17 CAPÍTULO XII: Vestida y sin novio.

Las dos están silenciosas. No hablan; no existen palabras entre ellas que hablen más que estos silencios... Ayira mira a la nada mientras Jalila, la observa con tristeza y gran preocupación; no se aguanta, y le habla con cariño, ese inmenso que Ayira sabe que le guarda.

—Ayira querida, ¿por qué no lo dejas todo? Tú no lo quieres, ¿por qué entonces piensas sacrificarte? Déjame que hable con mi padre, estoy segura que él comprenderá, sabes que es un hombre comprensible; en los temas del amor está a su favor, así se lo hizo ver el inmenso que sintió por mi madre, el que ambos se tuvieron. Piensa que no compartirás solo un día con el hombre que tomes en matrimonio, sino todos los de tu vida. Esto no es un juego, por el contrario, es una cosa muy seria; ¿estás dispuesta a pasar tu vida junto a un hombre que no sientes por él más que respeto y admiración; qué solo le guardas cariño? Por favor Ayira, piensa bien lo que vas a hacer, mira que después no hay marcha atrás; dentro de unos días se formalizará tu pedido en matrimonio, y luego de eso no quedará más que el matrimonio. Piénsalo, Ayira; por el cariño que te tengo, no quiero saber que tendrás una vida desgraciada en el amor, no lo mereces, por favor piénsalo y déjame abogar por ti ante mi padre.

—Ya lo tengo decidido. No seré yo quien coarte la buena voluntad del rey. ¿No ves acaso qué lo qué quiere es mi bien y este es el mejor modo qué encuentra para regalarme un poco de la felicidad que cree que merezco? No, no voy a causarle desilusión ni preocupación a tu padre, que tanta consideración me ha tenido. Con el tiempo llegaré a querer a mi esposo, si no con pasión, sí con cariño y afecto. He conocido muchos matrimonios que se realizan por conveniencia y...

—Viven sin amor, compartiendo una vida infeliz, de indiferencia, de traiciones e infidelidades. —La interrumpe Jalila con estas palabras que llevan la intención de hacerla recapacitar—. ¿Eso quieres para ti?

—Pero en muchos de estos casos, logran amarse y son la pareja más feliz... Mi unión con Herezi quizá sea uno de estos casos; no te niego —prosigue Ayira con apasionamiento— que si por cualquier cosa se deshiciera (que lo dudo) nuestro matrimonio, me sentiría feliz. Pero también te juro que no moveré un solo dedo de mi mano por que esto ocurra, ¡oh, no! He aceptado el deseo de tu padre, y lo cumpliré.

—Pero, si tu falta de amor por él, se nota en tu cara cuando la tristeza te invade ¿Crees qué él no va a notarlo? ¿Qué escusas diferentes cada vez qué te pregunte le inventarás son el motivo de tu congoja?¿No tienes miedo de que la gente malintencionada hable?

—No, no tengo miedo a nada; primero, porque él siempre me verá contenta, y luego, porque la gente, el mundo, me tienen completamente sin cuidado.

Ya no hablan más del tema, Jalila sabe que es difícil hacer cambiar a Ayira de forma de pensar cuando ha tomado una decisión. Y ella evidentemente ya ha tomado la suya.

***

Desde aquella charla entre las jóvenes, han pasado unos días, y del tema, no han hablado más, Jalila no quiere incomodar a Ayira, quién, desde la llegada del general Herezi, como lo prometió, se muestra con su mejor semblante y alegre ante su presencia.

—Mira allí viene tu general; procura animarte, si no quieres que lo note. Alegra tu preciosa carita y sonríe...

Las dos en silencio observan al hombre que con largos pasos se les acerca. Jalila no se aguanta y luego de una breve inspección a éste dice: —¿Verdad que no es nada agraciado? ¡Pobre hombre!

—¡Qué cosas tienes, ya no comiences! Herezi es muy simpático, muy bueno... ¿Qué más quieres?

—¿Qué más quiero? Yo nada. ¿Y tú?

—¡Por favor, Jalila! —y con voz un tanto alarmada, le dice—: ¡Guarda un poco de juicio, mira si te escucha! ¡Un placer verte! —se apresura a saludar a Herezi con la intención de que este no note que hablan de él.

—¿Me he hecho esperar? Lo siento jovencitas. Me disculpo...

Su voz es agradable. Herezi, sin su uniforme está pasable, al menos así le parece a Ayira. Lo observa y no puede dejar de pensar que su amiga tiene toda la razón cuando le dice que es un hombre un poco insulso: rubio, de ojos pequeños y azules nada expresivos, parece más una mujer en apuros que un soldado. Lo único que tiene atractivo en su persona es que es bastante esbelto y elegante, y dado su trato amable y correcto, sobre todo correcto, ella lo considera un hombre bueno, pero tiene que reconocer, que no es el tipo de hombre con el que toda mujer sueña. Tiene, sí, mucho dinero y gran reconocimiento por su desempeño en el ejército; esto es lo que le hace ser bastante aceptable entre la sociedad egoísta de los poderosos, como ella les llama, y por eso es que lo consideran un buen partido aquellos padres ambiciosos que buscan en su fortuna, el bienestar y seguridad económica de sus hijas. Esto fue lo que trajo tanta controversia y un hablar mal intencionado entre estos por la relación de ellos. No solo en ellos, sino en varias de sus compañeras odaliscas, quienes convencidas, afirman que Ayira seguramente es una bruja consagrada y que por ello, de alguna forma, ha hechizado al rey para que le otorgue su libertad casándola con el general. Ayira, que ha vuelto en sí de estos pensamientos, le dice amable:

—No te preocupes mientras tú no llegabas nos hemos entretenido en hablar, ya sabes, cosas de mujeres, esas tonterías que tanto nos gusta hablar. Pero —prosigue— no me parece que vienes muy contento. ¿Puedo saber a qué se debe esto?

—Pues verán —dice, sentándose en el suelo—; una cosa bien desagradable. Resulta que me han cortado la licencia. Es que los persas han recibido apoyo por parte de nuestro rey y mi batallón debe marchar para sus tierras, por lo que tengo que salir sin falta; esta mañana recibí la orden de que salga sin perder un momento para Persia, debo permanecer allí hasta que el relevo se presente. Están en camino, pero esto les llevará más de treinta días. Por lo que muy a mi pesar no podré asistir al último baile que le otorgarás al rey como una de sus odaliscas en agradecimiento. La revelación formal de nuestra unión también, deberá de posponerse hasta mi regreso, en lugar de ser ese día. No te importa, ¿verdad?

—No, Herezi, pero cómo crees. —Dice con fingida preocupación, porque en realidad está feliz de contar con más tiempo para poder asumir la responsabilidad de ese día—. Unos días más, unos .días menos, ¿qué importa? No nos vamos a morir por eso. ¿Cuándo tienes qué marchar, dices?

—Hoy mismo, esta misma noche precisamente... Bueno, vamos a dejar este tema, que ya tanto se le nota a Ayira que la ha puesto muy mal... —dice levantándose para acariciar el rostro dulcemente de la joven que ya está de pie desde casi el inicio de la conversación. Jalila los imita; el general, mientras lentamente despoja el rostro de Ayira de su tierna caricia y volviéndose a Jalila le dice:

—Tu hermano está más cambiado que nunca, muy serio y formal. ¡Que sol te ha alumbrado!, le he dicho, y, ¿sabes lo que me respondió? Que no sólo en eso ha cambiado, sino en muchas cosas más, y que no solo el sol de Djillik lo ha hecho, sino que su luna también. Es muy gracioso tu hermano..., sí, muy gracioso.

Ayira no sale del asombro, ¿es qué a caso no se ha dado cuenta del cinismo de su respuesta?, por lo visto no, el irónico de Nael Yamid le ha tomado del pelo y él celebra de buen humor tomándolo como una broma por parte de él. Jalila mira a Ayira y en su mirada está la confirmación de lo que su hermano piensa de Herezi: realmente es un hombre muy tonto.

—Sí, sí, así es, mi hermano es un hombre gracioso Herezi, ¿verdad Ayira? —Le pregunta haciéndola partícipe de la conversación, porque ante la inocente interpretación que su prometido le ha dado a la burlona respuesta de Nael Yamid, ha quedado muda.

—Pues, sí, el emir sabe ser muy gracioso, su carácter desborda de buen humor, —y molesta con Herezi por no entender que en realidad Nael Yamid ha sido irónico, continúa— tanto, que es capaz de reírse de él mismo, si no tiene cerca a otra persona... —Esto último lo dice arrastrando las palabras, para ver si el general por fin, comprende la intención de las palabras con las que fueron dichas, pero así y todo Herezi no lo ve.

—Es verdad Ayira —continúa insistiendo en ello aún divertido—, el emir goza de un excelente humor.

—Sí, eso será —le responde dándose por vencida en su intento de abrirle los ojos—. Vayamos a cabalgar, la tarde está fresca y se presta para ello. —Indignada se marcha delante dejando atrás a Jalila y Herezi que continúa inocentemente alabando al emir.

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