraba.

—Querida. Buenos días. ¿Qué estás haciendo todavía acá? pensé que ya habías salido para la facultad —Murmuró ella.

—Yo. Hola. Sí, lo sé pero no me desperté tarde y no se si voy a llegar tiempo.

Su madre abrió la boca sorprendida. Normalmente su hija estaba lista muchísimo tiempo antes de que el despertador sonara.

—Podés llevarte el auto, hoy no tengo trabajo y creo que será más conveniente si te vas en él—ofreció con una sonrisa.

—¿En serio?—Su madre asintió y ella casi da un salto de felicidad—Gracias, gracias. Te amo mami.

Volvió a darle un beso en la mejilla y salió de la casa con mucho más optimismo, cerró la puerta tras suyo y camino hasta el auto que se encontraba aparcado ya fuera de la cochera.

Cuando subió no demoró demasiado tratando de encenderlo y partir rápidamente hasta la universidad. Trataba de respirar con tranquilidad para que no le diera algún colapso nervioso y su corazón comenzara a acelerarse provocando dolores horrendos en su pecho.

Lo cierto era que Mia tenía un reciente diagnóstico de pericarditis y aunque la enfermedad en si no fuera tan peligrosa, su encuentro tardío había sido causa de que el nivel de la enfermedad que ella tenía fuera agudo; posiblemente, y sin los medicamentos, ella estaría apunto de sufrir algún ataque cardíaco severo. Aunque en las páginas de internet que ella visitaba gustaban decir que pocos eran los casos de muertes por pericarditis –aunque en este caso fuera aguda— los propios médicos habían advertido lo corta que sería su vida.

Jamás le había dado miedo la muerte, porque antes de el diagnóstico no se detuvo a pensar cuándo y cómo sucedería. Sin embargo, ahora lo sabía, no exactamente cuándo pero si cómo y eso la asustaba considerablemente. A pesar de todo no se permitía pensar en la muerte, y si en su defecto lo hacía solamente trataba de postergar sus pensamientos hasta los fines de semana, que eran los días donde comúnmente su cabeza se inundaba de pensamientos relacionados con su prematura muerte.

Suspiró y comenzó a contar; diez, veinte, treinta. Necesitaba calmar sus nervios que nada bueno hacían en su sistema.

Después de unos minutos ya estaba fuera del campus de la institución, estacionó el coche y salió a toda prisa. No tardó demasiado en darse cuenta que ya no había prácticamente nadie fuera, y aunque ya es bastante obvio lo que sucedió después, puesto que los nervios de Mia no eran novedad, casi sufre de un ataque de pánico.

***

Después de correr como si su propia alma dependiera de eso, ya se encontraba en la puerta de lo que sería su primera clase en gestión de empresas y comunicaciones. Tocó la puerta tres veces, y se sintió incómoda, tres era un número impar y jamás le habían gustado ese tipo de números sin embargo se contuvo de golpear una cuarta vez.

La puerta se abrió despacio, como en esas películas de terror donde una vez que entras te encontrás con lo peor que pudiste haber visto en tu vida, el punto era que lo peor que pudo haber visto Mia en su primer día de facultad eran a todos sus compañeros y profesor mirándola como si fuera un ratoncito de feria.

—Buenos noches señorita...

—Tucker, Mia Tucker—Respondió ella intentando sonar firme.

—Bueno, señorita Tucker, creo que debo informarle que las clases comienzan 07:30. No permito que mis alumnos lleguen tarde, pero solamente por ser el primer día lo dejaré pasar, ahora pase y no me haga seguir interrumpiendo mi clase—Los ojos de Mia se abrieron y murmuro cerca de diez gracias al profesor—Espero que sea la última vez.

—Sí, sí no se volverá a repetir.

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