13 CAPÍTULO VIII: El resplandor del sol en Arabia.

En una posada de Daydan, sentados en unos taburetes, dos jóvenes hablan. Son militares, a juzgar por sus uniformes. El más joven, moreno, de estatura corriente, muy esbelto y fino, habla en aquel momento y dice:

—Mira, hombre, tú te quedas por aquí si quieres, pero yo me voy a Djillik; ya estoy harto de tu mal humor.

—¿Mal humor, dices? —contesta el otro, irritado.

—¿Y cómo quieres que lo llame? Estos días no hay quien te aguante. El año pasado dejé de ir a Djillik a pasar un tiempo agradable con mi familia, alegando que quería salir con un rango más y tenía que estudiar, cuando ya hacía un mes que lo había conseguido. No mentiré nuevamente para cubrir tus espaldas, no, no lo esperes. Me voy a Djillik con mi familia. —Todo esto lo dice sin respirar, porque teme que su primo le convenza como siempre, y esta vez no lo conseguirá. Está dispuesto a marchar a Djillik cueste lo que le cueste.

Su interlocutor lo mira con ira contenida. Sus ojos de acero, parecen más fríos que nunca. Con una sonrisa irónica que hace que se borre la de Abdel, (quien sabe que cuando sonríe así, no ocurre nada bueno) de mala gana le dice:

—Bien; ya veo que quien se pone insoportable eres tú; no sé qué es lo que piensas encontrar en Djillik. Esta vez me tienes en tus manos, porque si vas a Djillik tendré que hacer igual. Pero claro, lo que tú tienes es miedo a tu padre.

—No te burles, porque no lo consentiré, Nael Yamid, debieras de pensar un poco en complacer a al tuyo, como yo pienso hacer con el mío.

—¡Ya, ya!, si tú te vas tendré que ir también.

—Muy bien, muy bien —dice Abdel lleno de gozo.

Pero el otro le hace callar con brusquedad.

—¡Calla ya! Con hacerme ir allí, me haces la vida imposible. —Al terminar, sus ojos echan chispas.

El otro lo mira extrañado y le dice:

—Pero, Nael Yamid, parece que no quieres nada a tu padre. Mi tío te quiere con locura y tu hermana, te adora; si los quisieras un poco no hablarías así.

—¿Qué yo no quiero a mi familia? —los ojos grises, altivos y orgullosos, miran con frialdad a su primo— Escúchame bien y que no se te olvide jamás. Soy, según todos, un hombre frío, orgulloso, burlón, todo lo que ustedes quieran; pero, sé querer como quizá no lo sepan hacer ninguno de ustedes que tanto me juzgan, y lo que más quiero en el mundo es a mi padre y hermana. El motivo de no querer ir a Djillik, es justamente este, el cariño que siento por los míos, porque sé que sufren, papá se encoleriza y mi pobre y querida Jalila llora por mi modo de ver la vida, mi modo de ver las cosas, en fin. Con mi distancia trato de evitarles este inmenso pesar.

Decir todo esto le cuesta tanto... y tanto más le duele reconocerlo, es por eso que aprieta los puños con fuerza. No le gusta que nadie, ni siquiera su primo, casi para él, su hermano, conozca sus íntimos pensamientos. ¡Pero le duele tanto que Abdel dude de su cariño por los suyos! ¡Cuando él está dispuesto a dar la vida por ellos! Si tan solo supiera por el dolor tan grande y difícil de superar que ha pasado cuando a sus doce años perdió a su madre, la única mujer que amó con locura... ¿Cómo es que le habla de aquel modo?... Si tan solo lo supiera no le estaría hablando de este modo...

—Mira, Nael Yamid, no te entiendo, encuentro eso una tontería; la vida que tú llevas es la mía...

—¡No sigas! ¡No dirás más que una pavada! Tú te amoldas a cualquier cosa, yo no. ¡No quiero oírte! —Y se limpia la frente perlada de sudor.

—Eres tonto, Nael Yamid. Vente a Djillik; pasemos un tiempo en familia; hasta podrías sorprender a tu padre consiguiéndote una esposa.

—Eso mismo estaba pensando. ¡Para casarme estoy yo! —habla francamente— ¿Sigues con el pensamiento de pasar allí todo lo que resta de este año?

—Sí, sí. Esta vez no hay nada que hagas o digas como para que me vuelva atrás— dice decidido.

—Está bien. —Al decir esto mira a su primo con marcada ironía; está irritado, pero hace un esfuerzo para seguir hablando, y procura dar la mayor tranquilidad a sus palabras—. Ayer recibí noticias de mi padre.

—Y ¿cómo está mi tío? ¿Cómo se encuentra la pequeña Jalila?

—Bien, ambos están muy bien; mi padre está tranquilo porque Jalila ha encontrado un juguete nuevo.

—¿De qué nuevo juguete hablas? —pregunta Abdel, con extrañeza.

—Una nueva esclava de mi padre. Jalila la ha adoptado, según me dijo papá, se nombró su tutora y está entretenida jugando a ser su maestra en artes y modales.

—Pues, no creo que sea un juguete, conociendo a mi prima es seguro que le ha tomado un gran cariño. Seguramente la ha tomado como una hermana, para suplir el cariño que su hermano le priva; ¡ay pobrecita Jalila!

—No sé —Dice el otro secamente y sin mirarlo. No tiene ganas de gastar sus pensamientos en alguien tan insignificante.

Abdel parece no conformarse y vuelve a la carga:

—Seguro y hasta quizá tu mismo padre, le deba consideración por alegrar los días de Jalila.

—¿Consideración? No, no lo creo; es una esclava, muy bella e inteligente, según me ha dicho; pero, no deja de ser una esclava.

—Y ahora pasará a ser tu hermana —dice riendo a carcajadas— ya que tu hermana la ha incluido en tu familia. —Y continúo riendo de buena gana.

—¿Nosotros, familia de ella? ¿Yo, familiar de esa esclava que vaya a saber de que tierras salvajes venga? ¡No, hombre! Mira que solo sabes abrir la boca para decir imbecilidades. ¡Es solo una odalisca más de mi padre, eso simplemente! Y seguramente cuando Jalila se canse de ella, será descartada como un objeto más, de esos que mi hermana deja abandonados cuando ya no sirven.

Su primo lo mira con extrañeza; tratando de entenderlo, conoce el temperamento altivo y orgulloso de su primo; para el hombre guapo, pero frío, burlón y déspota, no hay cosa mejor para divertirse que las mujeres, cualquiera; tal vez por eso es que no le entra en su cabeza que su hermana, le pueda estar dando un trato serio y de cariño a aquella mujer. Y por ello, si la protegida de su hermana, aún si obtuviera su libertad, aunque Jalila y su padre, la adoptaran como familia, para él sería una extraña. "Si tiene sentimientos realmente los lleva muy bien escondidos —piensa Abdel—. En fin..." Sin entenderlo, se encoge de hombros, y dice:

—Quedamos en que mañana salimos para Djillik. ¡No lo olvides!

—Como quieras —contesta el otro, irritado.

Abdel aprisa abandona la posada, no sea que su primo se arrepienta, y eche para atrás. Nael Yamid, en cambio, lentamente lleva a su boca el recipiente que contiene lo que bebe, toma el último sorbo y sale del lugar aún molesto con su primo. Al fin y al cabo, ha logrado salirse con la suya. Con un ademán muy suyo se pasa la aristocrática y fina mano por la frente para quitar parte del cabello que le cubre la vista, sale del recinto y se pierde por las angostas calles despacio, con su caminar altivo y una sonrisa despectiva en el atractivo rostro varonil.

En su marcha, levanta por un momento sus grises pupilas al firmamento y ve las estrellas brillar como si fueran puntitos luminosos; piensa en su infancia, en las veces que de niño su madre le ha dicho que aquellas cosas que brillan en el cielo por las noches son las almas buenas que al dejar este mundo nos contemplan desde allí, y sonríe con ironía al pensar en su infantil aceptación. Pesando en su niñez, se dice que fue la época más feliz de su vida. Luego empezó a vivir otra, no menos feliz, ¡pero ya distinta! Está hastiado, pero no quiere decirlo ni pensarlo él mismo. "Seguiré así; ya no tiene remedio", piensa. Así llega al recinto que tanto tiempo ha conocido como hogar, el resguardo militar. Se tumba en su lecho a esperar la marcha del día siguiente, donde ha de llegar a aquel sitio, a ese que es su hogar, y el que le remueve las cenizas del pasado. "¡Oh! Si tuviera aquí mismo a Abdiel lo estrangularía". —Rezonga, y hace fuerza para conciliar el sueño, aprieta fuertemente sus ojos. Ya no quiere pensar, ni recordar...

***

Es una mañana lluviosa y fría, angustiosamente fría para el que no tiene dónde guarecerse del frío y el hambre. No puede evitar pensar en todas las mujeres, hombres y niños en manos del despiadado Akkani, en los momentos terribles que ha pasado junto a su padrastro; cuando perdió a su madre, quedando sola en las manos de aquel hombre miserable que fue su esposo... Y en Naki y Enam, en como fueron vilmente asesinados. "Quizá en la muerte tuvieron mejor suerte que yo al conservar mi vida —se dijo—, sí, estoy viva, pero no libre". Todo esto lo piensa Ayira apoyada en el balcón de su alcoba.

Por suerte ahora la vida en el castillo parece haberle dado una tregua, está contenta, no puede negarlo; sus ojos brillan y su sonrisa es más acentuada. A pesar de la hipocresía de vivir en un mundo que no es el suyo, puede decirse que hoy es feliz. Se deja caer suavemente en su lecho y se atreve a soñarse allí, en aquel lugar, pero siendo libre... donde todo puede tomarlo sin tener que pedir permiso. Sueña, sueña con todas las cosas que puede hacer siendo libre... incluso, enamorarse bajo la blancura de la luna, con la que llega un día un hombre, un hombre de verdad, no esos que ha conocido hasta ahora; sueña con un hombre bueno, enamorado, que la rodea de cariño, que ella presiente ahora, sería bien distinto de los que hasta ahora conoce. Se sabe bonita, y aunque conoce que solo es un sueño, teme que cuando llegue a presentarse en ese mundo, los hombres, seres mezquinos y egoístas, no miren su corazón, ni su cerebro, tan importante para ella, sino su cuerpo. Entonces se dice que aquí o en su tribu, libre o esclava, estará siempre preparada para cuando este momento llegue.

"Soy una soñadora —se dice, risueña—. No es de extrañar —sigue monologando—, que desee ser amada por un hombre, nunca he conocido el cariño verdadero por parte de uno. Sólo recuerdo a mi padre, un hombre alto y cabello moreno, inclinándose sobre mí y besándome una y mil veces. ¡Pero esto es tan vago, que a veces pienso si no es uno de mis tantos sueños! "

Sabe que su madre la ha amado con locura, que sus amigos la han querido inmensamente... y hoy, la princesa y el rey, la consideran. Ella no desea ser una desconforme, una egoísta, ni es que desprecie el cariño de ellos, pero no puede dejar de pensar que si vivieran sus padres, ¡todo sería tan distinto! Podría amar y ser libre al mismo tiempo. Por eso, porque piensa que merece ser amada y libre, es que sueña en tener esposo; pero un esposo en libertad, que la quiera y que la respete como ella sueña. "Lo consigo todo, o nada de esto tendré. —se dice— Por ahora soy solo una esclava, ¿con beneficios? Sí, pero esclava".

Con estos pensamientos se levanta y comienza a bañarse para salir a cumplir con sus tareas. Un nuevo día que espera continúe trayéndole la esperanza y la paz a su alma que tanto necesita...

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