19 CAPÍTULO XIV: Desoja esta flor y te diré con quién te unes en matrimonio.

—¡Estás hermosa Ayira. Si Herezi estuviera aquí, como yo, no saldría del asombro; más te mirara, más, se enamoraría de ti ¡Qué pena que no esté! —dice, al tiempo que suelta el cascabel de su risa.

Rosi la imita, pero en aquella risa hay más tristeza, que alegría. Y sacudiendo la tristeza de su rostro le dice:

—¿Y tú?, tú estás encantadora.

—Ayira, serás la única que resplandecerá en la fiesta. Tu vestido es bellísimo; hoy será el día que papá te otorgue tu libertad. Ya no serás la odalisca, pronto serás la esposa del general Herezi,¿estás contenta?.

—¿Y lo dudas? Ve con tu padre, que ya es tarde y te estará esperando y déjame terminar de aprontarme. Nos veremos luego de la danza. Ya tendremos luego para hablar de nuestras cosas. —Le dice con gran cariño mientras le regala una sonrisa.

Mientras Jalila se aproxima donde su padre, escucha algo de la conversación que este sostiene con Nael Yamir.

—No, padre —dice el emir—, no pienses mal; iré, puedes estar seguro; no tardaré en alcanzarte...

—Eso espero en verdad hijo —la voz del rey suena severa al dirigirse a él—, no me des el espectáculo de no ir; antes que nada quiero verte allí.

En ese mismo momento aparece Jalila sumamente entusiasta.

—¡Hija! —el rey la besa cariñoso— Estás encantadora.

—También Ayira padre, ¡ni te lo imaginas!

—No lo dudo en absoluto, seguro resplandece de felicidad; a partir de hoy comenzará una nueva aquí, y hoy, es el primer paso que dará en ella comenzando por dejar de ser una de mis odaliscas; espero entonces que todas las puertas estén abiertas para su paso y le deseo que cuando se abran, sea para su bien. Y ahora, vamos, que ya es tarde.

—¿Pero y mi hermano? —Jalila habla mirando a todos lados, sin encontrar a su hermano.

—Irá luego; no sé qué es lo que tiene que hacer antes de ir.

Nael Yamid que sin darse cuenta Jalila, se ha marchado hace un buen rato, ahora habla con uno de sus más allegados sirvientes. No se ha olvidado de la apuesta. Hace unos días le ha confesado su amor a Ayira con la intención de ganar sin tener que hacer nada mal intencionado, pero ella se ha mostrado hostil, y hasta siente que se ha reído de sus sentimientos. Está herido en su amor propio, pero en verdad lo que la chica ha herido es su corazón; es que no quiere reconocer que la ama, que la ama con la locura de un amor bueno y puro. "Será mía a cualquier costo —se dice— o dejo de llamarme Nael Yamid Hassan Abufehle". Y por ello ha creado el plan perfecto para lograr su cometido.

—...Y después, cuando ya estemos bailando..., escúchame bien: solo cuando estemos bailando Ayira y yo, indícales a los hombres que estarán junto a las antorchas que las apaguen; sólo las mantendrán apagadas por un corto tiempo, luego las volverán a encender, en ese lapso es cuando dejas el salón y vuelves a lo tuyo. Y claro que de esto, ni una palabra jamás a nadie. ¿Has entendido bien, verdad?

—Sí, sí; haré lo que me dice el emir. —El hombre sospecha que nada bueno le pasará a Ayira tras los planes de su señor; quiere con enorme cariño a la muchacha, pero ante su mandato no puede negarse.

—Bien y no temas, que a Ayira no le pasará nada.

Cuando Nael Yamid hace su entrada, el salón está que arde de música, danza y comida, entonces, apretando con fuerza sus manos, piensa en el papel vergonzoso que tendrá que hacer para que aquella mujer insoportable fuera su esposa, y así ganar la apuesta. "Mi esposa —se dice—. ¿Y después?... Por ahora mejor ni saberlo. Después, después ya veremos". Rápidamente se regala la fortaleza para seguir adelante. Se sienta junto a su padre que ya disfruta de la danza de las odaliscas disimulando interés en ellas, desde allí sus ojos grises buscan a Ayira; la ve rodeada del resto de las odaliscas, con sus ojos verdes, su negro cabello suelto y el bello atuendo blanco que apenas cubre su torso y cae desde su cintura como cascada acariciando sus caderas para terminar en sus piernas, que se muestran perfectamente torneadas cuando danza.

—Está bellísima —le dice su primo Abdel burlonamente que se encuentra sentado muy cerca de Nael Yamid—. ¿No te parece bella tu futura mujer? —Esto último lo dice mientras le guiña un ojo, y divertido sonríe pensando aún que su primo bromea con respecto a la apuesta.

El joven no responde, muy fresco se limita a regalarle una de sus sonrisas burlonas; no vale la pena molestarse con las tonteras de Abdiel. Debe seguir concentrado en sus planes. Muy lentamente se levanta del sillón que ocupa y del mismo modo se dirige al centro del salón donde Ayira baila. Sin previo aviso comienza a rodearla con su danza varonil. Sus brazos y manos masculinas se mueven al compás de las suyas largas y delgadas, y cuando los brazos del emir la atrapan delicados, esta no puede negarse, aún es esclava de aquellas tierras, de ese hombre que por ser el emir, merece su respeto.

—¿Me has perdonado? —le pregunta cuando los movimientos de la música le permiten acercarse a ella. Su voz altiva ahora se vuelve caricia cuando le pregunta nuevamente—: Dime, ¿ya me has perdonado?

No logra responder; el salón se vuelve noche cuando las antorchas lo priva de sus luces, todos los allí presentes sorprendidos hablan a la vez y la música ya no se escucha. Nael Yamid aprovecha el momento para urgir su plan, pega a Ayira contra su pecho y besa sus labios; ella más que sorprendida, indignada, se separa, pero él vuelve a atraparla con sus vigorosos brazos y junta sus labios con los de ella en un intenso e interminable beso. Cuando la luz vuelve, Ayira siente la mirada de todos los que están allí, que como ella, no entienden nada. Unos la miran extrañados, y otros, con desprecio. "Pero cómo es esto posible, —murmuran algunas de las mujeres— ¿no está ya dada cómo esposa al general Herezi?"— Ni siquiera sus propias compañeras dejan de verla con mirada inquisidora, incluso aquellas danzarinas que siempre las juzgaron por su condición de favorita, se atreven a afirmar que realmente como piensan, Ayira es una bruja... y ahora ha hechizado también al emir con sus encantos.

La desconcertada e indignada Ayira mira al emir colérica. Está deshecha, puede esperar cualquier desprecio por parte de aquel hombre, pero esto que ha hecho jamás. Está rabiosa, sí rabiosa, por cómo la ha tratado este hombre miserable, despreciable y grosero. Y así se lo dice con los dientes apretados de furia:

—Eres un ser mezquino emir Nael Yamid Hassan Abufehle. Habla, di algo; ¿no ves que me has humillado? ¿No ves que el general Herezi pedirá explicación de lo sucedido? ¡Ay tu padre, cómo se sentirá defraudado de mí... Y tu hermana! ¿Cómo les digo a ellos que nada tengo que ver contigo? ¿Cómo, di, cómo hago para demostrarles que no soy tu cómplice? ¡Habla, di algo...!

El joven, por toda contestación, la coge del brazo y con él la conduce al jardín. Jalila, observa la escena angustiada mientras el rey se acerca a ella con cara pálida y triste.

—Jalila, ¿qué pasó? ¡Seguro sabías de esto! —la acusa— ¿Qué dirá Herezi? ¿Qué hizo Ayira?

—No padre, nada es como se ve, y puedo decirte que Ayira nada tiene que ver con esta situación.

Ayira, con el emir, está en el jardín. Él no ha hablado todavía. La muchacha, con los ojos bellísimos echando chispas que en este momento no son verdes, sino negros, lo increpa:

—Tú, emir, y futuro rey, sabes bien poco honrar el nombre que llevas. Has deshecho mi vida. Pues te has equivocado conmigo: me has ofendido cuanto has querido, me has besado y yo no me dejo besar por cualquiera. Ahora mismo entras ahí —señala al salón donde aún permanecen los concurrentes, bien ajenos al drama íntimo que tan cerca de ellos se desarrolla— y dices a todos que yo soy inocente, que yo no tengo nada que ver con tu villanía. Entra —dice con energía— y haz ver a todos que soy inocente...

—Eso es lo único que no haré —dice el emir, al fin—, no, no puedo; cuando venga Herezi hablaré con él y le diré lo que hace mucho tiempo tengo pensado. A ti, sí, Ayira, contigo me disculpo, —su voz no tiene el tono enérgico que es habitual en él cuando continúa—: pronto repararé tu situación.

La joven enfurecida se avalancha junto a Nael Yamid, con tal energía, que el joven recibe por sorpresa el golpe de su mano en el rostro. Le ha dado un puñetazo con toda su fuerza que el rostro de él gira movido como por un remolino. En ese instante ha dejado de ser la mujer dócil y educada que tan tierna, Jalila, ha transformado para convertirse nuevamente, en la fiera herida y acorralada que se defiende a dentadas y patadas. Nael Yamid la deja hacer; no habla, aguanta sus golpes hasta que agotada para de golpearlo, y aún dolida y lastimada en lo más hondo casi le grita:

—La única reparación que existe, es la que te he indicado. Así que hazlo, ve allí dentro y di que no soy lo que ellos piensan, di lo que mejor te parezca en mi defensa, pero discúlpate.

—Lo siento, Ayira, pero no iré; mira: allí vienen Jalila y mi padre —dice señalando a los dos que han alcanzado a escuchar lo último de la discusión.

—¡Miserable! ¡Poco hombre! Quedará en tu conciencia la ruina de mi vida. Pero ni creas que esto quedará así. ¡De ninguna manera! ¡Claro que no!

Con estas palabras amenazantes el emir se separa de ella mientras su silueta se pierde en la noche y la joven se acerca a Jalila, que la mira suplicante, como pidiendo perdón por el daño que ella no ha hecho.

—Hija, lleva a Ayira lejos de todo esto. Pueden marcharse, que muchas son las malas lenguas que juzgarán a Ayira...

La oscuridad impide a Jalila ver el rostro desencajado de su amiga, que le dice al reunírsele con toda la naturalidad que puede:

—Jalila ¿qué pensará de mí tu padre?

—No te preocupes Ayira. Él bien sabe que tú no has tenido culpa alguna; papá está indignadísimo, no sé como le irá a Nael Yamid...

Mientras, Nael Yamid, sentado en su lecho, sosteniendo la cabeza, piensa... Ya está arrepentido de lo que ha hecho. Ahora es cuando comprende que no es el deseo de ganar la apuesta lo que le ha hecho hacer aquello, sino algo más poderoso: el Amor. Sí, la ama. Él, que se burlaba de eso que llaman amor... Un día se lo dijo en broma, y hoy, al besarla, ha visto que no es igual que si lo hiciera con otra, no, no ha sido igual. Quiso besarla para que todos lo vieran, para destruir su matrimonio con Herezi y la ha besado porque él mismo desea con toda su fuerza hacerlo... Tiene los ojos empañados por las lágrimas, él, tan varonil está llorando. Se seca las lagrimas y luego, como un chiquillo, da un gemido hondo, doloroso, y se tira en la cama con desesperación.

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