10 CAPÍTULO V: Sin elección y sin salida.

Aquel lugar parece ser el mismo infierno. Al entrar lo primero que puede distinguir es un recinto muy parecido al que "la bestia", la ha hecho pasar su primer noche tras habérsele revelado. Luego, cuando la vista se le va adaptando a la penumbra observa que está rodeado de galerías repletas de esclavos, de cualquier sexo y color, es cuando la luz se hce por completo en el lugar que escucha el ruido seco de un látigo. Cada uno de sus golpes trae un agudo grito de dolor. Se vuelve y queda helada con lo que presencia: La muchacha que un día antes Ayira ha curado sus heridas, tras la paliza que le ha propiciado Akkani, está acostada boca abajo sobre una plancha de madera. Tiene los pulgares atados, sujetos cada uno a un extremo de la tabla, y los pies atados y tensados con fuerza a los extremos opuestos. Una correa en la parte inferior de la espalda, la pega contra la tabla y la aplana contra ella. La correa es lo único que cubre su cuerpo, y parado a un costado, hay un hombre gigantesco con un látigo que la golpea con tanta saña y una fuerza atroz, que Ayira tras cada golpe que el hombre le da cierra los ojos, pues todo eso no cabe en ellos. Cada latigazo desgarra un trozo de piel mientras brota la sangre por las heridas y la sufrida mujer se retuerce pegando alaridos de dolor.

Akkani que ya ha hecho su entrada triunfante para presenciar el espectáculo que él mismo ha ordenado, se para entre Ayira y la condenada a los azotes, que con una voz que muestra su miedo a la muerte y a la agonía sufrida, le implora a su amo: "¡Ay, perdóneme la vida! ¡No me arranque el alma!" Pero aún así recibe otro horrible azote.

Ayira instintivamente piensa en saltarle encima al torturador para detener su látigo, pero, ¿qué puede hacer ella si está tan sujeta cómo la víctima en manos de otro de los secuaces del jefe, cómo ellos lo llaman?, solo soltar sus lágrimas por quien sufre y la vergüenza que le causa la humanidad.

—¿Qué ofensa terrible cometió esta pobre desdichada? —le increpa Ayira a Akanni que frío permanece ileso a la súplica de la mujer.— Ninguna, la has traído para que el verdugo la azote, sin juicio, juez ni jurado, sólo porque así lo has querido, o para gratificar tu capricho personal.

Akkani habla pausadamente y con voz firme para que el "esclavo traductor" le hable sus palabras a Ayira:

—Exactamente, así lo dicta mi voluntad, puedo traerla todos los días si así lo deseo y someterla a la cantidad de azotes que yo indique. Pero esta vez es tu culpa, hoy ella paga azotes para servirte de lección, para que sepas de ahora en más lo que te espera si no acatas mis ordenes.

Cuando el hombre que hace de traductor termina de hablar, Akanni acerca su rostro al de ella en busca de una respuesta que le de la señal de sumisión por parte de ella, pero en cambio se encuentra con el rostro juvenil endurecido, rojo por la rabia y desafiante. Altiva, con la mirada fija en los ojos de Akkani y con presencia desafiante mantiene su rostro casi pegado al hombre déspota y despiadado que tanto le desagrada. Su voz suena altanera cuando dice:

—Jamás podrás romper mi identidad, ni profanar con tus sucias intenciones mi cuerpo, no soy un objeto, mucho menos tuyo para que uses y abuses. ¡Nunca seré tuya, ni siquiera muerta!, así que si quieres manda mil azotes sobre mi espalda, que prefiero morir rabiando de dolor a que me toques siquiera un solo pelo.

Ante la respuesta de la joven mujer, respuesta que él no espera por parte de ella al presenciar semejante espectáculo, montado en cólera resuelve un mejor castigo para Ayira: ¿Qué mejor castigo que su cuerpo pasee por cuanto hombre esté dispuesto a disfrutar de ella y por un alto precio? "De todas formas, si ella esta vez no le cumple, puede tener su propia tabla de azotes" —Se dice convencido... Lo peor es que es la verdad, él, le guste o no a Ayira, es su dueño y si quiere, puede bautizarla hoy mismo en las aguas más turbias que ella pueda imaginar.

***

Antes de ser vendida, Ayira ha pasado por el momento más humillante de su corta vida: Akanni la ha hecho maquillar y vestir como al resto de las chicas que cumplen con la tarea de complacer a los clientes que concurren al negocio en busca de las caricias femeninas. Con un dolor frenético, gritando y dando pelea, revolviéndose entre las manos que la llevan como una fiera herida, empujada con rudeza en el este sitio que tanto desprecia, y teniendo que tragarse su voz de rebelión, cuando cerraron la puerta detrás de ella, es como traen las alimañas, bajo las ordenes de Akanni a Ayira. En ningún momento se interrumpe el jolgorio ni la fiesta que hay dentro, y nadie entre los asistentes parece sentirse afectado por la escena, al contrario, todos quedan atrapados en la atmósfera de la presencia femenina que parece salida del sueño de cualquier hombre. Durante lo que dura este corto instante, los ojos de los hombres se posan codiciosos en el cuerpo de la chica, pero enseguida Akanni ordena que la lleven hasta donde él está parado: una tarima que ha mandado colocar especialmente aquella noche para lucir a Ayira. Ella le da a su opresor un último puntapié desesperado antes de ser dejada a cargo de "la bestia" y de manera mecánica, se apresura a propinarle un bobefetón, pero su mano es detenida con fuerza por la de Akani, grita con rabia y ya no se mueve, pues las bestiales manos sostienen sus hombros con brutalidad. De repente, se escucha la voz de Akanni que comienza la venta de la joven dejándola a quienes estén dispuestos a pagar el alto precio que ha impuesto para disfrutar de ella.

—No serás de mí, pero si de todo el que quiera disfrutarte, —Le dice maquiavélicamente al oído de la congelada Ayira, y arrastrando como una serpiente sus palabras continua—: por lo menos algo obtendré de ti.

Dicho esto, se escucha la estrepitosa voz del subastador luego de dar el precio:

—¿Quién será el primero? ¿Tú, tú o tú? —dice señalando y refiriéndose a la estrepitosa multitud de hombres que ahí se han congregado.— ¡O quizá todos deseen probarla!

El encargado de la venta se para frente a su público y gira a Ayira sobre si misma para mostrarla mientras ella intenta cubrirse el cuerpo casi desnudo con el brazo que Akanni, ha dejado libre, y una sombra de desconcierto y de temor invade su rostro al tiempo que mira a la multitud de compradores y cuya atención ahora está centrada por completo en ella.

—Yo la compro, entera e intacta como afirmas que está. —suena por sobre todos, la voz de un hombre ataviado con uniforme de gala—. Voy ante la presencia del Rey Isam Hassan Abufehle I para presentarle mis saludos por su aniversario, y qué mejor regalo que este hermoso obsequio para adornar su harén. Dime su precio exacto para cerrar el trato y poder marcharme de este nauseabundo lugar.

Cuando por fin Ayira cae en cuenta de la horrible certeza de su venta, y de que jamás podrá vivir sus próximos años de vida en libertad, el efecto de la realidad que causa en ella, es de una agonía indescriptible.

"En suma, para los poderosos, las mujeres no debemos solo quedarnos calladas frente al sufrimiento, las humillaciones y la violencia. Debemos ser gratas con ellos —piensa desconsolada—. ¿Pero por qué?"

Otra vez la vida le da una nueva historia que vivir, vaya a saber cuál... Se siente cansada. ¿Es qué ella no tiene acaso, derecho a descansar?... Tres días lleva de viaje la caravana, Ayira conoce su rumbo, el cual es el que marca su mismo destino.

El esclavo que habla el idioma de Ayira ha podido decirle que es el regalo para el rey que gobierna las tierras donde la caravana ha decllegar:

—...Una especie de Cacique pequeña, para él te llevan. —el recuerdo de esas palabras son ecos en los oídos de la pobre Ayira que hieren lo más profundo de su angustiada alma, más aún, cuando recuerda el hombre tratando de calmarla al decirle—: Seguro allí, tendrás una vida mucho mejor que la que aquí el amo tiene preparada para ti si te quedas...

"¿Una vida mejor? ¿Qué clase de vida puede ser esa? Si estoy condenada a la esclavitud ¿Si soy privada de mi libertad?... —Se pregunta dolida, más reponiéndose de su pena, envalentonada, se promete a sí misma—: de mi libertad solo han de privarme, porque mi orgullo jamás han de doblegarlo, ni mi rebeldía, aunque a base de azotes intenten quebrar mis bríos, y porque mis pensamientos jamás serán domados..."

Ha sufrido mucho, piensa. La pérdida de su padre a una edad temprana, la de su madre, de la cual siente su ausencia profundamente y la de sus amigos, Naki y Enam a manos de esos hombres que pertenecen al mismo pueblo que hoy, son quienes la conducen a su rey. ¿Cómo entonces si va a ser entregada a quién dirige a aquellos que no tienen alma para torturar y arrasar con un pueblo entero, por ser llevada allí, esto debe de darle un ápice de calma? No, las palabras de aquel hombre entrado en años, y el cual tiene el mal don de poder transmitir las palabras de "la bestia", pueden calmarla, y mucho menos darle un respiro de tranquilidad. Ni siquiera la actitud disfrazada de amabilidad por parte del hombre que por ella, ha pagado la suma que le ha pedido Akanni.

La voz suave y templada del hombre de trato cortes la extrae de sus pensamientos:

—Bebe, hoy ha sido muy largo el tramo que hemos recorrido sin descanso. —le dice sonriendo de forma amable, tanto, que Ayira hasta se dice que es civilizado— Sin miedo, bebe, aquí nadie te hará daño. —Prosigue hablándole mientras extiende hacia ella su mano fina y asiente con su cabeza en señal de aprobación.

Está realmente sedienta. Su boca se ha tornado como un río sin agua y sus labios comienzan a mostrar los efectos del sol del desierto, por lo que toma el objeto que le es ofrecido y bebe de su agua. Unos cuatro o cinco sorbos, los que le indica el hombre, porque con suavidad retira el recipiente de sus manos.

—Solo un poco, solo un poco. Ha de durar el día que aún nos queda de viaje.

Por un momento su comprador queda observándola, le extraña un poco su comportamiento muy diferente al día que la ha comprado, lejos está la mujer que tuvo en frente, ahora tranquila, silenciosa y modosa, muy distante de aquella que ha pegado gritos y patadas. "Tal vez esté agotada —se dice— o solo no es la fiera indomable que aquel comerciante sin escrúpulos me advirtió que es"...—. Y mientras se dirige bajo el refugio que ha improvisado para protegerse del sol no lejos de Ayira, se retira pensando que es seguro un regalo excelente para obtener el favor que necesita del rey. Mientras tanto, Ayira desconfiada, queda acurrucada como una bolita, como un Bichito de la Humedad que se protege de un ataque bajo la sombra de unas pocas palmeras que amablemente, se ofrecen a calmar la inclemencia del astro rey.

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