1 Encuentro en el cielo

Era un vasto cielo que parecía no tener principio ni final, y el horizonte teñido de naranjo con las primeras luces del alba le daba un aspecto mágico y sereno a las incontables nubes que lo navegaban. A cualquiera le hubiese encantado detenerse a apreciar el paisaje, especialmente si se está experimentando una caía libre en esos momentos…

—¿Así que así es cómo voy a morir? —suspiró un joven de brazos cruzados después de atravesar una nube a gran velocidad—. ¿O quizás ya estoy muerto?

El joven hizo un gesto de rascarse la cabeza en clara señal de desconcierto, lo cual no tuvo efecto en sus cabellos castaños que ya estaban suficientemente desordenados por la fuerza del viento. Sus ojos verdes intentaron divisar algo a la distancia, pero no lograron su cometido y se cerraron para meditar.

—Creo que la última teoría es la más acertada —dijo el joven, frunciendo el ceño, para luego volver a abrir sus ojos y mirar al infinito—. No veo tierra ni agua, solo cielo y más cielo… ¿Si no hay tierra se le puede llamar cielo?

A pesar de su situación, no estaba muy preocupado, quizás alguien con vértigo estaría en desacuerdo, pero ese extraño lugar le daba una sensación de tranquilidad. Lo que contrarrestaba en gran medida con la idea de una posible y grotesca muerte al estrellarse contra el hipotético final de su caída.

—Dicen que cuando uno va a morir la vida pasa delante de tus ojos. Pero nadie te dice que al parecer pasa de largo y desaparece, porque no recuerdo ni siquiera mi propio nombre —el joven soltó otro suspiro para luego mostrar una sonrisa de resignación—. Bueno, imagino que es difícil saberlo si no has tenido la oportunidad de morir primero.

Después de lo que le pareció ser una eternidad, se percató que debajo de él una nube no paraba de crecer. Sabía que en realidad era él quien se estaba acercando, pero era realmente sorprendente el tamaño de la misma.

Luego de varios minutos de caída libre, la nube se asemejaba a una isla gigantesca, después a un pequeño país y no pasó mucho tiempo más para que ya cubriera toda su visión.

Faltando poco para el contacto, instintivamente decidió protegerse y cubrir su rostro con sus brazos. No era la primera nube que atravesaba, pero era tal la magnitud de la misma, que ya parecía ser el suelo de este mundo de cielo infinito. Pero el impacto fue lo que se podría esperar de una nube, en realidad, tal vez menos.

El joven nuevamente abrió sus ojos al no haber sentido realmente nada. Pero después de un tiempo, observó a su alrededor extrañado... Al parecer, la nube no solamente cubría un área gigantesca, sino que además era igualmente profunda.

—¿Qué está pasando ahora? —repentinamente su caída parecía querer detenerse sin motivo aparente—. ¿Estoy perdiendo velocidad?

No mucho después de haber hablado, el joven sintió que ya no caía, sino que descendía suavemente hasta que por fin toco… ¿Suelo? Parecía como si estuviese parado sobre neblina.

Miró a su alrededor y vio que se había creado un espacio gigantesco dentro de la nube, ahora se encontraba en un gran salón blanco hecho de nube y de un material que se asemejaba al mármol, pero que seguramente no lo era. Imponentes columnas blancas sujetaban el suave techo blanco que acababa de atravesar y formaban dos filas a los costados del inmenso espacio. Al final del mismo, pudo ver un gigantesco trono blanco que nada tenía que envidiarle al marfil y sentado sobre él, una mujer que parecía pequeña en comparación, pero que aun así superaba en más de cinco veces la altura de un ser humano normal.

El trono estaba rodeado por pequeñas nubes, dificultando la visión, por lo que solo se podía ver parcialmente el rostro del imponente ser. Pero aun así se podía apreciar una suave sonrisa.

—Lamento que el trayecto no haya sido muy ameno —se escuchó decir a voz aterciopelada que parecía cubrir todo el ambiente con serena tranquilidad—. Pero verás, te encontrabas en un lugar muy lejano, no me quedaba otra opción.

Tras una sorpresa inicial, el joven se repuso y observo a su interlocutora con calma. Tarde o temprano esperaba encontrarse con algún ser celestial que determinase su destino en el más allá.

—No se preocupe, simplemente me alegro de que el limbo no consista en caer infinitamente —respondió.

—Por favor, olvidemos las formalidades, puedes hablarme con confianza. —La sonrisa desapareció por unos instantes, siendo reemplazada por una pequeña mueca de tristeza, pero no tardó en reaparecer—. Por cierto, parece que hay un malentendido. No estás realmente muerto.

—¿Realmente?

—Es una situación bastante especial, pero paciencia, lo entenderás todo en su debido momento —respondió su contraparte.

—No tengo prisa, misteriosa representante de los gigantes, y si es que la tengo, por lo menos no lo recuerdo —respondió el Joven, quien decidió que, si no estaba muerto, su contraparte tendría que ser integrante de aquella raza mitológica para alcanzar semejante tamaño.

—¿Gigante? —rio suavemente la aludida.

La expresión en los labios de la mujer volvió a serenarse, y acto seguido se levantó de su trono con una gracia inesperada de su inmenso tamaño. Las nubes a su alrededor se dispersaron, mostrando una hermosa figura adornada por largos cabellos del color del cielo que caían hasta su cintura. A su vez, sus iris reflejaban el amanecer y su mirada parecía poder observar lo más profundo del alma.

La imponente figura comenzó a acercarse al joven, pero con cada paso que avanzaba, la misma se iba empequeñeciendo. Cuando llego a una distancia en la que podían tocarse si estiraban los brazos, ya había alcanzado un tamaño normal. Incluso era ahora un poco más pequeña que él. Aunque hay que mencionar que los dos eran bastante altos comparados con un adulto promedio.

—Primero es lo primero —afirmó ella—. Seguramente no recuerdas tu propio nombre, aunque, a decir verdad, has tenido varios.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó desconcertado—. ¿Soy acaso un espía internacional?

La divina figura que tenía adelante se tapó los labios con un gesto delicado y volvió a reír.

—¿Por qué no te llamamos acorde a las circunstancias? —dijo esta después de pensarlo por unos instantes.

—Por mí no hay problema. ¿Pero cuáles circunstancias?

—Eso nos lleva a la razón por la que te necesito, quiero que entregues un mensaje…

—¿Un mensaje?

—¡Ah, perfecto! ¿Qué te parece Aggelo? —le interrumpió ella, juntando sus manos, emocionada—.

—¿Qué significa?

—Nada —respondió ella con una radiante sonrisa, desconcertando al recién nombrado Aggelo—. Pero si necesitas saber, su origen está en un idioma ya casi olvidado de un lugar muy lejano.

—De acuerdo —respondió Aggelo decidiendo no complicarse la vida, al fin y al cabo, casi nadie elige su propio nombre—. ¿Y sobre el mensaje?

Haciendo caso omiso a la pregunta, la celestial imagen personificada mujer, colocó sus brazos alrededor del joven y lo apretó con una fuerza que más se esperaría de su anterior forma de gigante que de la actual delicada figura.

—Sobre el mensaje no te preocupes. En realidad, el mensaje eres tú mismo —dijo con una voz algo acongojada.

Aggelo hubiese sentido algo de vergüenza con el repentino abrazo, pero en esos momentos todos sus esfuerzos estaban concentrados en intentar respirar bajo la inmensa presión que ejercían sobre sus costillas los delicados brazos de su atacante.

—Tu misión por el momento será simplemente crecer —declaro ella, liberándolo de su abrazo.

—Haré lo mejor que pueda… aunque no me considero particularmente inmaduro —respondió Aggelo, mientras intentaba recuperar su aliento—. ¿Pero realmente eso es todo?

—No me refiero solamente a que crezcas como persona, sino a que comprendas lo que eres, y lo digo en más de un sentido —respondió con una inocente sonrisa en el rostro.

Aggelo no tenía más que dudas acerca de lo que acababa de escuchar, pero la mirada sonriente de su contraparte le decía que las respuestas las tendría que averiguar él mismo.

—Más adelante podremos conversar con más calma. Por ahora lo mejor es que sigas con tu camino lo antes posible —afirmó ella, mirando ahora a la distancia. Parecía como si pudiese ver más allá de las blancas paredes—. Tu llegada puede haber alertado a los dioses y no sería prudente que llames la atención antes de tiempo

—Me pareció escuchar unas palabras que no me dan mucha tranquilidad… Pero bueno —Aggelo decidió no adentrarse en el tema. Desde que entro a la nube, o incluso desde antes, mientras caía, había algo en el ambiente que lo mantenía en calma y borraba sus preocupaciones—. Aunque sé que es tarde, me gustaría por lo menos saber su nombre… ¿Y es acaso también una diosa?

—¿Qué dije sobre hablar con formalidades? —preguntó ella, frunciendo el ceño, pero fue solo por unos instantes, luego regresó su sonrisa—. Mi nombre es Celestia, aunque se siente algo extraño tener que presentarme a ti… Sobre tu segunda pregunta, lo dejaré a tu imaginación.

Dicho lo anterior, la figura sonriente de Celestia desapareció en medio de una súbita neblina. Aggelo sintió cómo el suelo perdía su firmeza y sin tener tiempo para siquiera pensar en lo que acababa de suceder, ya se encontraba nuevamente en caída libre.

No tardó mucho en dejar la neblina detrás de sí y encontrarse con el familiar cielo infinito. Al mirar hacia arriba pudo divisar la inmensurable nube que ahora se iba reduciendo en tamaño mientras más se alejaba de ella.

Mirando hacia abajo todavía no podía divisar tierra. Pero el ser divino que acababa de encontrar definitivamente no lo iba a dejar estrellarse con algo, o por lo menos eso esperaba…

No mucho después, como si las posibilidades de un inminente y repentino final se hubiesen esfumado de la nada, lo atacó una irresistible somnolencia. Con cada minuto que pasaba parecía que le costaba más mantener los ojos abiertos, hasta que simplemente ya no pudo abrirlos.

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