1 Prólogo

En tierras élficas cada una de las razas tenía su representación, todas ellas contaban con una dirigente con la misma voz que las demás en el consejo, y así su poder se extendía a todos los seres mágicos que poblaban esas tierras y las que estaban más allá de lo imaginable, era el consejo central del mundo élfico, donde protegían y pactaban las leyes de las 9 razas y demás seres sobrenaturales de sus dominios encargándose de mantener el equilibrio sobre cada una de las fuerzas de la naturaleza.

Para el consejo ninguna magia era despreciada, porque todas eran importantes en su justa medida, no había guerras dentro del círculo, no importaba lo que sucediera fuera de este, porque el equilibrio era lo más valioso y allí las nueve sacerdotisas se encargaban de que todo fuera como debía ser, protegidas por las leyes élficas universales ante cualquier posible ataque, se penaba con la muerte dañar de cualquier modo a una de las nueve o a su primogénita, incluso en tiempos de guerra.

Habían sido preparadas desde su nacimiento para la labor que un día desempeñarían, porque su deber estaba atado a su sangre que pasaba de generación en generación, su deber era acompañar al rey o reina de cada uno de sus territorios convertida en su sacerdotisa, pero algo hizo que Tywyll, la única sacerdotisa que era reina de los suyos a la vez, la líder del consejo de las 9, notara una fuerte brecha entre esa realidad y la de los humanos. El poder del báculo fue tan fuerte que atravesó fronteras, más allá del tiempo y el espacio, hasta llegar a estremecer a la mismísima reina oscura que podía sentir como una de las reliquias perdidas se activaba fuera de su mundo, en otras tierras.

— Es el momento de cumplir con tu destino Adara.

Aseguró la elfa oscura, manteniendo la distancia prudencial para no absorber la luz que había en la hija primogénita de la sacerdotisa verde, ya que los elfos oscuros eran capaces de acabar con la vida de cualquier ser a su alrededor consumiendo poco a poco cada criatura, extinguiendo toda vida que se cruzaba en su camino, eran la raza maldita, se decía que ellos habían aniquilado a los elfos lunares y por eso sus noches oscuras no estaban iluminadas por la luz plateada de la luna que mucho tiempo atrás ocupaba el cielo nocturno de Nolava, se tardó más de un siglo en volver a estabilizar la balanza por la desaparición de una de las razas hasta recobrar la armonía entre magias sumiendo la tierra de oscuridad en una gran guerra que se llevó miles de vidas. Pero había una antigua profecía, una que solo los reyes y las sacerdotisas debían conocer, una pequeña esperanza para mantener controlada la oscuridad y que no terminara con toda la vida del planeta, tal y como pasó con los legendarios elfos de la luna.

—Sé lo que debo hacer, mi reina.

Había tardado meses en prepararse mentalmente para lo que viviría, aprendiendo sobre el extraño mundo al que sería lanzada, era difícil sin una ancla que la llevara al lugar preciso, pero no tenía más tiempo para buscar una, confiaría en el azar y en no caer muy lejos de su objetivo, odiaba no poder despedirse de Enuan, no poder contarle lo que sabía y cuál sería su papel, pero cada vez que intentaba expresar su opinión las únicas palabras que recibía eran "Nada debe ser contado antes de tiempo, a cada uno se le revelará su destino en el momento preciso."

Las misiones del consejo de las 9 eran completamente secretas, además tampoco podía tardar tanto en regresar y a su vuelta por fin se casaría con su prometido y mejor amigo o eso creía ella porque poco se imaginaba Adara que aquello sería un trabajo laborioso que le llevaría más de dos décadas de rastreo y mucho menos esperaba que él fuera en su búsqueda, lo más normal es que la hubiera dado por muerta y hubiera elegido una nueva esposa o esposo, así que lo único que la movía en ese instante era encontrar el báculo y devolverlo a su tierra cuanto antes, no sabía por qué, pero, si sabía que aquello tenía el poder de hacer recobrar el equilibrio de los suyos.

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— Ya debes emparejarte —Enuan sabía que era cierto, los 100 era la edad en que todo elfo debía cerrar el vínculo con su pareja, pero, él no estaba dispuesto a hacerlo con alguien más que no fuera ella, había pasado toda su vida sabiendo que algún día se convertiría en su compañera de vida, le disgustaba la idea de que eso cambiara y alguien más la sustituyera.

— No hasta que Adara regrese — Aseguró sin dejar de arreglar su arco ni levantar la vista para observar a su hermano.

— Enuan...

— No lo haré —Está vez levantó la mirada y la fijó en la de él, reforzando con ello sus palabras y convicción - Soñé con ella está noche y sé donde está, solo debo saber cómo llegar allí.

— Ya lleva un año desaparecida, el príncipe del pueblo del Sol expresó su interés en ti el otro día, es el mayor, el heredero, sería una buena alianza.

Enuan terminó de atar su arco y se levantó para caminar hasta el interior de la cabaña mientras pensaba en aquello, lo había visto días atrás, el príncipe heredero de los elfos del sol, cabello rubio como el mismo sol, ojos claros, mirada poderosa de un modo que con únicamente cruzarla con la de él lo había dejado sin respiración por un instante, pero había sido como admirar un girasol, su flor favorita, hermoso y bello, pero no necesitaba cortarlo y poseerlo, únicamente eso había admirado esa hermosa luz que desprendía, pero definitivamente no se imaginaba unido a nadie más que Iza, no era solo su prometida, había sido su mejor amiga desde que podía recordar, dejó el arco con cuidado apoyado a la pared y volvió a salir de la cabaña para enfrentar a su hermano mayor.

—Dile que no, yo iré en busca de mi prometida, me necesita, lo sé, lo puedo sentir.

El príncipe heredero de los elfos del bosque asintió, en realidad sabía que su hermano no aceptaría, aun así la idea de perderlo en tierras lejanas no era algo que quisiera aceptar sin intentar convencerlo, por alguna razón siempre lo había protegido, a pesar de tener 6 hermanos más de ni siquiera ser hijo de la misma madre, su hermano mayor parecía sentir una excesiva preocupación por él.

— Lo intenté, al menos asiste al baile que el rey preparó para ti —se acercó a él juntando su frente con la del menor, era la forma en la que los elfos expresaban su cariño fraternal —Deja que disfrutemos una última vez de tu compañía y permítete al menos conocer al príncipe Diellor, si luego quieres marcharte te apoyaré.

— Lo haré — igualmente nada le haría cambiar de idea, estaba seguro de ello — Al fin y al cabo no puedo desobedecer el Rey- se apartó observándolo con una sonrisa ladeada — Ni perder la oportunidad de molestar a tu querida madre.

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