12 CAPÍTULO VII: Sobre el relato del príncipe del desierto.

Pasan los días en tan vertiginosa carrera, que nuestra joven no quisiese detener. La princesa se ha vuelto inseparable de ella. Ésta le ha tomado un cariño inmenso, tanto que la ha tomado como la hermana que siempre quiso tener. Juntas dan largas caminatas, juntas montan a caballo desde que Ayira ha introducido aquel "juego" a la vida de su amiga, y juntas tienen esas largas charlas, cuando queda el tiempo libre, en las que Ayira inspirada le cuenta sobre sus costumbres y Jalila, entusiasmada la escucha. Está contenta, por primera vez en mucho tiempo puede reír, se siente tan feliz y por ello agradecida, con la vida y con Jalila... Y con el mismo rey, quién gracias a la amistad que ambas jóvenes comparten, y gracias a la altísima estima que su hija la tiene ha llegado a conocer el alma pura de Ayira. Estos tres meses que cuenta con la amistad de Jalila definitivamente le han regalado el poder encontrar la paz y el amor que tanto necesita. Solo le falta conseguir su libertad, (derecho que no olvida) para ser completamente feliz...

Ayira y Jalila hace rato que están tumbadas en el césped del jardín, muertas de risa. De su odalisca amiga ya nada le sorprende, y por eso no duda de que lo que dice es la verdad. Jalila, con los ojos brillantes de lágrimas de tanto reír, le dice:

—Pero, ¿es posible que te atrevieras; Ayira?

—Claro, mujer; ¿no iba a atreverme con "la bestia"? Claro que sí, conforme me apresaba yo clavaba mis uñas y dientes al tiempo que mis manos y pies lo golpeaban con toda la fuerza que me era posible, es que estaba sola, y tenía que defenderme...

—Y estoy segura que aunque no lo hubieras estado. De eso estoy segura —la interrumpe Jalila—. Seguramente la multitud de aquel día no te habrá impedido atreverte a tanto para defenderte.

—Exacto, pero como es hombre, a nadie se lo contará tal cual ocurrieron los hechos, porque no te quepa la menor duda que lo cuenta a su favor. ¡Mira que el señor Akanni Abu-Jalil, un hombre fuerte y varonil ser golpeado por un ser tan indefenso y frágil como una mujer! — y ambas sueltan unas carcajadas al pensar en aquella escena, hoy, tragicómica— Yo con una cara muy seria diría, si esto saliera a la luz, cuando me interrogaran: ¡Pero qué ocurrencia! "la bestia" es el mal en persona. ¡Qué mentira, señor. Claro que lo enfrenté! ¿Cómo se me iba a ocurrir dejar que un mal tan grande venciera al bien?

Ayira ya no puede más y suelta el cascabel de su risa simpática. Jalila, cae exhausta de risa y con voz entrecortada, consigue decir a la traviesa muchacha:

—Haremos una cosa, si esto sucediera yo sería tu testigo y dando fe a tu relato de lo que realmente sucedió ese día, contaría como fue que Akanni recibió terrible paliza de parte de una mujer y así lo dejamos por el más embustero, porque no hay que dudar que lo diría de seguro a todo el que lo quiera oír a su manera. ¡Sería muy divertido! ¡Oh, sí, divertidísimo! —y vuelven a reír con más ganas.

El rey, juicioso y serio, llevándolas a la reflexión, las interrumpe en sus risas:

—¿Y si las escuchan hablar tan libremente y las azotan? ¿No tienen miedo a eso?

—Pero que cosas tienes, padre; tú eres un rey justo, benevolente, honorable y civilizado para ponerte en evidencia contra tus principios; no lo permitirías, no en balde en esta familia reina la diplomacia. —Dice Jalila, muy convencida y Ayira le da la razón, tanto que el mismo rey acaba por asentir también.

—Ahora que se han reído un buen rato a costas de este hombre, sobre todo tú, Jalila, tengo que comentarte algo. He recibido noticias sobre tu hermano, me dice que se encuentra bien y que tiene miras de continuar su aprendizaje...

—Entonces, papá, ¿mi hermano no vendrá este año? —Lo interrumpe su hija desilusionada.

—No, hija, dice que le es imposible apartarse de su entrenamiento; este año quiere obtener un grado más alto en el ejército.

—Ya puede salir en breve. Esto lo sabes es un pretexto, la licencia para visitar a los familiares son pronto. Seguro hasta y ya comenzaron. Lo que pasa es que a "mi hermanito", tu hijo le gusta más quedarse allí para calentar los lechos de las mujeres, que venir a vernos.

—Sí, quizá sí; pero tú, hija querida, ya sabes que no eres precisamente la que debe decirlo, pues para eso estoy yo que soy su padre. —El hombre dice esto con fingido enfado. No le gusta que su hija censure a su hermano, aunque en el fondo sabe que lo merece.

—Perdona, padre, pero ya sabes que yo gozaría viendo aquí a mi hermano y por eso me enfado y digo lo que digo. Me perdonas, ¿verdad?

—Anda, loquilla, anda, ya sabes que no te riño, sino que te advierto; a tu hermano no le gustaría nada oírte hablar así de él. Ya sabes cuanto te quiere. ¿Porqué no siguen mejor en lo qué estaban? Pronto deberás devolver a Ayira a las labores que se ha comprometido. Ya han llegado a mis oídos reclamos por parte de los que atienden la cocina: que la acaparas y luego no cumple con la promesa de colaborar allí...

—¿Oyes, Ayira? Vamos...

Ésta, con una flor en la mano, tiene fija la vista en la lejanía, mira sin ver, piensa, sólo ella sabe en qué piensa. Lentamente, levanta la cabeza al oír a su amiga, y con voz lejana pregunta:

—¿Qué decías, princesa?

—Pero, Ayira, ¿qué piensas? ¿Qué te pasa?

—¡Nada! Solo, que estoy distraída.

—Te decía que si vamos a dar una última caminata por el jardín antes de que te vuelvan a reclamar tus deberes.

—Sí, sí, vamos; yo encantada.

Las dos, salen como torbellinos, no quieren privarse de lo agradable que les resulta pasar tiempo juntas.

—¡Oye, Jalila! —exclama Ayira, después de terminar la caminata sentada en el césped. — Ahora eres tú la distraída.

Ésta la contempla con una sonrisa y balbucea: —¿Decías...?

—Que me cuentes algo de tu hermano. Son muy pocas las veces que me hablas de él. Sé que lo quieres pero, podrías ser un poco más comunicativa con respecto a él. Anda, cuéntame algo de ese príncipe que no conozco y que algún día si no alcanzo mi libertad será mi amo.

—Mira, mejor perderlo que encontrarlo. Estás mucho mejor así, sin conocerlo —replica aún molesta con su hermano—. No, no te asustes —añade a prisa, al ver un dejo de desconcierto y temor en los ojos de la muchacha.

—¿Qué no me asuste dices, pero cómo no?, tus palabras no son nada tranquilizadoras; parece como si fuera un monstruo, algo parecido a "la bestia".

—Nada de eso; es un hombre guapísimo, demasiado guapo, quizá. Bueno, muy bueno, todo un caballero — termina, con orgullo.

—Y, ¿por qué dices "demasiado guapo"?

—¡Ay mujer!, tú sabes que el hombre o mujer que lo es y lo sabe, se pone insoportable, y a mi hermano le pasa algo de eso.

—¿Sí...? —A Ayira le parece que si es así como lo describe Jalila, seguramente será odioso, y sí, tiene razón, si es así, no le interesa conocerlo.

Su amiga la saca de estos pensamientos, diciéndole:

—Verás, voy a explicarte como es que lo veo. Es un hombre muy bueno, y yo le quiero con toda mi alma, pero no sé si a causa de la vida, que siempre lo ha halagado y sonreído, o porque el hecho de que al morir nuestro padre le dejará su título y fortuna, lo ha convertido en un soberbio, el caso es que mi hermano se ha convertido en un hombre orgulloso, burlón, en especial con las mujeres, déspota y para colmo, le gustan en demasía. Yo sé que es bueno, muy bueno como te decía, pero él no quiere saberlo y ahí radica su gran error...

—Todo lo que me dices me parece natural, ya te digo yo, como es que son los hombres, y más con poder, salvo, claro está, que sea un engreído por un título que heredará y que aún no ostenta. Tú bien sabes que no puedo soportar esto en hombre o mujer alguna, pero en esta sociedad, que no comparto, ni considero mía, es así. Pero hace mucho que no ves a tu hermano, tal vez algo cambió y no es ya el hombre que crees.

—Quizá, pero no lo creo, las mujeres lo halagan, los hombres lo admiran; es listo, elegante y guapo...

—Todo eso, añadido a un buen corazón, —la interrumpe divertida con la intención de animarla— lo hace el hombre perfecto que toda mujer espera.

—Sí tienes razón, pero no es perfecto ni mucho menos; lo que más me duele es su elección hacia las mujeres. Hace más o menos un año, llegó aquí con una mujer de la aristocracia, Alia Bader, la hija de un hombre que ocupa un alto cargo político en las tierras que estudia, ella estaba muy interesada en él, hasta puedo decirte que aún, lo ama profundamente, pero cuando menos se esperaba, cuando mi padre y yo creímos que mi hermano podía llegar a algo formal con ella, se presentó otra; una muy bella, pero frívola y vana. Y ahí tienes a mi hermano —dijo desmoralizada— convertido en su asiduo admirador. La hija del político quedó relegada al segundo plano de su vida amorosa; luego claro está, que ni siquiera le volvió a dirigir la palabra. Después se cansó de la "bella frívola" y vino otra, y luego otra; así siempre.

—¿Cuántos años tiene tu hermano?

—Veinticinco. Y por eso es que mi pobre padre tiene ahora la confianza de que sentará cabeza y que por una bendición divina será un gran y buen soberano. Pobre mi padre... —dijo mientras sostenía su dos manos en la cabeza.— Yo ya he gastado todos mis votos de confianza en él.

—Pero no son pocos los años; —y tratando de calmar la preocupación de Jalila, que es evidente, añade: —ya verás cómo pronto alcanza su grado de madurez, y un día llegará el amor a su vida, y entonces será otra cosa, será otro hombre. Un verdadero y digno heredero del trono de tu padre.

—¿El amor, dices? — y soltando una risa fingida continúa dando rienda suelta a su desahogo— Ya se ve que no lo conoces; si lo hicieras, no hablarías así.

—¿Por qué?

—Porque él se ríe del amor con todas sus ganas, dice que es una enfermedad que no ataca más qué a los seres débiles e inexpertos.

—Quizá no opine así cuando lo conozca de verdad.

—¡Pero si que eres ingenua Ayira! ¿Crees eso realmente con todo lo qué te he contado, criatura de mi alma? —sigue Jalila— Si lo crees en verdad, es porque eres una bruja blanca y conoces la cura para este mal que padece mi hermano, si sabes dónde está la cura para esta enfermedad que aqueja a mi hermano, dímelo, que quiero ir por ella para que él mejore y mi padre tenga por fin un poco de tranquilidad.

—¡Qué loca eres, princesa! ¿Cómo voy a conocer el antídoto para lo que padece tu hermano?

—Pues entonces Jalila, a mi pobre hermano no le queda de otra que seguir enfermo de esto para continuar dándole dolor de cabeza a mi padre, y a mí, que sufrimos por su comportamiento tan desordenado en el amor, porque no creo que ninguna mujer, le haga cambiar su forma de pensar sobre el amor. El día que le llegue la hora de casarse (porque es indiscutible que le llegará), será por conveniencia, simplemente como un negocio. Porque la paciencia de mi padre se agota, y estoy segura que pronto él mismo, le elegirá esposa.

—Tú, Jalila; ¿harás como tu hermano?

—No, querida, no; me casaré con un hombre que me quiera con un cariño profundo donde cimentar nuestro hogar; y tú, Ayira, ¿cómo lo harás?

—No lo sé; pero el hombre que sea mi marido tiene que amarme como yo a él porque yo lo querré con toda mi alma. Si no me corresponde de igual modo, me quedaré soltera, claro que podría engañarme, pero eso se nota a la legua, y yo tengo muy buena vista —termina soltando una carcajada que contagia a la otra.

Los maravillosos ojos verdes de Ayira miran al cielo como pidiéndole protección, como pidiéndole ayuda para encontrar lo que anhela con todas las fibras de su ser: el amor, y calor de una familia para gozarlo en libertad.

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